Ausencias: Sobre “Dolor y Gloria”, de Pedro Almodóvar.

Por Pablo Arahuete

AZUL PROFUNDO

Dolor y gloria
Dolor y gloria

Sumergido, detrás del azul. El cuerpo en suspensión. El afuera, apenas un murmullo. Él, dentro del agua limpia que te limpia los dolores de cabeza y espalda. Silencio es lo que se escucha en un set de filmación cuando la rueda rueda, cuando rodar no es desplazarse en círculos, sino crear movimiento desde la quietud. El pensar corroe a veces y, otras, limpia que te limpia tanta tristeza sumergida, que no hay espacio al resuello. El cuerpo se pone cuerpo y el tiempo se cristaliza en la vejez de los órganos y en la cabeza de la espalda. Según la anatomía ortodoxa de la mirada de libro, pueden ser hombros. Pero, para la textura del padecimiento, el dolor no tiene cuerpo. Y, claro, la ausencia del cuerpo no es solamente la no presencia del deseo.

¡Aire!, eso falta, vitalidad aérea para salir a flote, volar desde la base y que la altura se vuelva alcanzable, posible, necesaria, purificadora. Limpia que te limpia, lava que te lava, no hay tiempo en el caprichoso estado de la memoria, no hay necesidad de más agujas que aquellas que sostienen la armazón de la maqueta, desplomada en el set de la imaginación.

Corte, el imaginario y el del cuerpo, silencio, algo surge en la duermevela que acompaña a ese cineasta dolido a rodar para vivir. Se llama Salvador, como el de bigotes raros que pintaba o dibujaba o inventaba. No busca salvación, tampoco viene para salvar a nadie. Salvador vive cuando no piensa, Salvador necesita llegar sin saber de dónde partir.

azul profundo dolor y gloria anartistaLa pantalla blanca es como una hoja cada vez más blanca, Salvador es Pedro y no es Pedro, es un personaje que se hace persona al doler y es una persona que deviene personaje, cuando la gloria le gana. Por su parte, la gloria no es una mujer, pero tiene ese cuerpo femenino, pujante, porque la gloria también es la madre y el dolor, el padre de todos. La gloria es la lava que lava y la lava que te lava. Incandescente, como la luz en el reflector del alma, sobre el set donde la palabra silencio ya no es ausencia de deseo. Silencio es acción que corta y vuelve, que limpia pero no cura. Hay curas que no curan y, en una mala educación, que tampoco educa, se disipa la aventura del autodidacta. Uno que, como Salvador, conoció el mundo por sus viajes de gloria, por esas películas que lo hicieron creer en el amor y también conocer el desamor. A pesar del dolor, el cine no traiciona, aunque muestra que no siempre el “continuará” implica seguir. Continuará si el ritmo genera la lava que limpia o que se vuelve roja y amarilla y quema en su rojo pasión y en su rojo sin tacones: Rojo de la ira, de la lava que a veces es lava cuando el aire se escapa, abraza la baba, que asfixia, que atraganta. Rojo todo rojo, la sangre, la fuerza, el corazón.

ROJO PASIÓN

Salvador Dalí - Reloj blando en el momento de su primera explosión (1954)
Salvador Dalí – Reloj blando en el momento de su primera explosión (1954)

En las películas de Pedro Almodóvar, los colores siempre juegan un efecto emocional, no desde la imagen en sí, sino en la manera de aparecer como atmósfera de los personajes. No por nada, en los créditos del comienzo de su última película, “Dolor y Gloria”, el director manchego elige la irrupción de colores en movimiento, como si se tratara de un fractal. El fractal no es importante por el movimiento, sino por el orden, que no se aprecia en el movimiento de los colores. Ellos se mezclan y pueden generar alguna figura que se repite. Porque el cine, en un rodaje, es el arte de la repetición de una representación. Repetir una situación hasta llegar a la verdad escénica es el sueño de todo cineasta devenido director. Y la verdad escénica es la nulidad de la representación. Así, como en el teatro, donde la representación se diluye en la ruptura de la expectación de la mirada. La mirada del otro es el complemento y es el cuerpo que no se ve. Como un cuadro, donde las manchas de colores a la distancia dejan de serlo. De allí, el primer recuerdo de Salvador y de Pedro: su madre, con otras mujeres, lavan las sábanas blancas a orillas del río. Recuerdo que se vuelve el reverso del reflejo de una representación, al llegar la música del canto y la escena recordada, casi pintada por los ojos del niño que se hizo grande, mientras miraba cine y pensaba en qué quería convertirse de adulto. Volvemos, sin elipsis y sin fundidos, a la duermevela del ensueño del creador y al vértigo del caos que desordena la mirada. Sin repetir y sin soplar, se dice que una imagen o escena respira, cuando fluye a la par de un relato. Y, si fluye a la par, le escapa a la cárcel de la mirada que etiqueta en un género único para degenerarse y así recrearse en cada imagen yuxtapuesta. Esto mismo, en teatro, no se puede recrear en el instante de la representación. Pero estamos en el cine.

Dolor y gloria
Dolor y gloria

E intenso es el rojo que predomina en la mitad de esta película de viaje con doble destino. Intensa es la nostalgia por aquello que pasó y no vuelve, como el amor, el de los hombres, el de los cuerpos, el de aquel cine que busca pantallas del pasado para volver a tener cuerpo, frente a la degeneración de las nuevas maneras de verlo; frente a las nuevas tertulias, que descreen del diálogo del silencio en una sala oscura.

BLANCO, CADA VEZ…

colores dolor y gloria anartistaLo oscuro se reconoce contra el blanco, por contraste. Desde el espacio y la distancia en una sala, la pantalla se proyecta en la imagen y la imagen se alimenta de la oscuridad, para luego expandirse. Es la hoja en blanco que se llena de historias posibles, es la angustia de buscar para contar y de contar para crear. Si hay ausencia del deseo, hay un cuento añejo, con final anunciado y no existe “continuará”. Si sólo es el silencio, si el blanco es la ausencia del color, no queda mucho más que soñar la gloria y encontrar en el dolor el color del deseo. Almodóvar, desde su autoficción- con Antonio Banderas en su jugarreta de actor que sabe jugar como un niño-, proclama: ¡a la vejez y el deterioro, viruela! Y lo dice en forma de canto, que no es otra cosa que un guiño a la comedia. Esta degenera al melodrama clásico y solemne de la tristeza, algo propio de ese cine del festival del dolor. En el doble viaje, claro: deben aparecer el del amor y el desamor.

¿CONTINUARÁ?

AMOR Y DESAMOR A COLORES

El cine no traiciona. El cuerpo, muchas veces, sí. El cine no envejece, aunque tampoco es inmortal. El cuerpo se deteriora y se vuelve a deteriorar en esa brutal honestidad del paso del tiempo. En el cine se pasa el tiempo y, si el tiempo pasa, continúa en las pantallas del recuerdo, de la memoria, de la imaginación, de la nostalgia, de la melancolía, de la alegría, de la tristeza, de la pereza y de la inercia.

Pantalla sobre pantalla, en el reflejo del tiempo que pasa -que “te” pasa-, mientras Pedro rueda que te rueda y mamá gloria -que no es gloria con mayúscula ni un cuaderno con hojas en blanco- lava que te lava.

blanco da vez dolor y gloria anartista

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