Por Marcela Castro Dassen.

Abuso: Sobre el abuso en el Derecho

EL BASURA-SHOW

Es la unidad de la miseria lo que se oculta bajo las oposiciones espectaculares. Si las distintas formas de la misma alienación se combaten con el pretexto de la elección total es porque todas ellas se edifican sobre las contradicciones reales reprimidas. Según las necesidades del estadio particular de miseria que desmiente y mantiene, el espectáculo existe bajo una forma concentrada o bajo una forma difusa. En ambos casos, no es más que una imagen de unificación dichosa, rodeada de desolación y espanto, en el centro tranquilo de la desdicha.” (Guy Debord – La Sociedad del Espectáculo)

Mi comunidad se debate entre camiones recolectores escoltados por la policía, manifestaciones que desbordan basura en forma literal, cloacas tapadas, ratas, baches, calles inundadas, posteadas y reposteadas en las redes sociales.-

Así las cosas, se banaliza aun más, la tan vapuleada imagen. La contradicción se contradice a sí misma. La calle principal llena de basura humea la ría contaminada, con miles de “like”.

Y, en este escenario, el espectáculo lo dan los habitantes con los empleados municipales, como si fueran vecinos de otro pueblo enemigo cuya desaparición podría librarnos de esta desgracia. Espectaculares y especulares: el espejo y la pantalla nos deforman.

EL ESPEJO: DEL DERECHO Y DEL REVÉS

Todo derecho puede ser abusado.

La huelga ha tenido diferentes imágenes a lo largo de la historia. Cada vez que se miró en el espejo, aquel le devolvió otros contornos. Al principio se vio con silueta delito: socialmente “dañosa”. Pero, como todo espejo tiene su azogue- su lado oscuro-, hace poco más de 50 años, obtuvo la condición de derecho inalienable del trabajador. En nuestra Argentina, este derecho estuvo más tiempo suspendido que vigente. De tanto en tanto, pudieron cubrir el espejo, de frente y de espaldas.

Imposibilitados de medir la dimensión de la pérdida, nos extraviamos en el enojo de un lado y de otro, no podemos ver el fin, entramos en esa zona gris que nos enajena. Empezamos a ver nuestra ciudad desde una pantalla, sin noción de pertenencia, esperamos al “salvador” que, de un plumazo, nos libere del problema.

Del lado oscuro del espejo, no nos vemos. Pero, entre las sombras, el ojo se hace murciélago y algo atisba. Aunque sea, la imposibilidad de distinguirse.

En la incapacidad de permanecer, algunos se van haciendo cargo de su propia basura. Ese peculiar modo de apropiarse del problema trasladándolo a otros lares, al canasto del vecino, al baldío más cercano, a algún contenedor que va sumando bolsas negras hasta rebalsar, al vaciadero municipal, que es de todos y de nadie, basura comunitaria.

SENTARSE EN EL CORAZÓN DEL HEDOR

Niños revuelven la basura, buscan qué sirve y qué no.

Desde la montaña de inmundicia, los contemplo, intento que no me entierre. Sus manitas van horadando mi espacio de privilegio. Retiran una tabla, una lata, un portarretratos, una silla de tres patas. Hago equilibrio en la cima. Cada vez son más. Miro, estupefacta, la multitud de dedos que se alargan y casi me alcanzan.

El derrumbe: y yo allí sentada en el hedor. Las lágrimas son tan mías, Los chicos, tan de ellos mismos, huyen felices a sus refugios de zinc.

MI REFUGIO DE ZINC

Me amparo en mi singular derecho a huelga. En la contracara, el derecho al trabajo. Nada más absurdo que abusar de uno mismo. En la bolsa negra de mi despacho, acumulo horas de escritos, cédulas, oficios, recursos, demandas. Me anestesio. Del lado negro de mi interior, estoy ciega.

Un agujero y otro y otro. Creo ver las manitos y me aterro, descubro mis propias manos y las lágrimas ajenas. Y así, limpita, renuncio al abuso que me permito. Este abuso puede ser aprehendido o desechado, único comienzo posible.

Por un agujero viajo a mi infancia, a mi ciudad pequeña. Me hago diminuta para el viaje, espío. Sin turbarse, la niña juega con latas de conservas vacías, potes de crema Ponds, estructuras de metal devenidas en trineos, igual de ajena al mundo adulto.

No hay publicaciones, ni “likes”. Sólo fotos en papel en blanco y negro que se despachan por correo, muy de tanto en tanto. El “estado” se le cuenta al vecino, a la familia o al almacenero. La basura, la pobreza, se miran en vivo y en directo. El bienestar se comparte.

EL “ALEPH” DE LA BOLSA NEGRA

Regreso a Debord: “La alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado (que es el resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa así: cuanto más contempla, menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo. La exterioridad del espectáculo respecto del hombre activo se manifiesta en que sus propios gestos ya no son suyos, sino de otro que lo representa. Por eso el espectador no encuentra su lugar en ninguna parte, porque el espectáculo está en todas.”

Me asomo por otro agujero de la bolsa negra, espectadora expectante, desando el camino de los derechos abusados. Decidida a apropiarme de mí, coloco la basura en su lugar.

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