Ausencias: sobre el papel de los medios en los genocidios.
Por Alicia Lapidus

 

“Los actores políticos usan los medios para ajustarlos a sus fines.”
Jugen Wilke
“La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre converger sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.”
Joseph Goebbels

 

¿Qué tienen en común la Alemania nazi y Ruanda? Por supuesto, singularidades aparte, sus respectivos genocidios. Sin embargo, hay otra cosa que han compartido: el uso de los medios de comunicación para estimular y “justificar” la matanza.

 

DE LA MENTIRA, VERDAD

La historia del Holocausto (la Shoa) es más conocida. Muchos hemos oído hablar de Goebbels y de sus frases. La más famosa es “miente, miente, que algo quedará”. Sin embargo, hay otras tanto o más fuertes: “Individualizar al adversario en un único enemigo” o “Más vale una mentira que no pueda ser desmentida, que una verdad inverosímil”.

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Sus consejos, por su parte, relumbran oscuramente de actualidad:

  • “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad”
  • “Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque”
  • “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”
  • “Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines”

La palabra envenenada es dirigida en forma explícita a un pueblo al que, de antemano, se ha regado, gota a gota, con prejuicios. El sentido común de una sociedad se moldea con la arcilla de los medios de comunicación y sus modelos. Por ejemplo, ¿por qué en algunos países latinoamericanos ser rubio forma parte del paradigma de belleza? O: ¿qué tienen los ojos claros de más lindos? Casi desde que nacemos somos bombardeados de “sentido común”: lo blanco es pureza. Lo negro, suciedad. Somos clase media, o alta o baja en una estratificación que nos hace discriminar y ser discriminados. Sobre esa base, los conceptos de Goebbels mantienen su actualidad. Porque el mundo no cambió tanto, a pesar de Internet y otras modernidades.

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ESPEJITO, ESPEJITO, HABLEMOS DE RUANDA

“Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.” Joseph Goebbels

¿Puede matar el periodismo? ¿Puede la libertad de expresión degenerar en genocidio?

En 2002 un juicio en Arusha, una ciudad de Tanzania, lejos de la atención del mundo, ha puesto sobre la mesa este asunto. Según los fiscales pertenecientes al Tribunal sobre Crímenes contra la Humanidad en Ruanda (ONU), la respuesta a ambas preguntas es sí. Los tres hombres que se sentaron en el banquillo, antiguos ejecutivos de medios de comunicación, estaban acusados de incitación y ejecución de genocidio por su uso de la radio y de la prensa, durante la matanza de más de 800.000 personas, en 1994, en Ruanda. Fueron condenados a cadena perpetua.

Cráneos de víctimas de la masRWANDA-TEN YEARS-GENOCIDE-NYAMATA-GUARDIANSacre de Ntarama, en Nyamata, donde fueron asesinados 50.000 miembros de la etnia tutsi. GIANLUIGI GUERCIA-AFP

 

 

Hace poco volvió a ver la luz “Los medios y el genocidio”, publicado por el Centro Internacional de Investigación y Desarrollo de Canadá en 2007, editado por Allan Thompson. Allí se recuerdan palabras de Kofi Annan, ex secretario general de la ONU, “los medios de comunicación fueron usados en Ruanda para diseminar odio, para deshumanizar a la gente y, más aún, para guiar a los genocidas hacia sus víctimas”. Esa declaración nunca apareció en los medios masivos.

Refiriéndose al caso Ruanda, el editor dijo: “periodistas, locutores y ejecutivos –los medios del odio en este país- jugaron un rol instrumental en el establecimiento de las bases para el genocidio y luego participaron activamente en la campaña de exterminio”.

En el juicio sostuvo que “el propósito de revisar el rol de los medios en el genocidio de Ruanda no es solo para recordar. Aún tenemos mucho que aprender sobre este particular y examinar la manera en que periodistas y empresas de medios se condujeron durante la tragedia y esto no es sólo un ejercicio histórico. Tristemente, da la impresión de que no hemos discernido ni entendido completamente las lecciones de Ruanda”.

 

¿DÓNDE EMPIEZA LA CULPA?

“Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.” Joseph Goebbels

Este pequeño país tenía siete millones de habitantes. Al cabo de cien días, tendría seis y un 75% de la etnia tutsi exterminada. En la guerra no se podía confiar en nadie. Los sacerdotes parecían militares. Las iglesias, cementerios. Los civiles, asesinos. Y los vivos, muertos.

Para encontrar los orígenes del conflicto, hay que remitirse a la época en la que Ruanda era una colonia. Primero, de Alemania, que tomó control del país en 1894 y, luego de Bélgica, en 1916. En ese momento la distinción entre las etnias hutus y tutsis, que convivían pacíficamente a pesar de sus diferencias, se convirtió en un factor racial: debido a sus fisonomías y a su contextura, los tutsi fueron considerados “más cercanos a los europeos”. Por tanto, eran la etnia privilegiada. La influencia de Occidente a través de la introducción artificial, por parte de Bélgica, de un carnet étnico en 1934, otorgaba a los tutsis mayor nivel social y mejores puestos en la administración colonial. Esto acabó por institucionalizar definitivamente las diferencias sociales.

En 1961, Ruanda se independizó. Luego de un referéndum, se terminó la monarquía tutsi y el estado se convirtió en republicano. La semilla de odio ya se había sembrado y había sido regada a conciencia por occidente. Sin embargo, el desencadenante del genocidio llegó recién el 6 de abril de 1994, cuando el avión donde viajaba el presidente Habyarimana junto con el presidente de Burundi fue derribado. Ambos mandatarios murieron.

El mismo día, los medios de comunicación locales atribuyeron el crimen a los tutsis y, en esa noche, comenzaron los asesinatos de miles de familias. Escuadrones de la muerte lanzaban granadas, incluso, en los refugios. Los ataques eran altamente patrocinados y difundidos a través de la radio, un vehículo para propagar el odio contra los tutsis y para justificar la masacre. A través de los medios se hacía un llamado a los hutus para unirse al ‘interahamwe’ –“los que atacan como uno solo”-, un grupo de hutus radicales que se unían para buscar a los tutsi, pedirles su identificación y asesinarlos.

Una niña que huye de Kigali, la capital ruandesa devastada por la guerra, el 27 de mayo de 1994. Alexander Joe - AFPFoto Alexander Joe – AFP

Una de las herramientas propagandísticas para llegar a ese resultado fue la acusación en espejo: atribuirle al otro sus propias ambiciones. Así se pretendió que los tutsis querían exterminar los hutus.

 

RADIO ODIO

La emisora, conocida como Radio Odio, fue una pieza clave del extremismo hutu. Cuando empezaron las matanzas, sus mensajes no podían ser más explícitos: “Las tumbas no están todavía llenas”.

Esto venía desde hacía unos años. Los Rdio Ruandamedios empezaron a ser una plataforma de furor racista. Ya no sólo decidían qué se iba a decir, sino que mentían con descaro. ¿Qué ganaron? Convertirse en observadores y verdugos de lo inminente: la violencia organizada.

Para protestar, los trabajadores de Radio Ruanda entraron en huelga. Es ahí cuando Ferdinand Nahimana, su director, decidió crear una radio independiente, “La Radio Télévision Libre des Mille Collines” (RTLM).

RTLM, en un principio, no daba noticias, se encargaba básicamente de hacer chistes y de poner música. Su modernismo la hizo popular porque se habían salido de lo formal de otras radios. Después del asesinato del presidente, la programación de RTLM cambió. Entonces, se dedicó a incitar el odio a los tutsis. El día que el avión cayó, la RTLM fue la primera en culpar a los tutsis. Ahí se desató la lucha, la RTLM transmitía las 24 horas del día. Se convirtió en un medio constante de denuncias a miembros y personas potencialmente peligrosas para el gobierno: cómplices tutsis o traidores. También acusaban a los líderes de sociedades civiles, a periodistas que reportaban lo que sucedía o a activistas de derechos humanos.

Por su parte, muchos medios independientes empezaron a darse cuenta del abuso, pero sacarlo a la luz significaba volverse blanco de la “nueva estación de radio” y quien fuera denunciado por ellos corría el riesgo de ser atacado.

Aquellos describían a los tutsis como “Diablos que no pueden controlar su impulso a matar”. Además de incitar al genocidio, la RTLM ayudaba a matar. La radio guiaba a los grupos paramilitares para encontrar gente que, supuestamente, debía ser eliminada. Por ejemplo, daban direcciones y números de placas de personas que trataban de esconderse o de escapar.

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En el frente internacional, una venda cayó en los ojos frente a los sucesos de Ruanda. La palabra “genocidio”, según la ONU, es definida como cualquier acto que busca destruir una nación, religión o etnia. Durante los 100 días que duró el genocidio, pocos se refirieron a éste como tal. Por ejemplo, Estados Unidos denominó a la masacre como “guerra civil”. Por su parte, las Naciones Unidas y Bélgica retiraron sus tropas de Ruanda, después que 10 soldados belgas fueron asesinados. Ruanda tenía un interés estratégico muy limitado para las potencias del mundo en 1994. Era un país en medio de África, sin recursos naturales. Los actores internacionales no sabían dónde estaba y creían que no importaba. Si en la comunidad internacional se pronunciaba la palabra “genocidio”, era obligación humanitaria de las naciones intervenir. Pero los muertos no tienen voz, no gritan por ayuda. Y, si no son nuestros, a nadie importan.

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PASCAL GUYOT AFP                                            Reuters Files Photos

 

EN SUS PROPIAS PALABRAS

El genocidio de Ruanda fue breve y efectivo.

Muertes, en medio de una masacre instigada por el odio y la diferenciación del otro. Además, de los asesinados, el saldo incluyó dos millones de refugiados, según los datos oficiales. El 85% de la población hutu agredió, torturó y aniquiló de manera sistemática al otro 15% tutsi. La ONU estima que, durante el genocidio, unas 250.000 mujeres fueron violadas. Pero la cifra podría ser mayor. Del conflicto en Ruanda, no existen números exactos, solo víctimas y el estigma de los hijos que nacieron de las violaciones, o “los hijos de los asesinos” como los llaman. Los hutus tomaban a las mujeres, las violaban. Pero, a la mayoría, las asesinaban sin piedad.

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Una pila de machetes y hachas confiscadas a las milicias hutus, el 16 de julio de 1994 en la ciudad fronteriza de Goma, en Republica Democrática del Congo. Pascal Guyot - AFPUna pila de machetes y hachas confiscadas a las milicias hutus, el 16 de julio de 1994, en la ciudad fronteriza de Goma, en República Democrática del Congo. Pascal Guyot – AFP

 

Las escenas de violaciones consistían en que les introducían palos y botellas rotas, les cortaban los pechos. Esas escenas, para mí, con mi cultura, me parecían lo peor que se puede imaginar. Aun muertas, veías en los ojos de ellas el horror y el sufrimiento, la indignidad que habían padecido. Muchas veces mataban a los niños delante de sus padres, les cortaban las extremidades y los órganos genitales y los dejaban desangrarse. Luego, también mataban a los padres. Había gente que pagaba para que les pegaran un tiro en vez de ser matados con machete. «Pagar por cómo morir…».” En una entrevista concedida por el general Romeo Dallaire (ex Comandante de las Fuerzas de UNAMIR –ONU- en Ruanda), relata hechos que lo han mantenido bajo tratamiento psiquiátrico durante varios años.

El periodismo, entonces, sin dudas, puede matar. Los encendidos discursos de odio, las mentiras convertidas en verdades y la discriminación en certeza vuelven al periodismo tan o más peligroso que un ejército.

 

VAYAMOS A LO NUESTRO

Ya casi no quedan argentinos que no piensen que el Proceso de Reorganización Nacional, que padecimos desde el 24 de marzo de 1976 al 10 de diciembre de 1983, se caracterizó por el terrorismo de Estado, la constante violación de los derechos humanos, la desaparición y muerte de miles de personas, la apropiación sistemática de recién nacidos y otros crímenes de lesa humanidad.

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Entre los documentos militares se encontraba la Directiva del Consejo de Defensa N° 1/75 que, entre los objetivos, planteaba la necesidad de “(…) incrementar el apoyo de la población a las propias operaciones; orientar la opinión pública nacional e internacional, a fin de que tome consciencia que la subversión es un ‘enemigo indigno de esta patria’, identificar a los integrantes de los propios medios en los propósitos de la lucha contra la subversión”. En esta línea, el Plan de Capacidades de la Armada Argentina (PLACINTARA) afirmaba: “La difusión de los hechos, según convenga a cada circunstancia, será efectuada por los Comandantes de las Fuerzas de Tareas (FFTT) y responderá a la planificación de las operaciones psicológicas de apoyo. (…) De acuerdo con la repercusión sobre la opinión pública, los Comandantes de FFTT propondrán las comunicaciones a efectuar por el Comando de Operaciones Navales y por el Comando en Jefe de la Armada”.

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El diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca fue explícito al determinar el enemigo interno a exterminar: “salvando cualquier duda, el aparato subversivo en todas sus facetas; el ‘sacerdocio’ tercermundista que, desesperanzado de alcanzar el cielo, intenta transformar la tierra en un infierno bolchevique; la corrupción sindical, que lejos de considerar al trabajo ‘orgullo de la estirpe’, le ha rebajado, convirtiéndolo en vil chantaje y holganza; los partidos políticos, nacidos, según sus encendidas mentiras, para servir el bien común, pero, desde sus orígenes, sólo interesados en subordinarlo a mezquinos intereses del comité; enemiga es la usura de la ‘derecha’ económica y también la contracultura izquierdizante (…) Al enemigo es menester destruirlo allí donde se encuentre”, sostuvo en la portada de ese día. En ese período, también acompañó sus artículos con recuadros donde se llamaba a los vecinos de Bahía Blanca a denunciar cualquier “actitud sospechosa”. Por ejemplo, debajo del editorial del 29 de junio de 1976, se publicó un pedido expreso del Comando del V° Cuerpo del Ejército, que solicitaba la denuncia de los ciudadanos “ante cualquier actitud, hecho o persona sospechosa, actividad anormal o injustificada”.

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HOY Y SIEMPRE

No estamos en guerra, sin embargo, los medios se comportan como si lo estuviéramos. Basta recordar las palabras de Julio Blanck, periodista y analista político del grupo Clarín: “Hicimos periodismo de guerra”, dijo refiriéndose a las publicaciones del medio durante el último gobierno de Cristina Kirchner.

Los medios construyen subjetividad. Nos encasillan, nos dividen, nos bombardean. Inculcan un fuerte odio dentro de la sociedad, generan pasiones tristes, donde debería haber información.

La palabra tiene múltiples poderes. Puede sanar, puede acariciar, puede cobijar. Pero también puede discriminar, despreciar, ensuciar o usarse como un arma letal contra todos nosotros. Comprender esto es la llave para abrir la puerta a un periodismo verdadero.

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