El hastío: Sobre la monogamia.

Por Lourdes Landeira

 “El hastío es un vértigo, pero un vértigo tranquilo, monótono; es la revelación de la insignificancia universal. La paradoja de mi naturaleza es la de que siento pasión por la existencia, pero al mismo tiempo todos mis pensamientos son hostiles a la vida. He sufrido fundamentalmente de tedio. La palabra francesa que designa eso es absolutamente intraducible: cafard (desánimo). Tengo cafard. Nada puede hacerse contra eso. Tiene que pasar por sí solo.”

 Emile Cioran

 

NUBES EN COMBUSTIÓN

Como todas esas cosas en que nos adentramos sin percibirlo, la monogamia –al menos en estos tiempos y en el mundo occidental– parece ser el modo natural, único, de relación amorosa entre las personas. La familia nuclear conviviente y reproductora de vida. Uf, qué mal suena reproductora de vida. Tendré que volver sobre eso más adelante. Por ahora me quedo con lo amoroso y me pregunto cuánto hay de antinatural en que dos personas decidan ligar sus vidas en lo afectivo, sexual, económico, social y la mar en coche hasta que la muerte los separe. O quizá esto sea cierto y solo la muerte sea capaz de separarlas. No la de “que en paz descanse” sino esa otra, la de “que en el tedio sobreviva”.

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Natural –antinatural: seres humanos inmersos en una cultura, sea cual sea–, ¿puede haber un “anti” de lo inexistente? Si hasta la lluvia, la ácida o cualquiera de sus variantes, está mediada por la intervención del hombre (parece que en esto las mujeres no tenemos responsabilidad), cualquier viento que nos alcance viene empujado por las artes del cielo y de la tierra. ¿Cómo pensar el amor? Sí, hablo de pensar el amor, porque lo sentimos (más allá de la elección género-sexo que hagamos) de acuerdo a las pautas espacio-temporales que nos tocan en suerte o en desgracia, según con qué ojo acatemos o nos rebelemos. Cuánto de combustión de carbón y cuánto de nube de algodón (rimado o no) hay en esos ojos y en ese sentimiento, por ahora, no se puede medir. Por eso, ante lo inexplicable, recurrimos a la magia. Y sí, hay algo más allá y más acá de la atracción entre las personas. Ahí está la gracia. Ahí está eso por lo cual escribimos. Lo inalcanzable que perseguimos y nos persigue. Como nuestra sombra que, por turnos, nos precede o nos sucede. Como las calderas que alimentamos para calentarnos y en su interacción con el agua a veces nos salpican y otras nos inundan. Ahora bien, entre el amor y la familia, han pasado muchas y grandes tormentas. Las formas no monógamas (poligamia, poliandria, hordas y clanes) pertenecen al pasado primitivo (obvio, nos creemos evolucionados). Reconocemos en ellas la relación con los sultanatos, con el nomadismo, con la caza y la recolección y los correspondientes etcéteras. Sin embargo, nos es más difícil vincular cuán funcional al capital, al trabajo y al patriarcado es nuestro modelo de familia. Como siempre, lo más efectivo en términos de imposiciones es aquello que logra desprenderse de sus causas y así “naturalizarse”.

HUMEAN LAS CHIMENEAS

Ya en 1885, Engels, en El origen de la  familia, la propiedad privada y el estado, se ocupó de lo que nos sigue ocupando.

“El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida (…) La monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer.”

Para que haya reconciliación, tiene que haber habido una pelea previa. Reconciliación, ¡qué palabra! Tan polifónica ella. Suena a dos amantes que renuevan sus pasiones o que, al menos, lo intentan. Lindo, ¿no? Suena a la teoría de los dos demonios que pretende congeniar a los genocidas con sus víctimas. Feo, ¿no? En cuanto al hombre y a la mujer, se trata de dar pelea, pero, a diferencia de otras batallas, para que no haya vencedores ni vencidos. Qué lindo slogan. ¿Utópico les parece? Lejos de banalizar el asunto, lo cierto es que las mujeres venimos dando batalla con la pretensión de que cada paso propio hacia adelante no implique un paso atrás de otro. La famosa equidad, como ya sabemos, no es lo mismo que igualdad.

Otra gran palabra en la anterior cita de Engels: abolida. Pueden pensar sus connotaciones con la invisibilización sistemática de las mujeres. Y, en eso, hay que coincidir con él: el sistema patriarcal de dominación del hombre sobre las mujeres sigue vigente, en su época y en la nuestra.
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Desde que a la mujer se le asignó la gestión del cuidado y del hogar y al hombre, el rol de proveedor y encargado de los asuntos públicos, mucha agua ha corrido bajo el río y mucho capital ha sido acumulado bajo tierra y volado, intangible, por aires y redes. Así divididas las cosas, el estado liberal se libera en pos de la libertad individual (ojalá fuera solo una especie de trabalenguas, pero no), a costa del trabajo gratuito de la mujer que limpia, cocina, atiende enfermos y, fundamentalmente, procrea y reproduce la fuerza de trabajo necesaria para que el capital pueda crecer sin límites (aunque el agua está escasa y cara en estos días: ¿rebeldía natural frente a lo antinatural de la obscena acumulación?).

Guerras y píldoras anticonceptivas mediante, las mujeres rompieron barreras y cruzaron el umbral. Sin embargo, aún cobran menos que los hombres por igual trabajo, las reuniones de “padres” de las escuelas siguen pobladas por mayoría de “madres” y la moral imperante juzga más condenable la infidelidad femenina que la masculina. Y como nada ni nadie nace de un repollo, esto también tiene una explicación. Los seres humanos somos mortales. Pero, ¡oh, qué problema!, del otro lado no se nos acepta con la carga de nuestros bienes materiales que, sin familia nuclear y mujer fiel, quedarían huérfanos al perecer quien los poseían. Ahora bien,  tranquilos, solos los hijos legítimos heredarán la riqueza o la pobreza. Contra viento y marea, todo pareció quedar bien ordenadito.

CRIANZA CONSTELADA

Trasvasados hoy algunos contornos, un espacio de roles compartidos –padres que cambian pañales, mujeres que no quieren ser madres, científicos que clonan ovejas– sitúa a la reproducción y crianza en un lugar central de la escena. ¿Por qué? Porque conviven múltiples discursos en constelación alrededor de la familia tipo.

Entre ellos, la práctica del divorcio, desde ya hace muchos años instaló la idea de las familias ensambladas: el típico lugar común de los tuyos, los míos y los nuestros. Un nuevo mandato, quizá, de permear la ilusión de frontera entre los de afuera y los de adentro, a través de la integración de  hijas e hijos “prestados”. ¿Les parece fea la expresión “prestado”? Sepan que no es de mi invención, la escuché recientemente como alternativa a “viene con: mochila, paquete, carga” y otras lindas expresiones no eufemísticas de ensamblado. También, porque entre quienes deciden criar (mientras la procreación poco a poco intenta deshacerse de la categoría de mandato) se multiplican las opciones. Sin pareja, únicamente como proyecto de pareja, con pareja pero sin que uno de sus integrantes se involucre por haber  manifestado de antemano su no compromiso con la mater/paternidad. Y siguen las variantes. Incluso, hay quienes deciden que su pareja sea el padre/madre de sus hijo/as, aunque sepan que no es la persona con quien quiere compartir el resto de su vida, sino una parte de ella.

Además, porque la ciencia –nuevo dios todopoderoso– sin gracia del espíritu santo, apareció en la intimidad del sagrado hogar para decir: “tú sí puedes”. Suena mal, ¿verdad? Connota a “sí se puede” pero no olvidemos que, aunque quieran borrar la historia, excepto la de la “reciente pesada herencia”, la potencia de ser tiene siglos y es nuestra. Perdón por el paréntesis, vuelvo. Hoy, bancos de semen, vientres alquilados, el amigo dispuesto a poner la “semillita” como dios manda o con jeringa, hacen posible familias –por elección (las impuestas por abandono de uno de los miembros que había jurado amor eterno son otra cosa)– de uno, dos o tres padres/madres gracias a algún entrecruzamiento de genes y biología. Por supuesto, esto abre nuevos paradigmas respecto a la identidad y su relación con lo innato y lo adquirido. Pero eso es harina de otro costal y no quiero, acá, multiplicar ramificaciones.
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Así las cosas, sin las redes de contención de tías, abuelas y vecinas dispuestas a ofrecer su fuerza de trabajo por “vocación” para cuidar niños, enfermos y ancianos,  las tareas se tercerizan y, a las jerarquías entre los hombres, se suman las jerarquías entre las mujeres. En el medio, la infancia: cada vez más signada por el reloj que por el juego.

Si fuera este un momento de transición, ¿hacia dónde conduciría? ¿Cuál sería el próximo paradigma? Quizá no uno que sustituya una moral hegemónica por otra. Quizá, la monogamia llegue a ser una opción y no un destino. Claro que la elección de un momento puede no mantenerse en el tiempo y, entonces, si dios ha muerto, ¿quién y cómo los cría?

Imaginar otras formas de distribuir el cuidado parece necesitar del quiebre de las estructuras familiares imperantes, cruzar el umbral de lo público y lo privado, de lo individual y lo colectivo. Habrá que ver qué dicen “el capital” y el “estado” al respecto.

VIENTOS Y VERBOS

Puertas adentro, sin hacer distinción entre ricos y pobres, los celos- como el viento- cambian de velocidad para ser brisa o tormenta, según la  fluctuación del amor al desamor que los protagonice. Ráfagas de recurrente amenaza a las parejas monógamas, al ideal de exclusividad y al carácter posesivo del amor.
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Ahora bien, poco a poco, hubo quienes comenzaron a preguntarse por qué, si se podía amar a más de un hijo, a dos abuelas, a tres tías, a cuatro primos, sólo podía amarse a una pareja, al menos a una por vez. Y, cuando aparecía una atracción por alguien más había que elegir: reprimir el sentimiento o ser infiel, una persona u otra. Una telecomedia de hace casi veinte años, ponía en la pantalla de los hogares argentinos a un Guillermo Francella que amaba “genuinamente”, al mismo tiempo, a dos mujeres. La diversión estaba en los enredos del personaje para mantener a sus dos amores. Separados, claro, sin que una supiese de la otra. No recuerdo, no sé si alguna vez supe, cómo terminó esa ficción. Lo cierto es que en la realidad comenzaron a circular nombres: poliamor, amor libre, polículas, núcleos afectivos, agamia, anarquía relacional. Y lo que tiene nombre, existe. Con o sin convivencia, matrimonio mediante o fuera de la categoría de “pareja”, con o sin reglas, las formas de amor no monogámicas empiezan a ser una alternativa. Y quizás ahí esté la novedad, en la posibilidad de pensar y tener distintos tipos de relaciones.

DESORBITADOS

La lucha por la conquista del espacio, durante la Guerra Fría, vio nacer a los satélites artificiales para orbitar alrededor de los planetas. Su condición de no naturales incluyó un tiempo de vida útil específico. Una vez cumplido su ciclo, la altura de su órbita los convierte en basura espacial o los regresa, desintegrados, a la atmósfera.

La pregunta hoy es, dentro del artificio relacional, cuánto de satelitales y cuánto de planetarias serán estas nuevas categorías que constelan alrededor de la monogamia. Con los vehículos enviados al espacio por las grandes potencias con pretensión de hegemonía, convive hoy el Arsat –primer satélite geoestacionario argentino–. Desde allí –lugar de los cielos– transporta a los hogares –hábitat de nuestras familias– señales de televisión e Internet. Si la supremacía del vínculo nuclear abrirá la puerta para salir a jugar y volver íntegra a casa o si esos nuevos nombres se harán canal de comunicación y alternancia frente al ideal amoroso de la pareja de dos, eso está por verse. También, cuánto se tejerá de red: esos de hilos entrecruzados, con huecos por donde respiran las individualidades. También, cuánto será interpelada la noción de propiedad, herencia, crianza, si los adentros tienen tantos afueras constitutivos y si el Arsat ya no es política pública sino negocio de privados. Entre estos y otros interrogantes hablan las narraciones.
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 “Elegir el poliamor no significa que automáticamente apretás un botón y tus celos se esfuman. Lo que sí significa es que intentamos entender el porqué de las inseguridades que sentimos.(…) Mis dos relaciones ocasionalmente tienen problemas como tendría cualquier relación, pero en este punto esos problemas ya no se basan en que seamos tres. Tengo el mismo tipo de discusiones y desacuerdos con mis parejas que tiene la gente monógama: cuando yo estoy susceptible y me siento herida por algo; cuando algunx está estresadx y tiene actitudes cortantes; cuando empezamos una pelea absurda sin ningún motivo.”  

El textual es solo un fragmento de lo que escribe Angi Becker Stevens, en www.amorlibre.org. Su familia se compone de su marido, la hija de ambos y su novio (de Angi, no de la hija). Pronto van a comprar una casa más grande, para convivir. Los cuatro.

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Si cuesta pensar una relación de tres, sepamos que la cosa no termina ahí. Hay convivencias múltiples. Me pregunto, por ejemplo, qué pasaría si el novio de Angi se enamorara de otra persona. ¿La llevaría a vivir a la misma casa? Entonces, el marido de Angi y la novia del novio de Angi, ¿serían monógamos con parejas poliamorosas? O quizás ellos tengan otras relaciones “declaradas” en el núcleo conviviente, pero con cama afuera. Y siguen las opciones y crecen los y las hijas.
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“De pequeño vivía con mi padre, mi madre, el compañero de mi madre y, durante una temporada, la compañera del compañero de mi madre. Mi madre podía  llegar a tener hasta cuatro compañeros a la vez. Papá también tenía sus compañeras, así que me crié en una red interconectada de adultos que mantenían relaciones no excluyentes pero con compromisos que podían prolongarse durante años, incluso décadas (…) El hecho de que hubiera más adultos de lo normal en casa se traducía en más amor y apoyo y más ojos que velaran por nosotros.(…) Crecer en ese crisol contribuyó a ampliar mi perspectiva del mundo y a forjar mi personalidad (…) Los buenos padres lo son sin importar el número. Por suerte, los míos eran increíbles. Tampoco creo que las relaciones poliamorosas sean mejores que las monógamas. Sencillamente, son distintas, pero me gustaría que no estuvieran tan estigmatizadas (…) Pasamos gran parte de la vida sufriendo y luchando; el resto es amor y buena pizza. Para un fragmento de tiempo cósmico que pasamos en este diminuto grano de arena que llamamos Tierra, ¿no podemos sencillamente aceptar que el amor es amor, ya sea entre razas, entre personas del mismo sexo o entre más de dos individuos? La discriminación del amor es una enfermedad del corazón, y para contraerla ya tenemos la pizza.”

En este caso, quien dice es Benedict Smith, su relato se puede leer completo en la revista “Vice”, bajo el título “Crecí en una familia poliamorosa”.

EL COMETA H

Hasta que la muerte los separe o el tedio los sobreviva, dije al principio. Y retomo. Los celos, ya mencionados como elemento amenazante de variadas intensidades, manifiestan inseguridad, temor a la pérdida, inminencia de vacío. ¿Qué cosa podría querer la otra parte que fuera para ésta imposible de dar?

La novedad.

Si bien somos seres dinámicos, cambiantes, hay rutinas que se instalan en las parejas como esqueleto. Al igual que los huesos, las costumbres pueden ser duras y blandas y tener variadas formas y funciones. Los huesos, restos inertes tras la descomposición del cadáver, son tan vitales como cualquier órgano, desde el nacimiento hasta la muerte. Si en el medio se instala el tedio y perece el deseo, la fractura –como ausencia omnipotente– impone su presencia. Entre la amputación y la prótesis juegan las variantes de amor, sexo y despojo.
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“Yo sé que el sexo, muchas veces, no es otra cosa que el disfraz del amor, su horrible máscara, y no tiendo a confundirlos, porque yo sé que uno puede sentirse enamorado porque desea solamente. Claro que a veces he pensado también que quizás es el amor lo que disfraza al sexo, o más aún, porque su disfraz no es grotesco sino ameno, el amor vestido de gala, dominguero, del sexo, lleno de todos los aditamentos que han inventado durante siglos los poetas, de todas las melodías, canciones, bailes, colores y galanterías ideadas durante siglos por los innumerables amantes de los tiempos presentes y de los tiempos idos”.

Esto le hace decir Héctor Abad Faciolince al protagonista de uno de los cuentos de El amanecer de un marido. En el cuaderno previo a su suicidio, la esposa lo acusa de ser como un cohete de la Nasa. “Como el Apolo, que mientras va ascendiendo a toda velocidad hacia el cielo, hacia los límites de la atmósfera, hacia la luna, se va despojando de los pedazos que lo ayudaron a subir.”

El amor libre, ¿será libre de qué? Quizás de cambiar de ropa para esquivarle el bulto al hastío.

Como los cometas alrededor del sol, cuando el “cafard” se instala en las parejas, trae cola.

GALÁCTICA

Aquí no sé cómo seguir. Voy a valerme de las palabras, compañeras múltiples e insustituibles.

“Mono”, además de esos simpáticos animalitos de los que venimos, es “uno” de algo y muchas cosas más. Busquemos por ahí a ver qué aparece. “¡Qué mona estás!”, expresión usada (actualmente casi en desuso) para decirle a una que está linda. “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, dicho popular para expresar que por más que las feas se disfracen, seguirán siendo feas. Entonces, ¿en qué quedamos? “Mona”, ¿es la linda o la fea? Sí, otra vez el lenguaje y sus trampas. Yo me quedo con las dos y le doy uso según la ocasión. (esa tendencia a la rima, siempre ahí, como sombra acosadora, inseparable; ¿será la búsqueda de armonía, de continuidad de sonido, de perseguir lo antedicho sin transformarlo?)  Ahora pienso en otra palabra: monoambiente; desde hace un tiempito, el furor de la construcción. La industria inmobiliaria, intermediadora entre nosotros y nuestros hogares, edifica departamentos pensados para una sola persona: no se precisa ir de la cama al living, todo está en el mismo lugar. Solo para el baño queda reservada la obligada puerta divisoria. Que si alguien nos visita vea nuestra cama (hecha o deshecha) está muy bien, pero hacer públicas nuestras deposiciones ante eventuales visitas, no, eso no va. Demasiado “natural” para mostrarlo; hacerlo en público lo reservamos a los perversos y a los primitivos (recuerdan que nos consideramos evolucionados, ¿no?, y además, bien sanitos que estamos). Lejos de cambiar pareja exclusiva por pareja ampliada, estos “monos” estarían diciendo: sin pareja. La preposición coló la falta en el discurso. Aunque “sin” es también prefijo de sincronía y sincronía es concordancia. Lo sabía, me meto con las palabras y todo se complejiza. ¿Les pasa igual? Y así, en asociación libre, escribo ahora: “¡Qué mona estás con ese mono!”. En este caso, la linda o la fea, no está con ningún primate ni con ningún señor lindo o feo; está vestida con un enterito; en mi frase “mono” es la expresión moderna para denominar una prenda única. Lo viejo y lo nuevo se mezclaron en mi exclamación y la cola, ahora, viene del lado de lo “entero”. Entonces, la mixtura; el vacío de la falta y la cubierta que la disimula. En el medio, innombrado en toda su intensidad, el deseo como sol y sombra (cantado, aunque no lo veamos siempre está. Y si alguno falta –sol, sombra, deseo–, estamos en problemas). Lo sabía, me meto con las palabras y todo se simplifica. ¿Les pasa igual?
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Ahora voy con “gamia”, que es sufijo y por eso viene después. Tiene una variante, también sufijo, gamo/a. Y ahora me entero, tiene función como prefijo; la encontré en ‘gamopétalo” y se refiere a los pétalos de la flor soldados entre sí (por unidos, no por servir a ningún ejército). Tiene su antónimo: dialipétala. Según dónde se consulte, quiere decir “separados” o “libres”. Ya me pregunté antes, ¿libres de qué?, y en este caso me respondo que debe ser libres de estar pegoteados todo el tiempo, porque en definitiva, están unidos al mismo tallo. Creo haber encontrado la pregunta. Más allá de los medios de producción, las leyes del mercado, los sistemas de dominación del hombre por el hombre (¿dónde están las mujeres?). ¿Cuál es el tallo que une a las palabras que hoy nos ocuparon –monogamia, poligamia, agamia–, si es que existe?

El tallo; voy en su búsqueda y pienso: quizás nuestra ilusión de ‘‘enteritos”  nos hace pensar que podemos vestir nuestra soledad existencial (sombra inseparable) con otro/a “no enterito” que se ilusiona con lo mismo. No hace falta citar acá la tan repetida cita de Lacán: amar es dar lo que no se tiene a quien no es. ¿Cómo saberlo y aun así seguir queriendo? Cioran habló de la paradoja de su pasión por la existencia frente a la revelación de la insignificancia universal; unió vértigo (movimiento) con tranquilidad (quietud) para hablar de su tedio ineludible. Cuando no hay palabra que sintetice, nos apropiamos de varias, no para repetirlas, para darles nuevo sentido. Entonces, hastío: vértigo tranquilo. Ahora, ¿cómo que nada puede hacerse contra eso? Más acá de los medios de producción, las leyes del mercado, los sistemas de dominación del hombre por el hombre (sí, ya lo dije, ¿dónde están las mujeres?), insistimos en ataviar nuestras formas de relacionarnos porque buscamos esa inalcanzable a la que queremos llegar. Y como no hay “palabra compañera” que nos haga un té cuando llegamos con frío y sed a nuestra morada, intentamos encontrar que nos lo haga otro/a. O que uno que caliente el agua, otro deje reposar la infusión y otro nos los sirva. Habrá que ver qué dice la industria inmobiliaria, el capital, el individualismo sobre esto. Algo parecido creo haberme preguntado más arriba. Les deseo tengan el deseo de buscar respuestas. Como más les guste.

[stextbox id=”info”]Héctor Abad Faciolince, el escritor colombiano entrevistado en este número pensó acerca del matrimonio ideal y lo escribió. Pueden leerlo acá: El matrimonio ideal [/stextbox]

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