Claroscuros: sobre la entrevista a Mauricio Kartún.

Por Ana Blayer

Fotografía: Ana Blayer

 

MUCHA TELA EN EL CONTAINER
-¡Qué sabor tan agradable!
-Todavía lo siento en mi paladar.

Con bastante anticipación a la hora convenida, llegué a la estación de subte del barrio “pugliesino” de Villa Crespo. La mañana estaba soleada y era menos fría que la del día anterior. Caminé unas cuadras por Avenida Corrientes, doblé por Acevedo hasta dar con un barcito en la esquina de Vera.

Esperé la lágrima en pocillo a la que acompañé con una medialuna. Entretenida, miraba pasar gente que, a esas horas, suele hacer algunas compras domésticas.

 

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Por un momento imaginé que el futuro entrevistado estaba en una mesa próxima a la mía, que tal vez tomaba un cortadito todas las mañanas en ese bar cercano a su departamento. Después vi pasar un hombre con un gorro tejido color gris tipo bonete. En la mano llevaba una pequeña bolsa de plástico, tal vez, con un paquete de facturas.

Ninguno de los imaginados era Mauricio Kartún.

HUELLAS

A las once casi y cinco, Gabriela tocó el portero eléctrico –sorprendida por la marca que dejó ese timbrazo en su dedo índice-. Las cinco anartistas sonreímos cuando en, apenas unos minutos, Mauricio bajó a abrirnos la puerta para dar comienzo a la nota.

Libros,
Cajas,
Juguetes,
Estatuillas y esculturas
Cuadros y premiaciones
Sillas y sillones…

FOTOS

La calidez del ambiente se colaba con el disfrute de las palabras, de cada gesto, de cada mirada. Fueron casi un par de horas. Lentamente, nos dejamos llevar por ese escenario colmado de respuestas. Entre ellas, recojo un retacito, que aún me resuena: “¡cuando hago un personaje no busco que sea igual a otro¡ Es como salir a buscar pareja, necesito algo diferente. Con la anterior con la que el amor se terminó, se cortó. No busco otra pareja semejante a la que tuve. Quiero algo nuevo que me atraiga, seducir y que me seduzca.”

               Mauricio Kartún
Mauricio Kartún

En un momento determinado se puso de pie para servirnos un tecito a cada una. Disfruté mirar, por detrás de mi objetivo, todos sus movimientos: las manos, los gestos de su rostro, su postura sobre la silla, cual director en un silloncito de madera.
Después me detuve a escuchar anécdotas de los hallazgos en los containers, de sus tiempos de vendedor de juguetitos, del encuentro con la alfombra impensada… así, con los matices de su agradable voz se tejió aquella mañana.

Nos acompañó hasta la puerta de entrada para despedirnos a una por una.

Ya en la vereda, entusiasmadas y contentas por la nota, pregunté:
-¿De qué sabor era el tecito?
-De bergamota –respondió Gabriela-
¡Qué agradable sabor!
Todavía lo siento en el paladar.

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