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Ausencias: sobre cartas y mensajes

Por Viviana García Arribas

Buenos Aires, 29 de junio de 2019

mujer-escribirDesde hace un tiempo, recuerdo muy seguido aquella carta. Tu letra manuscrita adornada de algunos arabescos propios de la época. Tu saludo formal y tu despedida plena de esperanza. Habías conocido a la abuela dos días antes y, ahí nomás, te dio el flechazo. O quizás, en una versión un poco menos romántica del episodio, ya estaría todo hablado con el tío José y la carta solo puso al tanto del asunto a la parte femenina. De una u otra forma, llegó a mis manos y me muestra una época donde las relaciones eran muy diferentes a las actuales.

La muerte te llegó cuando todavía eras joven. Así se moría entonces: la pelea de la ciencia contra el cáncer era un “knock-out” fatal para el rincón de la vida. Mamá solo tenía diecisiete años y yo llegué mucho tiempo después. Un día, mientras revolvía papeles viejos, encontré tu carta: “Estimada Aurora”, comenzaba. Y continuaba con ese lenguaje de palabras añejas: “prendado de usted” (…) “esperaré la respuesta con el corazón en mis manos”. Te descubría, así, concentrado en una hoja de papel. Miraba tu letra, pensaba en tus dudas y en tus miedos, recorría las vueltas de tu firma. Acariciaba una huella, un eco de tu cuerpo, que había vivido hacía más de medio siglo.

A VUELTA DE CORREO

Beckwith James Carroll - The Letter
Beckwith James Carroll – The Letter

Hagamos un poco de historia: las primeras cartas circularon en la antigüedad, de un lado a otro del Mar Mediterráneo. Al principio, en tablillas, luego, en papiros y, finalmente, en pergaminos, transportaron comunicaciones y órdenes. También fueron vehículo de influencias y posibilidades de intercambio comercial. En su mayoría, los mensajes personales quedaban reservados a los buenos oficios de los sirvientes, quienes los transmitían en forma oral. Aun así, la correspondencia epistolar fue abundante entre griegos, romanos y egipcios y los historiadores atribuyen este hecho a la alta alfabetización lograda entonces entre los ciudadanos y las clases altas. Las clases bajas y los esclavos estaban muy lejos de acceder a leer o a escribir.

En la edad media se retrajo en forma bastante marcada este modo de comunicación, quizá, porque el número de personas con posibilidades de dominar el lenguaje escrito también se redujo. De todos modos, las cartas comerciales fueron un instrumento corriente entre feudos. No obstante, al principio de esta era, la escritura se había vuelto casi privativa de los miembros de la iglesia católica, que se dedicaron -en el encierro de los conventos- a transcribir los escritos de épocas pasadas. Más avanzada esta larga etapa, durante los siglos XI y XII, aparece la figura de los “dictatores”, quienes se ocupaban de escribir cartas por encargo. Los analfabetos sorteaban así su imposibilidad de escribir. La edad media fue, también, la época del amor cortés, pródigo en cartas, que -al igual que poemas y canciones- ponían a la mujer siempre a distancia, en un lugar inaccesible. El cortejo era lo importante, mucho más que la conquista, una forma de concebir las relaciones que llegó casi hasta nuestra época.

Durante el Renacimiento, la correspondencia se afianzó y ocupó un lugar central en la comunicación erudita, literaria y humanística. Alrededor del siglo XVII, se creó el correo postal, organismo encargado de la distribución de cartas si bien, desde la antigüedad, existieron diferentes formas organizadas de envío.

TE EXTRAÑO, TE ESCRIBO, TE LEO, TE VEO

03d5e705fb4ac22817b53d6982fbf445(…) La correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar” (1). Tal vez, por eso, durante los siglos XIX y XX, las guerras y los grandes movimientos migratorios generaron mareas de hojas manuscritas que circulaban de uno a otro continente, de la ciudad a la campiña, del campo de batalla al hogar. Ya fuera en el delgadísimo papel “vía aérea”, como en el burdo trozo encontrado en la trinchera, las personas escribieron el horror, el asombro, la plenitud, el desgarro, el deseo de reencontrarse y la profunda soledad de quien desconoce si habrá un día siguiente.

Las cartas pueden pensarse como conversaciones entre ausentes, que despliegan, junto a la palabra, la forma de hablar de quien escribe. Oscilan entre lo oral y lo escrito y requieren dedicación y cierto esfuerzo para confeccionarlas. Como toda escritura, corresponden a una época y a un espacio, definidos. Fundan otro tiempo y es posible leerlas más allá del momento de su producción. Sin embargo, la carta de mi abuelo tiene para mí otras resonancias: a través de ella, puedo leerlo. Es manifestación de su cuerpo y, por su intermedio, sus palabras llegan desde el pasado para volverse presente, un presente tan real como mis manos cuando sostienen el papel donde fue escrita. Observo los giros que utiliza, sus modos de decir, sus cadencias. Casi lo escucho. Si pienso, a la manera de Marshall McLuhan, que el cuerpo se extiende en todo artificio utilizado por las personas, como el dedo en el pincel o la piel en la ropa, la carta del abuelo es una prolongación tangible de sus manos y las palabras escritas una evidencia física de su persona. Me gusta soñarnos a través de un puente entre mis ojos y su letra.

VIRTUAL, AUNQUE NO VIRTUOSO

Carta a papá
Carta a papá

El siglo XXI irrumpe con la posibilidad de conectarnos en forma rápida y con tecnología de calidad. Poco importa la distancia o los medios con que contemos: un pequeño celular con conexión wi-fi nos permite acceder a una verdadera catarata de información: páginas científicas, sitios que reúnen diversos conocimientos, amistades distantes o familia exiliada. Todos y todas nos comunicamos o buscamos datos a través de los medios conocidos como virtuales. Email, Whatsapp, SMS, Skype y otros muchos, son hoy moneda corriente.

Al tratarse de medios virtuales no existe soporte material donde se ejercite la escritura. Yo anoto en mi teléfono y el destinatario recibe en el suyo. Es maravilloso, extraordinariamente rápido, de gran eficacia. Ambos obtuvimos un ciento por ciento el objetivo buscado. Pura eficiencia. Pura comunicación efímera. Bastará que una de las dos partes cambie su aparato y se perderá para siempre todo eso que nos hemos “dicho”. O peor aun: incluso si nos aferrásemos caprichosamente a nuestros viejos teléfonos y decidiéramos no cambiarlos nunca más, la misma tecnología nos dejaría fuera de combate. Nuevas plataformas, nuevas aplicaciones desplazan a las anteriores y, en muchos casos, anulan la posibilidad de recuperar los contenidos. No incorporarse a ellas implica quedar incomunicado.

¿Qué le quedará a mi hijo, de los miles de mensajes que intercambiaremos en nuestras vidas?, ¿qué huella de mi letra podré dejarles a mis nietos?

HACETE LA PELÍCULA

cine_curiosidadAlgo similar ocurre con las películas, la música o los libros. Ir al cine, poner un disco en el combinado o leer un libro viejo desenterrado del armario de la abuela eran verdaderos rituales. La imagen cinematográfica -cuando en el cine había proyectores, rollos de celuloide y latas de películas- tenía una naturaleza fantasmática. Un rayo la atravesaba, la proyectaba sobre una pantalla y transformaba eso, que había sido cuerpo impreso en una cinta fílmica, en luces y sombras danzantes. Pero perduraba el soporte, pervivía la película. Por otra parte, ¿hay una mejor huella del pasado que el surco en un disco de vinilo? O los libros que, como los vinos, parecen materia viva: con el paso de los años mutan su olor, las páginas se vuelven amarillas y, al abrirlos, crujen de manera diferente.

Los medios actuales, el pendrive, el streaming o el ebook -además de atiborrarnos de palabras extranjeras- llevan en sí mero lenguaje informático, ceros y unos alineados “ad infinitum”, que se traducen en imagen, sonido y letra. Es verdad: para quienes nos educamos en la biblioteca y no en Wikipedia, esto resulta casi mágico y, para las nuevas generaciones, algo tan natural como, para nosotros, haber jugado al tinenti. Además, es un camino inexorable, el avance de la tecnología no se detiene. Sin embargo, vale la pena ponerse a pensar que ese mismo avance es el principal enemigo de la conservación. El progreso implica nuevos códigos y nuevas plataformas y, en consecuencia, la necesidad de actualizar cada vez los registros. MiTocadiscosentras tanto -por suerte- las cinematecas seguirán con la custodia de sus películas en celuloide, las bibliotecas, su lucha contra los roedores para proteger los libros y algún loco lindo abrirá un negocio de vinilos. Solo se necesita eso.

AUSENCIAS Y CONSUELO

Vuelvo a la carta del abuelo. La miro otra vez. La releo. Me encuentro con su letra y sus palabras, con las formas de expresarse de otra época. Imagino las posibilidades. Si la abuela no hubiera aceptado, yo no estaría aquí, frente a la computadora, en la difícil tarea de alinear letras. En realidad, ¿mi abuela podría haberlo rechazado? Eran otros tiempos y a ella ya la habían traído de los pelos desde España por intentar incorporarse a una compañía de teatro. Así que, me permito dudarlo.

Pero esa es otra historia. En esta, la ausencia del abuelo, la figura que me faltó durante mi infancia, se hace presencia gracias a un papel viejo que guardo doblado cuidadosamente y, de vez en cuando, releo. Otras ausencias, más dolorosas, se recomponen también a través de los objetos, de cartas y mensajes que conservo con amor. Mi cuerpo, sin embargo, las registra como mutilaciones, luego de las cuales, funcionó otra vez, pero diferente.

Hay huecos en la vida que nunca logran volver a llenarse.

Man Ray - Lágrimas
Man Ray – Lágrimas

(1) Ricardo Piglia, “Respiración artificial”, 1980

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