NGÜMAN(1)

Dice “El cordillerano” de Bariloche que la luna está en su apogeo cuando logra su mayor distancia con la tierra. A nivel del cielo, las ventajas de la lejanía no resultan novedad. “El secreto del infinito es la distancia”, titilan todas las noches las estrellas.

Hace poco hubo una luna llena sobre el Nahuel Huapi que interpelaba a todas las cortinas: ninguna se atrevió a permanecer cerrada. “Cuyen”(2) estaba tan a mano y, sin embargo, tan distante. Desde esa posición, su luz goteaba escritura sobre la superficie del agua. Y, entonces, recordé las lágrimas de Nelio. Nelio trabaja en un hotel de Bariloche, en la zona de Mitre “alpina”, allí donde la calle empinada le recuerda al caminante las formas primeras del terreno bajo el asfalto.

El día en que conversé con él por primera vez no había sido muy bueno para mí. Furiosa, entré a la recepción del hotel.

-¿Cómo le va?- me siguió Nelio con la voz, mientras mis pies iban a los trancos hacia el ascensor.

Vaya a saber qué vértice de toda la tarde le conté. Segura estoy de haberle mencionado el puesto vacío, donde Santiago Maldonado solía armar su espacio de tatuajes. Sin dudas, le hablé del kiosquero de enfrente quien, aparte de cobrarte todo al doble que en el súper, opinaba que Rafael Nahuel era un conocido delincuente de la zona, ¿y qué hacía con los mapuches?, ¿eh?, ¿eh?

Nelio refugió su mirada en el celular, como hacemos muchos cuando queremos darnos un tiempo para reponernos del estupor o la sorpresa. Eso creí que hacía. Pero, de inmediato, levantó los ojos y dijo:

editorial2, comunidad las huaytekas-Yo le agradezco, no es común escuchar estas palabras. Yo soy mapuche. Me acaban de comunicar que, en mi comunidad hubo un incendio intencional…y no es cierto lo que se dice de nosotros, que somos terroristas y todo eso….perdóneme…

Entonces, las lágrimas de Nelio lavaron toda la suciedad de la tarde.

NEWEN(3)

¿Perdonar? Yo no podía más que agradecer haber estado ahí cuando el “Yo soy mapuche” le encendió sus profundísimos ojos negros. Bien adentro del color, volví a ver la espesura del bosque húmedo, la hidalguía de los coihues, las lengas esbeltas mecidas la sol, las canoas antiguas surcar el vientre de un idioma, aferradas al agua clara de los rápidos, volví al agua turbia donde los ríos se amansan, vi con vergüenza la potencia de ritos que sólo fui capaz de observar con curiosidad judeo-cristiana, vi el caserío pobre de una comunidad serena, plantada en lucha con la misma tozudez y anchura de las raíces reptílicas desplegadas sobre la tierra en el bosque de arrayanes.

No podía más que agradecer y no pude. Por eso escribo estas líneas. Para decir que, dentro de las lágrimas de Nelio, mucho antes de que lo anunciara “El Cordillerano”, la luna estaba en su apogeo. Lejana, a la mejor distancia para los ojos, bien cerca de la auténtica voz de la tierra que, por supuesto, tamborileaba en mapudungun(4).

POSDATA: LA MACHI TERESA

Machi Teresa
Machi Teresa

Me escribe Nelio:

“Esa es la machi Teresa… ese año que vino se hizo una gran ceremonia en el Lago Mascardi. Ahí dijo que en ese lugar había mucho newen y que ahí se iba a levantar una machi-  Eso fue por el año 94 creo.”

¿Newen?

“Lago Mascardi es donde mataron a Rafael Nahuel”

¿Newen?

“Fuerza, energía”

¿Machi?

“Chamán. Pero me resulta raro decirle chaman a una machi”

(Mi mamá se llama Teresa. Ella soñó que me tendría, antes de saber que estaba embarazada de mí. No quería más hijos. Pero yo me colé en el sueño y prepoteé la vida: Newen)

 

ATARDECER DE UN DÍA AGITADO

Pero, ¿qué había sucedido ese día antes de conversar con Nelio?

La conocida excursión “circuito chico” por la ciudad de Bariloche terminó por resultar para mí un auténtico corto circuito. Por tercera vez me tocaba viajar con el guía “M”. Durante tres recorridos soporté mal su falsa simpatía, su falsa mirada apolítica, sus comentarios falsamente neutros y sus ojitos celestes punzantes, orgullosísimos de su origen germano.

A ver: ¿cómo decirlo?  Aparte de facho “mal velado”, “M” era trivial. Por un lado, salpicaba el recorrido de frasecitas: “La Gendarmería hace patria”, “Aquí veraneó el presidente Mauricio Macri”, “en este cementerio de montañistas hay enterrada gente y también militares (sic)”, “…el patriotismo del Perito Moreno…”. Bueno,  en este último caso, “M” tuvo un traspié, porque una señora de 83 años de La Plata le señaló  que, hacía poco, el Museo de su ciudad había regresado al pueblo mapuche el cuerpo de Margarita. El mismo cuerpo que el patriota había llevado al museo como “objeto” de exposición. Ante este comentario, “M” reaccionó como buen facho mal velado, mezcla de lanzallamita maquillado con modales de gente bien. “M” dejó pasar el comentario, como quien no se opone a la disidencia pero tampoco la estimula. Dio por sentado el consenso de la mayoría del pasaje e, incluso, parecía dispuesto a soportar una mínima crispación, siempre y cuando, él mismo nunca se permitiera encabritarse. Una vez sorteado el bache, ya no me acuerdo en qué orden ni en qué excursión, “M” arremetió con su discurso “apolítico”: ¡Aquí se fabricó el ARSAT! En este proyecto no tuvo que ver ningún presidente. Sólo la excelencia de los científicos de Río Negro”, “Aquí está la estancia de la familia Jones…Smith, Lewis, 800 hectáreas, muchas hectáreas” “…Acá pasamos por una reserva mapuche, dos hectáreas donde ellos pueden vivir”… Bueno, a esa altura empecé a lamentarme por no haber hecho el curso de manejo, para evitarme la pena de mancillar lagos y montañas con el cotorreo suavecito y como de quien no quiere la cosa de “M”. Por supuesto, en una pausa del camino y, al costado del resto de los turistas, intenté explicarle que la construcción del ARSAT fue una decisión política, donde el Estado Nacional había decidido ser cliente del instituto de Río Negro. Y que también fue una decisión política rifar los satélites, como lo había hecho el presidente ese, que veranea muy seguido -pero muy seguido- en un distinguido lugar cercano a La Angostura. “M” desvió la charla hacia la urgencia de regresar a la combi, segundo mecanismo propio de facho ya desvelado y sin argumentos -desviar hacia cuestiones prácticas e imperiosas-. El primer mecanismo es el de las interjecciones “ahá”, “mmm”, que a veces se sustituyen directamente por silencios, en una burda imitación de instante reflexivo.

El combate estaba planteado. Su versión de la historia, esa que debía contar como información neutra, incluía los greatest hits de la zona relacionados con nombres ingleses, alemanes y suizos, matizados con el toque exótico de algún Lonco mapuche. De todas maneras, “M” cuidaba su trabajo de guía y, hasta último momento, intentó -sin deponer ni una de sus bajadas de líneas- tender un puente hacia mí. Al regresar a la combi, después del paso por la feria del Bolsón, me preguntó si me había gustado.

-Sí, lo más conmovedor es el puesto donde solía armar su espacio de tatuaje Santiago Maldonado.

-Ah – dijo, de regreso a su estrategia número uno.

Estaba claro que  el caso Maldonado no formaba parte de “su” historia del lugar. Menos, si involucraba a un defensor de mapuches, anarco, tatuador, hippie quien, como toda persona de bien comprende, se murió simplemente ahogado, mientras probaba si podía sobrevivir con montones de kilos de ropa, mientras la Gendarmería protegía su experimento, justo desde atrás.

Todo lo anterior hubiera bastado para arruinarme el día. Pero el paisaje era abrumadoramente bello y así el mundo visible se cortaba en dos, en otra versión de la famosa grieta. De un lado, el silencio cómplice de los pasajeros de la combi. Del otro, restos volcánicos, cumbres nevadas, glaciares tiznados de tiempos remotos, refugios en la roca, donde los ecos eran pura intimidad del lenguaje replegada sobre sí, frases de lenguas originarias traspiradas de caza y territorio.

editorial 4, MaiténTraté, entonces, de concentrar mi mirada en los reflejos de los lagos, en las arquitecturas crispadas e irregulares de algunas cumbres, en las formas que una explosión lejana había tallado en la roca. Pero, como si el ninguneo político hubiera sido poco, llegó entonces el remate. Alentado por la mayoría del pasaje, “M” comenzó a contar historias de Ovnis y apariciones: un corte de luz  había precedido el “darse a ver” de  un objeto luminoso detrás del avión de Jorge Polanco (nos sugirió chequear la información en Google, porque “este hecho no lo vivió cualquiera, Polanco era un experimentado piloto”), un objeto luminoso en el camino, que el mismo “M” había visto, un duende –azul…¿un pitufo?- que había empujado a una amiga de “M”. Y “M” le creía a su amiga, ¿eh? No pude aguantar comentar por lo bajo -la combi era muy pequeña- que, cuando uno  habla del “duende” de alguien, se refiere a su gracia o a su encanto. Evidentemente, los duendes del Nahuel Huapi eran de otro tipo, venían a joder nomás, a empujarte cuando contemplabas el paisaje. A pedirte, tal vez, que dejaras de perder el tiempo en cosas inútiles y volvieras a producir algo rentable para Jones, o Smith o Weiss.

Sin embargo, esto no termina aquí. El punto culminante del show fue cuando “M”- envalentonado por el ardor de la audiencia- señaló un punto sobre el horizonte, donde  él veía una luz “extraña”.

-¡Sí, sí!, yo la veo – coreaba el pasaje.

Como a esa altura mi actitud hacia “M” distaba de ser objetiva, miré a mi hija Milena, en busca de auxilio. Ninguna de las dos veíamos sobre el sitio “hechizado” más que un vulgar efecto del sol. La conclusión fue simple: o uno es capaz de ver el lugar donde Santiago Maldonado armaba su puesto de trabajo o es capaz de admirar los objetos voladores no identificados de “M”. Las dos cosas son incompatibles.

Acá debo hacer una aclaración. Como dije antes, “M” resultó ser mi guía durante tres excursiones. En qué trayecto largó cada uno de sus exabruptos políticos no tiene importancia ni haré ningún esfuerzo por recordarlo. Sí vale la pena destacar que el relato del OVNI lo repitió dos veces. Al final del viaje al Bolsón y al final del Circuito chico. Soy capaz de escuchar creencias, sueños, inventos y experiencias que yo  jamás he experimentado de muchas personas. Trabajo en talleres literarios y gran parte de lo más jugoso de mi trabajo proviene de aquello singular que cada quien recorta de su tiempo y de sus formas. Pero, en el contexto del despliegue escenográfico de “M”, la repetición de la anécdota del OVNI solo sirvió para desbordarme.

Bajé como una tromba y fui hasta la agencia de excursiones a exigir a los gritos que me garantizaran la ausencia de esta especie de Fabio Zerpa patagónico en el siguiente paseo. Eso o que me devolvieran el dinero. El muchacho que atendía, con modos extremadamente cuidados, me dijo que se ocuparía. Bajó el tono, trató de tranquilizarme, como quien amansa una fiera o busca una estrategia para manejar a una clienta loca. Es increíble la cantidad de hipocresías cotidianas que atravesamos cuando el negocio está de por medio. A veces me imagino cómo se desbordarían ciertas personas si un duende, por ejemplo, los despojara súbita e involuntariamente de su disfraz de intereses. Si lo pienso un instante, mejor que los pitufos sigan a los empujones, que motivos para irritaciones ya tenemos bastantes.

Camino al hotel, puteaba y me decía: ¿si la gente es capaz de ver Ovnis donde el sol atardece, cómo no van a creer en las mentiras de la prensa, condimentadas  con aromatizantes artificiales parecidos a cierta verdad, que ostentan la letras de los trompeteados titulares?

ALUMCO(4)

editorial 1unnamedAlicura: piedra blanca como leche refleja en los charcos un texto que no puedo leer. Vibra la tierra, acomoda sus articulaciones viejas y rejuvenece en el amanecer: esa aparición diaria, bien de este mundo, que se nos oculta detrás de las obligaciones y el cansancio cotidiano. Pretendemos leer la luz del presente en la superficie de un café con leche, cada vez más oscuro, cada vez más opaco, y solo vemos las cifras del ABL, el aumento de la luz, las cargas cotidianas.

De pronto llueve  a mitad del camino hacia el subte y entonces se forman cunetas súbitas, pequeñas reservas de lluvia entre las baldosas rotas, espejos de agua sucia en las heridas del asfalto. Buscamos leer y algo se traba. Hay una esquina dura en las certezas de nuestro alfabeto, un callo patético que no puede traducir más allá de la propia biografía, de la propia biblioteca. A veces desesperamos en simbologías forzadas y así nos volvemos más sordos y más ciegos que nunca.

Dice el Google que el mapudungun es una lengua ágrafa, es decir, sin escritura. Por tanto, hay que afinar el oído para leerla, caminarla con la piel dispuesta por sus territorios, olfatearla en la vegetación y en la montaña, probarla en el agua de correntada y  en la quietud de alguna orilla. Y si es por los ojos, deseducarlos, obligarlos al estrabismo si es necesario, enfocarlos para que nos den una pista de cómo continuar la lucha rodeados de enemigos obscenos, millonarios que cercan lagos, empresarios prepotentes que hoy se levantan con lo que ellos llaman una buena idea, y denuncian a la comunidad por el robo de unos caballos. Mañana, con otra ideíta. organizan un incendio. Otro día, un robo. Cómo mantener la lucha inteligente, organizada, cuando el desequilibrio de fuerzas es tan enorme. Nuestro David patagónico  es mapuche y enfrenta a un Goliat poderosísimo. Y, aunque parezca poco, hay algo que Goliat no sabe. Y es leer en los reflejos del agua, en los temblores de la tierra. No son símbolos que cada quien interpreta a su antojo según su pequeña biografía. Es un texto que late orgulloso de su propia sintaxis. Tal vez solo sea posible leerlo en comunidad. No así como ahora vamos: cada quien, un huérfano descosido del mundo. Hay ahí una potencia que somos todos nosotros, porque se trata justamente de lo que nos falta.

La próxima lluvia estaré más atenta. Por ahora, apenas despunta una escritura que   comenzó en estos días, dentro de las lágrimas de Nelio.

 

(1) Lágrima
(2) Luna
(3) Fuerza o energía
(4) Reflejo en el agua

 

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