Gustav Klimt

La decisión: sobre un trabajo de parto.
Por Alicia Lapidus

 

¿DULCE? ESPERA

Lunes de consultorio. Paciente de primera vez. Silvana se presenta: la recomendó una amiga que tuvo un parto precioso conmigo. Rubia y elegante, me hace el primer planteo: decidió tener un nacimiento vaginal. Siempre soñó con tener la sensación de la salida de su hijo. Es ingeniera, se recibió a los 25 años, luego se casó y, con 27, se embaraza de su primer hijo. Por lo que me cuenta, siempre planificó todo en su vida. Ya sabe qué hará dentro de 5 años. Con su pareja calcularon la fecha en que se debía embarazar, para que su hijo no cumpliera años en vacaciones y, además, pudiera entrar a la escuela siendo de los más chicos. O sea, querían que naciera entre marzo y junio.

Foto: Hemera
Foto: Hemera

El embarazo transcurre normal. La panza no la incomoda y sigue trabajando sin problema. A los casi tres meses, sabe que será una niña. No era lo que esperaban, pero igual se alegran y ella ya comienza a pensar en la ropa que le va a comprar y cómo pintará su cuarto. Deciden llamarla Sofía.

A lo largo de las consultas, me repite muchas veces que, con toda su alma, desea tener un parto vaginal. Yo también lo quiero así, pero no le puedo prometer un resultado. Entre ambas, trataremos de conseguir el mejor parto que ella y su hija puedan tener.

El marido, también ingeniero, participa poco de esas conversaciones. A veces hasta parece aburrido.

 

DE PARTO

22:30, Silvana se interna en trabajo de parto. Está feliz. Hizo todo el curso y trae, en una libretita, prolijas y anotadas, cada contracción que tuvo y el horario.

23:05, tres centímetros de dilatación. Monitoreo de la bebé, perfecto. La cara de Silvana se frunce en cada contracción. Gime y las tolera, estoica. El clima en la sala es de concentración y alegría. Al fin llegó el día.

08-03colestasisembarazoLa sala de preparto es una habitación muy pequeña. Allí, un televisor muestra imágenes incansables, en silencio, pero nadie lo mira. El monitor fetal resuena constante, tuc, tuc, tuc, a la frecuencia esperada: 140 latidos por minuto. Le digo a Silvana que su hijita Sofía se está portando muy bien.

23:45, cuatro centímetros. Silvana ya no aguanta más y claudica. Pide la peridural. Se había negado durante el embarazo, pero el dolor es demasiado. Llamamos al anestesista, que demorará unos veinte minutos. Mientras tanto, Silvana se levanta, camina, se pone en cuclillas, jadea con cada contracción. Para ella este tiempo es eterno. Para nosotras, también.

0:00, decidimos pasar a sala de partos para esperar.

“Partos”, como llamamos a la sala, es una habitación mucho más grande, con mesas de brillante acero desparramadas en un aparente desorden, monitores varios, incluido el fetal, que colocamos sobre la panza de Silvana. Ella se pone de un costado, luego del otro, después pide estar más sentada. Levantamos el respaldo del sillón de partos así, mientras tanto, pasan los minutos.

00:10, llega el anestesista y mi embarazada suspira de alegría. Le coloca la peridural y, al ratito, está aliviada.

00:25, contracción. Los latidos de la bebita disminuyen bruscamente su frecuencia. 110 por minuto. Esperamos en silencio. Recupera la frecuencia. Nos quedamos a ver qué sucederá en la próxima contracción. El marido de Silvana, más consciente de la situación, nos mira para descifrar en nuestras caras un futuro que somos incapaces de predecir. Estamos preocupadas, temerosas, pero nada debe notarse en el rostro.

00:28, siguiente contracción, otra desaceleración, más profunda esta vez, 100 por minuto. Entramos en zona de alto riesgo. La reviso, 6 cm y la cabecita muy alta todavía. Falta mucho para que nazca.

Silvana, ponete del lado izquierdo– le digo, por si la bebé comprime el cordón. El tiempo se detiene, es como si los relojes se hubieran parado y estuviéramos todos en cámara ultra lenta.

00:31, otra contracción y bradicardia. Dura más que la anterior. La vuelvo a revisar, con la escasa esperanza de que algo haya cambiado. Está con los mismos 6 cm que antes y muy lejos de nacer. Mi cara hace rato perdió la sonrisa.

El marido me lleva a un costado para hablar. Me niego y le digo que vamos a hablar los tres, con Silvana.

Fuente: ACOG
Fuente: ACOG

Me pregunto, ¿aguantará la beba un poco más?, ¿cuánto tiene que aguantar? ¿Cómo le digo a Silvana que no es posible cumplir su deseo? Pero no puedo perder el tiempo en disquisiciones. Sofía sufre dentro de la panza de la madre.

La conversación es tensa. Le explico que no va a poder ser un parto vaginal, que falta mucho y la beba no la está pasando bien.

Llora, maldice. Por la desesperación, adquiere una conducta casi infantil: “pero yo quería”, “pero yo quería”.

Necesito que se convenza. Quizás. en el afán de no mostrarnos tan preocupadas como estábamos, ella no percibió qué sucedía. El marido la abraza e intenta explicarle.

Calculo mentalmente lo incalculable, ¿tengo margen? Sí, un poco.

Mientras tanto, voy armando el equipo quirúrgico, la instrumentadora, el ayudante y pido que me preparen la sala de cirugía.

00:36, vuelvo a Partos. Me siento al lado de Silvana y, con su mano entre las mías, en silencio, escuchamos el monitor. A la segunda bradicardia y, entre llantos, me dice “tenés razón, vamos a la cesárea”.

Foto Alicia Lapidus
Foto Alicia Lapidus
Foto: Alicia Lapidus
Foto: Alicia Lapidus
Foto: Alicia Lapidus
Foto: Alicia Lapidus

00:50 Nace Sofía. Con un poco de ayuda de la neonatóloga, está perfecta.

Foto: Alicia Lapidus
Foto: Alicia Lapidus

 

DESEOS Y REALIDADES

Hoy Silvana tiene una bebita sana en su casa y la disfruta sin importar cómo la niña vino al mundo. Ambas tenemos, sin embargo, una sensación guardada, de esas que no te animás ni a pensarla: la desilusión. El hechizo roto del deseo.

Foto: Kim Vasales (Sarah Savona)
Foto: Kim Vasales (Sarah Savona)

En la vida nos enfrentamos a muchos tipos de decisiones, en la mayoría de los casos, se piensan con tiempo, se valoran pros y contras, se evalúa y finalmente se toma el del deseo. No siempre esas decisiones son libres, no siempre sabemos de dónde proviene el deseo. En general, se trata de una mezcla de vivencias, experiencias e influjos del mundo exterior. Vemos el éxito de otros y allí vamos. Hay una enorme telaraña de sucesos que desemboca en nuestra decisión.

La diferencia con la obstetricia es que, durante un trabajo de parto, pueden ocurrir accidentes o trastornos. No hay tiempo, hay que elegir y ejecutar en minutos. Y no importa que se decidió de antemano, no importa más el deseo. Este se ve interrumpido por la realidad.

¿Qué aparece aquí? No se alcanza a pensar mucho, se siente qué es correcto, se procede por experiencia y por sentimientos. Hay un instante en que cae la ficha y no hay más verdad que la acción a realizar. Hay dos personas en juego. Silvana tuvo que torcer su decisión, que no era reciente, que no era apurada. Lo veloz fue el cambio, el comprender que en ese momento no había más deseo que el del hijo sano.

Foto: Alicia Lapidus
Foto: Alicia Lapidus
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