Reflexiones acerca de la miseria: Sobre la película de Ana Asencio “Most Beautiful Island”

Por Pablo Arahuete

NADIE NOS MIRA

Las dos Torres Gemelas se derrumbaban un mes después que Ana Asencio, actriz española, llegara a la idílica Nueva York en busca de su “american dream” personal. Tal vez la desesperación entre el polvo, la arrogancia, atragantada, de una sociedad bastante ombliguista y criada bajo las leyes de un imperio, convencieron por unos segundos a la joven española de que ese sueño de la tolerancia entre distintos podía llegar a ser posible. En esos días de duelo, en la calle, ya no se miraba al otro con desconfianza, con aquellos ojos de prejuicio, sino desde un estado un tanto más humano. Pero el sueño de Ana y el de miles de inmigrantes como ella duró muy poco y todo volvió a la normalidad en New York. La normalidad fagocitadora que rige en esa Manhattan. Allí, entre la muchedumbre, se destaca Ana, apurada y sin negar su condición de extranjera ni la etiqueta tatuada de inmigrante en tierra de norteamericanos, que se sienten superiores y no desean compartir su “american dream”.

Saraceno, Bienal de Venecia
Saraceno, Bienal de Venecia

En Manhattan la pobreza no se ve, las calles sucias exhiben la mugre de la fiebre consumista y no la de la miseria y la carencia. Aquí, las trampas del lenguaje a veces decretan por dónde pasa la carencia y quién es miserable. Ana quiere encajar, pero es una pieza desechable para esa maquinaria capitalista, que solamente la busca para el trabajo sucio. De todas formas, a ella no le importa pagar su derecho de piso y acepta cualquier cosa que le permita sobrevivir. Vaya a saber qué talento esconde en esa mezcla de vergüenza y servilismo para perseverar por ese anhelado sueño.

METAMORFOSEADA

La catarsis es la mejor consejera para contar la verdadera historia de Ana Asencio (nacida en 1978), llegada a la tierra del tío Sam y del abuelo Trump, no por necesidad sino en plan de fuga del confort español. Romper la burbuja del bienestar madrileño y desechar papeles poco interesantes en televisión fueron algunos de los motivos que la impulsaron a probar suerte en 2001 y a encontrarse, bolso en mano -ni siquiera valija-, en territorio yanqui y sumamente hostil. Su experiencia de inmigrante en Nueva York se sumó a la de miles de chicas de Europa del este, asiáticas y latinoamericanas. Simplemente, había que sonreír, hablar en inglés y aceptar las condiciones de trabajos esporádicos: niñera de niños malcriados, camarera para servir cervezas y chuletas o vestirse de pollo y bailar en medio de la multitud, que ríe de abulia y patetismo. Ese fue el detonante de una anécdota que, en esa metamorfosis de la angustia, la falta de amigos en una urbe atestada de indiferencia decantó en un guión para una película. Irónicamente, termina por tomar el nombre de uno de los carteles que Manhattan impone desde su postal de la autosuficiencia “Most Beautiful Island”.

Arachnid orquesta weaves, Tomas Saraceno

El film de Ana Asencio, protagonizado y dirigido por ella misma, fue galardonado en festivales independientes de prestigio, como el de Austin (Texas). Luego e insólitamente, fue exhibido con éxito en el festival de cine fantástico y de terror de Sitges, tal vez por tratarse de una española que regresaba con una película bajo el brazo a su tierra natal. A decir verdad, su historia no tiene visos de fantasía, aunque la palabra terror le cae como anillo al dedo.

NEW YORK, NEW YORK

25519792_10213363543317538_669442804_nLa primera sensación que transmite esta ópera prima es la de supervivencia bajo las luces de neón. La ciudad que nunca duerme se alimenta de los sueños ajenos y ese monstruo encuentra sus mejores acólitos en un grupo de burgueses que se deleitan en una fiesta privada. Apuestan por las chicas, quienes aguardan -como Ana- en un pasillo, vestidas de fiesta y con una carterita que no tienen permiso de abrir. Están ahí, solas, maquilladas al modo de damas de compañía en una fría noche. Permanecen ahí, con los ropajes del pasado a cuestas y la inestable camaradería que genera la falta de solidaridad cuando se trata de sobrevivir entre parias de tacos altos. De repente, una puerta se abre y el silencio corta la respiración. La cartera o la caja de pandora aguardan expectantes, mientras un grupo de señoras y señores bien vestidos se dirige hacia ellas. Las miran con desdén y las estudian desde su opulencia. Un mercado clandestino oferta a la demanda, una vitrina de desesperación que, por 2.000 dólares en un solo día, se dispone a la entrega de cualquier cosa. No se elige a la más linda, porque la belleza física aburre. No se elige a la mejor, sino a la que deja escapar el miedo pero juega a la vez el rol de chica todoterreno, capaz de bancarse lo que venga. La madama de turno las toca, las huele y las tantea antes de llevarse a la elegida a otra habitación.

pabloara4 Odile Redon, crying-spider
Crying-spider, Odile Redon

La espera se hace insostenible y Ana se arrepiente de haber tomado el atajo del dinero rápido, ese camino alcanzable pero arriesgado, cuando no se conoce a nadie, sobre todo, en tierras extrañas. A esa altura, la prostitución es un lujo porque se trata de una transacción entre amo y esclavo. Sin embargo, algunas de la fila parecen haber estado en otro momento en esa misma situación que Ana. La pregunta es por qué volver. En un lapso, donde el arrepentimiento comienza a traer recuerdos más felices que los vividos en la rutina de New York, Ana logra configurarse que esos tipos que no la dejan salir también son iguales a ella: serviles para los miserables. Apenas audible, el grito de una chica es el único que encuentra la salida en esa prisión subterránea, reducto de placeres extraños de aquellos que no renuncian a sus caprichos, a centímetros de la calle y la luz. A la que gritó en la habitación velada a los ojos de Ana le pagan su premio convenido, seguramente hoy se pueda dar el lujo de comer sin esperar que la inviten. La conducen a la salida, trastabilla con esos tacos conseguidos o robados a las apuradas, para formar parte de ese selecto ritual de la perversión, con sponsors importantes.

A la madama se le rebela una oveja del rebaño y, entonces, aplica el verticalismo ante sus subordinados y la disciplina con las chicas llega de inmediato. Es el turno de Ana y la caja de pandora finalmente se abre.

PERTENECER TIENE SUS PRIVILEGIOS

25564723_10213363543397540_2127175124Ana ya no sueña, simplemente, resiste en una pecera transparente. Desnuda, boca abajo y con una araña venenosa, la belleza exótica que excita a hombres y mujeres con su acto de poder, se desliza desde su espalda hasta las nalgas. Cada paso de la araña es un cuadrado de la telaraña que asfixia en ese cubo abandonado a los ojos de los que observan, deseantes de que la araña haga lo que debe hacer. Un reloj de arena desgrana cada segundo como un desecho de persona, un zombi que anda por esas calles de Manhattan. El sudor y la lágrima empañan los vidrios de la pecera a escala, pero los ojos de Ana se humedecen de tristeza en una lenta y progresiva marcha de los humillados y ofendidos.

El tejido social es la trampa que envuelve y la araña camina en el desierto poroso para decidir cuándo actuar. Otro capítulo, otra viñeta triste del “american dream”.

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La araña, Louise Bourgeois

 

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