EL FRACASO DE LA RED

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Ultraviolento: sobre la película “La Red” de Kim Ki-Duk.
Por Gabriela Ramos

LA MAÑANA DEL PESCADOR

Una mañana gris esconde a Nam Chul-woo, su mujer y su hija, en una casita cerca del lago, a metros de la garita que vigila. Es Corea del Norte. Hace frío, el cielo indolente y el pescador se desliza dentro de su bote y sobre la inmensidad del agua, para hacer el trabajo de todos los días. Siempre. Ha hecho el amor con su amada y ella ha cosido meticulosamente el osito de peluche de su pequeña hija. La tierra promiscua en sus vaivenes de barro, el agua virgen, la oleada de silencio y el frío de la mañana. El pescador va en su bote, en la cotidianeidad o un tiempo perpetuo, firme, donde él puede hacer pie. Entonces el caudal del agua parece proteger al pescador diminuto en la inmensidad del paisaje y del futuro. Pero las hebras de la red se atrofian en el motor de la vieja lancha. Y, desde la garita, los hombres de verde anuncian el límite: él ha pasado de lado, el límite, la frontera clavada en el espesor del agua entre peces y cielo. En cada revolcón de las ondas: el bote y él han fracasado. Ahora, en el Sur, el fracaso del hombre, de la frontera, de la prepotente sencillez del pescador, se lo ha llevado. Ha quedado lejos de los revolcones del agua, de la casita de palo, de los hombres verdes, de los rifles y del muelle. El hombre detenido ha dejado pasar el tiempo de los pequeños remolinos, ha violado el movimiento de los juncos y ha llegado a tierra, a la del Sur.

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EL SUR O EL FRACASO DE LA LÍNEA. LOS HOMBRES DE TRAJE AZUL

“La Red” ha hecho tropezar al pescador con la línea. Y la línea, con el Sur. El pescador es llevado por unos hombres de traje azul. Él ya no es inmenso como cuando el agua lo llevaba. Los hombres de traje lo han vuelto pequeño. La inquisición de las preguntas, los golpes, la grandilocuencia insensata de la incertidumbre se instala como un hacha en la leña. El pescador debe escribir su historia. Una y otra vez. Debe confesar. Una, dos veces, tres. Debe amar al Sur. Debe confesar y debe fracasar. Con los ojos tapados, en el centro de la Ciudad, los hombres de traje azul dejan a su merced al pescador. Casi. Quiere ser ciego, se niega a abrir sus ojos. Los abre. Ve a la multitud indiferente. El caudal de los productos en las vitrinas, las luces, la moda y la basura como estandarte dejan atónito al hombre. Y escapa. Al llegar a un callejón, ve cómo una patota golpea a una mujer. Sin entreveros golpea a los matones para defenderla. Entonces la mujer- una prostituta- y el pescador escapan. Ella- sucia, harta de golpes, el cuerpo cansado de sexo-, le explica: prostituirse es el único trabajo para poder mantener a su familia. El pescador comprende: el Sur lo ha atrapado.

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QUEDARSE EN EL SUR

Nam Chul-woo es encontrado de nuevo por los hombres de traje azul. Una vez más, debe confesar. Su cuerpo ya no aguanta, ha quedado sin fuerzas. Debe decir que es espía o que no lo es. La propuesta de los hombres es que podrá ser el hombre de una bella mujer, tener dinero: será el hombre que eligió el Sur luego de vivir en el Norte. Uno de los hombres de traje azul comprende, casi del lado del pescador, insiste: deben dejarlo en paz. Y el hombre del Norte ha visto suficiente, ha padecido la brutalidad, la amoralidad y la indolencia. Pero este monstruo insiste en el dolor, no quieren que vuelva, hasta que un posible conflicto entre ambos lados hace que sea liberado. El Sur como fiera ha amedrentado al hombre, lo ha llevado a caer en embudo. El hombre resiste.

UN DÓLAR Y MEDALLAS

Finalmente, el pescador es liberado, en el Sur recibe regalos y un osito a pilas. De vuelta al bote, tira todo, desnudo, de vuelta a las aguas, a la línea, la traspasa. Está en el Norte. El Norte lo agasaja con medallas y fotografías. Ahora, debe anunciar que ama el Norte. Pero la historia se repite: el osito a pilas, guardaba el dólar que el pescador había guardado en su caja. El oficial del servicio de seguridad del Norte lo descubre: a los agasajos le sigue, entonces, más golpes y una cruenta exigencia de confesión. Entre los párpados del pescador ya no cabe más. La brutalidad lo ha destruido, ha comprendido y prefiere morir. En la humilde habitación de la familia solo queda con vida la pequeña niña, quien toma el oso a pilas, lo mira y lo tira a un lado. Toma su viejo oso de peluche, ese que su madre remendaba con cariño, lo observa y sonríe, poderosa.

A PESAR DE LA RED

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El hombre ha resistido hasta el final, las hebras de la indolencia lo han querido atrapar, lo han envuelto, lo han manoseado; la indolencia sacó su lengua filosa y su brutalidad: sin embargo, el hombre ha sido libre hasta el final a la monstruosidad. La amoralidad no pudo destruir al hombre, porque él ha hecho una ultra apuesta a la vida. En cada toma de la película la mirada del pescador despierta ternura, en sus ojos se manifiesta su entereza; la bestialidad jugó con el destino, pero él siempre hizo pie en el horizonte, a pesar de los densos movimientos de la ultraviolencia: no se consume ni se desintegra, ha permanecido vertical ante la fiera.

https://www.youtube.com/watch?v=3k9BftXMBJ0

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