Reflexiones acerca de la miseria: sobre la visita a la casa del Juez Carlos Rozanski.
Por Ana Blayer

AS DE CUATRO

Pasadas las catorce y treinta horas “las cuatro ases” se dirigieron rumbo a la zona sur de la Provincia de Buenos Aires a escasos cuarenta y cinco kilómetros de la capital. Pese a que el servicio meteorológico anunciaba lluvia, el sol acompañó en todo el trayecto.

De las cuatro ases, yo era el as al volante. Bajamos la autopista, tomamos la calle del boulevard del pueblo, dejamos atrás la estación del ferrocarril y unos monoblocks de escasos cuatro o cinco pisos, cruzamos la ruta y la numeración ascendente nos acercó al destino final.

Un paredón gris con bloques de cemento fue el santo y seña para darnos cuenta: era allí donde íbamos, una casilla de apenas un metro cuadrado. Al sol, estaban apostados un par de hombres vestidos de verde y una camioneta del mismo color, que custodiaban la casa.

_DSC0360La voz cantante de una de “las cuatro ases”, bajó la ventanilla. Con un gesto sonriente y voz seductora, preguntó si allí vivía Carlos. Efectivamente, contestó el hombre, quien además hizo un paneo de ciento ochenta grados al interior del automóvil.

 

EL AS AL VOLANTE SE ORINA

Llegamos unos quince minutos antes de las dieciséis horas, estacionamos el auto a la sombra de un árbol hasta el momento de ingresar. Nos sentimos vigiladas, empezamos por una broma, otra respondió, el as al volante pensaba cómo hacer si le daban ganas de ir al baño. En fin, un par de minutos antes de la hora bajamos, nos anunciamos y la cuarta “as” preguntó si podía estacionar en la explanada frente al portón de metal gris plomo, cosa que así hizo.

AL AIRE LIBRE

En las casas grandes como ésta, siempre aparece uno o más perros encargados de anunciar a sus dueños, con fuertes ladridos, que hay gente en la puerta. Imaginé esos ladridos, aunque no se escuchó ni uno. El hombre de verde nos anunció por el portero eléctrico y, en escasos minutos, un hombre de mediana estatura abrió una puerta gris de ese inmenso portón. Una calidísima sonrisa nos invitó a ingresar. Vestía pantalón náutico oscuro, camisa blanca con cuello “mao” y unas zapatillas simples sin marca a la vista.

_DSC0376Enorme parque, inmensos árboles y los agradables perfumes de las plantas invitaron a estar al aire libre para realizar la nota. La voz cantante tenía prolijamente anotadas todas las preguntas para la entrevista. Acomodadas cada una en torno a la mesa, Carlos respondió libremente y con extremada prolijidad cada una de nuestras inquietudes.

Está jubilado, viaja al exterior, escribe notas, más de cuatro mil sentencias dictadas fueron el resultado de haber sido “un soberano” del Poder Judicial. La soledad también convivió con él. La dialéctica del poder la sintió reflejada por quienes se acercaban y alejaban por aquellos años.

LUCES Y SOMBRAS

El sol se había corrido casi sin darnos cuenta. Antes de la foto final, dos de las “ases” pidieron pasar al baño, esto dio pie a ingresar a la casa grande y habitada. Un sitio desbordado por el buen gusto y la sobriedad. El poder, Carlos lo dejó colgado en el perchero del Tribunal donde se desempeñó como Juez Federal de la Nación.

Una de sus únicas pretensiones fue intentar bajar el estrado de la sala de audiencias del Juzgado. Imaginen cómo le fue. Y, si no, lean la entrevista en este mismo número de El Anartista: ¡ABAJO EL ESTRADO!

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