Ultraviolento: Entrevista al escritor mozambiqueño Mia Couto

Entrevista: Viviana García Arribas, Lourdes Landeira, Luisa Luchetta, Gabriela Stoppelman
Edición: Lourdes Landeira, Gabriela Stoppelman

 

                        La muerte es como el ombligo: lo que en ella existe es su cicatriz, el recuerdo de una existencia anterior”

                                   “Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra”, Mia Couto

En un pequeño rincón de un brevísimo ombligo, nos vi nacer. Era eterno el modo de surgir sin estar del todo. Era infinito el modo en que los otros, desfasados entre sí, desperezaban sus orígenes. De a poco, nos adaptamos al círculo y a los transcursos, ubicamos las ausencias en los cajones y pudimos ocuparnos de lo que verdaderamente importaba: el matiz de los silencios. Así, nuestra breve cicatriz de siempre empezar, comenzó a tener los olores propios de una casa. Impregnados en los pliegues andaban los aromas de nuestros guisos. Iban erguidos al aire, condimentados con el movimiento persistente de una mano madre, al tope de la olla. Cada vuelta de  trocitos, mentas, oréganos, desplantes, recuerdos, desamores, hallazgos, versos y desvíos era una ronda de música infantil que exaltaba los rincones. “Otra, otra”, gritábamos desde nuestro ser apenas brote, desde nuestro ser apenas comienzo de lectura. Poco faltaba para el tiempo del breve párrafo, para la audacia de la página entera y para la coreografía de la historia. Pero sabíamos que por siempre moraríamos en ese rincón- cuna, latiríamos dentro de esa escarpada escritura de arrugas y dobleces. Y crecer sería, entonces, algo así como aprender a desplazarnos entre canales de los otros, entre la rugosidad de los árboles, entre nuestros modos de sal y nuestras veleidades de océano. Fue durante una de esas noches de andar de novela, cuando encontramos a nuestra propia voz muerta, abrazada al tobillo de la casa. Al poco de verla desesperar tanto, se abalanzó sobre ella un completo linaje de ausentes: padres, abuelos, amantes e hijos refulgían en la memoria de su presencia y horadaban a la propia muerte con sus pasos llenos de horizonte. Al final nos levantamos, renacidos lectores de páginas que se continuaban más allá de la contratapa de cualquier libro. Entonces supimos del sitio donde nacía lo inusual de nuestra fuerza: éramos nosotros los frágiles herederos del trazo después del trazo, del ritmo acompasado a destonos con su propio ritmo. Y nos temblaban las manitas llenas de humedades deseosas de cadencias, frases y ecos. Sabíamos que la noche de la escritura se filtraba donde más nos poblábamos, pero estábamos dispuestos a convivir con el latido de las faltas. Y por eso ya no debíamos volver a nuestro rincón para nacernos. Los vientres se habían invaginado: ahora, en el paisaje inverso de un breve rincón, latía un ombligo. Desde allí desovillaba el color que teñía a su paso toda una gama de lectores de Mía Couto. Ellos, agradecidos por  el baño de mestizajes, intentaban devolver el don, con un poquitaje de palabras. Ellos, nosotros: siempre tan umbilicales y a medio camino. 


BIENVENIDOS AL ALBERGUE “HUERFANITOS DE FUTURO”

Un vértice de hoja, pretendida principal nervadura, se dobló y nos obligó a alzar la mirada. ¿Cuál es la nervadura principal en la hondonada de un ombligo? Era difícil no querer hacer familia de emergencia entre tanta piel invaginada y tantos cursos del trazo. Más difícil aun resultaba haber caído, como una Alicia perdida de rumbo, cicatriz adentro. Husmeábamos en las lomitas de la piel, para ver si allí encontrábamos alguna huella del médico que nos anudó a la vida; o, más, alguna marca del camino hacia una madre. Imaginamos que, en ese mismo momento, en tantos lugares del mundo, habría tantos seres caídos dentro de un ombligo, que sólo restó preguntar: Mía, ¿quién no es huérfano hoy?, quisimos saber: El sentimiento de orfandad es hoy transversal a todos los pueblos, a todas las culturas. No somos huérfanos por algo que haya pasado. Pero sí, por cualquier cosa que va a pasar. No somos huérfanos porque alguien haya muerto. Pero sí, por alguien que está por nacer. Dicho de otro modo: nos falta futuro. Somos huérfanos de esa idea de que hay un tiempo por vivir. Además, se globalizó la amenaza de demonios que nos conducirán a un breve apocalipsis. Nuestro primer sentimiento es apelar a quienes secularmente nos protegían: Dios, el Estado, la familia, la sociedad. Pero esas entidades protectoras no existen más. O, si existen, son insuficientes para defendernos de los monstruos que nos cercan. Esa carencia fue creada intencionalmente. Desamparados, somos llevados a aceptar cualquier entidad mesiánica que se presente, al mismo tiempo, como figura materna y como un agente de fuerza.  Pero, Mía, tiene que haber un sitio donde nacernos. En “el balcón de Frangiapani” decía uno de tus personajes: (*)“Sé cuándo una persona va a morir: es cuando se despierta con el ombligo en la espalda.” Y no conforme, arremetías: “La muerte de ese Excelêncio ya comenzó antes de que él naciera.”. Es increíble cómo regresan trozos de lectura, ahora que estamos tan instalados o caídos dentro de vaya a saber qué. Por momentos, las arrugas del lugar se sienten nutricias y nos parece estar dentro de una gran pasa de uva acunadora.  Algo así como una abuela fruta, regresada desde muy adentro de nuestro ramaje. Eso me recuerda al abuelo de Mariano, de “Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra”, “La cicatriz tan lejana de una herida tan interna: la ausente permanencia de los que murieron. Con el abuelo Mariano lo confirmo: muerto amado nunca deja de morir.” Nunca. Nunca. Siempre la infancia de la muerte,  ¿dónde ombligará la muerte?, ¿será dentro de algún color para el cual no tenemos ojos? Ya lo sabía el Tío Abstinencio, “En la pequeña aldea donde se había criado, el río había sido el cielo de su infancia. Pero, en el fondo, el azul nunca es un color exacto. Apenas un recuerdo, en nosotros, del agua que fuimos. Y hablando de agua, te digo que este hueco a donde estamos se ha puesto de pronto líquido, o viscoso. Ahora los frunces son espuma, los surcos, vientres de olas y los frunces, prevenciones de la orilla. Estamos listos para un nacimiento. Con nuestros muertitos a tiro, en un doblez.

 

ESTABLECIMIENTO DE REVISIÓN DE HERIDAS: INGRESE POR LA ENTRADA DEL ARTE.

couto17De pronto, la cosa se ha puesto más tensa, hay rasguños, en la piel de este sitio, pequeñas heridas que separan las alturas de los valles, lesiones que mochan las cimas, llagas profundas en el lugar de los lagos. Estamos dentro de una geografía extraña, desatados del paisaje, pero a la vez seducidos, casi provocados a la frase o al verso. ¿Qué alivio o religadura ofrece la escritura? La escritura (el arte, en general) aparece como la única salida posible para aproximarnos más los unos con los otros y dejar de ver las diferencias como una fuente de amenazas. Yo lo veo desde la experiencia traumática a que fuimos sometidos en Mozambique. Después de 16 años de guerra civil, era fácil estimular sospechas y conflictos. Bastaba reproducir la inercia de mirar a los otros (los de otro partido, o de otra región geográfica) como los culpables. Por esa razón, cuando se alcanzó la paz, en 1994, la primera reacción fue olvidar. La amnesia colectiva parecía ser la única respuesta para no volver a reabrir la caja de los fantasmas. Y fueron la  literatura, el teatro, la música y las artes plásticas las que dieron el primer paso en esa reconciliación más profunda con nosotros mismos. Los artistas mostraban que había un camino que permitía revisar esas heridas, sin intención de enumerar culpas. Ese tiempo sufrido tenía que volver a ser nuestro y el camino fue rehumanizar ese pasado convirtiéndolo en historias. Así reclama el hijo de “Tierra sonámbula”:Padre, ¿por qué nunca me mostraste cómo eras dentro de ti? —Tenía miedo, hijo. No  podía mostrar ese defecto y decir: ¡mira este corazón mío que nunca creció!” Así insiste “El Vuelo de los flamencos”: “Pero la tierra es un ser: le hace falta familia, ese telar de entreexistencias al que llamamos ternura”. La ternura, sí. Se ve en el modo en que esta orilla le reclama al horizonte de este sitio, en el modo en que coquetean caracoles y niños, almejas y escondites, las piedras con el viento. Eso, mientras el tejido va bien. Pero se sabe: de golpe se atora un punto, se  enreda una vuelta del ovillo o se entumecen las manos y, entonces, llegan las preguntas: “Otra cosa: usted pregunta demasiado. La verdad huye de tantas preguntas. -¿Cómo puedo tener respuestas si no pregunto? —¿Sabe lo que debería hacer? Contar su historia. Nosotros esperamos que ustedes, los blancos, nos cuenten sus historias. —¿Una historia? Yo no sé ninguna historia. —Claro que sabe, tiene que saber alguna. Hasta los muertos saben. Cuentan historias por boca de los vivos”.  ¡Una boca! ¡Eso, debemos andar dentro de una gran boca de tiempo, dentro de la boca de una preguntona eterna, que declara: Contar historias es un modo de cuestionar otras historias. Mucho de lo que entendemos por “científico”, mucho de lo que consideramos ser de dominio de la “realidad”, son construcciones ficcionales. Se trata de dejar que esas historias dialoguen sin la preocupación de negar o jerarquizar las diferentes versiones de la gran Historia o del mismo Mundo. 

Papa Ibra Tall
Papa Ibra Tall

CALLE DE DOBLE MANO, TRÁNSITO PESADO

Bue, te digo que Alicia la tenía más fácil. Cayó por un agujero y después se largó a la aventura. Por curiosa y juguetona, se hacía demasiado grande y después muy pequeña. Las cosas se le aparecían y de pronto se difuminaban, dejándola al borde de la siguiente apuesta. Pero acá el asunto es de presencias y ausencias mezcladas en los textos. En “El vuelo del flamenco “: El hueco que deja un tiro es como el óxido: nunca envejece. (…)El italiano miró el techo con expresión de pájaro en busca de un hueco en la jaula. Y en “Tierra sonámbula”: “Como todos los otros recuerdos que sólo me llegan en sueños. Parece que mi pasado y yo dormimos en tiempos alternados, uno naufragado mientras otro sigue viaje. Acá la cosa es de particiones, como le pasa al ferroviario de “Un río llamado tiempo…”, “El hombre regresó a la isla, pero una parte suya quedó para siempre en una estación ferroviaria a la espera del lento suspiro de los trenes”, a veces como  mundos alternados:Como todos los otros recuerdos que sólo me llegan en sueños. Parece que mi pasado y yo dormimos en tiempos alternados, uno naufragado mientras otro sigue viaje¿Cómo es esto de las ausencias entremezcladas con las presencias?: La única cosa verdadera en la ausencia y en la presencia es que ambas son construcciones ficcionales. Vivir entre dos culturas me ayudó a aprender a andar en la frontera, a pisar sobre el riesgo que las separa y que parece ser la misma línea que divide lo real de lo imaginario. Un test decisivo es cómo convivimos con nuestros muertos. Recientemente, cuando perdí a mis padres, me topé con todo lo que sería capaz de enfrentar con esa ausencia, tan bruta, tan irremediable. ¿Sería capaz (con mi formación agnóstica y científica) de lidiar con la muerte como otra forma de presencia? Hoy estoy seguro de que sí, que ese asunto está resuelto por la vía de una nostalgia. Porque quienes partieron, apenas viajaron para otra dimensión. Y esa dimensión está dentro de mí.

Pinturas, artistas africanos
Pinturas, artistas africanos

Ahora se ha puesto seca. Ya no es ombligo, ni pasa de uva, ni boca parlanchina. Se ha vuelto nuez. Si, con precaución, uno avanza un paso,  la huella exuda su jugo. Es el aceite que unge el nombre de los muertos en el camino. Nos agachamos lentamente y con ganas, queremos lamer ese líquido grasoso, queremos untarnos las manos, para que la memoria nos cuente un cuento, cuando abstinentes de padres, no nos podamos dormir.

 

LA CASITA DEL CAOS

Entonces,  ya estamos de paseo. Pero el trayecto se nos hace tan escarpado, que debemos descartar la opción de andar de turistas adentro de una nuez. Acá hay extremidades audaces como tentáculos, prolongaciones de territorio bañadas de altura y una enramada curtida en vientos, deslizándose sobre el suelo. Antes de caer en este sitio, leímos sobe esas raíces que crecen a nivel de superficie y se esparcen como tejidos de lana dura en busca de alguna piel. Rizomas se llaman. Bien mirados, tienen tantas tramas, que parecen ficción. Mía, ¿Las ficciones restablecen  continuidades entre temporalidades y espacialidades distintas?: Creo que la escritura apenas concede legitimidad a nuestra dimensión onírica. Lo que nos llega por vía de los sueños no está autorizado a acceder a la llamada “conciencia” después de filtrado, ordenado y reinterpretado. De otro modo, los sueños continúan siendo una emanación de algo oscuro, de una cueva cualquiera, donde vive el caos. El arte concede un pasaporte para que esas construcciones oníricas transiten a una dimensión más reconocidamente “humana”. Además de conectar culturas y tiempos, la poesía y la ficción literaria son puentes para llegar a nuestro mundo inconscientecouto165beb98db8991edda4029cd7a61b52fee

Inconsciente, ¡flor de inconscientes nosotros por haber caído en este lugar! Tanto conectar una cosa con la otra, algo bajo nuestros pies se puso a ondular. Cuando nos dimos cuenta, no era que ondulaba sino que animaleaba. Y, encima, lo hacía de cola. Cola de gato, cola de gato, debajo de tus zapatos…    Entonces, el gatito Pintalgato escudriñó por esa rendija oscura como si vislumbrase el abismo. Por detrás de ese resquicio, ¿qué es lo que vio? ¿Lo adivinan? (…) Lo que él vio fue un gato negro, enroscado desde el otro lado del mundo. ¿Y qué se puede leer en los animales?: En todas las culturas, los animales nos enseñan a ser humano. Existe, subyacente en nosotros, un recelo de percibir cuánto somos animales. Pero yo creo que sabemos de la fragilidad de las fronteras que distancian a las personas de los bichos. En los animales nos leemos a nosotros mismos, en ellos reconquistamos parentesco con esa totalidad que es la Vida entera. Cada criatura viva es la Vida entera.

Papa Iba Tall
Papa Iba Tall


PICARDÍAS DEL PAISAJE

Ya es evidente que, de este lado de las cosas, las causas y los efectos juegan a una ronda perpetua, donde el meneo de los árboles marca el ritmo en que ondea tu cabellera, el romance entre la arena y el mar repercute en la adoración entre ojales y botones y el fin del día es un alivio de luz, que hace eco en la libertad del zapato, cuando se descarga del pie. Las huellas del paisaje en los hombres y las huellas de los hombres en el paisaje: El paisaje nunca es un escenario. La tierra, los ríos, el mar, las montañas no son cosas. Poseen alma. Son tan personajes como las personas que conducen la trama de la historia. ¿Y la relación de lenguaje poético con la ausencia? Yo creo que no será siempre correcto llamar ausencia a aquello que puede ser simplemente una cierta dificultad de ver y de escuchar. Quiero decir,  ver u oír son cosas que se aprenden. Nuestros sentidos no son simples cajas de registro, son afinados de acuerdo a los patrones de la cultura. 

Igor Morski
Igor Morski

Y así como el paisaje juguetea en adherencias con los seres, las lecturas contraatacan sus ecos en la memoria. Llegan en un vuelo de flamencos, donde el  paisaje se había mestizado con tristezas nunca vistas, con colores que se pegaban a la boca. Eran colores sucios, tan sucios que habían perdido toda levedad,  olvidados de la osadía de levantar alas por lo azul. Aquí, el cielo se había vuelto imposible. Y los vivientes se acostumbraron al suelo, con resignado aprendizaje de la muerte” O, dentro del río llamado tiempo,La voz grave de Dulcineusa vuelve más pequeña a la habitación.” Por no hablar de las cosas que ocurren desde “el balcón de Frangipiani”: “Mi memoria es una tumba donde yo me voy enterrando a mí misma. Mis recuerdos son seres muertos, sepultados no en tierra sino en agua. Revuelvo esa agua y todo se enrojece.”


EXPULSADOS DE LA PÁGINA

Ahora todo se ha vuelto un solo pliegue, un pequeño cordón de ninguna vereda. Caminamos muy lentamente y sin mirar hacia los costados, por miedo a caer en la nada. Hasta que agotamos. Por primera vez advertimos que el terror cansa: “Descansó para ajustar lo real con la realidad. No obstante, la liviandad lo invadía cada vez más. Lo asaltó una visión repentina: volaba, cruzaba los cielos con otros hombres que, en nubes lejanas, también llevaban libros bajo los brazos. Y pensó: esos escritos estaban hechizados. Razón de más para transformarlos en nada. Queríamos continuar, pero “Mi voluntad estaba pegajosa, mis querencias estaban atascadas en el matope. Sí, yo podía partir de Mozambique. Pero nunca podría partir hacia una nueva vida ¿Soy qué cosa, un resto de nada?” El sendero era tan angosto que comenzamos a sospechar que nuestros propios cuerpos se habían adelgazado para caber en el capricho del camino: En caso de que reocupara mi propio cuerpo yo solo sería visible por la parte de enfrente. Visto por detrás no pasaría de agujero de hueco. Un vacío. ¿Cuánto desconocen tus personajes sus propios cuerpos?  Tal vez esos personajes se conozcan. Pero yo no los veo con cuerpo. Yo no los veo. Apenas escucho. Su materialidad está en la voz. Me ocurre cuando leo un poema o un texto que me encanta. Dejo de “leer”, soy expulsado de la página.  Es necesaria esa relación abierta, esa medio ceguera para poder verme a mí mismo. Y justo en la penumbra, cuando parecía que ya no podríamos ajustarnos a tantas estrecheces, algo se abrió ante nosotros.

 

Ben Goossens
Ben Goossens

SALITA PARA DEJAR DE SER

Y así salidos del margen, sentimos ganas de escribir. Otra vez regresaron las lecturas de Couto a acompañar el tiempo. Y le preguntamos: La irrupción del abismo, la nada y el vacío, dentro de lo aparentemente familiar y cotidiano, aparecen de forma  recurrente en tus textos. ¿Son ellos también, cicatriz, ombligo? Creo que siempre es un falso abismo, una falsa nada, un vacío mentiroso, como bien se formula en la pregunta. Yo necesito perder familiaridades con lo que me es más próximo para desnaturalizar lo que parece heredado. Esa extrañeza es fundamental para reconquistar una nueva proximidad con mi propio idioma, mi lugar, con mi modo adquirido de pensar. Me parece fundamental aprender a dejar de ser. Cada tanto, precisamos de ese “desmayo” existencial para poder mirar un mundo hecho de infinitos mundos. “Sin embargo, los ríos no se bastaban a sí mismos. Les hacía falta el mar, el lugar infinito” ¿Y qué es el río? ”El río es una serpiente que tiene la boca en la lluvia y la cola en el mar”.

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INNOMBRADA Y REDONDITA

Entonces, ni pasa de uva ni cordón de la vereda, ni nuez, ni audacia de raíz, ni abismo, ¿o estamos en un sitio todo a la vez? No sabemos rezar, pero late algo sagrado. La relación de lo finito con la infinitud, ¿es un modo laico de religión?: Aprendí mucho con la religión dominante entre los mozambiqueños. Esa religión africana no posee siquiera un nombre que le haga justicia. Algunas veces, es designada como “animista”, otras veces, como “cultos de los antepasados”. Ninguno de esos modos de nombrar es correcto. En un principio, pensé que la ausencia de nombre sería un problema. Ahora, creo que es ventajoso tener una religión que está por ser categorizada. Así, el “sentimiento de mundo” se puede mover y ajustar en el tiempo sin tener que dar cuenta a las llamadas autoridades divinas. Esa religión – que es, de hecho, una cosmovisión- entiende al tiempo de modo circular. No tiene sentido buscar un principio y un fin. Una de las grandes cuestiones metafísicas es el origen del mundo. Para esta otra cosmogonía, esa cuestión no tiene sentido. El mundo siempre existió. Y no es apenas una relación con el tiempo lo que se presenta diverso. Es el modo en que se confiere espiritualidad de modo amplio: no son apenas los humanos. Los bichos y las plantas Son entidades con alma. No interesa procurar rigor de esta otra percepción. Pero ayuda a descentrarnos, a ser más los otros. En la cosmogonía en la que vivo. No existen los términos “criatura” y “creación” en el sentido que construyeron las concepciones y las lenguas europeas. Esas creaciones están sucediendo sin cesar, el mundo está siempre en flagrante nacimiento. La palabra se puede tornar presente, pero no crear, en el sentido que nosotros atribuimos al acto de inauguración absoluta. La palabra o la invocación de los nombres autorizan a que se transite de dimensión. Los muertos ganan dimensión de vida compartida cuando son invocados.

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Ahora, de verdad parece una casa, una casita sin techo, en perpetua construcción. Y abierta la ventana, no podemos sino mirar, al menos echar una ojeadita montados en alguna ola pasajera. Sabiéndonos huérfanos desde el inicio, trastocar el mal  con costuras, con reparaciones del vientre y extrañas albañilerías. Porque, ¿qué es si no, una casa?: Un lugar donde puedo volver a nacer, donde puedo no solo soñar, sino ser soñado. Lo que importa no es la casa donde vivimos, importa dónde la casa vive en nosotros. Esa casa es infinita. Es un lugar de infancia que nunca termina

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PREDECIR EL PASADO, RECORDAR EL FUTURO

Un lugar donde la casa vive en nosotros, un lugar donde la casa vive en nosotros”… Entonces, la orfandad de la que hablábamos al principio, ¿vuelve inútil la advertencia de todo presagio?: Los malos augurios no surgen por razones “mágicas” o por simple superstición. La persona se torna vulnerable cuando recibe indicaciones de desarmonía social o de desequilibrio cósmico. Una vez más, no cabe juzgar esas percepciones. Ellas traducen otro modo de construir la felicidad que deriva de la construcción de armonía y no de dominio. Esa sintonía implica saber ver otras dimensiones. Es construir diálogos con lo que no es inmediato ni aparente. El lugar de los muertos es algo que me fascina de esa cultura rural dominante en Mozambique. Los muertos no mueren nunca. Eso es común en casi todas las otras cosmogonía. Pero en ese caso, los muertos no solo se retiran de la vida, continúan influenciando lo cotidiano. Y de a ratos pienso que vinimos a dar aquí para limpiarnos del calendario, para sacudirnos el hastío de las cronologías y poder oír el derrumbe de algunos vientos:“Pasa sin cantar. Un frío me golpea. Todavía recuerdo el mal presagio que entraña el silencio del mangondzwane. Algo grave estaría por ocurrir en el pueblo.” En otros momentos,  creo que el tiempo acá se siente  más enlodado, bien sucio del barro de la historia, “Pero la miseria de Luar-do-Chão era, para el sacerdote, apenas un anticipo de lo que ocurriría con las naciones ricas. ¿La violencia de los atentados en las grandes capitales? Para él no era más que un presagio. No era solo que moría gente inocente. Era el colapso de todo un modo de vivir. Era una lástima que no hubiera una creencia donde refugiarse, como había hecho Fulano Malta veinte años atrás. Y en  “Tierra sonámbula” resuena: ¿Qué es lo que hace caminar al camino? Es  el sueño. Mientras la gente sueñe, el camino permanecerá vivo. Es  para eso para lo que sirven los caminos, para hacernos parientes del futuro”: las sociedades rurales (que habitan y son habitadas por mis historias) autorizan formas diversas para llegar al conocimiento. El sueño y el trance son dos de esas vías de acceso al saber. Esas voces que nos ocupan, nos encuentran completamente disponibles. Todo nuestro cuerpo está desocupado para dar guarida a esos que nos llegan por vía del sueño o de la posesión. No me parece que un escritor tenga que procurar saber la verdad científica de esos caminos de la relación con lo invisible. Él tiene que estar abierto. Debe dejarse poseer por aquello que no sabe. Debe perder el miedo de aquello que ignora.

Sarolta Bn
Sarolta Bn


AHOGADOS POR LOS MÁRGENES DE UN RÍO

Entre heridas y arrugas, esta nuez fue exquisita. Como pasa de uva, resultó una fruta deliciosa. En cuanto camino, se ofreció fuerte y  frágil : a veces, acogedor, como puerta de infancia y otras veces violento como el andar de un hueso anciano, entre indolencias, omisiones, abandonos sutiles. Nosotros tenemos que salir de este sitio, dejar de mirarnos el ombligo, porque la casa grande del mundo está llena de violencias sutiles, y ese es el tema de este camino anartista: Hay violencias no proclamadas que conducen a la  deshumanización. Hay una violencia en la exhibición de la miseria, pero hay una violencia todavía más grave en esconderla; peor todavía, banalizarla de modo que no nos conmueva. Hay una ceguera construida, de la que da cuenta José Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera”. Bertolt Brecht escribió sobre esa forma invertida de medir la violencia. Algo que no hay modo de resumir mejor: Todos dicen que es violento el río que todo arrastra; pero nadie dice que son violentos los márgenes que lo comprimen.

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Vladimir Kush

 

Y que sea lo que tenga que ser. Animal vuelto paisaje, loba nutricia, cola de gato que apunta al origen. Pero si vamos a nacer, que sea de ombligo. Pero, si vamos a nacer, mejor hacer silencio, así, tal vez escuchemos la voz de nuestro primer gemido. O, quizás, podamos sentir el andar del trazo que escribe por primera vez el vínculo entre nosotros y nuestro nombre. Y, para vos, Mia, ¿cuál es la importancia del silencio en tu escritura?, ¿cómo se escriben silencios?: De algún modo, el silencio – de patente importancia en toda mi escritura- es una ilusión. Primero, debe ser dicho en plural. Hay silencios diversos, cada uno de ellos oculta diferentes voces. Cuando estoy en Europa noto cierta incomodidad cuando, en un grupo, se instala un silencio. Rápidamente, alguno de los presentes comienza a hablar, lleva la conversación a lugares banales. Es como si hubiese un vació que hay que llenar con urgencia. En las sociedades africanas no existe esa incomodidad. Para que no haya ausencia, en los silencios alguien habla. Este tema está tratado, sobre todo, en mi novela “El afinador de silencios” hay un chico llamado por el padre para afinar los silencios en que pretende bucear con el mismo deleite de quien escucha la lograda armonía de una sinfonía.

 

POSDATA

Todo transcurriendo como un incendio. Nacía, así, el primer poniente. Cuando el flamenco se extinguió, la noche se estrenó en aquella tierra. Era el punto final. Al oscurecer, la voz de mi madre se desvaneció. Miré el poniente y vi a las aves cargando el sol, empujando el día hacia otros más allá”. Qué te puedo decir, Mia. Nada para preguntar. Sólo  me recordó enormemente a nuestro Arnaldo Calveyra: ¡Qué bella revelación, que inspiración encontré en sus versos! ¡Muchas gracias por la relación!

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Era así nomás, ni Alicia ni el país de las maravillas. Simplemente, umbilical.

 

Mirna, el agujero más grande construído por el ser humano.
Mirna, el agujero más grande construído por el ser humano.

 

(*)Todas las citas en cursiva, negrita y entre comillas, son fragmentos de novelas de Mia Couto

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