"Anciano en el camino". Tributo a Creedence Clear Water Revival

Lo inesperado: Sobre la historia de un reencuentro.
Por Liliana Franchi

 

ENTRE MALVONES Y UN JAZMÍN

Algunos años pasan lentos, pesados, como bolsas de arena cargadas al hombro. Otros nos parecen tan volátiles… y solamente a lo lejos, con una distancia reparadora, se muestran apacibles. En realidad nunca lo fueron, pero la ilusión, el deseo de poder alivianarnos de algún dolor sufrido -dolido tan profundamente- los tiñen de cierto olvido. No obstante, el olvido nunca llega y aprendemos a convivir con el dolor y con sus baches. Nos hacemos amigos de las utopías, de esas que van siempre dos pasos más adelante.

Entonces, emprendemos un nuevo camino, no muy distinto al que teníamos, con algunas demostraciones de metamorfosis para sentirnos dignos.

En tantas décadas, los malvones florecieron una y otra vez. Algunos cambios se han hecho: la pintura tapó las cicatrices expuestas en las paredes grises y húmedas y algunos cuadros  han sido removidos. Por su parte, la esencia de la luz permaneció  intacta. A la inversa, los muebles ocuparon otros espacios, la madera le ganó al granito histórico.

Por entonces, un eco de sombras pasaba las noches despidiéndose del día. Eso éramos: sombras invisibles en un intento por sobrevivir. Hasta que resurgió el jazmín, el sol nos calentó nuevamente y la lluvia fue bendición en medio de las calles.

 

SOMBRAS DE ARMAS TOMAR

 "Cruzar-Toma de decisiones." Foto gartis en Pixabay.
“Cruzar-Toma de decisiones”. Foto gratis en Pixabay.

María fue una sombra más. Su delgadez extrema impactaba en los muros. Su primer desencuentro la sorprendió hace un largo tiempo. Resultó un cruce feroz  con la vida, una pérdida impuesta que le arrancó un pedazo de corazón: su marido fue secuestrado por los milicos. Con la mitad que le quedaba, se reconstruyó. Lo intentó y algunas esperanzas resurgieron. Sus hijos fueron testigos.

Todo parecía predecible, la rutina le hacía bien. Tomás tuvo mucho que ver con esto. Compañero tan silencioso como contemporáneo, supo perseverar en la espera de esta mujer que nunca enfureció, pero luchó como perro fiel junto a sus cachorros.

Era momento de resignificar, de dejarse llevar, sentirse y sentir nuevamente, sin opacar las ausencias. Transcurría con un vigor invencible, el logro fue su fortaleza.

 

ZAPATEAR EL TIEMPO

Llovía copiosamente en una mañana otoñal cualquiera, cuando el teléfono sonó y la sacó de la lectura que se había propuesto finalizar antes de salir. Resultó no ser tan cualquiera la mañana, ni tan frívola la llamada. Lo que pensamos puede ser superficial, se muestra en un instante inesperado y sorpresivo. Aquella voz logró enmudecerla, inmovilizarla, perdió noción de tiempo y del espacio. Por un instante, hasta su propia identidad se vio comprometida. Arrimó una silla, su figura se acomodó en ella y, con su típica languidez, escuchó.

"Viaje a mi interior."  Del libro de Nadia Lopez López.
“Viaje a mi interior”. Del libro de Nadia Lopez López.

Ya no recordaba su voz, solo imágenes en retrospectiva alborotaban su mente. Era él. Ninguno de los otros había regresado después de tanto tiempo. La palabra desaparecido, con el transcurrir, se volvió un eufemismo más de la muerte. No podía estar sucediéndole esto.

No obstante, con un firme caminar, veinte años después, lo reencontraba. A su paso, la tierra parecía enfurecida levantándose en sombras y polvo, obstinados en cubrir a María.

El edificio triste y gris se imponía a lo lejos. Entró con sus zapatos llenos de suelo y mundo. Se hizo cada vez más próxima la añoranza y la sorpresa irrumpió en su boca, entreabierta y nostálgica.

 

EL LENGUAJE SECRETO DE LOS GIRASOLES

Sentía una brisa cálida, pegajosa. A lo lejos, aquel hombre sentado sobre un banco de madera roída partía la tarde en dos, igual que la vida de María se había partido aquella vez, cuando se inauguró la ausencia. Eso sucedió un día de lluvia intensa: lo barrió la luna, en algún instante lo escupió el sol tibio.

Y, veinte años después, lo encontraba en un psiquiátrico, donde había pasado todo el tiempo de la distancia. Con la mirada fija en los campos de girasoles, sin nombre, otra vez sin identidad, ni memoria, ni pasado. Esa silueta estaba llena con su desaparición interna, con la violencia de la veladura infligida por el horror.

Perder la memoria: ese otro modo de desaparecer un poco. No avanzar ni retroceder, sostenerse solamente en unos ojos cansados siempre hacia el mismo punto, como quien busca conversación entre los girasoles. Quién sabe, tal vez haya encontrado un buen interlocutor entre los pétalos.

 

TITUBEAR EL REENCUENTRO

María se acercó lentamente y posó una mano sobre el hombro de él.

Después, se animó con el brazo.

Después, lo llamó por su nombre.

Él giró suavemente su cabeza hacia ella.

Ahí estaba. Más viejo, como la ropa que llevaba. Su pelo caía desprolijo sobre un lado de la cara. Su barba apenas rozaba las mejillas.

Con una soledad feroz que se abría desde su reclusión de años, logró balbucear alguna palabra.

El lenguaje titubeaba. Ambos eran rumiantes nocturnos, que emprendían el camino de regreso a casa. Dejaron atrás los girasoles. El sendero angosto los convocaba a tomarse de las manos y ellos no se negaron. Aunque parecían no conocerse, no se negaron.

Volver, reaparecer, desperezarse el largo semi sueño de dos décadas. Reubicar el cuerpo y el tiempo entre los caprichos del azar.

 

BUCLES DEL TIEMPO

Lo habitual, no por habitual se resigna a naturalizarse en lo normal. No hay esquema capaz de imponerse por siempre a la sinrazón. El dolor de la desaparición y el descaro de la aparición oscilaban en el péndulo de lo inesperado. Un cuerpo que un día partió y nunca regresó, ni vivo ni muerto, es un terreno para la fantasía. La del regreso, por descabellada que parezca -sobre todo con el avanzar de los días-, es la reina de la ilusiones en estas circunstancias. El hombre había sido llevado a un psiquiátrico, durante veinte años había existido dentro de un atajo del tiempo, que por fin concluía su bucle.

 

Y ESTO BASTA

Tomás, el compañero que sostuvo a María durante todo el tiempo de la ausencia, partía con la misma valija que había traído tiempo atrás. Unas pocas cosas y mucho olvido. Partía con dolor, sorpresa, con lo impensado e inesperado bajo el hombro. Con él, llevaba el desconcierto de haber podido ser y no lograrlo, de saberse único, pero también perdedor de la batalla. Partió para no volver. Sencillamente, marchó con inaudita resignación.

Por su parte, María -fina y etérea como un hilo de seda- levantó sus piernas, enderezó su torso, giró su cabeza. Y entonces su cabello se movió con ímpetu. Se alejó casi sigilosamente hacia la otra habitación, encontrándose, por un momento, en un lapso de tiempo eterno con quien fuera su “otro”. La puerta se cerró y permitió, a un hombre y una mujer, invadidos por un silencio ensordecedor, ser quienes fueron.

Serena, incomprensiblemente cauta, con un temor previsible al prejuicio despiadado, tan solo levanta sus ojos negros y dice en voz baja:

“Por lo que fue, por aquellos que fueron niños y hoy son hijos hombres. Por los niños de estos hombres hijos, por la mesa grande que aún permanece altiva, por el libro que celosamente guardaba una margarita seca de hace veinte años, por la fantasía cumplida a destiempo, por los que fuimos.”(1)

Hoy, María y su compañero, no son los mismos.

“Perdida y reencontrada nuestra identidad, esta mujer y ese hombre que asoma a través de la puerta del fondo, con un libro en la mano, no somos quienes fuimos. Frente a frente, nos redescubrimos a cada instante. Puedo ver el universo en sus ojos. Y eso es suficiente para mí. Y él puede recordarme entre sus dedos. Y esto basta.” (1)

“Se lo llevaron por la tarde, lo buscamos tanto como nos permitieron. Entonces, seguimos en las sombras, pero siempre lo buscamos. Una mañana, después de muchos años, un frío cruzó por mis manos, me di cuenta de que ya no vendría, que se lo habían llevado para siempre, porque eso hacen, ¿verdad? Veinte años era tiempo suficiente para reconocer eso. Tuve miedo, continuó, se derrumbaron las expectativas, se hicieron trizas contra la realidad. Entonces, la vida tomó otra forma, una distinta. Básicamente, sin él.” (1)

“Cuando el sufrimiento se había hecho dolor, cuando ya teníamos la vida trazada con la ausencia, sonó el teléfono. Me enteré cómo habían sido los hechos, intenté primero reordenarlos en mi cabeza y luego asimilarlos. Después de arrojarlo desde un coche, lo dieron por muerto. Pero ahí estaba él, firme, desvalido de memoria, aunque de pie. Sin rumbo ni historia, sin poder reconocerse ni reconocer. Algún alma generosa lo llevó por ahí y decidieron guardármelo veinte años.” (1)

Hay historias que tienen fin, otras quedan abiertas. Un par siguen vivas. Muchas mueren al nacer. Pero unas pocas quedan suspendidas en el intento por regresar a corazones deshilachados, donde les pertenece.

Se escucha una canción a lo lejos…

A dónde van los desaparecidos
Busca en el agua y en los matorrales
Y por qué es que se desparecen
Por qué no todos somos iguales
Y cuando vuelve el desaparecido
Cada vez que lo trae el pensamiento
Cómo se le habla al desaparecido
Con la emoción apretando por dentro

 

(1) Entrevista a María Castañeda

 

 

 

 

 

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