Rituales: sobre el doblaje

Por Héctor Lontrato

TRAZOS DE SALIVA

Alguien dicta. Cierro los ojos y apoyo los dedos sobre el teclado, como me enseñaron en la Academia Pitman. El golpeteo es firme, sin mirar sobre las Underwood o Lexicon 80. Mano derecha: A-S-D-F. Mano izquierda: J-K-L-Ñ. Hacia arriba y abajo. Entre sombras, los sonidos conducen, se hacen dueños de nuestras emociones con la suavidad de una brisa. Y la voz marca su presencia ineludible. Es acto, espejo, sueño y fantasma.
¿Se puede vivir sólo de imágenes y quedar atragantado de emociones, de sentimientos de alegría y dolor, de amores, pasiones futboleras o broncas frente a la injusticia? ¿Cómo hubiera creado Jorge Luis Borges a “El Otro”? Por más cavilaciones que emprendiera, sin su voz, no hubiera mantenido aquel onírico encuentro con su alter ego, en noche de vigilia.
La voz a veces se hace eco. Y esos sonidos, por momentos, nos parecen ajenos. Pero, al final, nos acostumbramos. Se nos representan como hologramas, dibujos que vienen de las entrañas. Voz alzada y trazos de saliva para definir con precisión estricta contornos y detalles.

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SOMBRAS NADA MÁS

En el Siglo XIX, Adelebert Von Chamisso había cuestionado el valor de la sombra y el rechazo de algunos sectores de la sociedad al imperio del dinero, como único patrón moral de la humanidad. Dice en “La Maravillosa Historia de Peter Schlemihl”: “La sombra, quisiera preguntar, qué es eso,/tal como tantas veces a mí me preguntaron,/y cómo es que este mundo tan bellaco/no deja de tenerle sublime estimación./Han amanecido diecinueve mil días sobre nuestras cabezas/trayéndonos sabiduría, / y nosotros, que hemos dado a ser las sombras,/vemos a los seres como sombras desfigurarse”.
Chamisso anima a su personaje, lo alienta, y le escribe: “Sobre esto estamos bien de acuerdo, Schlemihl/Sigamos el camino y que todo siga como antes; el mundo no nos preocupa mucho, pues lo que cuenta es ser fieles a nosotros mismos,/estamos ya más cerca de nuestra meta/y por más que unos rían y los otros regañen,/al cabo de todas las tormentas, en el puerto, /y sin que nadie nos moleste, dormiremos/un sueño tranquilo”.
Las sombras constituyen en el cine una herramienta narrativa para habilitar el conjunto de imágenes y sonidos que le dan las principales características al perfil de un personaje: sensibilidad, valor, temple, capacidad de amar.
Con la llegada del sonido, en 1927, el séptimo arte experimentó un cimbronazo. Muchos cineastas se resistieron, entre ellos, Charles Chaplin: “Soy enemigo, simplemente, del “cine con palabras”. Con palabras de sobra. Lo cual es muy distinto. ¿Me pregunta usted por qué? ¡Ah, amigo mío, es muy sencillo: al mundo le sobran las palabras y le faltan sensaciones! El mundo quiere hoy silencios poéticos –y fructíferos–, y le dan ruidosas cencerradas”.
Por entonces, un desencantado Chaplin bramaba: “El mundo actual no tiene bastante con que todos los ciudadanos se hayan uniformado externamente; quiere vestirlos también, interiormente, con un ropaje único. O, cuando más, con trajes de bazar hechos en serie”.
Al igual que Chamisso, el creador de “Tiempos Modernos” se resistía a las imposiciones del mercado y a la tiranía de su moral sólo ligada a lo monetario.
Otra polémica se suscitó años más tarde, cuando los empresarios cinematográficos norteamericanos vieron amenazado el negocio por las barreras que imponía la lengua. Los puristas se opusieron al subtitulado, porque empastaba o ensuciaba la pantalla. Lejos de esa preocupación, los dueños de Holywood se alarmaron porque los espectadores de América latina no estaban de acuerdo con el nuevo formato y eso atentaba contra sus ganancias.
Entonces se presentó la opción del doblaje, la reinterpretación, una reescritura a través de la voz. A partir de 1930, hicieron punta franceses y españoles, pero los de la Península Ibérica fueron quienes se plantaron con mayor firmeza, leyes y regulaciones.

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VOZ-CUERPO

Los recuerdos hablan raro de pronto. Se entreveran con el hoy y los autitos de plástico se convierten en feroces trampas. En la cocina, los oídos se preparan para el rampante ingreso de la sirena de ese tren color marrón que iba de Lanús al centro. Patitas cortas para subir con esfuerzo y ojitos abiertos a mirar todo los posible. Emociones sin control en camino al cine “Los Ángeles”, donde daban las pelis de Disney. Vagoncitos chocados y fuelles que se hacían re chiquitos. Pinocho y su larga nariz nos esperaba.
El muñeco me hablaba raro, no como a los pibes del barrio. Pero así era Pinocho. Hasta que comencé a ver películas en la Cinemateca Argentina, después de los veinte, para mí, todos los actores hablaban en ese castellano diferente, hasta Humprey Bogart cuando, en “Casablanca”, le decía a Louis Armstrong, “tócala de nuevo Sam”.
La voz se imbricaba con la imagen y la hacía suya. Ya no sería más sólo acción. La voz daba golpes, abrazos, saltos, besos. Era una voz-cuerpo que torcía sutilmente las marcas del guión con pequeños gestos, inflexiones leves y la inconfundible identidad del silencio.
Con el paso del tiempo, vinieron los subtítulos y el sonido original que nos sometía a culturas del primer mundo sin resistencia alguna. Cierta rebeldía alimentada de antiimperialismo ineficaz nos llevó a creer que de nada servía conocer la lengua del imperio. Ellos siguieron con su plan de dominación y nosotros no entendimos ni un carajo.
Ahhh… y no fue que en nuestra rebeldía surgió el interés por aprender el portugués de los brasileños o el guaraní de los paraguayos. Muchos no queríamos ser penetrados por el imperialismo, pero tampoco nos dejamos contaminar de la cultura de los pueblos de América Latina.

POLÉMICAS

Esas voces raras se instalaron en mi cabeza y así dieron la verdadera forma a los actores de películas y series. Ya sé, ahora me van a decir que los doblajes alteran la obra de arte, que lo mejor es ver las películas el idioma original. Ahí replico: ¿Y qué pasa con la imagen empastada? ¿Qué hacemos con los chicos o los viejos que no pueden leer tan rápido, o con los analfabetos, o con quienes tienen problemas de visión?
A favor o en contra, nadie puede negar que el doblaje es un arte donde, en algunos casos, la voz se transforma en cuerpo. No hay manera de separarlos. ¡Andá a decirle a un niño pequeño o a un joven que mire a “Los Simpson” en inglés! La mayoría prefiere la versión en español, que incluye la voz del jujeño – cordobés Sebastián Llapur, quien personifica al payaso “Krusty” y trabaja, desde hace más treinta años, en una productora de México, la Meca del doblaje en la lengua del Cervantes.

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RICKY

Junto a “Pinocho”, “Bambi “y “Dumbo” fueron los primeros globos de ensayo de la industria norteamericana del cine, temerosa frente a recaudaciones que se desmoronaban porque el público latino no aceptaba la inserción de los subtítulos sobre las imágenes.
Por entonces, los actores argentinos estaban poco interesados en poner sus voces en otros cuerpos, más aun, con la certeza del pleno empleo que les proporcionaba la época de oro del cine nacional. Pasaron dos décadas hasta que, en 1960, surgió la Ley de Doblaje y comenzaron a proyectarse en la TV algunas series habladas en español, como “Yo quiero a Lucy”.
El virus ya había sido inoculado, sólo era cuestión de tiempo para que el “dubbing” se instalara con mayor fuerza a partir de los´80 y abriera paso a una fuente de trabajo muy importante para actores y locutores. Actualmente, existen en la Argentina 15 estudios de doblaje que brindan ocupación a 300 doblajistas. Los más jóvenes se recibieron en el ISER.
Entre quienes supieron aprovechar esa veta artística esta Ricky.
Una suave risa acompaña cada tanto su fraseo perfecto, como si la felicidad por lo que hace quisiera aparecer en primera escena. Sus ojos titilan cuando habla del doblaje: es su pasión, la forma en la que el actor que lleva adentro se realiza.
Ricardo Alanis cuenta sobre cómo, hace más de treinta años, hizo sus primeros doblajes de algunas frases de personajes secundarios. Le costó acostumbrarse a hablar en “neutro”. Se grababa con cinta abierta, en esos aparatos enormes, y estaban todos los actores de una escena al mismo tiempo. Era como el radioteatro, cara a cara, voz a voz, con palabras enlazadas.
“Estoy convencido: la calidad artística es superior y más rica cuando trabajaban varios actores juntos. El actor tiene otra disposición al estar con un compañero”.

 

EN SINCRO

El ingreso al estudio de doblaje tiene aspecto de organismo público. Un sistema de seguridad con tarjeta electrónica pone una barrera rígida, pero no para Ricky. Es su ámbito natural: saluda a la recepcionista y se cruza en el camino con dos ex alumnos. Camina unos pasos más y se disparan elogios y comentarios ácidos entre viejos compañeros actores y doblajistas.
Prendemos el grabador para una charla donde no hay roles. Preguntas y opiniones se cruzan, los argumentos se plantan y las historias se resisten al orden. Ricky recuerda la vida en La Pampa y los juegos en la estación de tren donde su padre era el Jefe.
Lorenzo Quintero marcó su vida a fuego. Lo formó en la actuación y le enseñó cómo moverse en el escenario multidimensional del circo. Fue así que representó a Juan Moreira en una gira por todo el país. “Como nací en el campo, la veta del gauchesco siempre me resultó fácil”, dice. Después vendrán algunos papeles en “Bairoletto”, en “La Noche de los lápices” y en “Sur”. Pero nunca hubiera imaginado que la decisión de doblar sus actuaciones en el cine le traería aparejada una carrera diferente.

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POSEÍDO

Ricky describe su debut como protagonista de doblaje en “Hook” y no puede evitar que, por un instante, el personaje lo posea. Cada vez que menciona uno de los papeles que representó, proyecta una escena a través de su voz.
Sus primeros tiempos en el doblaje habían sido duros: trabajaba un taxi que le prestaba su suegro “Mis compañeros se cagaban de risa porque estacionaba el taxi, grababa y seguía levantando pasajeros”. Pero, a partir, de “Peter Pan” su vida cambió: “Le dije a mi compañera: ahora sí vamos a vivir de este laburo”.
Los pasillos conducen a pequeños boxes donde se graba. La relación con el operador es directa e interactiva. El actor se posiciona en un atril y tiene a la vista un display, donde observa la escena a interpretar. El espacio está insonorizado y los micrófonos son tan sensibles, que registran hasta el crujir de las panzas. Detrás del vidrio, el editor observa atentamente, mira planillas y los gráficos de sonido: “Vos tenés que poner la voz a un personaje en otro idioma y estás obligado a copiar su forma de decir, su interpretación, su modo de hablar, sus pausas, sus tartamudeos, sus gritos, su risa, su llanto. Y todo en sincro, es decir: empezás y terminás con él”.

BORGES EL OTRO

El OTRO

En sus primeros pasos, Ricky recurría a herramientas que lo ayudaran a componer el personaje, más aun si se trataba de un protagónico. A veces necesitaba un saco, un sombrero o una espada de plástico. De manera inversa a “La rosa púrpura del Cairo”, donde Woody Allen sale de la pantalla, nuestro doblajista se teletransporta entre píxeles.
Sin embargo, a la hora de rituales, pesan mucho más los juegos de infancia en la estación de Henry Bell -un pueblo a 35 kilómetros de Chivilcoy- donde entre caballos, vacas y grandes galpones no dejaba de admirar a su padre, cuando transmitía por un enorme el telégrafo.
Para Ricky esos recuerdos no se pueden pasar a “neutro”, porque las emociones no lo son. Resulta imposible doblar esas escaramuzas de guerra con rifles de aire comprimido agazapado sobre las bolsas de trigo o las carreras con la yegua a campo abierto.

HENRY BELL

DE REGRESO

Con esas imágenes, nuestro doblajista me invita una vez más a subir a ese tren de chapa y asientos de madera. Ese que me llevó a ver a “Pinocho”, una experiencia única que recordaré por siempre. Los cachetes inflados por el viento y la mirada atenta a todo lo que se presentaba. El mundo estaba ahí para que lo descubriera: los escalones altos, la alegría de ida, el sueño de vuelta. y el eco de esas voces raras, mitad español neutro y mitad rioplatense, cobijadas bajo la sombra de ese otro que fui, con quien, a diferencia de Borges, no tuve aún la oportunidad de sentarme a conversar en un banco de plaza.

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