Reflexiones acerca de la miseria: sobre tres libros y un recital que se coló en esta nota.

Por Ramiro Gallardo.

Termino de leer “Las primas”, de Aurora Venturini, y la sensación de angustia mezclada con primavera trae a mi memoria aquel libro que escribió mi papá en 1952, tirado sobre una cama para pobres, rodeado de pobres, pobres tuberculosos moribundos, y que también terminé de leer hace unos días.

“Mis hijos van a leerme una vez muerto”, solía repetir mi viejo.

El tercer libro lo escribió un amigo y también está repleto de seres grotescos.

 

UN HILO MUY FINO O UNA RED DEMASIADO DÉBIL.

La protagonista del libro de Aurora Venturini se llama Yuna y es, probablemente, disléxica. Como el relato está escrito en primera persona y Yuna tiene serios problemas de lenguaje, a cada momento, recurre al diccionario. La rodean seres enfermos y deformes, personajes muy oscuros, no se salva nadie: si no acarrean alguna enfermedad o malformación, son monstruosos por dentro. Como ese profesor que, al principio, parece piola y termina por embarazar a la hermana deficiente, la adolescente con tres años de edad mental,  a quien no puede retener. No sé por qué Aurora habrá escrito esta novela, no la conozco, no leí reseñas o ninguna otra cosa de ella. Solo sé que, al llegar al final, se me ocurrió tejer una red, con hilos muy delgados,  entre su relato y dos libros más.

“Capacidades diferentes lo escribió un amigo, Sergio Zicovich Wilson, y también está repleto de desgraciados.  Por esa razón lo incluyo en esta trilogía. Pero, ¿cuál es el motivo de esta nota? ¿Escribir una reseña acerca de tres libros que, de alguna manera, se conectan? Por supuesto que no. Probablemente, se trate de una excusa para darme el gusto de cerrar con un poema de “Hombre caído. Un poema, una de las cosas más lindas que escribió mi viejo. También una de las más tristes. Cuando lo leí, finalmente, entendí qué es esto de la poesía. Toda mi infancia y adolescencia rodeado de escritores y nunca logré saber de qué se trataba. Hasta este libro. Hasta este poema.

Pero volvamos al libro de Sergio, que lamentablemente no está publicado. Un grupo de tullidos y seres  llenos de desdicha secuestra a la hija de un empresario de zona norte. La yunta de lisiados está compuesta por un ciego bíblico, un boxeador travesti sordomudo, un paralítico heavy metal, su ex novia renga y tuerta y una mogólica lazarillo o hija o amante del ciego. Los dirige un cana machista y golpeador, que termina culeado por el travelo. En la punta de la pirámidem un comisario cinéfilo que se cree vivísimo.

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Diario La Razón, 3 de junio de 2004.

Por supuesto, como en un buen policial, se cumple la regla de que algo sale mal, aunque en este relato disparatado prácticamente TODO sale mal. No hace falta que el bandido tropiece con el perrito justo cuando estaba por subir al avión y que salgan volando todos los dólares[1]. O que un integrante de la banda le regale un anillo robado a la prostituta que quiere seducir[2]. En esta novela todo se hace para el orto y, sin embargo, la trama avanza. La escena del secuestro, muy cinematográfica, es un desastre.  De cualquier forma, el paralítico logra llevarse a la pendeja:

“El auto no llegaba. No sabían que había quedado varado por el choque que habían oído. Apenas un roce, en realidad, pero una oportunidad para que los que manejaban se enfrascaran en una discusión tan inútil como interminable con sus autos bloqueando la calle. Algunas caras ya aparecían en las ventanas, curiosas por el jaleo que, ese anochecer, alteraba a una calle usualmente serena como un cementerio. Tras una breve vacilación, el Harley y Manuela cruzaron una mirada de acuerdo y, sin más, el paralítico se largó rodando calle abajo con Bernarda encima. La fuerte pendiente de la barranca lo hizo alcanzar velocidad inmediatamente. Manuela corrió a su lado hasta la esquina. Doblaron en direcciones opuestas y se alejaron.

El Harley -exultante por la velocidad que le regalaba un pobre remedo de su época de motoquero- frenaba, avanzaba y doblaba las esquinas en una rueda y, al mismo tiempo, hablaba por teléfono con Poli, explicándole la situación. Se pusieron de acuerdo y, unos minutos después, Poli los recogió a varias cuadras.”

La idea surgió de la mente retorcida de Sergio, pero contó con la siempre bien dispuesta colaboración de la realidad. Unas cuantas noticias del diario, como él mismo dice, lo “iluminaron”. Las dos que acá aparecen pueden verse reflejadas en los capítulos “La gran oportunidad de otro Charles Bronson” y en “Lo nuestro es el deporte”.

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Diario La Nación, viernes 6 de febrero de 2004.

 

PALO PANDOLFO EN EL CLUB TUCUMÁN, DE QUILMES

Mientras la red se iba tejiendo, con este texto a medio camino, se me ocurrió ir a un recital de Palo Pandolfo. Tocaba en Quilmes. De yapa, podía escuchar a  “Las Manos de Filipi”. Cuando salí del recital agarré el teléfono y grabé algunos audios, para no olvidar ciertos detalles. En ese momento ya sabía que Palo se había colado en esta nota.

La noche arrancó con un paralítico y terminó con una operación de hernia.

El recital estaba anunciado a las 22.30, fui con un amigo, Jorge. Como no confiábamos en la puntualidad de Palo, llegamos media hora tarde. Poca gente en la vereda, nos acercamos al tipo que cuidaba la entrada y nos dijo que todavía faltaba, estaban tocando “Peligrosos Gorriones”.  Opa, un continuado, pensé. Cruzamos hacia un kiosco y regresamos cerveza en mano. Por estas latitudes no hace falta ir a un bar si querés tomar una bebida con alcohol pasadas las 10 de la noche. Todavía se conservan algunas buenas costumbres (como decía el Flaco, “no todo tiempo pasado fue mejor”). Así que ahí estábamos, compartiendo la vereda junto a unas 7 u 8 personas que esperaban como nosotros. En eso llegó un pequeño tumulto de gente, decían figurar en una lista de diez invitados. Serían unos quince. Tras una breve discusión, el grupo se ordenó en fila india. A la cabeza, un viejo con muletas.

Lo de viejo es un decir, una especie de auto-salvataje: hasta ese momento, los jovatos éramos Jorge y yo. El resto, alta pendejada. La aparición de este tipo, de unos 50 y pico pirulos, nos ponía -o eso pretendimos- del lado del divino tesoro.

El viejo, muleta en mano, al frente de la fila de la lista de invitados. Por supuesto, lo dejaron pasar: no se niega la entrada a un viejo con muletas que dice estar en una lista. El salón estaba en un segundo piso por escalera, eso lo supe después. Y, mientras subía, pensaba en  cuánto le habría costado al viejo llegar. Pero volvamos a la vereda y a la fila. Entró un fotógrafo. De la lista, quedaban ocho. Uno, un pibe alto, grandote, con gorrita al mejor estilo wachiturro, recibió de una piba una lata de cerveza a medio empezar: no voy a llegar a tomarla, le dijo. El pibe, que también tenía su propia lata, apuró el trago. No se permite el ingreso con bebidas alcohólicas. Pero, como no llegó a liquidarlas, se nos acercó y, adelantando ambos brazos, ofreció las latas a medio empezar. Re llenas y bien frías. Un pibe agarró al toque y otro, a mi lado, aceptó la segunda. Pero, cuando ya la rozaba el grandote, se arrepintió y se la sacó. Perdón: esta, mejor para mi viejo. Besó la lata y arrojó el contenido a la cuneta. Mientras la cerveza resbalaba hacia un sumidero, el pibe se santiguó y miró hacia el cielo. Para vos, viejo.

Ya adentro, descubrí que la cosa arrancaba con una tercera banda, local: “Los Pacientes”. Un viejo canchero bailaba con un trago en una mano y un teléfono en la otra. Estaba filmando. Jeans achupinados, camiseta ajustada y zapatillas tipo All Star.  Algo me llamaba la atención, pero no llegué a dilucidar qué. ¿Era el tipo de la fila? ¿Dónde estaban las muletas? Se lo comenté a Jorge y una obsesión repentina se apoderó de mí. Tenía que encontrar las muletas. No podía regresar a casa sin saber dónde estaban las muletas.

El lugar era chico, contamos unas doscientas personas con toda la furia. No había otro viejo. No había muletas.

Salió Palo con “La Hermandad”. Contrariamente a lo que suponía, Palo era la segunda banda, el plato fuerte serían “Las Manos”. Todas las luces para “Cabra y su pandilla”.  Ya era la una de la madrugada y sentí que volví a ser un pibe, cuando iba a ver a “Los Visitantes” al Bar Bolivia o al Parakultural, a los “Redondos”, al Santa Lucía de Florencio Varela, o a “Cabra”, en la esquina de Diagonal y Florida. Sonaba “Tazas de té chino” y bailé como loco. Jorge también, los dos cuarentones, a full. Un par de pendejas con medias de red nos sacaban fotos. ¿Les  habrá causado gracia ver a dos tipos grandes, saltar desaforados al son de un hit de los 80´? Dos especímenes de aquellos tiempos, habrán pensado. Dos viejos con onda.

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Palo Pandolfo y la Hermandad en el Club Tucumán de Quilmes.

Palo pasó por lo mejor de su repertorio, sonaron todos sus éxitos. Un pendejo que llevaba una camiseta de Miguel Abuelo subió al escenario, le robó el micrófono al del bajo y cantó “Antojo”, a capela con Palo.

“Te estoy esperando ansiosamente
No puedo creer que me estés fallando.
¿Por qué no venís ya? Vení pronto, que estoy perfumado, estoy picante.”

Una pelea y unos cuantos borrachos completaron la noche. Llegados al final, Palo abrió su camisa, se levantó la remera y mostró una faja azul. “La semana pasada me operaron de la hernia. Está todo bien. Muchas gracias a todos”. Corrió un poco la faja para que se viera su torso vendado, un pedazo de momia, cuando el público pidió una más y la banda arrancó con el bis, cosa que impidió que Palo acomodara las cosas como estaban. Tocó el último tema con la faja azul y las vendas a la vista.

Mientras salíamos, tras el recital de “Las Manos de Filipi”, vimos irse al viejo. Iba lo más pancho por el Boulevard Varela camino a su casa, o andá a saber dónde.  Eran apenas las 4 de la mañana. Llevaba su muleta colgada de la espalda.

 

HOMBRE CAÍDO

En la España de 1953, caer internado en un sanatorio para tuberculosos era una sentencia segura de muerte. Si, además eras pobre, el panorama resultaba mucho peor. Y ahí estaba mi viejo, José Carlos, con 38 años y una incipiente carrera como poeta. “Hombre caído es el fruto de aquella experiencia. “Entré para morir y salí con el libro bajo el brazo”. Fue siempre su poemario más querido, probablemente, lo mejor que escribió. Es curiosoe, de todos sus libros, es el único que no está en mi biblioteca. Nunca hubo muchos ejemplares. Uno lo tiene mi mamá, se lo regaló Paco Izquierdo a mi papá, en 1984. Lo tengo ahora entre mis manos: “Don José, después de tres años tirados en busca de este ejemplar, y cuando ya lo daba por desaparecido…” La dedicatoria de otro poeta está dirigida a mi viejo en un libro escrito por él, cosa rara. Nunca entendí esto de la poesía, hasta ahora. Hasta que leí uno de los poemas de este libro. “Otoño del 53 (Poema para leerse lejos).”

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Lectura de poemas de José Carlos Gallardo en Granada, años 50´

No sé por qué, cada vez que lo leo me cae una lágrima. Probé, acaso para exorcizarme, acaso para llorar más, transcribir unos versos en un cuaderno, con lapicera. Como antes, cuando se escribía a mano.

Como antes cuando no sabía qué era esto de la poesía. Sigo sin saberlo, y ahora creo que justamente de eso se trata. “Recuerdo que vivir era besar, / y dinero, y tabaco, y la ciudad. / Vivir era tener una mujer cada día / y un dinero, también, cada momento. / Estar acompañado…” Cuando mi viejo escribía esto ya le habían dado la extremaunción. En un viejo hospital de Granada, en una sala para tuberculosos con 20 camas con 20 futuros muertos, le pedía papel y tinta a la monja que los cuidaba y escribía sobre la muerte con la sangre que le brotaba de la boca.

Acaso un día, esté escuchando / cómo se para todo en el camino, / cómo se callan las muchachas, y / cómo la vida arría el movimiento.
cómo me tiran a la tierra para / definitivamente irme olvidando. / …cómo se cierra / el mundo sobre el hombre…

Eloísa Cartonera organiza, cada tanto, unas charlas con escritores. Se titulan “¿Qué es la poesía?”. Nunca fui, pero la pregunta me resulta disparadora. Después de leer este libro, me doy cuenta: en realidad, siempre supe la respuesta. La poesía es no entender qué es la poesía, no saber  del todo qué quiso decir el poeta, no poder explicar por qué me caen estas lágrimas.

04 lectura en Buenos Aires 2004
Lectura de poemas de José Carlos Gallardo en Buenos Aires, 30 de agosto de 2004

Mi viejo se despidió de los recitales en 2007, en un salón del primer piso de “El gato negro”. Leyó, entre otras cosas, algún poema de “Hombre Caído”. Leía increíblemente bien, pero esa fue una de sus peores noches: se trababa, emocionado, ante algunos versos. Tal vez fue justo por eso una gran lectura.

Alguien, al terminar el recital, se robó el libro, justo ese libro. Quisiera que lo devuelva, me gustaría tenerlo en mi biblioteca.

 

OTOÑO DEL 53
(POEMA PARA LEERSE LEJOS)

Yo no sé quién me ha dicho que era Otoño
y que las playas se han quedado solas.
(Octubre es un pulmón del tiempo. El otro pulmón está en Abril).
Y por eso se caen las hojas, ahora,
como se cae la sangre desde algunos hombres.
Sólo porque es Octubre.
Otoño.
Porque la vida busca su última calle
y se retira, como un perro apedreado.
Sólo porque es Otoño.
Octubre.

Debemos procurar no andar descalzos.
(Octubre pone el suelo frío);
ni abrir la boca cuando salgamos del amor,
(Octubre tiene el aire frío);
ni soñar con el alma destapada,
(Octubre tiene noches frías);
ni vivir como viven los demás,
(Octubre tiene muertes frías).

Otoño.
Sólo porque es Octubre,
porque la sangre se deshoja, y cae.

Pienso en el día trece de septiembre.
Pienso en mi juventud conteniendo las ramas
de los árboles
para que no cayera ni una hoja,
para que no bajase ni una sangre,
sólo porque era Otoño.
Octubre.

Pero miro hacia ti, que tienes la Primavera
-¡antorcha, olor, ventana, corazón!-
encendida en la mano,
y me olvido de todo este silencio
tendido de cama a cama,
de hombre a hombre, de una tristeza a otra tristeza
porque estás en Abril,
¡Primavera!
Y no es el golpe ya de un cuerpo duro
que se quedó amarillo, como un árbol
dentro de Octubre.
Es el ponerse en pié
y alcanzar a tu mano,
solo por la ventana, amor, por la ventana,
para asomarme de una vez al mundo
y verlo desde ti
antes, amor, de que las hojas caigan;
antes, amor, de que los labios digan “es Octubre”.

Otoño.

 

[1] En alusión a la película de Stanley Kubric, “The killing”, 1956.

[2] En alusión a la película de Jules Dassin, “Rififí”, 1955

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1 Comentario

  1. Rami, el último año de tu padre tuve la suerte de estar muy cerca de el ,venia a escribir al ciber y cuando no podía venir me llamaba por tel ,para que le leyera sus correos, me enseño muchas cosas, y comenzamos una linda amistad y que guardo muy intimamente un sólido recuerdo.
    Es la primera vez que lo hago público.

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