El Hastío: Una propuesta para no seguir

Por Patricia Tombetta

SI TE TIENDEN UNA MANO

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¿Cómo escribir sobre aquello que se padece sin remedio?, ¿cómo arrojarlo sobre un papel blanco -cual piojo- para verlo moverse, averiguar sobre sus gustos, inferir sus movimientos, sus saltos, sus pelos y señales? O, aunque más no sea, ¿cómo jugar con él hasta tener una tímida sensación de haberlo visto fuera, parido un rato?

Darle vueltas al hastío es subirse a una calesita que gira en la cabeza. No hay modo de bajarse. Pero no exageremos y acudamos a los filósofos, que para eso están. Ellos, encantados de hacernos de guía y colocar una distancia entre la mano que se desliza y alguna pasión que la gobierna, la disloca o la paraliza.

LAS SOMBRAS

En su Alegoría de la caverna, libro VII de “La República”, Platón expone en forma de diálogo la situación del hombre con respecto al conocimiento. Hace figurar a Glaucón, su interlocutor, el fondo de una caverna donde yacen hombres atados desde niños. La imposibilidad de movimiento les deja como única opción mirar una pared y percibir las sombras de las cosas reales detrás. Dichas sombras son proyectadas por un fuego. Hay, además, personas y sonidos dispuestos para este fin. A la manera de un teatro de títeres, los actores y las cosas, en este caso se muestran como siluetas. La salida de la caverna, dolorosa y difícil, representa el camino hacia el conocimiento y el sol, ícono del bien supremo. Si este primer hombre que ha logrado salir volviera a buscar a los otros, estos reaccionarían tomándolo por loco ante sus relatos y podrían llegar a matarlo si aquel insistiera en la empresa de sacarlos de allí.

¿Quién quiere dolor en los ojos o abrupta pérdida de certezas?

Contemplar las sombras de las cosas, convengamos, permite una distancia con las cosas mismas un tanto tranquilizadora. También, hasta más bella. ¿Qué tanto? hastio foto 2

El gusto por el circo romano, el teatro actual o cualquier espectáculo callejero puede haber tenido su raíz en algo por el estilo. Maravillosos momento que,  gracias a las bonanzas de la identificación, podemos padecer, matar, enamorarnos, llorar, odiar y vivenciar infinitas emociones sin perjuicio alguno. Casi como un juego, una suerte de fantaseo cuyo material lo aporta otro con mucho o poco talento. En principio, parecería que sólo debemos permanecer quietos y atender. El esfuerzo lo hicieron por nosotros.

¿LOBO ESTÁ?

De las sombras a los reflejos no hay mucha distancia. Siempre se tratará de imágenes de las cosas y no de las cosas mismas. Escapar del aburrimiento, del dolor,de la angustia – o como queramos llamarle- no es cuestión de la modernidad, aunque cierta exageración nos coloca en otro lugar de la evolución.

El paralelismo entre la caverna planteada por Platón y los seres frente al televisor no fue una ocurrencia muy original que digamos. La cuestión es que aquí no  vamos a ocuparnos del arduo camino hacia la luz, sino de aquello que sostiene a los seres frente a una pantalla, cualquiera sea. Seres nacidos sin cadenas, poco a poco o muy de golpe, acaban encandilados por imágenes (o sombras que, para Platón, serían lo mismo) en su estadía por la tierra.

Tal vez, fuera de conseguir y asegurar la vivienda y el sustento diario, la vida no se presente tan clara. Y elegir cómo transcurrir por ella no es para cualquiera.

Una frutillita para compartir: la palabra alemana que designa aburrimiento es Langeweiley hace referencia a largo tiempo, a un “mientras” extendido.

Nadie está en contra del entretenimiento, es fantástico incluso. Ese transcurrir concentrado fuera de sí y con una buena cuota de placer. Juegos, teatro, películas, tv, tv, tv, sólo por citar las diversiones más frecuentes. La cuestión radica en la confusión. Cuando aquello que sucede en la tele es tomado por real o cuando, por no haber sido mostrado, se pretende que no sucedió.

hastio foto 3Ya nos había hablado Freud de la importancia  del fantaseo en el adulto, que viene a sustituir al  juego del niño. Ambas actividades también interponen una distancia necesaria entre aquello que es verdad y lo “de mentira”. Y, de alguna manera, preparan al ser para la vida. Ahora: qué sucedería si los niños confundieran el juego con la realidad o si  el juego no tuviera límites. Un perpetuo jugar como en Pinocho y el país de los juguetes. Un desquicio de tiempo suspendido que no culmina en plus de entretenimiento.

De niña, después de la euforia que me producía un lugar así, siempre terminaba preocupándome por quién haría la comida o qué pasaría si se enfermaban. En fin, las coordenadas culturales ya estaban en funciones. De cualquier manera bien lo sabemos: para que el juego sea tal necesita sus límites, como cualquier otra actividad. La pérdida de estos nos creará problemas. Un salir y entrar, un perder para ganar, unos toques al vacío para buscar algo o encontrar. Después de todo el aburrimiento podría no ser más que una desesperación encubierta y, en lugar de enfrentarla, se puede evadir in perpetuum hasta encontrar otra desesperación.

Un círculo que, de perfecto, nada.

Y de cuento, menos.

Un perro mordiéndose la cola resultaría gracioso, si no fuera por la desesperación del animal. Un poco de compasión.


HACER GAMBETAS

Continuemos con el esfuerzo que el piojo se resiste.

Por el lado del conocimiento oriental y – más específicamente- del budismo, nos llega el concepto de Nirvana. Este designa un estado en el que se detiene la actividad mental y se alcanza una liberación espiritual completa. Pero no tan rápido. Dicha detención sería el corolario de un gran trabajo, mediante el cual se llegaría a dicha elevación. Por lo tanto, no confundir con cualquier parate en el pensamiento.

El psicoanálisis también toma el concepto de nirvana para designar la tendencia del aparato psíquico a la reducción o supresión de la tensión de excitación interna con el fin de mantener un equilibrio que tendería a cero. Claro que, por acá, Freud llega a la pulsión de muerte. Y mejor no apresurarse, porque aquello que nos inquieta es cómo jugaremos el partido y los obstáculos que, cada vez más, nuestra querida evolución coloca al alcance de la mano. Obstáculos placenteros que van desde la intención de detener cualquier búsqueda, hasta “venderte” otra realidad que sólo pide apretar un botón.

A esta altura es seguro ponerse a pensar en “Un mundo feliz”,de Aldous Huxley. Por lo menos, aquellos que lo leyeron. Pero, desde aquí, vamos a continuar por el lado de la filosofía. Y, ya que hablamos del nirvana, bien haremos en seguir con A. Shopenhauer, quien introdujo este concepto en occidente. Pensador de profundo pesimismo (no confundir con pesimismo profundo) elabora algunas propuestas con el fin de evitar el dolor de la existencia que me gustaría compartir:

-La contemplación de la obra de arte como acto desinteresado, fundamento de su estética. Cuestión más o menos asegurada si nos esforzamos en estirar un poco la concepción de arte. Extendiéndola a cualquier basura entretenida desinteresadamente contemplada. El interés sería de otros y, también por ese lado, estaríamos a salvo.

-La autonegación del yo, asimilable a una especie de nirvana, mediante una vida ascética. Con un poco de suerte la cantidad de horas amamantados por alguna pantalla podrían fabricar una estética de ascetismo. Un poco engañoso.

Por último:

-La práctica de la compasión, piedra angular de su ética. Esta presenta algún desafío interesante si no se reduce a la ligera expresión ante algún relato del noticiero de la noche del tipo: “Ay, pobrecito”.

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Seamos serios y admitamos que esta última propuesta nos coloca directamente en relación con el otro y va en contra de la masiva premisa “quédate sentado, todo llegará hasta ti”. A no ser que te conformes con la petición de firmas vía internet por nobles causas.

La calesita, lejos de invitarnos a jugar, podría dar vueltas cada vez más rápido y cierta náusea podría ganarte la partida. Por no hablar de que la única vida en tu cabeza sea una colonia de piojos.

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