Viaje alrededor de un punto: Viaje alrededor de la Estación Retiro.

Por Diego Soria

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Egon Schiele, Crouching Woman with Green Headscarf, Pencil and gouache, 47×31 cm, 1914

 

EN RETIRADA

Retiro: el cartel electrónico titila en la sala de espera. Se diría que con desdén, si no fuera tan sólo luces y cables. De un lado, anuncia la llegada de micros desde lugares lejanos y no tanto. Yo qué sé, quizás apenas eso conjetura mi ignorancia.

¿Dónde queda Chapaleufú?

Louis Bourgeois - Arch of Hysteria - 1993
Louis Bourgeois – Arch of Hysteria – 1993

La otra mitad del cartel acapara las miradas, las “partidas”. Sin descanso, los leds dibujan los nombres deseados: “Mar del Plata”, “Pinamar”, “San Bernardo”. Una voz en off acompaña con los nombre de las plataformas correspondientes. Cuando ella anuncia, los pasajeros corren hacia los micros, llevan tablas de surf, bolsos y valijas; familias imposibles bracean sin parar el mar de gente que espera, como yo, el escape engañoso a ningún lado: Córdoba.

Aprieto mi guitarra entre las piernas para no quedarme dormido.Pienso en los últimos momentos de un viaje que comenzó hace meses y hoy termina. Termina al empezar: sé que encontraré a mis amigos, el paisaje estará donde siempre y la ruta nueve será una lotería de doscientos kilómetros. Me esperan algunas miserias y también alegrías. Pero, sobre todo, me tratarán bien, me tratarán bien.

Mi cabeza se bambolea. La tentación de dormir está tan al alcance de la mano, que me asusta la idea de despertar sin mi guitarra, esa amante inexplicable.

EL IMPOSIBLE ROMANCE DE BEN 10 Y BARBIE

Egon Schiele- Mujer con pañuelo amarillo
Egon Schiele- Mujer con pañuelo amarillo

¿Qué llevan esas valijas tan pesadas? Los pasajeros arrastran sus cosas, presurosos; un coro de “rueditas”se superpone en tonos graves para familias enteras: un padre al borde del colapso encabeza la fila; detrás, la mujer dice cosas como – ¿Cerramos la llave del gas? A Papá no le importa-. Ella está de vacaciones o, al menos, lo cree mientras busca la plataforma con ojos desorbitados. Más atrás, los hijos-Agus y Santi- llevan mochilitas de Ben 10 y Barbie. Santi no sabe qué cosa es Mar de las Pampas; tampoco le interesa. Papá le dijo que allá reina la paz y el mar es tranquilo, pero él prefiere patear la mochila de su hermana y entonces Agus grita y Mamá sosiega a Santi, con un sacudón  de  brazo. Papá grita: -¡Ahí está, plataforma veinticuatro! Y todos corren en fila en tono de “rueditas”, más enérgica y agudamente.

ECHE VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA SI QUIERE VER LA VIDA  COLOR DE ROSA

Una señora mayor se sienta junto a mí y pone monedas dentro de una de las pequeñas pantallas de televisión junto a los asientos. Las monedas de veinticinco centavos caen de a una desde sus dedos arrugados, mientras una chica mira detenidamente el quiosco de libros y revistas.

¡Documentos! – exige el gendarme a un muchacho.

-Yo no hice nada… – dice él, con la cadencia de quien está harto de repetirlo. Su boca entreabierta  también parece entreabrirse el blanco de sus ojos. El gendarme es muy alto. Su grito es muy alto. Ahora, abre las piernas como si demarcara un territorio. Vuelve a exigir:

-¡Documentos! -otro gendarme se acerca a la escena.

La señora junto a mí sigue absorta en su operación frente a la pantalla diminuta, es una televisión cara. Perdí la cuenta de la cantidad de monedas que lleva colocadas en la ranura.

BOLSÓN-PARÍS-NEW YORK

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Egon-Schiele-Paintings-2

Llega un micro Chevallier desde el Bolsón: lo dice el cartel y lo veo estacionar. Bajan los pasajeros con cara de cansancio. Un hombre de guardapolvo descarga las valijas a cambio de propinas quese niegan a salir de algunos bolsillos. El coro de rueditas vuelve a cantar, pero en tonos menores. Los rostros son la máscara de la decepción, como si segundos antes de bajar aún esperaran encontrar otra ciudad, otro asfalto, otros edificios; quizás, una montaña o una playa abandonada. Y ante tanto deseo, la respuesta es la misma aflicción. La estafa se repite, el escape se devela como la fantasía pasajera, tras la que se corre, como se corre tras otras.

La longitud del pasillo los expele a la calle ruidosa, se cruzan con quienes vienen en sentido opuesto, divertidos, en pos de… quienes vuelven, quizás con piadosa indulgencia, se dejan sumergir en la ciudad.

-¡Abrí el bolso! – dice el segundo gendarme. El muchacho parece el único detenido en el tiempo, no va a ningún lado, no espera a nadie ni tiene encomienda que le dé entidad. Dice:

–No hice nada… -sin ganas. El bolsito se abre ahora entre las manos del muchacho y la vieja opera los mínimos botones junto a la pantalla. Los dedos se ven huesudos y largos, juegan junto con los ojos que se achinan mientras escrutan canal tras canal. En cada pulsión ella pasa de estar en París a cazar elefantes con grupo de burgueses en el Serengueti o a perseguir delincuentes en Nueva York.

QUÉ LINDO CUANDO NOS PROTEGEN

Egon Schiele - Sitting Feminine Act
Egon Schiele – Sitting Feminine Act

Una bolsa de pan, un pantalón Adidas gastado, una gorra  caen al suelo; caen, uno a uno, desde las manos del gendarme quien, de espaldas a mí, se ve  verde, verdísimo; como su compañero, quien ahora obliga al muchacho a ponerse  de espaldas, palmas sobre la pared del baño Entonces, lo palpa de armas.

El muchacho: silencio. Un silencio que se repliega en un tiempo otro, una resistencia al tiempo del abuso, al tiempo hostil de las manos ajenas que investigan porque se arrogan potestad instantánea sobre su cuerpo. Algunos pasajeros se detienen y comentan lo bien que  hace la Gendarmería su trabajo. Después, continúan a paso vivo.

LOS CALAMBRES DE LA ESPERA

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Egon Schiele, Crouching Woman with Green Headscarf, Pencil and gouache, 47×31 cm, 1914

Tiene calambres la espera, aun dentro de toda aquella teatralidad a cielo abierto, las piernas avisan que duermen. La sala tortura bajo el cartel de leds. Muevo el cuerpo dormido, la guitarra se agita un poco, como un bebé dormido.

Alzo la mirada, mientras despierto a los músculos. En eso, advierto al gendarme: camina el pasillo junto al resto de los pasajeros. Busco entre la gente a aquel muchacho de la bolsa de pan y lo encuentro, justo antes de cruzar la entrada vidriada por la que le han sugerido que se fuera. Otro gendarme le indica la salida. El gesto ampuloso del gendarme se despliega en el tiempo y en el aire, como para dejar bien a las claras quién es la mínima persona y quién el uniformado personaje. El muchacho ahora sí grita algo desde la vereda. El tiempo está de su lado. Cómplice, silencia el texto y solo permite el gesto del grito. Afuera, entrelos taxis, la furia en silencio va con el bolsito a cuestas.

GUITARRA, VAS A LLORAR

Vuelvo la vista sobre el estuche de la guitarra; tengo ganas de tocar, pero todo es bullicio y los cantos se han reservado a las valijas rodantes.

Parada frente al quiosco, bajo un colchón de pelo, una chica delgada aún, aprieta los labios y enfoca los ojos sobre las tapas de los libros, como si en algún momento pudiera llegar a leerlos. El quiosquero lo sospecha. Ya está inquieto como todo vendedor, pero ella insiste en su estrategia de hipnosis. La señora, a mi lado, escucha las noticias de última hora. La guitarra ya me es una molestia. También sé que el cartel pronto informará el número deplataforma de mi partida.

-¿Es bueno este libro? –inquiere la chica. ¡Al fin!, piensa el quiosquero.

– Es muy bueno ese… es el último de John Greene, todo el mundo lo lleva –agrega. Ella duda instante, mira las revistas que cuentan dónde veranean las estrellas.

– También tenés toda la serie de los Juegos del Hambre –se esfuerza el quiosquero en ofrecer otras opciones.

-Me llevo e+este-, dice la chica justo cuando parecía que iba a desistir.”La novena revelación…”- las últimas palabras las dice ya con el libro en lamano, como si de verdad la revelación hubiese sucedido.

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FrancisBacon, Study for a nude, 198×137 cm, 1951

-Es muy buen libro ése… lo lleva todo el mundo…, son doscientos pesos –se apresura el vendedor antes de que ella se arrepienta. Pero cómo sería eso posible. ¡Si todo el mundo lleva esos libros!

Me recuesto, me concentro en el cartel. En cualquier momento se anunciará mi partida a Córdoba. Imagino los abrazos, los amigos, el campo y, quizás, un asado de cabrito a cambio de unas melodías, ¡sí que es barata la carne! Pienso.

Miro por última vez a la señora junto a mí. Está concentrada en la pantalla que denuncia, en letras enormes, un escándalo: un periodista habla de impunidad, de ciclo cumplido.

Entonces, por primera vez en toda la tarde, me mira y me dice:

-Es la Yegua.

Las piernas responden de a poco, me alzo, cargo la guitarra en mi hombro y camino entre la multitud, esquivo a los gendarmes, me toca la plataforma veinticuatro. Desde donde estoy hasta donde debo ir hay un espacio mensurable. El tiempo que tarde en recorrerlo depende de los ecos: ¡Documento!…pero si todo el mundo lleva esos libros….¡Documentos!…pero si todo el mundo.  Apuro el paso. El tiempo, cualquier tiempo, también puede acalambrarse.

 

 

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Especial Agradecimiento a Carolina Dieguez por las imágenes que ilustran esta nota.

 

 

 

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