Amalia Polleri
Amalia Polleri

La decisión: sobre escritoras uruguayas y una metáfora machirula.

Por Lourdes Landeira

 

DE FERIA EN FERIA

“Y yo quisiera saber cómo soy, cómo seríamos en ti las mujeres intactas que me habitan. Qué simple y qué difícil al mismo tiempo lo que te estoy proponiendo, ya lo sé, pobre querido mío. Pero no necesitarías entenderlo. Debe ser todo más dulce de ese modo, sin completar su sentido…”

“La mujer desnuda”, Armonía Somers

Amalia Nieto - Composición
Amalia Nieto – Composición

En todos, o casi todos mis viajes a Montevideo, la feria de Tristán Narvaja es una cita deseada en mi itinerario. Me gusta deambular por sus pasillos con olor a frutas y verduras, en perfecta connivencia con objetos de múltiples formas, tamaños, antigüedad y primicia. Puede no ser fácil abrirse paso entre termos y polleras colgadas y ante el voceo de oferta de quesos o la ganga de un juguete último modelo. La dificultad depende del clima -meteorológico- de ese domingo, y también de la época del mes: de si es jornada de un clásico de fútbol y entonces se debe levantar todo temprano. En ese caso y por ese día, hay quienes deciden, mejor no ir. Como sea, en el camino más o menos corto, con más o menos tangentes, siempre es posible aterrizar en el lugar disimulado donde un objeto intrascendente se ofrece sobre un paño en un tablón o, directamente, en la vereda.  El recorrido, entonces, se deshace del tiempo-espacio e instala su propio transcurrir vertiginoso hacia el mueble de la infancia, donde se lucía un jarrón igual a ese, a la silla en que se leía esa enciclopedia. La memoria hace su trabajo invisible y graba la mirada con su propio tacto. Al cabo de un tiempo impreciso, un roce vecino, un murmullo lejano o una voz directa que invita a comprar devuelven las cosas a su lugar. La leyenda urbana dice que en la feria se puede conseguir hasta una dentadura postiza y, a pesar de lo inverosímil que pueda sonar, yo estoy segura de haber visto alguna– sonreír desnuda y altiva. Nunca termino el paseo sin detenerme a mirar los álbumes de fotos, la mayoría muy antiguos, muchos con roturas, tapas fragmentadas por alguna rajadura y todos, con las fotos de quienes los ostentaron alguna vez. Dedico unos minutos a imaginar las vidas de esos rostros y de los rostros de quienes los recibieron por herencia o por azar y decidieron entregarlos a la venta pública; y de quienes los compran y filian con esos seres desconocidos y anónimos que, de ahí en más, comenzarán a atesorar, en consonancia con el alto precio a abonar. Por supuesto y no menos importante por estar al final, sino al contrario, por ser la frutilla del postre que me falta mucho por comer, entro a cada local y me estaciono frente a cada puesto de libros y revistas usados y nuevos.

 

HACIA LAS NARRADORAS

“me olvidé de maniobrar / pensando en las palabras de un poema / que todavía no se ha escrito / y por ello / era el mejor de los poemas”

“Escorado”, Cristina Peri Rossi

María Freire - Inventario
María Freire – Inventario

La oferta incluye un sector de literatura uruguaya, donde predominan, entre tantos, Galeano, Onetti, Levrero, Benedetti, Felisberto. Y, por supuesto, no faltan Ibarborou, Vitale, Villariño, Agustini, Di Giorgio. Es ahí cuando caigo en la cuenta de que las segundas, Juana, Ida, Idea, Delmira, Marosa son todas poetas. La pregunta se impone, ¿no hay narradoras uruguayas? Sí, por supuesto, solo que yo no las conozco. Me sorprendió que, al preguntar por ellas, las respuestas no fueron inmediatas, o eran autoras no conocidas o no recordadas, salvo con algo de esfuerzo. Claro que los libreros sí tuvieron nombres para ofrecerme rápidamente. Entre ellos se impuso el de Armonía Somers y el de Cristina Peri Rossi. Entre mi gente conocida se repitió la recomendación de consultar “Capítulo Oriental”, una publicación de los años 1968 – 1969 del Centro Editor de América Latina, que recorre la historia de literaria uruguaya y se puede consultar libremente, todos sus fascículos están digitalizados y subidos a la red.

Comienzo por esta última opción, ya que si siempre fue caro comprar libros en Uruguay -mucho más que en Argentina- en tiempos del brutal ocaso macrista, se torna imposible. Mi lectura no es cronológica: por cierto entretejido de decisiones, comienzo por el capítulo 33 (quizás por aquello de los orientales heroicos, quizás porque prometía hablar Los novelistas del 45, masculino dentro del que intuí se escondían femeninas de mi interés, quizás por ambas cosas). Al cabo de pocas páginas supe, entre muchas otras cosas y mujeres, que Clara Silva es a quien se reconoce como la primera novelista del país.

Con la excepción

Le debo a Clara Silva mi lectura, que prometo para otros números. Sucedió que se interpuso un recuadro en mi atención. Hablaba de una escritora en términos de ejemplos raros de una novelística original sin rastro crítico.

Confesiones a una botella

El carácter enigmático – por aislada, por rara- junto a lo confidencial del título, dirigió mi interés hacia ella. La búsqueda comenzó, de qué otro modo si no, en la red. Inmediatamente encontré un ejemplar de segunda mano de la para mí ya famosa novela, comprada en mi vuelta a Buenos Aires y retirada sin demoras de un departamento en la frontera entre Caballito y Parque Centenario. La lectura se apoderó de mi mano, subrayé sin parar esas páginas amarillas colmadas de una mirada introspectiva que convocaba recurrentemente a Nietzsche y su superhombre, a través de la lectura del Zaratustra olvidado en la biblioteca del padre de la protagonista. Más que la filosofía y el sesgo alemán muchas veces despectivo de la mirada sobre lo local, me involucré en el desasosiego de esa mujer quien, en una noche de fin de año posterior a continuos desamores en las calles de Montevideo, se confesaba con una botella. Al finalizar, se multiplicaron mis preguntas iniciales, ¿sería nazi, la tal Tesdorff?, ¿sería libertaria?, ¿se la podría considerar –anacrónicamente- feminista? ¿Era uruguaya? No sé de nadie que la conozca. Por supuesto, una vez más, para encontrar respuestas, recurrí a la red. Entonces, sobrevino la sorpresa. Había casi nada en español sobre la susodicha y muy poco en alemán. ¿Habrá existido? No pude leer su biografía, hay vida más allá de google, pensé en ese momento, con inocente alegría. Más acá del buscador internético, existe Gabriela Stoppelman, la directora de esta revista, quien me tradujo del alemán información sobre la autora que habla sobre límites, viajes, naturaleza, merodeos –me gusta esa palabra de feria y curiosidades-. Supe que, en 1994, una editorial alemana reeditó la novela referida, además de varios de sus poemas.  “Un texto lleno de pulgas” es el nombre de dos tomos de su autoría del que no tengo más datos que ese atractivísimo título. Como perlita, Stoppelman me aportó la traducción de su nombre: SiegtrudTesdorff significa el triunfo de la hierba. Me repregunto ¿quién es Siegtrud Tesdorff?

De aquel domingo de la feria última, antes de este paréntesis de botella, quedó en mí el eco de una frase escuchada entre puesteros: había que tener los ovarios bien puestos para escribir como Somers y Peri Rossi. Desde que volví, los libros de ambas circundan mis días y desvelos con asombrada felicidad de encuentro. Capítulos de lectura que ojalá pueda contar en otra ocasión.

 

CON LA MÚSICA A ESTA PARTE

“No se puede vivir bajo la tierra sin adquirir la memoria de la tierra, la memoria de lo que va a suceder, que es la mía. Quedé por un instante suspendida en aquellas palabras tan antiguas salidas de una boca que acababa de besarme como si recién amaneciera”

“Viaje al corazón del día”, Armonía Somers

En esta oportunidad, la visita me llevó a la mítica esquina de Durazno y Convención. Allí, justo donde – según el cantar de Jaime Ross – “la calle Durazno muere sin saberlo y la noche es siempre oscura por la calle Convención”, hay un bar teatro que mezcla los nombres y se hace llamar “Ducon”. Ubicado sobre la ochava un pequeño café a media luz, hace el aguante hasta que la puerta del costado abre paso hacia la escalera que desemboca en una sala íntima de teatro subterráneo. La noche en que yo fui cantaba Patricia Robaina. Ella es una compositora joven, uruguaya, de Melo, que presentaba su espectáculo: “De un sueño a un ensayo general”. El título remite a un camino en pleno andar. Si nada está concluido, no nos queda sino intentar, probar, investigar, arriesgar. Y esto es lo que ella hace. Desde su primer disco “Canciones para responder lo que nadie pregunta”, se evidencia su necesidad de una respuesta, quizás, alguna certeza. “Satia despierta con sus ojos llenos de preguntas”, escribió sobre su hija, cuyo nombre se puede traducir, justamente, como verdad.

“Durante mucho tiempo traté de buscar la personalidad en el timbre de la voz, como una huella o algo así, pero creo que es mucho más rico poder jugar y mostrar diferentes cosas”, dijo en alguna reciente entrevista. Quizás por eso su voz no grita, muchas veces casi susurra con infinito dolor las opresiones sucedidas una y otra vez por sus nadies.

 

Lo cierto es que la compositora un día supo que Teresita Cazarré, una poeta coterránea suya, leída con frecuencia en su casa, no era conocida por la mayor parte de la gente. Quizás por la sorpresa ante la no concordancia de lo íntimo y lo público, decidió rescatarla y musicalizar sus poemas en el disco que, con orgullo, presentó esa noche de Ducon: “Cancionero de juguete”. Para muestra, la Canción con problema:

¿Pero cómo pasó esto? / ¿Quién cometió la torpeza? / de hacer juez al benteveo / de un concurso de belleza

La perdiz que había ensayado / su más bonito silbido / silbando muy enojada / se ha vuelto para su nido

También la pava del monte / hacia el monte se ha marchado / se fue a su árbol la viudita / y la garza a su bañado

Chista, chista la lechuza / pensativa y confundida / la señora cardenal / de cantar casi se olvida / todas están ofendidas / por culpa del benteveo / que al verlas en el concurso / les gritaba bichofeo

Ya no harán fiesta los pájaros / a causa de la torpeza / de hacer juez al benteveo / de un concurso de belleza

El espectáculo continúa y Robaina convoca a otra olvidada: es el turno de Virginia Brindis de Salas, la primera escritora negra en publicar un libro en Latinoamérica. La mujer nació en Montevideo en 1908 y murió en Buenos Aires en 1958. Fue poeta, periodista y militante de la negritud. De ella, la compositora decide rescatar tangos –  no, los típicos escritos por hombres que violentan a las mujeres, sino otros. En letra de Brindis de Salas describen las tristuras de los músicos en las calles montevideanas- y, fundamentalmente pregones, a los que la compositora considera un género literario y en los que la poeta pone a una canillita en el centro focal de la industria de la comunicación.

 

DE LENGUA EN LENGUA

“A él le pareció curioso que estuvieran hablando ahora, justamente cuando parecía que su pene se había declarado en huelga, huelga de actividades, huelga de palabras. ¿Solo se hablaba cuando había un penoso fracaso de por medio?”

“Todo iba bien”, Cristina Peri Rossi

Hilda López - Sin título
Hilda López – Sin título

El intervalo poético – musical bien valió la alegría en mi acercamiento a las narradoras uruguayas (se impone la aclaración: no he llegado aún a las contemporáneas que son muchas y parece – según se rumorea-, muy potentes). La vuelta a Buenos Aires devela las resonancias que persisten en hablar: racismo, opresión, mujeres invisibilizadas. Con los ovarios bien puestos, recordé con simpatía la frase escuchada en la feria. Sin embargo, enseguida sobrevino la duda, ¿por qué con los ovarios bien puestos? ¿Acaso los ovarios y su localización son garantía o definen a algo o a alguien? ¿Qué será de aquellas a quienes se los han extirpado? ¿Y de las que, sin nunca haberlos tenido, los ejercen? La idea me recuerda a la novela “El discurso vacío”, de un uruguayo, varón bien puesto en este caso: Mario Levrero. El protagonista, con grandes dificultades para vivir el mundo que le tocó, se entera de que, a través de la caligrafía, se puede inferir la personalidad de la gente. Supone, entonces, que el proceso contrario es posible y que, si él logra escribir con la caligrafía de las cualidades que desea para su persona, va a transformarse y esculpirse a partir del dibujo de las letras. Recuerdo también que, antes que el ADN y la genética nos anoticiaran de que son muchos más los elementos compartidos como especie, que por fenotipos, la distinción por razas pretendía definir a las personas. Demostrado entonces que “lo esencial es invisible a los ojos “y que el tamaño de un cerebro nada dice de su inteligencia, asociar el valor de una mujer a tener los ovarios bien puestos sigue siendo machista por homologación a la genitalidad masculina. Y es moralista y racista, por inferir que hay un modo de tenerlos bien contra otros que, por oposición, deben estar mal. Por supuesto: quien emplea la expresión no tiene conciencia de la discriminación que connota, pero, como ya hace mucho sabemos que el lenguaje es el principal reproductor de ideología, es tiempo de intentar hacerlo productor de nuevas metáforas, más allá de elecciones circunscriptas al binarismo hegemónico. Es tiempo de decisiones nuevas y azarosas imágenes. Con o sin ovarios. ¿Probamos?

 

 

 

 

 

 

 

 

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