La queja: sobre los que se suman para restar

Por Isabel D’Amico

 

CABEZA HUECA

“Una queja tan impregnada de lo imaginario que invalida a cualquier interlocutor”

La señora Liz Ordoñez, vecina de mi comuna, participa asiduamente en las reuniones del Consejo Consultivo Vecinal. Nos encontramos todos los martes a las 18.00 hs y, si bien evaluamos las necesidades y las urgencias del barrio, nunca logro coincidir con ella.

Por la pandemia, las confrontaciones habituales del Consejo se trasladaron al chat. Los temas excedieron al barrio y los martes supieron a poco. Durante estos tres meses, Liz -así figura en el grupo, expuso innecesariamente todos sus pareceres acerca de la actualidad y de acontecimientos pasados. Entre ellos, comentó sobre las AFJP, que modificaron el régimen previsional para crear las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones. A su vez, este sistema transfirió los recursos del Estado a las arcas de compañías privadas.

Liz se inspiró con el tema Vicentín y el rollo de la expropiación e instaló su queja para volver a las AFJP.

“YO QUIERO MI JUBILACIÓN, MI DINERO, ME PERTENECE!” Lo escribió así, entrecomillas, letras mayúsculas y signos de admiración.

CHE PAPUZA OÍ

La reforma previsional comenzó en julio de 1994. Con el correr de los años, el dinero fue hacia a las compañías privadas, llámese bancos y seguros, quienes debilitaron los ingresos fiscales del Estado. En esa época yo tenía 35 años y recuerdo el conflicto de todos los trabajadores en relación de dependencia: ¿pasarse o no al sistema privado o AFJP? En un principio quienes optaran por hacerlo no podían regresar al sistema estatal.

Soy de perfil bajo, de pocas intervenciones en el chat pero la queja de Liz, su arrogancia y su estupidez característica, comenzó a irritarme.

Hoy veo con mayor picardía, lo que no supe ver tantos años atrás. En el 2001, en el gobierno de De La Rua ante la grave crisis en nuestro país, la ministra de trabajo -Patricia Bullrich- se paseó por todos los canales de televisión para defender la retención o, mejor dicho, el recorte de 13% en las jubilaciones. Nada dijo de la renta sojera, ni de las ganancias de los productores agropecuarios. Como en la actualidad, Bullrich no estaba dispuesta a meter la mano en el bolsillo de los productores rurales con rentabilidades extraordinarias, pero no le tembló el pulso para hacerlo con los jubilados.

A los jóvenes de esa época, se nos planteaba una fuerte duda: las AFJP aterrizaban en todas las empresas y promocionaban un nuevo sistema de jubilación. Venían con folletería glamorosa prepotente, insinuaban un futuro maravilloso para una impensada vejez dorada.

ARRIBA LAS MANOS

Lo cierto es que, con el tiempo, las AFJP se apropiaron de varios millones de dólares en comisiones, mientras las cuentas de los afiliados y el sistema de capitalización, adelgazaban. Las administradoras cobraban 30% de comisión por los fondos que acumulaban. En un momento, los que elegimos este sistema de jubilación comenzamos a dudar de las “inversiones serias” de los capitales privados.

Liz sigue en el chat:

“Yo quiero que me devuelvan lo que es mío!” vuelve a escribir, en minúscula.

Transcurridos diez años, varias AFJP comenzaron a fusionarse y la solidez vendida entre catálogos brillantes y promotores buenos mozos se difuminó.

En el 2007 el presidente Kirchner abrió la puertas del sistema de reparto y dispuso el libre traspaso para aquellos que se habían ido al sistema de capitalización. Creo haber sido la primera en regresar como una imberbe arrepentida. Con las moratorias del año 2005 y 2014 se incluyeron más de 4000 jubilados y pensionados. También se jubilaron las amas de casa o aquellas que trabajaron en negro toda su vida.

MUCHACHA, HAS RECORRIDO UN LARGO CAMINO YA

Previo a haber solicitado un turno en las oficinas de Anses en San Isidro, acompañé a mamá a una de las citas más justas, donde el derecho estaba por encima de las normas. Gestionar la jubilación por ama de casa empezó a darles otro vuelo a las mujeres como ella, eterna estiradora de salarios magros percibidos por papá, trabajadora incondicional de una empresa: “la casa”, sin convenio salarial, sin fines de semana libres ni feriados. Al fin, la vieron y no solo a ella. Ese mismo día, en ese mismo lugar una mujer morena, de impecables medias tres cuarto blancas no quiso sentarse en ningún tramo de la espera, pese al ofrecimiento de mi asiento. Caminaba con sus manos hacia atrás, recorría diez baldosas grandes de ida y de vuelta. Una persona joven se le acercó para ofrecerle algo de beber, ella accedió y continuó su marcha. Había mucha gente, en su mayoría mujeres. La espera fue tan grande como el premio. Me acerqué al familiar de aquella mujer y me animé a preguntarle sobre su comportamiento. Él me contó sobre su abuela, había trabajado toda la vida en una casa de familia, crió hijos propios y, a la vez, ajenos, llevó el infinito ritmo de dos casas y cuando no pudo más, a los 65, perdió el trabajo y, pasó a depender enteramente de sus hijos. Hasta ese momento, las empleadas de casas de familia tampoco tenían derecho a percibir su jubilación. Nadie las había registrado.

La cobertura previsional argentina, en el 2015, terminó en 97%, entre jubilades y pensionades. Esto aportó mayor dinamismo al consumo, mayor equidad y justicia.

Por suerte, el chat del Consejo Vecinal lo tengo silenciado, Liz escribió no estar dispuesta a compartir su dinero con nadie, ella se lo ganó con su esfuerzo. Y nuevamente en mayúscula escribió “AFJP”.

CORTITO

 A fines del 2008, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner presentó un proyecto de ley para unificar los regímenes existentes. A esa altura, las AFJP financiaban el 40% y el resto era financiado por el Estado (un aspecto que Liz, obvio, desconocía). Tras ser aprobado por ambas cámaras se dio fin a estas administradoras, y se traspasaron al Estado los activos que aquellas administraban. Un año después, en el 2009, las jubilaciones y pensiones comenzaron a ser ajustadas dos veces por año.

Es curioso que la actual referente de Cambiemos, Patricia Bullrich, en el 2001, impulsara rebajar el 13% a jubilados que llevaban nueve años de ingresos congelados. Me gustaría recordarle a “Liz” estas conductas de dirigentes dispuestos a secar los bolsillos vacíos de quienes habían aportado para tener una jubilación igual de digna, igual de merecida.

La fórmula de ajuste de Cristina, durante la presidencia de Mauricio Macri, fue reformada a pesar de la resistencia de las organizaciones sindicales, políticas, y hasta religiosas.

En febrero del 2018 se supo: la fórmula de Macri alcanzó un aumento de 11,7% en junio. Con la anterior hubiera sido de 14,5 en marzo, tres meses antes. Es justo recordar: el proyecto fue aprobado con la colaboración de algunos peronistas.

Liz siguió por tres días con su monotema. Al final pedía justicia para percibir su jubilación bajo el sistema previsional del país vecino, “orgullo latinoamericano”, escribió. Se refería a “Chile”, que adoptó las AFP para jubilar a sus mayores.

 CUANDO PA´ CHILE ME VOY

En el 2016 estuve en Chile por placer, solo cuatro días, y me sorprendió una serie de manifestaciones que daban cuenta de los verdaderos efectos de la privatización del sistema de pensiones y jubilaciones. Casi el 90% de los mayores de 65 años, comenzó a percibir jubilaciones miserables, tan distintas a los anuncios de “la vejez dorada” prometida en las publicidades de esta gran estafa, llamada, AFP.

Las AFP son actualmente un testimonio del modelo económico que tanta prosperidad le dio a la elite chilena desde que Pinochet estableciera este sistema en 1980. Sistema perverso. Los trabajadores chilenos, a través de sus cotizaciones, terminan financiando a los bancos o a grupos multinacionales. Bancos que cuando el trabajador pide un préstamo le piden tasas usurarias. Todas estas instituciones privadas invierten el dinero impuesto individualmente por los trabajadores para su jubilación, sin participación alguna de las ganancias, pero sí en las pérdidas.

 

Así las cosas, la queja de Liz se mantuvo estable durante un día más, con conceptos huecos, insostenibles, típicos de la Sra. Liz Ordoñez, una vecina del barrio, una mujer inconsistente, una descerebrada que me obliga a ordenar mis argumentos para tenerlos dispuestos, a flor de piel, y exponerlos de manera empírica, cuando realmente valga la pena.

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