Nighthawks

Por Viviana García Arribas

Anormales: una mirada sobre la pintura de Edward Hopper

LA VENTANA INDISCRETA

Hace un tiempo, me acerqué al Whitney Museum de Nueva York con el deseo de ver de cerca los cuadros de Edward Hopper. Había escuchado su nombre por primera vez durante un curso de análisis cinematográfico que daba Sergio Wolf en la Facultad de Derecho. En esa oportunidad, nos explicaba el concepto de “fuera de campo”: aquello que no vemos aunque esté presente en la narración. Desde entonces, sufro un mal incurable: sus obras son magnéticas para mí. Entrañan un misterio, proponen una historia más allá de los límites del cuadro, destilan soledad. Materializan la ausencia.

Mi deseo era acercarme a sus mujeres. Esas que miran a través de las ventanas, se enfrentan en bares, toman café. No tuve suerte. Ni una sola me mostró su rostro.

Son más de tres mil trabajos, entre pinturas y dibujos, de los que puede observar sólo dos:

Numerosas ventanas me miran. Las hay abiertas y cerradas, con las persianas altas y bajas. Proponen todas las posibilidades. Testigos silentes de una época y de un modo de vida, bañadas por la luz de la mañana, ellas desparraman sombras y desdibujan signos. Dan a ver y ocultan su secreto. Sin embargo, algo me hace ruido cuando miro la obra de Hopper. A pesar de la luminosidad, no puedo leer los letreros de las vidrieras. Me es imposible precisar de dónde vienen las sombras. Me intrigan las calles desiertas. Una narrativa neblinosa envuelve los dos cuadros. Su aparente simpleza, su presentación figurativa no es más que un mundo de recortes a contra lógica. Surrealismo puro.

REBECA, ESA MUJER INOLVIDABLE

Salgo del museo un poco frustrada. Me intrigan sus mujeres solitarias. No pude verlas. Su carácter elusivo giró sus rostros una vez más y no conseguí observarlas de cerca, descifrar sus deseos, sus angustias. Dilucidar qué pensaban, acompañar sus esperas. Intuir su inmenso, palpable, silencioso dolor.

Yo también estoy sola en Nueva York. Tal vez por eso, a mi regreso al hotel, busco en Internet.

Los sombreros, calados hasta los ojos, inundan de sombras sus rostros. Las dotan de misterio. Contribuyen a ocultar su mirada, que nunca se brinda directamente al interlocutor o al espectador, como si lo femenino no se ofreciera del todo. Lo elusivo aparece ligado a la femineidad. Casi siempre de perfil, muestran y ocultan sus cuerpos, aunque estén desnudas. Así potencian su erotismo

Todas ellas son muchas mujeres y, también, una sola: la esposa de Hopper, como él, artista plástica y su única modelo. El artista la pintó una y otra vez. Necesidad económica o elección estética, posó sobre ella una mirada infinita. Volcó en las telas todas las versiones posibles de su compañera, como si afirmara que cada mujer encierra en sí a muchas otras. Por mi parte, podría decir que no se equivocaba demasiado.

EXTRAÑOS EN UN TREN

Escaleras desiertas, ambientes solitarios, ausencia de adornos, paredes desnudas. Los interiores de Hopper dibujan un mundo vacío y solitario. El uso de las líneas rectas y la composición simétrica del encuadre nos muestran una versión de la realidad serena y despojada. Sin embargo, los personajes contagian su desesperanza. Sus miradas vuelan, escapan, tal vez sueñen, mientras sus cuerpos quedan prisioneros en la aséptica luminosidad de sus departamentos. Lejos de las ventanas, no llegan nunca a asomarse, solo su vista puede huir, solo ella vuela hacia el mundo exterior.

 

No existe en sus cuadros posibilidad de encuentro. Redobla la apuesta y pinta la alienación de las parejas en una doble versión -una suerte de espejo- de la misma escena: uno de los dos acostado, el cuerpo vuelto hacia la pared y el otro, sentado, abatido.

Imágenes donde no existe diálogo, los destinos de ambos son opuestos y lo muestran con sus cuerpos y sus rostros inexpresivos. El sol, implacable, recorta su luz sobre el piso. Los baña de la claridad que, en ese instante, ilumina su certeza: la imposibilidad de avanzar juntos en el mismo sentido.

Su visión de la sociedad norteamericana fue melancólica y desencantada. A pesar de tener una biografía sin demasiadas tormentas en apariencia, Hopper sentía lo que dolía detrás de sus ventanas. La depresión, la falta de ambiciones, el hastío, la soledad, el aislamiento, todas entraban por esos marcos e iban directo a sus pinceles. Fue implacable en su observación de los comportamientos de autómatas de los hombres y las mujeres de su entorno.

VÉRTIGO

Miro por la ventana. Estoy en mi habitación, en un piso 38. Es el ocaso, pero el sol no se anima a penetrar en el cuarto. Se lo impiden los edificios alrededor. Al fondo, el río. Desde mi lugar, las personas de la calle parecen de juguete. Van y vienen a un ritmo enloquecido. Solo son turistas, quieren ver un poco más. Pienso en los personajes de Hopper. ¿Seguirán su espera detrás de las ventanas o forman ya parte del pasado? Decido averiguarlo al día siguiente. Atisbar por entre las cortinas de las casas bajas.

Tal vez, sentarme en un bar.

Nighthawks
Nighthawks

 

LINKS DE INTERÉS:

Sobre Hopper y Hitchcock: http://extracine.com/2012/09/edward-hopper-alfred-hitchcock-influencia

WHITNEY MUSEUM: http://collection.whitney.org/artist/621/EdwardHopper

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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