Venecia en clave verde - Nicolás García Uriburu

Rituales: sobre la lucha (incluye el testimonio de Amanda Cruz).
Por Liliana Franchi

 

A TONO CON EL FUTURO

Paisaje con verde - Guillermo Conte
Paisaje con verde – Guillermo Conte

Siempre mirá al verde”, tal vez porque, en sí mismo, significa aquello que circula en el imaginario. Propio o colectvo. Quizás la esperanza, el sostén o simplemente perderte en campos verdes, que atravesamos al escapar de la ira de quienes apenas conocemos sus nombres. Esos, los despiadados, los vacíos de amor hacia los otros, los capaces de arrancarte a pedazos el corazón, de decapitarte para que ya no pienses ni puedas formular explícitamente pensamiento alguno.

Buscá tu verde, seguilo, sin decaer, ni arrepentirte, sin cabida a remordimientos o arrepentimientos. Verde como tus ojos, como los caminos a la Puna, como el mar en días fríos, como los árboles. Verde Alhambra, con senderos retorcidos donde se esconde un futuro.

 

QUÉ TRANCO

La lucha también es verde, produce cambios, mitiga el dolor y las ausencias, aliviana las heridas. Causa un efecto de moderación sobre los golpes, deja huella y esboza una lánguida satisfacción. Quienes vivimos con el ritual de la lucha, nos levantamos a cada paso. Nosotros los luchadores, los asignados, los enarbolados, los odiados y queridos, los combatidos y combatientes. Se trata de elegir una vida con sentido. Mientras nos ahoga una desesperanza, a veces prolongada, habitamos la espera activa y sigilosa del momento digno de una recuperación, de aquel sueño postergado, impensado. Se acerca el ritual, galopa a tranco fuerte, dilatado en la espera. Lo vemos aparecer. Así, de a poco, la utopía tuvo figura humana, de grito ensordecedor, de mano firme, de verde intenso.

 

El agua caía por la pared de piedra, se iluminaba de norte a sur en la noche oscura y fría. Una mano tocó el agua y quedó tiesa e inmóvil, la noche fue testigo. Se avecina nuestro ritual.

 

ESA MUJER

Intervención lumínica - Guggenheim
Intervención lumínica – Guggenheim

Subida en el techo de su casa, que antes albergara a toda su crianza, aquella triste mujer fue vista una y otra vez, ocupada en su tejido. Ni sus hijos pudieron hacerla bajar. Por las noches, se abrigaba con la luna. De día, tejía. Se unía al cielo con un pedacito de nube que colgaba solitaria del pico más alto del tejado. Lánguida y discreta, corajuda de constancia y paciencia, iluminaba a veces los caminos opacos. Decidió observar desde lo alto y de bien lejos a un mundo acosador. Simulaba ser feliz, como si eso hubiera podido lograrse tan solo por estar cansada de tanto momento terrenal. De todos modos, en las alturas, tenía lo necesario para soñar. Cada atardecer con la caída del sol, tornaba en un gris marengo que, viraba al oro brillante por las mañanas.

Una mujer como esta ya tuvo la tierra, de pie y plantada, pareciera ya hora de volar. Con su lana tejía alas, blancas y victoriosas, hora tras hora sin descanso.

Por la ventana se ha visto una silueta fina subirse a las montañas. Iba envuelta en un vellón espeso, descalza y sin apuro. Esa sombra nubló mi vista unos instantes y robó unos puntos al paño que tejieran a destajo mis cansadas manos. Un punto a lo lejos alcanzaba una estrella. Seguía dale entrelazar hilos con la concentración flotante, cuando alguien quiso robarle una ilusión. Desde lo alto se ven diferentes las cosas, tal vez subiera en algún momento a las tejas más cercanas. Aún no logro terminar mis alas.

Volar, tejer, sostenerse en el tiempo, animarse a más, salirse de uno mismo para ser otros, adentrarse para volver a ser. Nunca más se la vio rondar lunas, cuando el ritual perforó y honró la tierra.

 

HASTA EL GRITO, SIEMPRE

Con un contentamiento único, sentada en aquel almohadón naranja, rodeada con calidez extrema, Amanda se mezcla con el sol tibiecito que entra por el balcón. Su delgadez es una sombra que adorna la pared frontal, muchos diarios, folletos y libros, en su debido orden sobre la mesa y a punto de ser ojeados. Los mates convocan a más, casi sin preguntas, comienza una exposición sostenida con voz firme. Sus manos hablaban a la par.

“’Negrita, siempre mirá el verde’ me decía, y nunca dejé de hacerlo. Se sucedieron años de proyectos, prósperos en expectativas, ávidos de amigos. Empezamos a buscar un significado para aquellos que tan solo nos tenían a nosotros. Inmediatamente, apareció el espacio para poder cumplir con esos sueños. Éramos muchos y parecía que todos nos pertenecíamos en cada uno. Laboriosa meta habíamos emprendido para cambiar el futuro.”

Creíamos en un bienestar más gentil para quienes menos tienen, creíamos en socializar homogéneamente, en sentirnos libres de poder hacerlo, seguros de lograrlo. Sin embargo, el zarpazo feroz del salvaje nos sorprendió. El arrebatamiento, el genocidio brutal convirtió los hogares en hogueras, las calles en campos minados, persecuciones, caminos inimaginables de sobrevivencia frente a la barbarie. Todo era confuso, por inesperado y cruel, devastador y perverso. ¿Cuánto había de locura y cuánto de realidad? Se mezclaban todos los límites con el infortunio de lo vivido. La mezquindad y la atrocidad fueron las principales protagonistas.”

Silencio en verde - Ramón Juan
Silencio en verde – Ramón Juan

Y así quedamos solas, Juanita y yo. Deambulábamos por lugares impensados y aquel limbo obscuro nos sobresaltaba y nos protegía, día a día. Es difícil asegurarlo. Largos años de incertidumbre y dolor, austeras sonrisas, muy poco para observar y menos para compartir. ¡Cuánta desdicha sentir la vida como una tragedia permanente, como profundo desasosiego de llegar al otro amanecer!”

Cuando me lo permitieron, recordé: ‘siempre mirá el verde’. Me preguntaba ¿hacia dónde podría dirigir mis ojos para verlo?”

Sobrevivir también es luchar, pero se necesitaba más, mucho más para resignificar el desconsuelo y la tristeza. Cuando empezamos a sentir la necesidad de combatir el horror, en ese preciso momento, nació el ritual. Esa fortaleza, que se engendra en las entrañas mismas, que se levanta como bandera, que se agiganta junto a los otros, se multiplica. El abrazo reparador de algún encuentro que nos trae lo que fue, y a algunos más. Justo en ese punto, nace un verde intenso, esmeralda, que me recuerda a sus ojos. Por sobre la controversia entre la muerte y la vida, se avizora nuevamente el ritual que nos traerá vientos de transformaciones. Si bien ya no somos los mismos, en esencia, lo seremos. Seguiremos y seguiremos hasta que un grito de triunfo se escuche.”

 

UN ECO A LO LEJOS

Esta mujer potente, de convicciones férreas, quien no concibe la vida sin hacerle frente, ha dejado de lado las angustias, poniéndose al hombro cada batalla. Se fortalece en el pensar que somos-con-los-otros, logra reírse de sí misma y deja huellas de aliento permanente.

No hay peor desazón que el silencio impuesto día tras día. Esa inquietud constante para salvaguardarnos.

La noche había comenzado su andar ceremonioso cuando, a lo lejos, escuchamos un eco que balbuceaba nombres: Amanda, José, Juan, Pedro, María, Sofía…

Ella es espada y caricia, ventarrón y sosiego, incomoda con su fortaleza, contiene con su historia, contagia lucha.

Rosa verde, Guillermo Utrera
Rosa verde, Guillermo Utrera

 

 

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