La Lucha: sobre cómo enfrentar un año desempleado.
Por Pablo Soprano
“El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable.”
Baruch Spinoza (1632-1677)

 

TODO TIENE UNA CAUSA

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El Enigma Sin Fin, Salvador Dalí

¿Puede haber una resistencia dentro de la lucha y una lucha dentro de la resistencia?
Hacia finales de 2018 fui despedido. De buenas a primeras, me comunicaron que iban a prescindir de mis servicios. Siempre pensé qué haría cuando llegara ese instante. Podría parangonarlo con la vida de una persona. De niños no meditamos la muerte, menos aun, en la adolescencia. A una determinada edad arremeten las preguntas, los miedos. Caen las fichas sobre lo finito, tarde o temprano, comienzan los achaques y, por fin, expiramos. Algo así fue mi historia laboral, con una salvedad no menor: de la muerte no hay después para contarla. En cambio, el final abrupto y, a la fuerza, en un empleo, sí. Ahí comienza una etapa donde se juntan, o más bien se entremezclan, la lucha y la resistencia.
Soporté como asalariado buena parte de los vaivenes económicos y políticos de nuestro país, durante los últimos 29 años. Resistí presiones, insultos y hasta el asedio patronal con tal de llevar un plato de comida a la mesa de mi casa. Era consciente de una realidad efectiva que me permitía tener la seguridad de una obra social, algo de dinero en el cajero automático y de darme algún que otro gusto personal. Así, pude soportar el despido con ciertos matices de alegría entremezclada, sin haber llegado a nada reivindicatorio.
En aquellos años de laburo, la lucha y la resistencia fueron caminos sin intersecciones. Sólo aguantar. Pienso mi despido como un claro en el bosque. Un momento luminoso entre brumas; oscuridades conocidas enlazadas a las venideras. Azarosas incógnitas de lo por venir. Dejé el aguante de lado por un año -este año- y peleé, a mi manera, sin más armas que el intento de escribir y la libertad de pensar.

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Baldío y Silvestre, Alejandra Fenochio

 

AFECCIONES PESIMISTAS
Este espacio y esta nota son el intento de mostrar cuánto puedo, de qué soy capaz. Despojarme del temor, del resentimiento y de la resistencia permanente. Toda la potencia puesta en entender, en escribir y, como escudo protector, los resultados de la trabajosa lucha encarada este año: la búsqueda de historias y pensamientos sueltos en El Anartista -cada dos meses- y ese editorial por radio, cada sábado. Por otro lado, la profundización en el estudio sobre filosofía, mis comentarios en redes sociales, la afectación a nuevas y viejas relaciones, entre otros haceres. Creo tener con qué.
“Ojo, mirá que la guita se termina enseguida…”, “Mucho filosofar, mucho filosofar pero ¿qué vas a hacer cuando no tengas más plata?”, “quiero ver de qué se va a disfrazar Pablo cuando ya se la haya gastado toda.”

Enfrenté, con mayor o menor paciencia, esta clase de admoniciones de fuego amigo y enemigo, quienes contraatacaron por todos los flancos del prejuicio. Hay cierto morbo, cierto disfrute en cargar de pensamientos tristes a un tipo que, como pudo, peleó contra la depresión y la falta de trabajo, de una manera no convencional, en la última etapa del gobierno macrista signada por los despidos, las persianas bajas, el industricidio, el desempleo y todo un menú neoliberal a la carta.
La lucha contra los agoreros -amigos o no-, contra las circunstancias actuales las planteé, sin desesperación, sin entregarme al mejor postor por un trabajo y sin victimizarme del desánimo.  S+í me ocupé en la búsqueda atemporal de por qué somos un grado potencia, por qué y para qué mejorar mi escritura, cómo debo insistir en el lenguaje o qué es para mi lo poético. Todo ello -indemnización mediante- es cuanto importa. Por encima de los pesimistas de turno.

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Otorongo, Armando Williams

 

DOS VERBOS QUE SE BIFURCAN

Si al momento del despido se abrió para mí un claro en el bosque, este año fue la entrada a otra espesura a orillas del sendero. He caminado y caminaré en tinieblas. Cada  un tiempo, aparecerá otro espacio y, de nuevo, la oscuridad. Ese es el mecanismo del mientras tanto, donde se conjugan la lucha y la resistencia, una consecuencia de la otra. Acompaño esto a una muy bonita palabra que conocí este año: inmanencia. La hay en luchar y en resistir. Este año me pude dar ese lujo pues no tengo mayores ambiciones. Mezcla y equilibrio entre estos dos verbos que no tienen ni tendrán final. Luchar y resistir. Aguantar y pelear, en la guerra  y en la paz. Un compromiso asumido pase lo que pase, gobierne quien gobierne. Aquí, ahora y en todas partes.

 

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Figura Vestida de Paisaje, José Roosevelt

COROLARIO INMANENTE
No sé hacia dónde me llevarán el azar y el devenir de las pasiones de aquí en más. Por lo pronto, elijo continuar en estas páginas, en estas redes, en prolongar la excusa -a base de maníes y rodajas de bananas secas- de fundirme en unos ojos marrones y en una sonrisa radiantey perceptiva, aunque  esos ojos y esa sonrisa jamás serán para mí. Me quedo con el abrazo de los amigos, con contar nuevas y viejas historias, con descubrir entrevistas. Procuro alejar el horror de lo que fue un gobierno violento e insensible. Procuro cortar al fin con el cordón umbilical de esa zona de confort y tortura que fuera alguna vez mi antiguo empleo. Opto, a pesar de las críticas, por no arrepentirme de nada de lo hecho hasta acá, en un año singular en el que me fue revelada la inmanencia entre mi resistir y mi luchar.

1994 Internal Expansion
Expansión Interna, George Grie

 

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