El Desaliento: Sobre el trabajo.

Por Viviana García Arribas

 

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GANARSE LA VIDA

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Fotograma de la película “Metrópolis”, Fritz Lang

 

Pertenezco a una generación que se formó mientras escuchaba: “en este país el que no trabaja es porque no quiere”, “acá lo que sobra es trabajo” y otras verdades reveladas, a pura frase hecha. Más allá de mi rechazo a la expresión “en este país” -seguramente merecedora de otra nota-, durante mucho tiempo creí, sin pensarlo demasiado, que quien no trabaja es un tremendo vago, un ventajero sin remedio. En fin, una lacra social. Todavía hoy siento un poco de malestar cuando debo explicar que mi hijo, de treinta y dos años, músico, no tiene un trabajo formal. Él vive de hacer varias cosas, relacionadas con la música. Casualmente -o no-, en una charla con él, por primera vez, me permití una mirada diferente: pude plantearme preguntas, reflexionar sobre el significado de la expresión “ganarse la vida” ¿Por qué razón habría que ganársela?, ¿no nos fue dada sin pedirlo?, ¿es necesario participar en la producción de bienes o servicios para ser un miembro digno de la sociedad? No tengo las respuestas. Solo intento mirarlo de un modo diferente, analizar algunas consignas que, de tan repetidas, han perdido el sentido. O han adquirido el peor de los sentidos… Para eso es necesario hacer un poco de historia.

 

ESCLAVOS ERAN LOS DE ANTES

Las sociedades de la prehistoria no conocieron la esclavitud. Tal vez, por su condición de nómades, los pequeños grupos se trasladaban llevados por los cambios de estación o la migración de la fauna. Hombres y mujeres tenían sus tareas asignadas y procuraban el sustento de todos. La evolución –primero- y el asentamiento en un territorio determinado, luego, dieron lugar a la creación de reinos y a la conquista de nuevas tierras. Los primeros datos sobre la esclavitud aparecen entre los sumerios, establecidos en la Mesopotamia asiática. Concebidos como una posesión del amo, los esclavos formaron las primeras fuerzas de trabajo conocidas. Utilizados para la construcción de edificios o monumentos, las tareas rurales o domésticas, la extracción de minerales o como sirvientes, lo usual era que hubieran sido reclutados entre pueblos vencidos en alguna guerra, sojuzgados en pago de una deuda o como sanción por haber cometido delitos.

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Vale detenerse a pensar en este origen. Sometimiento y castigo están en la raíz del concepto de esclavitud y constituyen su justificación, idea que aparece también en la tradición judeo-cristiana. “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19): así condena dios a Adán, después de haberlo desobedecido, e inaugura la idea del sufrimiento como requisito para subsistir.

EXPULSIÓN DE ADAN Y EVA MIGUEL ANGEL
La tentación de Adán y Eva y la expulsión del paraíso, Miguel Ángel

 

 

LA SERVIDUMBRE DE LA TIERRA 

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En la Edad Media se dejó de lado el concepto de esclavitud -si bien en algunos lugares continuó su práctica-. Por entonces, hace su entrada la figura del “siervo de la gleba”, algo así como un trabajador atado a la tierra. A decir verdad, esta nueva forma de relación con el amo -quien pasaba a llamarse “señor”- comenzó a gestarse en la época de los emperadores cristianos de Roma, pero cobró relevancia luego de la caída del Imperio Romano. Esta condición era un paso intermedio entre el esclavo y el hombre libre: el señor ya no tenía facultad plena sobre la vida ni sobre la persona del siervo, quien gozaba de libertad para contraer matrimonio y formar una familia, pero mantenía la sumisión en cuanto a su aporte de trabajo. Por otro lado, se consideraba al siervo parte de la tierra y se lo vendía con ella. Por las características especiales de esta relación laboral, tal vez se haya gestado en esta época la idea de la colaboración entre ambos, ya que el señor le brindaba protección al siervo, a cambio de su trabajo.

 

NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE

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A partir de la Baja Edad Media, el progreso económico propició el establecimiento de franjas de población, constituidas principalmente por mercaderes y artesanos, alrededor del castillo -del burgo-: la burguesía. Se caracterizaban por no ser ni señores feudales, ni siervos y por no pertenecer a la nobleza, ni al clero, ni al campesinado. No estaban sujetos a la autoridad feudal y, en la mayoría de los casos, ejercieron el poder político.

En estas ciudades aparecen los primeros gremios. Claro, con un sentido diferente al actual. Se trataba de la organización de los talleres artesanos: en primer lugar, un maestro -dueño del local, las herramientas y la materia prima-. Luego, los artesanos, quienes realizaban las tareas a cambio de un salario. Y, finalmente, por alojamiento y comida, estaban los aprendices, en las labores de apoyo. El maestro capitalizaba los resultados de la producción, así como la fama dentro de la sociedad burguesa, aunque el objeto no fuese fabricado por él personalmente. El caso característico es el de los orfebres, célebres por sus obras en metales preciosos, no necesariamente producto de su creación, sino de alguno de sus artesanos.

 

TRABAJAR PARA VIVIR (VIVIR PARA TRABAJAR)

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Oficina en una pequeña ciudad, de Edward Hopper

 

Si bien el intercambio comercial existe desde el origen de las sociedades, la organización de la burguesía da comienzo al sistema que hoy conocemos como capitalismo. Este sistema llevado al tope se afirma con la revolución industrial, cuyo fin establecen los historiadores hacia 1840. Con este proceso se agravaron las condiciones de los trabajadores. El pacto de protección a cambio de trabajo parecía haberse quebrado, en el supuesto caso de que alguna vez hubiera existido.

Según Karl Marx (1818-1883) no hay tal contrato entre dos voluntades libres. El verdadero objetivo del trabajo es la producción de plusvalía y su instrumento es la explotación del trabajador. No obstante, los trabajadores se sienten obligados a participar del sistema. El riesgo es mucho: no cualquiera resulta capaz de encarar un proyecto de autogestión.

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Fotograma de la película “Metrópolis”, de Fritz Lang

 

 

EL FINAL DE LA ETAPA PRODUCTIVA

Y ahora vuelvo. Trabajo desde los veintitrés años y, si bien no soy contadora, siempre estuve –mano a mano- con profesionales, sin sentir ningún menoscabo por eso. Una reorganización me dejó patas arriba y me relegó a un puesto meramente administrativo, donde me aburro como una ostra, porque “no tengo el título”. A esa mirada superficial de los demás sobre mi persona y mi trabajo debo agregarle la frase: “no te hagas problema, te falta muy poco para jubilarte”. ¡El bendito retiro! Ese que durante la época de las AFJP  nos mostraba la cara sonriente de viejos lindos y arreglados como habitantes de un condominio de Florida (EEUU).

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Hoy trato de pensar que, en uno o dos años, voy a comenzar una nueva etapa, tan productiva como la anterior, aunque esta vez espero poder apostar a mi deseo. Sin embargo, a veces, me asaltan varios fantasmas: la angustia por el futuro económico, el miedo a sentirme inútil por no formar parte de “las masas trabajadoras” y la desazón por no integrar el aparato productivo. El fin abrupto de mi vida laboral dentro del sistema se me muestra entonces como un cambio de ritmo que podría ser devastador.

 

¿ARBEIT MACHT FREI?

En mis últimas vacaciones tuve la oportunidad de conocer un campo de concentración cercano a Berlín, “Sachsenhausen”. Una de las primeras aclaraciones de los guías fue que no se trataba de un campo de exterminio, sino de trabajo. Esto no quería decir que allí no hubiera muerto gente. Morían porque estaban mal alimentados, eran torturados o los hacían trabajar hasta que ya no tenían más fuerzas.

En la reja que cierra la entrada, forjada con los mismos barrotes, figura la frase ARBEIT MACHT FREI: EL TRABAJO LIBERA.

¿Libera?

En cuanto a mí –y a la luz de estas reflexiones-, se me ocurre posible escapar de esa noción que asocia la ausencia de trabajo con pobreza y muerte. Así, una vez dejado de lado el fantasma, la jubilación, en lugar de ser devastadora, podría tornarse liberadora.

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Iris Apfel – Diseñadora e ícono de la moda

 

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