Max Ernst

La sospecha: Sobre chismes de pueblo.
Por Ceci Miano

 

SOSPECHA SIEMPRE, ESA ES LA LEY PUEBLERINA

COLORLa vida en el pueblo puede ser una aventura. Antes de ayer, pasé por la esquina de la panadería. Entonces y sin disimulo, dos señoras -de esas que siempre andan con una abultada bolsa de mandados y pueden manejar en clave el acontecer del pueblo- me  abordaron, específicamente, para descargar sobre mí todas las novedades sobre tema romances, engaños y otras yerbas de esta índole. Conozco el pueblo. Sé cómo reaccionar. En el relato del chisme, la sospecha no es una alternativa: se aseveran detalles y el narrador se asegura de hablar como si hubiera sido testigo de cada beso robado, de cada mirada furtiva. Las palabras tropiezan por la ansiedad en sostener la atención y el suspenso.

Así, el discurso a media lengua encierra la noticia del momento. La noticia del momento no es cualquier novedad, tiene características propias. Sus protagonistas son los mejores si resultan los menos esperados. Escuchar decir que alguien “anda” con otro es más excitante, si la combinación de la pareja resulta insólita: casados sin sospecha, señoras de disimulo enterrado hasta en las uñas, jovencitas ingenuas con amplias billeteras,  advenedizos que se llevan a la más codiciada. En fin, la alquimia parece no tener límite en nuestro pueblo.

Magritte, René
Magritte, René

OTRA QUE MARCEL MARCEAU

El sol acompaña la charla. Al pasar por la esquina, los conductores y hasta sus autos saben de qué se trata la escena. Incluso la vegetación sabe de qué viene la cosa: porque las muecas ajustadas, las cejas levantadas, las manos en movimiento de grandilocuencia, el bajar la mirada -como si la vergüenza fuese posible en medio de la charla- componen una escenografía insospechable. Por no hablar de las infaltables risas que, para el bien de muchos, ratifican lo espantoso de los “otros”, más allá de  ninguna verdad.

¿QUÉ SE CUENTA?

EstPhoto Manipulations by Thomas Barbéya costumbre popular hace de mi pueblo un tipo particular de pueblo rural. Los rumores  condimentan el quehacer cotidiano. En cualquier reunión, la pregunta para romper el hielo es: “¿qué se cuenta?”. Y está claro que nadie pregunta por el dólar o por el G20. Se trata de ir al corazón de la intimidad de muchos, de hacer de nuestra vida una tormenta de sospechas que, a su vez, nos transforme en el grupito de quienes saben, de los que tienen el tesoro, solo compartido entre pares chismofílicos.

Vivimos envueltos en el viento de arena fina que transforma a los protagonistas de las supuestas historias de verdad en presos de sus dudosas acciones, aunque jamás se hayan asomado siquiera al umbral de esas aventuras. La verdad mutada en detalle menor deja en primer plano el tener tema de conversación, el tener el saber más amplio, ancho y largo que el otro, el no permitir que la galera mágica fabricadora de noticias se detenga. La fábrica no descansa ni en verano ni de noche.

LA VERDAD, A LA VUELTA DE LA ESQUINA

El chisme es la sospecha más buscada -sí, buscada, porque muchos de los vecinos se encuentran en la categoría  “veedores  de chismes” o en la de “acechadores, a  tiempo completo, de  los movimientos pueblerinos”. La intensidad se ha vuelto solo un modo de vivir bajo un manto de sospecha permanente.

QUÉ LINDA TE QUEDA LA ESCOBA

A veces los mejores chismes son los que no se saben, los que se esconden entre mensajes de miradas que nadie ve.

Ella barre las hojas de los plátanos añejos, los dorados y crujientes símbolos del otoño son el anzuelo para atraer al señor juguetón. Él, en su camioneta de vidrios negros, pasa varias veces por la calle, sólo para deleitarse con el vaivén de la escoba, que agita la barredora oficial de la cuadra. Los mensajes llegan minutos después. El más simbólico es “!Qué linda te queda la escoba!” y saca una sonrisa espontánea. ¿Es chiste?

Creer o no, ese comentario  fue el comienzo de un romance de años, de besos encerrados en el celular, de encuentros virtuales, de acercamientos entre fotos y mensajes sin mucha palabra. Tiempo después,  cuando los cuerpos ya hacía tiempo se habían estrechado por primera vez,  la escoba se olvidó y las hojas cayeron otra vez en la vereda.

René Magritte. Los amantes
René Magritte. Los amantes

SEPARACIÓN DE BIENES

En los pueblos, los matrimonios también tienen desavenencias. Como se imaginarán, este dato no es ni requiere ser el resultado de una investigación profunda hecha especialmente para esta publicación. Para tener esta certeza sólo hacen falta ojos. Los maridos y las esposas se pelean, algunos se engañan, otros -en cambio- se dejan de mirar. Hubo unos, vecinos de mi casa, funcionaban como un par de extraños en el mismo domicilio: entraban y salían de manera tan independiente, que ni los chismosos los registraban como pareja.

Las separaciones también son parte del cotidiano paisaje pueblerino, el porcentaje varía de acuerdo a la época histórica.

Salvador Dalí. Gala Placidia. Galatea de esferas, 1952.
Salvador Dalí. Gala Placidia. Galatea de esferas, 1952.

Y, entre hastíos y rupturas, llega la anécdota. Cuentan que, muchos años atrás, un matrimonio con alguno de estos problemitas decidió separarse. Mejor dicho, la esposa planteó la situación al marido, quien reaccionó de manera, mínimo, poco habitual. Dicen que el hombre, luego de escuchar a su esposa anoticiarlo de la separación y reclamarle la división de los bienes -cincuenta por ciento para cada uno- dijo que sí, sin vacilar. Más rápido que un bombero, el casi ex marido buscó entre sus pertenencias la motosierra y, al grito de “¿quéres la mitad de la heladera?, ¿mesa?, ¿ropero?… cortó cada bien ganancial exactamente por la mitad. Una vez que los destrozos estuvieron concluidos, la separación resultó menos que una mera formalidad.

¿ESTAMOS TODOS…?

Además de los chismes, existen los dichos pueblerinos. Por ejemplo, cuentan que un señor de apellido Menossi, tenía muchos hijos, en aquellos tiempos, cuando no había televisión. Por entonces, la única diversión semanal era la salida al pueblo. Desde el casco del campo, hasta la tranquera, para casi todos, había más de un kilómetro. Según el relato, cada vez que Don Menossi salía en su auto Ford exclamaba:

– ¿Estamos todos?…

Tal vez temía olvidar a uno de sus tantos hijos, o vaya a saber si no se trataba de un mero hábito. La cuestión es que un día, al lanzar su habitual pregunta y mirar a su derecha, quien faltaba era su esposa: la mujer había quedado en la tranquera con tanta furia, que aún se siente en el aire del pueblo su rechinar de dientes recorrer los años de esta historia, que nunca pasa de moda.

Muchos en mi pueblo hemos crecido con el dicho: “¿Estamos todos?, dijo Menossi y se olvidó a la mujer.”

EL ROMANCE MENOS PENSADO

Una noche se fueron juntos, nadie pensó mal, como suele ocurrir en los pueblos. Resultaba impensado que ellos pudiesen “tener algo”.

La mujer pensante y “un hombre-despelote”. No, imposible.

Mientras tanto el marido cornudo comenzaba a supurar por la herida. La herida hizo un reventón justo durante la fiesta de cumpleaños número quince de su hija. Tristemente, la hija quedó como rehén de su propio padre. Las cosas ocurrieron así: la fiesta  estaba en sus últimos preparativos  cuando, en la casa, comenzaron a sonar música de insultos y muecas de angustia. Ese día al marido lo azotaban dos fantasmas: su propio dolor y el sufrimiento al pensar en los chismes del pueblo. Así, sin poder ver, sentir y actuar con lo propio, el hombre tomó prestado el traje de lo periférico. El desastre no merece ni una línea de relato. Queda en el lector construirlo a gusto. Como lo haga, siempre será menos grave que como resultó en la realidad.

Lo comunitario invadió lo personal, como manto de niebla. Puede ser que algunos se salven de semejante estigma, pero el mal está enquistado en la mayoría. El escándalo expandió estruendos, que aún pululan por los rincones.

UN SOPLIDO DE ILUSIÓN

El surrealismo y el sueño, 8 de octubre 2013 – 12 enero 2014, Museo de Arte Thyssen-Bornemisza, Madrid
El surrealismo y el sueño, 8 de octubre 2013 – 12 enero 2014, Museo de Arte Thyssen-Bornemisza, Madrid

Vivir en un pueblo chico implica vivir en comunidad. Tal como en una familia ampliada, lo propio se vuelve grupal. Saber no siempre es poder, a veces el poder lo dan las convicciones de vivir en paz, sin ruidos internos que despierten los susurros de los chismes. Como sea, los chismes motorizan los mates de los encuentros, siembran las macetas de la maledicencia, hacen de preámbulo a conversaciones más graves o de epílogo a palabras muy sufrientes.

Y, a veces, tan solo a veces, tuercen en una curva y son un pequeño brote, desde el cual puede surgir alguno de los afluentes de la solidaridad

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