El lado B: Sobre “Sombras sobre un vidrio esmerilado”, de Juan José Saer

 

“La imagen es más que una idea. Es un vórtice o un racimo de ideas fusionadas que están dotadas de energía”

(Ezra Pound)

 

Por Nicolás Estanislao

 

DAR ESPACIO AL TIEMPO

“Amé aquello que era sombra”

Cuento de largo aliento, donde los protagonistas se entrecruzan de forma subterránea,en un triángulo de lados desiguales. Tres partes de una historia entre sombras. Un relato que se narra entre los contornos de lo inacabado. Una historia desde el desencuentro, (¿existió alguna vez el encuentro?) desde la oscilación constante de los tiempos.

El cuento se derrama de la voz en primera persona de Adelina. También desde su cadencia, pero esta vez escrita, llega un poema disperso entre líneas:

(“Veo una sombra sobre un vidrio” “Veo” “Veo una sombra sobre un vidrio. Veo”)

Un poema que se hace y deshace a lo largo del cuento. Que se trenza para encausarlo y desviarlo. Con su tono propio, abre las puertas de un texto en clave poética. Un poema que nos ofrece más que una suma de intenciones, un nudo contenido que se desata y vuelve a atarse entre giros y tensiones.

Veo una sombra sobre un vidrio. Veo
algo que amé hecho sombra y proyectado
sobre la transparencia del deseo
como sobre un cristal esmerilado.

MAPA NARRATIVO

Cartografía del cuento.

Saer no se pierde una. Como narrador es un cineasta, como poeta, un concertista y, en el entramado entre poema y cuento, es pintor. Es así que este cuento obliga a leer códigos gráficos. Entre comillas van las voces del pasado, entre corchetes, las voces del presente, entre paréntesis y con comillas, el poema. Así, los tres códigos gráficos hacen espejo a los tres tiempos (pasado, presente y poesía) que la mecedora de Adelina mueve a medida que el texto se escribe. Tres personajes, tres grafías, tres temporalidades. El sagrado tres.

 

 

 

HAMACAR LA VOZ

Quizás el poema sea quien termina de narrar al cuento desde sus orillas. Cómo no pensar en el libro de poemas de Saer que se llama “El arte de narrar”. Toda la obra del escritor de Serodino es un intento, por un lado, por hacer cantar lo poético entre las líneas de la prosa. Y, por el otro, por liberar a la prosa de la simple cadencia de lo argumental.

Ese entramado funda un ritmo bien definido en Saer: un ritmo que articula paisajes con reflexiones, canto con cuento, a la manera de un gran tejedor. Como en el caso de “Sombras sobre el vidrio esmerilado” el poema se dispersa a modo de un faro que, al girar, señala horizontes, marca hacia qué y dónde mirar. Una imperfecta secuencia, donde el montaje es doble: entre prosa y poesía y dentro del poema mismo: “¡Qué complejo es el tiempo y. sin embargo, qué sencillo!” poetiza Adelina Flores, sobre su sillón de Viena, mientras se hamaca entre deseo y memoria.  Amores truncos, una madre omnipresente aún muerta. Mutilación, falta: Cicatrices.

Pero las marcas no la detienen. Adelina oscila y a la vez permanece en el mismo sitio. De atrás (sin aprehender el pasado) hacia adelante (sin aferrarse al deseo). Hamacándose (escribiéndose)  avanza en la semisombra de lo que intenta decir, se abre camino en ese invisible que circunda a las cosas y al mismo tiempo despliega su relación esencial con el lenguaje. El presente es, de ese modo, un pivote, un lugar de tránsito donde nunca se termina de estar pero, aun así implica la chance de una fundación.  Saer lo reafirma en “El concepto de la Ficción”: “donde el escritor, escribe siempre desde un lugar, y al escribir, escribe al mismo tiempo ese lugar, no se trata de un simple lugar que ocupa con su cuerpo, sino un fragmento del espacio exterior desde cuyo centro el escritor esta contemplándolo.”

Beba Da Silva
Rojo vivo. Cristal – Difuso

 

DE LEJANÍAS

“algo que amé hecho sombra y proyectado”

El poema titila, centelleante, dentro de la narrativa; “El pasado solo puede atraparse como una imagen que se enciende en el momento en que puede ser reconocida y que nunca más se hace visible…”  dice Walter Benjamin. Y allí la vemos a Adelina Flores, en un centro que siempre está de costado, mientras Susana- su hermana, su “lejana”-  anda el centro de la ciudad vacía. Lo camina en silencio, envuelta en las luces del atardecer, donde su sombra se bambolea. Susana, su rival, la que le ha arrebatado el amor de Leopoldo…:“Ahora Susana debe estar bajando lentamente las escaleras de mármol blanco de la casa del médico, agarrándose del pasamanos para cuidar su pierna dolorida; ahora acaba de llegar a la calle y se queda un momento parada en la vereda sin saber qué dirección (porque sale muy poco y siempre se desorienta en centro de la ciudad)”.

El movimiento de esta escritura es tan constante que, por mucho que el lector se acerque, jamás puede ver más que con un cierto fuera de foco. Capas superpuestas en el “ahora” se entremezclan. Sin embargo, al alejarnos de a poco, se vislumbra el conjunto, un todo esmerilado que vibra.

En confusión, súbitamente, apenas,
vi la explosión de un cuerpo y de su sombra,
ahora el silencio teje cantilenas
que duran más que el cuerpo y que la sombra.

 

impresos

RABIA CONTRA LA AGONÍA DE LA LUZ

                                                                                                                      “No entres dócilmente en esa noche quieta. Rabia, rabia contra la agonía de la luz” (Dylan Thomas)

(“en el reflejo oscuro” “sobre la transparencia” “del deseo”)

La sombra puede ser un mínimo escalón delante de la oscuridad. De allí surge áspera, insurrecta, la voz. Así como la luz, se tiñe de velos, la voz se entremezcla en poema y, entre ambas, deslizan una coreografía de luz y sonido: La luz gris que impregna cada tanto el ambiente donde está Adelina intenta hacerse brillo pero se topa con la opacidad del esmeril:

(“Ahora veo a Leopoldo, puedo ver su sombra agrandada, pero no desmesuradamente, sobre los vidrios esmerilados, de la puerta del baño que da a la antecámara”)

Como un aire encantado de tormenta, esa batalla entre luz y las sombras, entre lo decible y lo indecible, el poema resulta siempre la emergencia, vital de un recuerdo. Este movimiento pendular, entre tiempos y dimensiones- pasado/futuro, memoria/deseo-  moldea los bordecitos de las vidas que permanecieron sin vivirse, arrinconados en lo innombrable. Del lado B.

ESCRIBIR SIN CONCESIONES

(“En confusión, súbitamente, apenas”)

Juan José Saer escribió siempre su horizonte. Con la aparición de los borradores inéditos (Papeles de trabajo I, II; a los que siguieron Poemas. Borradores inéditos 3 y Ensayos. Borradores inéditos 4), quedó claro que Saer tenía un proyecto, que se reformulaba en cada libro – y hasta en cada unidad de cada texto. La cocina de la escritura era, así, un espacio donde las lecturas, las notas, las conversaciones se entremezclaban. “Los Papeles de trabajo” muestran la exterioridad de toda intimidad:

(…) Mecerme en el equilibrio infrecuente y perecedero de la mano que deslizándose de izquierda a derecha, oyendo los rasguidos de la pluma sobre la hoja de cuaderno, victorioso por el hecho de haber comprendido por fin el deseo de escribir es un estado independiente de toda razón y de todo saber.”

La figura del lenguaje de Saer oscila, como el sillón de Viena de Adelina, entre la búsqueda de identidad y la transformación, entre memoria y el deseo. El mapa se dibuja, por momentos,  extranjero, pero siempre a orillas del mismo río:

 “(…) Cada vez que este deseo me viene, trae consigo la validez del universo entero y la de esa partícula sin nombre de universo que soy yo mismo.”

La escritura de Saer obliga al lector a hamacarse y a trasmutar su percepción, lo empuja a atender el mínimo detalle: a un mínimo destello de luz sobre una mínima porción de rostro, a la punta de una sombra apenas alargada, a un color que se ofrece y se retira del primer plano de la narración, pudoroso o audaz. Es la de él una intimidad como puesta en escena de la escritura. Su cuaderno de notas, llevado durante más de 20 años, marca su pulso. Esos borradores despliegan un escondite, entre sombras, donde se puede leer entre trazas. Una vez leídos los cuadernos, la obra de Saer despunta a la luz de nuevas pistas:

(…) Por el gusto de escribir algo: después de muchos días de silencio escritural me ha asaltado, en el baño, mientras me lavaba las manos antes de irme a acostar, el deseo de estar, a la luz de la lámpara escribiendo. Deseo escribir; no de decir algo.

 

Entre cristales.

 

                                                                          ***

 

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