El abuso: Sobre alturas.

Por Cecilia Illia

LA ATRACCIÓN DE LO INACCESIBLE

8850 metros de altura. La parte de la tierra más cercana al cielo. Kilómetros de paredes blancas que se montan a las nubes. Tal vez con el afán, ellas también, de alcanzar nuevos puntos de vista. En Nepal la llaman “La frente del cielo”; en China, “La madre del universo”. “Montaña sagrada”, “Cabeza del cielo”, distintos intentos de nombrar cómo su presencia produce en los humanos esa sensación de empequeñecimiento.

¿Por qué llegar a su cima?

¿Por qué emprender semejante tarea?

Más de 3500 personas se internaron en sus fatídicas rutas, más de 216 personas murieron en el intento. Sus cuerpos son huellas luminosas. Permanecen entre el hielo, protegidos por los 36° bajo cero, temperatura promedio que puede llegar a los -60 en época invernal. Bloques de hielo perenne son su mortaja helada. Memento de los extremos del emprendimiento humano.

¿Abuso de temeridad?

Es habitual que una nueva expedición tropiece con los restos glaciales de una anterior, incluso que acampe junto a ellos. Entonces, lee en las señales de los cuerpos el relato mudo de esa muerte. El lugar de la ruta en que ocurrió el accidente, el tipo de protección con que contaba el alpinista en cuestión, las cuerdas o instrumentos, la carga esparcida en los alrededores. Marcas inmortales en el hielo.

Les ponen nombre. Pasan a ser esculturas mortuorias.

Botas verdes.

Reliquias del deseo de abordar lo inabordable.

El saludador.

Como habitantes de una Pompeya helada, muertos eternos conservados en su último gesto escoltan a los caminantes.

Por otro lado, hay ascensiones y ascensiones. Las que se hacen sin oxígeno de apoyo, sin ayuda agregada, son las más prestigiosas. Es que, cuando se vencen las condiciones más extremas con el mínimo de recursos adicionales, lo inaccesible parece difuminarse. Largo tiempo con la mirada detenida en ese cúmulo en el horizonte, esa punta distante y volátil. Largo tiempo. Por fin, alguien clava su bandera, deja su marca. Aplausos.

¿Abuso de conquista?

El frío, el viento, el blanco, una masa homogénea. Por momentos, la roca corta con su gris. En otros, una porción de celeste se escapa al manto de las nubes o irrumpe el brillo de un destello de sol contra la nieve.

Después, blanco, frío, viento.

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CAMINOS OLLADOS

No hay un sólo modo de acceder a la cima. Algunas rutas son más complejas. Cada tramo se nombra de acuerdo a las dificultades a sortear. Dificultades experimentadas por escaladores que fueron dejando cuerdas, escaleras, huellas, nombres. La Vía del collado sur, por ejemplo, pasa -entre otros-  por el “Valle del silencio”, “el espolón de Ginebra”, “la banda amarilla”, “el balcón”, “la travesía de la cornisa”, “el escalón de Hillary” (en honor a uno de los dos primeros escaladores que lograron la cima en 1953). Este último es una pared vertical de doce metros. Ahora hay una escalera atornillada en la roca por una expedición china en 1960.

¿Cómo habrán hecho Edmund Hillary y Tenzing Norgay pasa salvarla la primera vez?

A partir de los 7500 metros, se entra en “la zona de la muerte”, el último tramo antes de la meta. Las condiciones son tan adversas que la muerte acompaña cada paso. La presión atmosférica, muy baja, hace la oxigenación dificultosa. El riesgo de edema cerebral y pulmonar es continuo. La temperatura desciende tanto que, a menudo, los dedos de los caminantes se congelan. El hielo torna la ruta resbaladiza e inestable. Mínimo oxígeno, vientos furiosos, avalanchas.

¿Abuso de la naturaleza?

Las rutas tienen nombres tan sugestivos como los tramos de cada una de ellas: la vía del collado norte, el corredor de los japoneses, la ruta Messner, la arista oeste, el contrafuerte americano, el pilar sur, la cara suroeste o del collado sur. Cada una de estas vías fue trazada por los intentos de numerosas expediciones. Personas que emprendieron un camino de máxima dificultad, con la muerte al acecho, por poner cuerdas, tornillos, escaleras, nombres a lo insondable.

Cada vía marcada con pasos esforzados, con un empuje recóndito, con la levedad de la vida a la espalda.

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¿QUÉ ESTÁ MUERTO?

Me despiertan a medianoche, hoy es el gran día. El frío es una hoja filosa que atraviesa todos los calores. Soñé con fogatas, soles y playas. Con un aire que me abrace, con amores y cantos.

Hace años que me estoy preparando para este día. Nunca hubiera pensado que estaría ocupado en otros sueños.

Por lo menos, dormí.Tal vez un par de horas. Hacía días no lo lograba, asediado por las imágenes de la cima. El sonido del viento al final me arrulló entre violines de hielo. Cuerdas como agujas, notas como copos de nieve. Música blanca para acunar destinos.

Alguien dormía cerca de mí y lloraba. Creo, entre sueños. Un llanto entrecortado; por momentos parecían graznidos. Supuse que era un modo de expresar afectación. Estar tan cerca de la cima afecta a cualquiera. De la cima, del final. ¿Del final?

Tengo que apurarme,hay poco tiempo. Es el último día. Si llegamos todos, si el clima nos acompaña, si nadie se quiebra. Estar de vuelta antes del anochecer con el alma alada. Después de sobrevolar la cumbre, estirar los brazos y atrapar el cielo.

¿Abuso de confianza?

Hace más de cuarenta días que estoy en esta realidad agotadora. El oxígeno es el bien más preciado. El retumbar del corazón, el aire que no alcanza, el cansancio indescriptible. ¿Cuándo detenerse? Un esfuerzo más puede hacer la diferencia entre el triunfo y la muerte. Los cuerpos que nos cruzamos por el camino nos lo recuerdan.

¿Cómo saber cuándo detenerse?

Cada pisada al borde del abismo. Treinta centímetros para apoyar los pies. Debemos izarnos por las cuerdas y vencer a cada paso la falta de oxígeno y el agotamiento. Todo para llegar a la cima del mundo.

La cima del mundo.

Escucho las voces, los gritos, las risas.

La cima del mundo.

Llegamos a la cima del mundo.

¿Un abuso de la ilusión?

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