El Cuerpo: sobre  inciados en “La Coca”.

Por Patricia Tombetta

 

UN POCO DE POESÍA

 

“La luz es demasiado grande / para mi infancia. / Pero ¿quién me dará la respuesta jamás usada? / Alguna palabra que me ampare del viento, / alguna verdad pequeña en que sentarme / y  desde la cual vivirme, / alguna frase solamente mía / que yo abrace cada noche, / en la que me reconozca, en la que me exista”. “Origen”.
Fragmento. Alejandra Pizarnik

 

DE UNA ESCAPADA AL CINE

Hace pocos días me sorprendí al escuchar -por radio, siempre es por radio- que John Waters había pedido una entrevista a solas con Isabel Sarli, quería conocerla porque la admiraba. Para los más distraídos, les cuento que J. Waters es un director de cine estadounidense y profesor de cine y subcultura en la EurepeanGraduateSchool. Lo conocerán, seguramente, por la película “Hairspray”. No es la única, aunque sí la más popular (se las recomiendo). Pertenece al rubro del cine independiente, protagonizada por Ricki Lake, Divine, John Travolta, Michelle Pfeiffer y Cristopher Walken. Aborda con alegría y en paso de comedia la discriminación sufrida por las personas con sobrepeso.

Isabel Sarli y John Waters
Isabel Sarli y John Waters

Pero volvamos a mi sorpresa.

¿La Coca? Había visto una película de ella, a mis trece o catorce años. Mucho más había escuchado acerca de su obra por boca de mis compañeros de colegio. Con las mejillas arreboladas e interponiéndose unos a otros, algunos lunes ellos contaban qué habían visto, aprendido, sentido, padecido y disfrutado en el cine del pueblo con la Coca Sarli. Siempre sobre un telón de “obviamente-ya-lo-sabíamos” de expertos profesores ante la mal supuesta incredulidad de las chicas, quienes poníamos cara de “eso-que-cuentan-no existe”. Ninguno de todos los relatos nos cabían en el cuerpo, si bien bailaban desde hacía rato en nuestras cabezas. No todo, claro.

No recuerdo muy bien el nombre de la película que finalmente, de tripas corazón, nos atrevimos ir a ver con una amiga. En un pueblo eso no es cosa fácil: se enteraban todos, no sabías si te iban a dejar entrar ni a quién te ibas a encontrar adentro. Las imágenes no se me borraron nunca. Estaba filmada en el Sur, había nieve, la Coca encerrada en la parte de atrás de un camión o algo así, (también, de paso, un tipo en intimidad con una oveja) acoso brutal de machos y ella con cara de “no quiero, si bien”. Por ese entonces me resultó una malísima actriz, ahora no estoy tan segura. Actuar mal se trata de que no le creas al personaje y la Sarli tenía la expresión exacta de “no me creas”,  con invitación al avance sin ninguna duda. Además de la inquietud de rigor que nos había recorrido durante toda la película (sólo aliviada por risas), mi impresión fue de cierta estafa. Parecía haberla filmado el señor Silva, el mismísimo hombre encargado de la proyección y de cobrar las entradas. Y la había hecho un rato de antes de llegar el público al cine, en el patio del club y a las apuradas. La sala estaba casi vacía, tal vez, por eso nos dejaron entrar, y los pocos que éramos guardábamos una prudente distancia unos de otros. Tuvimos la precaución de entrar y levantarnos antes de que encendieran las luces y  de poner cara de “Nosotras-no-vimos-nada”. Actuación, ésa sí, horrible.

 

DE COLOR SARLI

Creo nunca más haber repasado con seriedad esa época coloreada por ella. Por la Coca. No sólo de Disney se vive, eso lo sabemos todos. También debo reconocerlo, après coup: aquellas escenas no poblaron mis fantasías. Estaban dirigidas a otro público, uno un poco más “macho”, podría decirse. Aunque sí me llegaron sus halos de violencia y muerte. Dos componentes imprescindibles, del erotismo, al decir de Bataille. Una mujer desnuda en el medio de la nada, encerrada y sobre una cama, bajo el asedio de tipos que llegan hasta montarse a una oveja, es una escena que pulsa en su más allá por sí sola. ¿Cuándo la sangre, cuándo la muerte? Un roce desnudo en exceso, un demasiado que lo convertía en grotesco y, tal vez así, soportable, adorable y buscado.

Perseguir a mi sorpresa por la cola, me llevó a investigar algo más y di con la gran cantidad de países en que los films de la Coca se proyectaron: Méjico, Paraguay, Panamá, Rusia, Japón, Estados Unidos y otros de Centro y Sudamérica. Lejos de alcanzarla, ella se me alejó aún más. Mi sorpresa, digo. El señor Silva no podría haber sido quien llegara a tanto mundo desde el patio trasero del cine y a las prisas. Había allí algo serio que a mi cabecita treceañera se le había escapado. Bueno, varias cosas se me escapaban y algunas continúan en huida.

Después de todo, tal vez, todo se trate de escapadas y persecuciones. Por aquella época a las chicas nos dictaron (léase, dictadura) que el cuerpo ideal era el de Tuiggy: delgada como un papel, sin tetas y con los ojos enchastrados de rímel. Mientras nos abocábamos a llevar el cuerpo a su mínima expresión, Isabel Sarli volvía locos a los tipos. Claro, podíamos arreglárnosla con que ella no sería la esposa de nadie y nosotras, sí. Uno de esos zigzag del que no suele salirse bien parada. Voluptuosa, con senos de difícil acarreo y rodeada por los chismes de ser la amante del director de sus películas, daba la impresión de que nada se nos escapaba. La cuestión parecía reducirse a hacer sufrir al cuerpo. Ella soportaba el acoso animal y nosotras, la anorexia o el dolor de no conseguirla. Por suerte, contábamos con las charlas entre nosotres, montones de palabras listas a vestir aquello desnudo que, de no ser por ellas, se nos hubiese escapado sin remedio.

 

DE LA CARNE AL HUESO

En sus cuadernos, Leonardo Da Vinci dice que el acto de apareamiento y los miembros de que se sirve son de una fealdad tal, que si no hubiese la belleza de las caras-  de los adornos de los participantes y del arrebato desenfrenado- la naturaleza perdería a la especie humana.

¿De qué belleza se trataba? ¿Dónde queríamos llegar o, tan solo, ir? Ninguna gloria aparecía en mi horizonte. Además, yo era una atea sin remedio y, debo haber supuesto que lo mejor era continuar el camino, acatar los recovecos y entregarme a las sorpresas.

Twiggy
Twiggy

Al referirse a la belleza, en su libro “El erotismo”, Bataille plantea: en su apreciación, debe entrar en juego la respuesta dada al ideal de la especie (lo dicho, estábamos en problemas). Cuanto más se alejan sus formas de la animalidad (es claro que habla de la mujer), cuanto más irreales son y menos sujetas están a la verdad animal, fisiológica, mejor responden a la imagen deseable. Ese primer aparecer de la imagen bella sería insulsa si no anunciase o revelase un aspecto animal secreto y sugestivo. La posesión de dicha mujer bella introduce el sabor de ensuciarla, de profanarla. Seguimos en problemas. La Sarli no encerraba ninguna promesa, toda ella era realización sin tapujos. Tuiggy no tenía masa corporal para esconder ni prometer nada, a menos que se tuviera la fantasía del desmembramiento. Puede ser. También es cierto que La Coca proponía un juego y “Tuiggy” jugaba con nosotras. De tan groseras y ridículas contradicciones, siempre queda un reducto: seguí caminando.

Del explícito incorrecto, de ese cuerpo voluptuoso, párpados caídos y boca generosa apenas rozábamos un erotismo casi sin encarnadura. Un grotesco que invitaba a acercarse con palabras y sin peligro. Vueltas de un juego de duración casi infinita. Y, de sorpresa en sorpresa, me encuentro con un sentimiento compartido con ese director de cine, todos mis compañeros y tantes otres. ¡Viva la Coca!

 

PD: De la cantidad de datos útiles e inútiles que se pueden recoger por ahí, me encuentro con una frase adjudicada a Isabel Sarli: “Canalla, qué pretende usted de mí”.  La expresión, al parecer, nunca fue dicha por la actriz en ninguna de sus películas. Ya desde Freud, todes sabemos que somos responsables de nuestras ocurrencias y estamos carnalmente involucrades con ellas. De la sorpresa a lo obvio: según Wikipedia, a la frase la inventó Lanata y no hay más nada que decir.

 

 

 

 

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