ORACULARSE

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 Persistencia: Una lectura de “La que va”, de Patricia Díaz Bialet

 Por Víctor Dupont

Vaya la muerte trenzando / de sus tientos el mejor, / que para cortarle lazo/ estamos mi sombra y yo

Atahualpa Yupanqui

  It’s not time to make a change / Just relax, take it easy / You’re still young, that’s your fault / There’s so much you have to know.

Cat Stevens

 EXHUMAR CARNE

Entre la exhumación, la evocación y el descarte, el poema afirma su territorio. Como si persiguiera la huella – siempre de tiempo y de palabras – el poema no tiene fechas, aunque pueda ser fechado; tampoco podemos creer que la letra traiga estelas reales, aunque puedan leerse mapas de jardines, departamentos, bares, bibliotecas. Pueblos.

El tiempo, la evidente materia. La que va.

Podríamos imaginar un lento agrietarse en letras de la memoria, mientras el Deseo, “ese vibrar desesperado que no claudica,” avanza. El arte poético será no ya rememoración ni enhebrar despojos, sino unión de los hábitos el fuego, la inconsistencia, el ritmo “y su sinuosa impresión en la cadera”, los lechos minados y los resplandores enfurecidos.

El cuerpo y la experiencia son los que van. Quienes mandan.

El tiempo, por su parte, la materia.

Por eso, el poema tampoco claudica. Por eso, antes de plegarse al vacío, planea, albatros. Como si esperara el protocolo de los amontonamientos, de los ritos, del tedio, de la conspiración de los amantes. Y por fin estallara en el mar turbulento.

El cadáver sólo puede exhumarse cuando acumula verdades muertas. Y la escritura tiene tanto de robo a la memoria como de habilidad funeraria. Nietzsche lo sabía, cuando nos contaba que sus libros hablaban de lo que había dejado de ser. “La que va”, de Patricia Díaz Bialet: intento de expeler(se), nuevo ensayo del viejo oficio de conjurar y exorcizar. Siempre y cuando, la mujer -que somos- sepa estallarse no sólo de aire sino de tierra; no sólo de estrofa sino de incrustaciones en la carne.

“(…) Si una no exhuma todo / una parte se vuelve cáncer esquizofrenia náusea / (…) Si una no descarta la herencia (…) / sobreviene el gusano exquisito que forja la noche a cualquier hora”*

 

IMAGEN 1 (1) EVOCAR, AFUERA

 

 

“La que va” muestra diversos procedimientos. El más visible, por enfrentarnos a él en casi cada página, es el sistema de epígrafes y notas al pie de página o señas de locación del poema. Los epígrafes, en inglés o en castellano, recogen las voces de otros poetas, pero también las letras de canciones y de textos teatrales. A veces las músicas se duplican y se derraman unas en otras y las texturas polifónicas inundan las estrofas. El poema, entonces, trenza su delicia en resonancias múltiples. Por ejemplo, Charly García infiltra melodías ritmadas en una discoteca, mientras la escritura enreda los registros, las músicas y los aspavientos. (https://www.youtube.com/watch?v=4AYgh7Qttuo)

A veces nos olvidamos que la poesía es la que va, siempre. La que manda.

Las notas al pie pueden referirse a locaciones -jardines, departamentos, cafés, estancias -, a situaciones -“una despedida”- y a fechas (1987, 2010, 1979). Las fechas no son ordenadas bajo un rigor cronológico, sino más bien bajo un trazado distinto, una “sutura invisible” capaz de sugerir la cifra del tiempo estampándose en el pulso del lenguaje.

A veces olvidamos nuestra ínfima posibilidad. Asirnos de ausencias, inscribirnos a huellas. Cantar. Soplar, al decir de Rilke.

Aunque, si insistiéramos en las supersticiones de lo biográfico, es probable que el destino de las pistas falsas nos lleve a creer y a leer en este procedimiento claves de una existencia en lo erótico, en la infancia, en una adultez cara a cara con la muerte, con la enfermedad, con el teatro y con el ritmo soso de los pueblos. Pero no hay que ser ingenuos. Este sistema de resonancias en verdad construye sentido como sólo lo puede hacer la que manda. Un sentido con la precisión musical de quien debe ser oráculo de sí, sólo al momento de evocar(se).

En este punto, podemos recordar a Deleuze refiriéndonos una de las obsesiones de la obra de Foucault: el afuera. Díaz Bialet parece indicarnos algo similar. Si estos poemas provinieran del afuera (casas, claudicaciones, despedidas), ¿cómo no surgirían adentro (del cuerpo poético)?

Así, la barcaza a distancia barre lo salino y en horizonte ella se ve pliegue del mar. “La que va” inscribe un adentro en pleno estallido. Afuera.

Nada de recorridos autobiográficos. La poesía no pierde tiempo. Lo refunda.

 

Bailen fumen alardeen / porque después / la evocación de ese instante tendrá la consistencia / de un pájaro medroso”*

 

IMAGEN 2AMAR, INCONSISTENTE

 

 

A una mujer de pluma de pena en la oscuridad”,  “al hombre de flecha de imán húmedo”, “Al hombre de sed de vampiro incomparable”*

Otro recurso es la dedicatoria. Más todavía, con sólo leer los nombres arriba mencionados, podemos adivinar al poemario habitado de personajes, de personitas, de sombras, de híper machos y hembras de polen cuya característica, sin embargo, será lo inconsistente. Sólo desde ahí podremos denunciar la consistencia de lo que vendrá. Oráculo de sí, el poema advierte: “Después vendrá la sucesora / la castración / el divorcio  /  vendrá el creerse radiante / el pelotón de aniversarios”.

Conspirar contra la consistencia. Hay varias formas, pero quizá quienes tengan la clave de ello sean los amantes o los amadores. Rilke, a la vuelta del romanticismo, se preguntaba quiénes son los amantes. Y exclamaba, en sus elegías, “¿No es hora de que, amando, nos liberemos / de la persona amada?” (…) “Amantes: a vosotros, que os bastáis en la recíproca satisfacción de vuestros goces, os pregunto por vuestro ser.”

Los amantes parecen bastarse en su persistencia de caricias, o en el halo de eternidad en ellos palpitante. Pero ya Rilke les pregunta si no les asombra la mesura del ademán “en las áticas estelas funerarias”, digamos, si no habrá algo de muerte en sus asuntos. Para los amantes o los amadores de “La que va”, sin embargo, nada es tan metafísico y nada puede preguntarse ante un vibrar que no claudica. Como si Blanche Dubois viniese a imponer justicia (esto sucede en y desde el primer poema), empezamos por erotizar el lenguaje y por asumir – para desasirnos y a cualquier precio – que lo opuesto a la muerte es el Deseo.

Las claves de los amantes y sus guiños delatan la mentira de los pueblos opacos, de los sueños apelmazados: “el amor debe suponerse tinieblas”. Y el amador, “esporádico / inasible / se interpone (…) / en la escaramuza.

A veces olvidamos nuestra ínfima posibilidad.

Con prolijidad colegial, olvidamos escombrar las promesas anfibias y monogámicas. Para ello, los amantes supuraran animalidades y reclaman metamorfosis varias: ser aves insomnes, ser castores erráticos, ser libélula, sed de pájaros azules.

Desatar el acorde finísimo entre pájaro y amante, entre hambre y hombre. 

imagen 3 (1) ORACULARSE, PIAR

 

Para oracular(se) hay que cultivar persistencias. Del amor a la muerte, de la muerte a la infancia. El collar de las obsesiones. Acumulaciones enumeradas caóticamente en casi cada poema que, conforme nos adentramos en el libro, se vuelven cada vez más secas. Condensadas. El poema advierte, así, que sólo viajamos hacia la infancia para recordar el futuro. Y sólo habitamos el presente para presentir lo pasado, hacia adelante.

El tiempo, la evidente materia. La que va.

No obstante, la materia del poema vira hacia los últimos dos capítulos. Se convierte en cápsulas, mínimas fulguraciones que recuerdan las letanías breves de Alejandra o la urgencia de las composiciones escolares. Una epifánica evolución que, tras enredarnos en la densa selva de una poética espesa, nos devuelve hacia una última inocencia, un prístino sombrear.

Como un truco de magia, al filo de de lo inesperado, el poema que cierra el libro reduce de un zarpazo la complejidad formal y cruza sus principales poéticas, fusionándolas.

Hombre y pájaro, mar y fuego, viaje. Aire. Danzar. Cantar.

Piar.

Se llama “El hombre pájaro”.

Y pía o canta o vuela o va, así:

            “Pájaro viene, pájaro va,

            la vida se va volando

            y el alma la sigue detrás.

 

            En alas verdes o rojas,

            en picos de oro a trasluz,

            se va el aliento del hombre,

            se piensa el hombre en la Cruz.

 

            Pájaro fuego, pájaro mar,

            el viento indica los rumbos,

            la Madre guía el andar.

 

            Son sus patitas en sombra

            dos palitos de azahar.

            El aire impulsa el despegue,

            la brisa dicta el piar.

 

            Pájaro viene, pájaro va,

            la vida se va volando

            y el alma la sigue detrás.”

 

IMAGEN 4 

           *Cita de “La que va”. Patricia Díaz Bialet (2015).

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