Por Luis Sagasti

Velocidad: Sobre los cien metros llanos

 

Si bien todas las pruebas atléticas demandan el mayor esfuerzo, la carrera de los cien metros llanos es la más apasionante de los juegos olímpicos. Acaso porque sea la que pone de relieve mejor que ninguna la idea de límite. ¿Por qué no sentimos lo mismo con las de salto en alto, el lanzamiento de martillo o la maratón? De la jabalina no conocemos el peso y la maratón lleva el karma de no cifrarse en un número redondo, sino en ese cuarenta y dos que sostiene la leyenda. Pero, si aun fueran cincuenta los kilómetros, tenemos la errada intuición de que en esa competencia el tiempo puede ser superado siempre. En cambio, los cien metros parecieran conciliar el orden matemático con el esfuerzo humano. En números redondos: cien metros en diez segundos; casi lo mismo que se tarda en caer desde esa altura. Como con la llegada a la luna, importa quién la pisó primero: ahora sabernos que podemos ir hasta ella. Quién será el primero en llegar al límite. Podemos saber cuán cerca estamos en el tiempo, pero no cuánto tiempo nos falta para alcanzarlo.

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En los cien metros llanos los corredores parecen escapar más que perseguir. Es una carrera primal; el retorno al estado más primitivo; las técnicas con que se resuelven las otras pruebas atléticas no condicen con las necesidades de supervivencia. El salto en largo, la garrocha, son claros ejemplos. Los cien metros es la huida ante el león, es la conservación de la especie en estado puro. A los animales que se podían cazar no se los cazaba corriendo. O bien corren más rápido, con lo cual el esfuerzo es estéril, o bien se los domestica para su ingesta. Los cien metros son la huida por excelencia. Es saber de quienes podemos escapar (claro que no se puede sostener ese ritmo por más de cuatrocientos metros, quinientos, cuanto mucho)

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Los cien metros constituyen también el límite de la concentración. Se resuelve en diez segundos lo que llevó cuatro años preparar. Desde que los competidores están listos hasta que suena el disparo, por reglamento, no deben pasar más de dos segundos. No se contemplan partidas falsas. Quien sale a destiempo queda descalificado. ¿En qué se piensa en esos dos segundos? Nadie está más vivo que un chico haciéndose el muerto: todos los sentidos puestos en la inmovilidad de su cuerpo. Esos dos segundos no concentran los diez que siguen,  también abrigan los cuatro años pasados. Fuera del tiempo, la cebra pasta alerta sin saber de los leones. Esos dos segundos son el verdadero cero. Es habitar la naturaleza pura. La muerte alerta, consciente, el vacio previo. Se sabe: del cero al uno, se salta, no se cuenta. Como el cero nada cifra, no hay una unidad que lo separe del uno. Los corredores habitan el cero, el vacio de una eternidad indivisible. Chicos muertos o haciendo como si. De pronto, el disparo; despierta al león; la cebra corre: esos diez segundos son un retroceso de miles de años. Nuestros límites se encuentran en el pasado. Nadie piensa en ganar sino en romper el record, alcanzar a la consumación del esfuerzo, ser el primero a donde el resto llegará después: ese otro cero, el de la eternidad de los salvos.

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