La lucha: sobre personas falsamente tiernas

Por Milena Penstop

GUARDA CON LAS FRASES HECHAS

mile1Ponele que, a fin de año, recibí un mail que dice:

Queridos: fue hermoso compartir este tiempo con ustedes. Lo más importante es crecer como personas, valorar y valorarse. Lo más importante es hablar desde el corazón, no desde el ego. Compartir es lo que nos hace sentir vivos y, por sobre todas las cosas, respetarnos. Les quiero mucho chiques.”

De no conocer el contexto en el que fue mandado este mail, uno pensaría dos cosas: una, que se trata de una persona afectuosa, que quiere dar un cierre cortés a alguna actividad. Otra, que se trata de una persona que habla con palabras abstractas y universales, para cumplir con una formalidad y punto. Porque, pensemos en estas frases, son tan de tarjetas de cumpleaños, tan de marketing. Su contenido es tan difuso, que puede valer para cualquier experiencia. Así, no es fácil distinguir si viene de una docente o de una funcionaria pública.

Por empezar, no todo el mundo está de acuerdo en qué significa compartir. Más complicada aun es la frase “crecer como persona”. Para algunos, crecer como persona es mantener a toda costa su trabajo, independientemente de lo que aporten a otres. Sin embargo, ciertos individuos piensan que, más allá de lo que obtengan o no, crecer como persona es cambiar y conocer de forma singular, aunque sea, a un grupito de buenos cómplices.

Vamos, entonces, a poner en contexto estas palabras.

PONELE MUCHO MANIQUÍ

Antonin Artaud
Antonin Artaud

Desde hace cinco años, hago teatro en una escuela de formación actoral bastante reconocida. Ahí conocí a mi grupo de mejores amigos, con quienes compartimos una mirada de la vida y del arte. Cada año nos tocó una profesora distinta con la que, poco a poco, fuimos aprendiendo distintas maneras de hacer teatro. Todo iba bien, hasta que el año pasado se juntaron dos grupos y se formó uno muy grande. Entiendo lo difícil que debe resultar, para una sola profesora, manejar un grupo de veinticinco adolescentes. Aunque también pienso: esta escuela, de nombre tan prestigioso, de algún modo tendría que haberlo podido resolver, ¿no? Pues bien, no se pudo. Lo que ocurrió, entonces, es muy bizarro. Terminamos por hacer una muestra en la que la mitad de los alumnos “actuaban” de maniquíes y bailaban como robots, ya que no había otros papeles para atribuirles. Ante esto, casi todo el grupo se planteó la idea de dejar el lugar, y varios decidieron abandonar el teatro en su totalidad. Pero mis amigos y yo decidimos darle una oportunidad más, no solo porque era la primera vez que nos pasaba, sino también por el cariño que le teníamos a la escuela.

Persistimos. Y pensamos que este año iba a ser el mejor de todos. No solo seríamos menos, sino que también empezaríamos a tratar temas más profundos, que nos interesaban a todos.

SACATE LA CARETA

Blek Le Rat
Blek Le Rat

Comenzamos, como siempre, con ejercicios de preparación. Esos ejercicios previos tenían el objetivo de ayudarnos a indagar y tener herramientas para encarar futuros personajes que interpretáramos. Hasta mitad de año, iba todo más o menos bien. Nuestra profesora parecía bastante comprensiva cuando teníamos algún problema personal, nos “apoyaba” e intentaba que diéramos lo mejor de nosotros. Pero su afecto era una simple máscara que ella utilizaba en nuestros momentos más débiles.

Al momento de empezar a preparar la muestra de fin de año, algunos alumnos mostramos ciertas diferencias con lo que para ella estaba perfecto. Y, ante la más mínima objeción, poco a poco, empezó a quitarse esa máscara y a revelar su verdadera cara. Ya nada era igual. Ella llegaba de malhumor a las clases, lo cual es entendible, ya que todos tenemos malos días. Pero lo que en realidad nos molestaba era que se descargara contra nosotros y contra nuestra manera de actuar. De golpe, comenzaba a señalar defectos que nunca antes había mencionado, en escenas muchas veces ensayadas. Pero, más que los defectos, nos preocupaba que no nos permitiera hacer ninguna objeción a su modo de dirigir. Por supuesto, tampoco podíamos aportar ninguna propuesta para las escenas. Ninguna propuesta que no coincidiera con su perfectísimo modo de ver. Además, con la aproximación de la muestra, empezó a exigirnos que nos juntáramos fuera del horario de la clase para ensayar, ya que ella no había llegado con los tiempos necesarios para dejarlo todo pulido. Las convocatorias eran así: “nos vemos mañana a las 17”. A las 11 del día convenido, cambiaba. “Vengan a las 13”. Se ve que la cortesía ya se había ido al cuerno. Y el respeto, que tanto ella reclamaba, cuando se trataba de cuidar nuestro tiempo, no corría.

Este maltrato y la presión que recibíamos nos llevaron a casi todos a dejar de ver la muestra como algo disfrutable. Sólo se había transformado en una obligación más a cumplir. Eso, sumado a la cantidad de cosas que tenía cada uno en su vida y el stress que nos genera a todos la etapa final de un año escolar, hizo que casi a muchos nos dejara de importar cómo actuábamos o si dábamos todo de nosotros como actores. Y, claro, ante ese desinterés de varios, llegaron las consecuencias. Recibimos palabras cortantes, fuimos tratados como idiotas y se nos amenazó con quitarnos parte de nuestros respectivos diálogos de la muestra.

TOMÁ

4d04d0219277bc1ebd6b11119d272422La supervisión del director de la prestigiosa escuela sucedió tres días antes de la muestra. Por supuesto, que aceptó sin consultarnos que todos los problemas de la obra eren culpa nuestra, como alegaba la profesora. Él mismo nos amenazó con sacarnos una de las dos funciones que haríamos.

Y, bueno, ya pueden imaginarse el final, ¿no? Hicimos las dos funciones. La obra fue lo que tenía que ser. Problemas con la articulación de los distintos textos de otros autores -esos que para la profe formaban un todo-. Problemas con nuestra voz y nuestros cuerpos. Problemas en las marcaciones de dirección. Problemas de conexión entre los distintos personajes. Claro, igual nos aplaudieron: eran nuestras familias y amigos. Pero todavía faltaba lo peor.

Sin embargo, antes de pasar a las devoluciones de la profe, un gusto me di. Ella insistía en que, en mi escena, debía abrazar a uno de mis compañeros. A mí se me había ocurrido que era más teatral recibirlo con un cachetazo porque había llegado tarde y, recién después, abrazarlo. Como quién dice, ¡casi me matas de un susto, pero menos mal que llegaste! Y, bueno, en la segunda función lo hice. Y la verdad, me siento muy orgullosa.

La devolución fue diferente para cada quien. Por supuesto, quienes no tuvieron ni una objeción con la profesora durante todo el año recibieron halagos. Los demás, un poco y un poco. La parte horrible fue cuando les empezó a echar en cara, a algunos compañeros que intentaron exponer qué no les había gustado del trabajo anual, cuánto los había apoyado en sus problemas personales. Digo yo, ¿qué otra debió haber hecho?, ¿por qué destacar como algo especial de ella como docente lo que cualquier ser humano debería hacer por otro? Por otra parte, haber tomado en cuenta las situaciones personales por las que pasábamos, ¿nos obliga a nosotros a aceptar todo su modo de ver el teatro? La devolución parecía casi una extorsión: yo te apoyé, no me critiques.

HACIA EL HORIZONTE

¿Tengo que aclarar quién escribió el mail con las palabras universales y abstractas con que empecé esta nota? ¿Tengo que decir quién nos mandó esas frases comodines para un montón de situaciones, esas frases que rellenan con adornos lo que las palabras de verdad no dicen?

No estamos contentos. Pero sabemos cómo sigue la lucha por lo que nos gusta. El arte es también desobediencia. Iremos a estudiar a donde nuestra desobediencia sea valorada como creación y ya no persistiremos en un espacio que no nos contiene. Tardamos en darnos cuenta de esta manipulación. Ahora vamos por lo nuevo

Banksy
Banksy
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