Lo inesperado: Manual de desgracias cotidianas.
Por Nora Lomberg

CAÍDA LIBRE
I

Las cosas se me caen o tienen vida propia. Es natural que los objetos se dejen ir. Por ejemplo, una birome -que bien podría estar en la cartuchera donde duerme-, de pronto, se hace ver entre los utensilios de cocina. Burla así toda lógica y recuerdo de sus últimos movimientos.

¿Cómo fue a parar allí? ¿Será que algunas lapiceras vuelan? Cuando pasan esas cosas, se me dibuja una mueca que evoluciona a veces hasta sonrisa, aunque me complique la mañana o, inclusive, el día completo.

II

Ayer, sin ir más lejos, llegué al consultorio donde trabajo y no tenía las llaves. Las había sacado en pos de un orden en el que no vivo. Al guardarlas, le erré a la cartera, se las puse a otra persona. Ese día gasté mi energía en estrategias para:
sobrevivir,
ubicar al portero,
explicarle el problema,
llamar a un colega para que me prestase su llave,
viajar a buscarla,
llegar tarde a atender justo a ese paciente con trastornos obsesivos, que esperaba ansioso, dele mirar su reloj, en la puerta.

III

O cuando, con mi hija, íbamos contentas a ver una película en el shopping y, mientras le hablaba, tropecé y caí bajo un árbol enano. Tirada en el suelo, atribuí esa caída a una mala suerte intrínseca, que me lleva a complicar las cosas.

60495c48-9bc3-4e57-8999-445f8f0ff456                “La caída de los ángeles rebeldes”, Brueghel

Ese día ya había confundido a una persona del trabajo con una compañera del club y me la pasé meta darle lata sobre un negocio de raquetas, hasta que la señora me presentó cara de “no soy esa a la que te referís”.

IV

Padezco de una rinosinusitis. El nombre es raro. Y más aun lo es el problema. Nunca sé cuándo van a empezar a gotearme los ojos y/o la nariz. Ocurre de repente, como ahora, que cae la gota sobre el teclado. Lo cierto es que suele suceder en momentos de lo más incómodos, como cuando firmé la escritura de la casa y

TAC

cayó la gota sobre la firma del escribano. Cómo olvidar su mirada inquisidora. Está claro: las lágrimas son menos incómodas socialmente. Pero, cuando sucede el goteo, debo responder si me pasa algo, argumentar algún porqué.

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V

No puedo olvidar los zuecos que lucí en aquella conferencia durante un congreso internacional. Esperaba mi turno para subir al escenario y exponer, cuando una doctora de renombre en Colombia, mientras contemplaba mis medias de nylon rotas, me preguntó si en ese momento los zapatos en Argentina se usaban así, con la suela despegada.

eyJ0eXAiOiJKV1QiLCJhbGciOiJIUzI1NiJ9.eyJpbSI6WyJcL2FydHdvcmtcL2ltYWdlRmlsZVwvemFwYXRvcy12YW4tZ29naC5qcGciLCJyZXNpemUsNTAwIl19.vI5vvRweub8-tdjoCx9OgrF_2-JH3yfcO5EZsfoRGD0

“Un par de zapatos”, Vincent  Van Gogh

VI

Las veces que pregunté por personas muertas o desconocidas para mi interlocutor, mejor no las cuento, sería una nota interminable.

VI

A la hora de elegir amigues, me he rodeado de gente como yo, que olvida las llaves del lado de afuera de la puerta, o deja puesta en el cajero la tarjeta.
El otro día, por ejemplo, fui a escuchar a una cantante. En medio de un solo fabuloso del pianista, se cortó la luz. Me sentí a gusto, en ese momento, es parte de mi condición saber sobrevivir a las curvas y a los desatinos.

Debo aclararlo: los días en que me pasan cosas tienen una seguidilla de inconvenientes, que se encadenan lejos de mi voluntad.

VII

No siempre los tomo por el lado del humor. Muchas veces llego a deprimirme de tal forma, que prefiero no salir de mi casa. Una vez, en la ruta 14, al regresar de las vacaciones, me paró la policía de Entre Ríos. Me había olvidado de encender las luces del auto y eso estaba por arruinarme el día cuando, de pronto, el agente bigote largo y casco negro visibilizó a mi hija en el asiento trasero y pidió su documentación. En ese momento, me di cuenta: había olvidado el DNI y empecé a sacar otras cosas: carnet de obra social, de gimnasia, de natación, fotos de cuando era bebita y, de ahora, en la escuela. Nada le venía bien. ¡Qué cosa el inconformismo de las autoridades!

-Va a tener que quedar demorada, señora.
-¡Yo no me quedo señor!

Mi hijita se incorporó y le gritó:

-Usted está haciendo enojar a mi mamá-. Acto seguido, la niña se puso a llorar a los gritos.
– Circule, señora, vaya, pero no puede salir de su casa sin documentos.
– ¡Ah, no! ¡Ahora usted va a calmar a mi hija!, ¡hágase cargo, agente!

El señor no sabía qué hacer, pero intentó con un “no te pongas así, nena, ahora las dejo ir a casa”. Incluso, le dio a la nena varios caramelos y le prestó su casco, hasta lograr calmarla.

Nos pasan cosas así.

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VIII

La situación se agrava con los viajes. Preparar un bolso puede desestabilizarme por completo. He llegado a cargar, en verano, ocho pares de medias, camperas de abrigo y a olvidarme el traje de baño. Llevo cosas inútiles y realizo listados interminables que incluyen pilas, alargues, almohadas (no me gustan ni las muy blandas ni las muy duras), ropa de vestir, como pantalones negros y zapatos acharolados. Lo increíble es que luego sólo uso una remera y un pantalón, porque voy a sitios alejados de restaurantes o bares nocturnos. Cargar esa valija, aunque tenga rueditas, es un incordio. Me pasó este invierno: fui a San Antonio de Areco, un fin de semana. La cosa anduvo con tan mala suerte, que rompí una de las ruedas, en el intento por subir unos pocos escalones hasta el cuarto. Tuve que pedir ayuda y dedicar parte del fin de semana a un arreglo provisorio.

Ni hablar de la torpeza al servirme el desayuno, largas mesas de manjares que me sirvo con gula imposible de transportar. Cuántas veces el flan o el queso terminaron en el piso. Y cuántas otras provoqué el resbalón de una señora por haber perdido el control de la manteca.

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IX

El problema es que no escarmiento y quiero hacerme la canchera. Me gustaría tirar para arriba un maní y abrir la boca, sin que me pegue siquiera en los labios. Soy de las que tropiezan con la misma piedra y así tengo las rodillas y los codos.

LA REENCAUSADA

Lo inesperado se hace ver en esa zona de equívocos intrincados. Retazos, estallidos que parlotean  bordes, en los pasadizos de mis días. Soy hablada por ellos y me dejan indefensa. Podría llamarlos apariciones violentas. Crujidos secretos, meollos, que emergen esporádicamente, en esos intervalos.

Hay en lo inconsciente una opacidad indescifrable. Memoria y penumbras.

Estamos tramados por palabras extraviadas, mudas, impensadas. Equívocos que nos llevan a ninguna parte, relatos agujereados. Entreveros.

Ando así, entonces, desenganchada, con grietas y sin sostén. Me rearmo en el acto de solucionar los fallidos, de recuperar la llave, de disculparme por no haber recordado algo. Allí, en el momento de la reparación, en el “me caigo y me levanto cotidiano”, la cosa vuelve a su cauce y sale el sol para mí. ¡Pero cómo cuesta!
¿Dejaré algún día de ser extranjera de mí?

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