La queja: entrevista a Pedro Cahn.

Entrevista: Alicia Lapidus, Estela Colángelo, Esteban Massa, Isabel D´Amico, Gabriela Stoppelman

Edición: Gabriela Stoppelman, Alicia Lapidus
Fotografía: Ana Blayer

 

“A quien en la ciudad estuvo largo tiempo confinado/ le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria/ hacia la gran sonrisa del azul.”
John Keats 

“(…) es una enfermedad (…) cada vez que se erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda, oprimida, que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso.”
“Crítica y clínica”, Gilles Deleuze

 

Llueve tiempo. Hay un después que palpita en el ahora, justo cuando el eco del pasado mete la nota. Un transcurrir tan al alcance de la mano, que se escabulle en la excepción. El cuerpo va detrás del pulso. Lo busca porque, en ese encuentro, en esa confluencia entre el trazo y quien le da curso, hay un terreno para la salud.
Y hay goteras en la lluvia, de no creer. Pero después vuelve la misma cortina acuosa de siempre, la mueca de los relojes. Cómo regresan los muy atrevidos. Implacables.
La mano es entonces no más que paraguas, herramienta; no más que denuedo y deberes, impregnados de una pátina de eso que es y se fue. Sin embargo, algo interpela. Las certezas trastabillan, las gotas de agua se curvan e insisten: ¿qué será del cuerpo social, cuando regresemos?, ¿qué hará puente entre nuestra silueta futura y aquella que retiramos?, ¿cómo será la forma del abrazo cuando sea tiempo?, ¿en qué curva, en qué pliegue, descansaremos del miedo?, ¿lloveremos?
Hay un cuarto. Un tercio. Una nada donde algunos cuerpos mueren, sin ninguna injerencia en su morir.
Hay un síntoma, un ademán tuerto, una improvisada textura de los gestos, para advertirnos sobre el impensado relieve de la enfermedad. Buscamos retazos de lenguaje, torsiones del hábito, improvisamos con amor y con zozobra. No cabemos en el simple hábito de llover. Aparte, sabemos de esa otra infección que gotea desde hace siglos, disciplina las horas y retrasa el deseo. Sabemos del sudor extenuado en los bolsillos, de las cuentas y las celadas, conocemos el gusto de la desazón.

Christian Dittus

Sin embargo, sucede. Otra vez sucede. De entre los poros del barbijo, de entre las audacias de los contornos, llovizna la palabra. Esa otra palabra que es mano, pecho, pierna o pulmón estragado. La palabra que piensa cuando camina. La que camina el lenguaje, si es imperioso pensar. Llovemos. Y, en uno de esos recovecos del tiempo, conversamos con el Doctor Pedro Cahn.

 

UMBRALES DEL LENGUAJE

“Es tan ligera la lengua como el pensamiento, que, si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua”
“Don Quijote”, Cervantes

 “La actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre”
Baruch Spinoza

Como infectólogo -para comunicar- y, como médico, para relacionarte con los pacientes, ¿cuál es para vos la importancia de cuidar el lenguaje?

La palabra es, voy a decir algo obvio, la herramienta fundamental que nos permite interactuar con otros seres humanos. Y, si la interacción entre seres humanos es importante siempre, en la relación médico paciente es fundamental. El médico no siempre puede curar. Pero, cuando no cura, tiene que intentar cuidar. La palabra médico viene de “medicare” que, en realidad, quiere decir cuidar, no curar. A veces, la palabra del médico puede servir de confort, de estímulo, de contención. Y, en este tiempo de pandemia, el cuidado también pasa por la tarea que a nosotros nos toca llevar adelante, a escala televisiva. Uno siempre debe cuidar la palabra, porque del otro lado no siempre tenés un espectador inteligente o que comprenda.

Y los silencios, ¿qué importancia tienen en esa comunicación?

Depende del tipo de especialidad que tengas. Obviamente, si sos psicoanalista, los silencios son muy importantes. En la consulta clínica, los silencios no son tan tolerables por el paciente. Al margen de que, muchas veces, las condiciones de trabajo de los médicos no les permiten tomarse espacios largos de silencio. Tenés que trabajar contra reloj. En la comunicación macro -masiva, televisiva-, los silencios directamente no se toleran. Así, me parece que, a veces, el silencio es importante en una conversación privada. Incluso, en la consulta médica de cualquier especialidad, puede haber momentos donde sea necesario, para darle al paciente tiempo de reflexionar. Pero hay que saber usarlos con cuidado, no excederse, porque pueden generar mucha angustia.

En un momento vos hablás de la gripe A y también del Covid y decís que los síntomas de esas afecciones se superponen a veces con los de gripe común. Tal vez, entonces, hay que hacer una lectura en capas. ¿Cómo se lee una enfermedad?

Room Rain, Londres 2012

A la enfermedad, hace mucho tiempo aprendí a leerla en varias dimensiones. Aparte de la dimensión lógica de la enfermedad -lo que te enseñan en la facultad de medicina- está la dimensión social. En mi especialidad el contexto, es prácticamente inescindible. Lo primero que les enseñamos a los alumnos es que las enfermedades infecciosas son enfermedades sociales, no todas exactamente, pero la gran mayoría, sí. De hecho, lo estamos viviendo ahora. La pobreza genera epidemias y las epidemias, más pobreza. A eso hay que sumarle la dimensión del impacto individual. Hay una tolerancia para el sufrimiento, hay un umbral de tolerancia para la enfermedad, que no es igual en todos nosotros. Entonces no podés tener un panorama completo de la enfermedad, si no mirás esas dimensiones al mismo tiempo. Aparte de saber mucho de medicina, el médico debe tener conciencia social y herramientas para tratar de entender qué le pasa al otro. Eso no siempre se consigue, porque volviendo al tema de la palabra, la palabra del médico puede ser un discurso lleno de tecnicismos que dejan al paciente totalmente desorientado. Y, peor, quizás, el paciente que tiene instrucción, de clase media para arriba, repregunta. El paciente que va al hospital muchas veces no repregunta porque le da vergüenza, y se va sin saber qué le dijeron. Los médicos no solemos decir, por ejemplo: “Bueno, ahora cuénteme qué entendió de lo que yo le dije”. Nos limitamos a decir “Usted tiene tal cosa, y tiene que tomar tal medicamento dos veces por día y en tres meses me viene a ver”. El paciente se va y, cuando la familia le pregunta, “¿qué te dijo el médico?”, contesta “no sé, no le entendí”, “me dijo algo de vasculitis -por poner un ejemplo-, pero no sé lo que es una vasculitis y me dio vergüenza preguntarle al doctor que está tan ocupado”. Esta es una parte muy frecuente del discurso de los pacientes. Te dicen “disculpe, doctor, que lo moleste con esta pregunta”, y yo le contesto “Si no a mí, ¿a dónde hubiera ido a preguntar?, ¿al correo?”. Este tipo de cosas suceden porque todavía hay profesionales, que siguen muy imbuidos del concepto del médico hegemónico. No sé si recuerdan un dibujito de Mafalda, donde Mafalda se encuentra con una chica en la playa, estaban jugando y ella le pregunta: ¿tu papá a que se dedica? La chica le contesta, mi papá es médico. Y, detrás, se ve una estatua con un tipo en una posición victoriosa con una corona de laureles. Muchos médicos aún se creen esa imagen.

 

VINO BALSÁMICO

“Todo arte se caracteriza por un cierto modo de organización alrededor de un vacío”
Jacques Lacan

¿Por qué creés que tanta gente, últimamente, desconfía tanto de los médicos? Uno cuando va al médico, si puede y tiene los medios, primero mira en Wikipedia, a ver si no te operan innecesariamente, si no hacen con vos un negocio, si no te trampean.

René Magritte

Bueno, yo te diría que no es un fenómeno generalizado. Pero, ciertamente, definís un fenómeno que existe. Eso tiene, para mí, varias aristas. Primero hay médicos que hacen macanas. En todas las especialidades, hay gente que es aborrecible y actúa, simplemente, por sentido comercial y no por lo que el paciente necesita. Por otro lado, hay una parte de la población, a veces influida por algunos comunicadores, que busca lo alternativo. Es decir, si un médico dice que hay que tomar un determinado medicamento, seguro es porque está arreglado con un laboratorio. Lo alternativo le dice que tal planta le resolvería el problema. Bueno, también hay gente que cree que la tierra es plana, cree que las vacunas no sirven y que la cuarentena es un invento de un poder ejecutivo dictatorial que quiere mantener a la gente encerrada. Hay de todo. Me parece que, en parte, para volver a lo que hablábamos de la palabra, el discurso hermético de los médicos no ayuda a crear empatía y a que el paciente salga convencido. Entonces, presta oídos a otra cosa. Es una responsabilidad compartida.

Leímos que, en 2006, hubo un Congreso de HIV, en Toronto. La concurrencia fue masiva y, además de profesionales, había artistas. ¿Qué aporte puede dar la mirada artística a la ciencia?

En primer lugar, muchas de las expresiones artísticas son un bálsamo para el alma. Algo que los médicos necesitamos con mucha frecuencia, porque nuestra tarea muchas veces no tiene un reconocimiento. Y no hablo exclusivamente de lo económico, sino de mirar el día que pasó y decir “salió todo bien”. En ocasiones, no sale todo bien y uno va dejando un pedacito del alma en eso. El arte tiene un efecto reparador. En segundo lugar, las expresiones artísticas ayudan a viralizar conceptos. En el campo del VIH-SIDA, las creencias difundidas acerca de la enfermedad cambiaron completamente cuando, por ejemplo, Elton John vino a un congreso y habló. O, por citarte otro ejemplo, en nuestros congresos, suele haber exposiciones pictóricas de artistas que viven con HIV o de artistas que se expresan acerca del tema, por ejemplo, en el cine. De ese modo, los artistas ayudan a difundir el mensaje médico, sobre todo, el de prevención.

¿Hay algo en el ámbito de la ciencia o de la medicina que puedas considerar poético?

Pedro Cahn, fotografía Ana Blayer

Hay momentos poéticos. Cuando, con toda sinceridad, el paciente te expresa su agradecimiento por lo que vos hiciste, incluso cuando el resultado no fue bueno. Agradece porque ve que hay un compromiso de tu parte, hay un cuidar, un ocuparse. Ese es un momento poético. Recuerdo un paciente que venía al hospital, siempre en la semana de navidad. Llegaba con una botella de vino, que calificaríamos como berreta, envuelto en papel de diario. Pero era todo lo que podía comprar. Venía todas las navidades hasta que se murió. Ese vino, para mí, tenía mucho más valor que regalos mucho más importantes que he recibido en mi vida. Tenía la fuerza de un mensaje poético.

 

UNA INFANCIA PARA CIERTAS PALABRAS

“Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”
Jacques Lacan

“Reivindicar una muerte digna significa primero rechazar manipulaciones tecnológicas que sólo servirían para prolongar la agonía (…) y recuperar el control sobre la propia muerte”
Baudoin JL, Blondeau D, 1990

Recién decías que a veces te agradecen incluso cuando las cosas no salen bien. Y una de las cosas que queríamos pensar con vos si hay políticas para morir, para acompañar a un agonizante.

Si, por supuesto que sí. Hay todo un debate biomédico y ético, para evitar lo que se llama encarnizamiento terapéutico. Si pensamos que, en los sistemas de salud, fuera de época de pandemia, cerca del 40 a 50% del gasto se consume en los últimos 90 días de vida de una persona, algo está mal. Eso tiene que ver con las internaciones en terapia intensiva, con las intubaciones y demás. Hay países, que tienen claramente establecido el DNR, “do not resucItate”. Es decir, una persona tiene el derecho de pedir que no se intervenga en el momento en que le pase algo claramente terminal. Puede optar porque no le hagan ninguna maniobra, decidir que no lo intuben, que no lo lleven a una terapia intensiva. Si alguien quiere morir en su casa, tiene derecho. Este es un asunto que hay que trabajar mucho, porque nuestra sociedad tiene la particularidad de empujar hasta último momento las medidas de salvataje. Eso a veces no lo entiende la familia (1). El recuerdo más dramático que tengo acerca de este tema es lo que me contaba un colega, jefe del SAME, cuando sucedió la tragedia de Cromañón. Ahí, parte del caos se produjo porque la policía no hizo un cordón para separar a los familiares del lugar donde se seleccionan los casos para derivar, de acuerdo a su gravedad. Había chicos muertos. Un padre -uno de los tantos- se le acercó a este colega y le dijo “cargá a mi hijo en la ambulancia”, “pero está muerto, señor”, “cargalo porque te reviento a trompadas”. Y no hubo más remedio que empezar a cargar las ambulancias con muertos. Sin llegar a ese caso extremo, hay pacientes internados en terapia intensiva cuarenta días. Uno sale y les explica a los familiares que no hay nada más que hacer y, de repente, te dicen: ¿qué pasa si lo llevamos a Estados Unidos? Lo dicen cuando la situación del paciente es muy crítica y ya viene en caída hace mucho tiempo. Eso lo hace todo muy difícil. Y, además, en la medida en que se van produciendo más juicios, se genera una medicina defensiva. “No le voy a desconectar el respirador, a pesar que debería desconectárselo, porque a ver si todavía me hacen un juicio por homicidio”. Entonces es una mezcla de medicina defensiva y una resistencia a aceptar que un ser querido puede morir. Es una situación terrible. Una actitud de negación, muchas veces promueve conductas que no son racionales para el sistema de salud y para la propia persona que está sufriendo.

Mafalda, Quino

¿Vos crees que, en general, estamos preparados los ciudadanos, no solamente los médicos, para acompañar a un enfermo, para lidiar con la enfermedad? En las familias en general hay 5 que se rajan, dos que se ocupan. Y para todos es muy improvisada la situación. Como si no supiéramos relacionarnos con un enfermo.

Yo evito las categorías de “los ciudadanos”, porque los ciudadanos somos muy distintos entre todos. De modo que no creo que sea un patrón de conducta único. Estoy convencido de que cada uno actúa en las crisis de la manera cómo actúa en la vida. Si sos una persona ansiosa, hiperquinética, que no escucha, no vas a escuchar al médico, te vas a poner más ansiosa, más hiperquinética. En cambio, si sos una persona que da un paso atrás y piensa, a ver un momentito, quiero entender cómo es esto, y tratás de ser racional, seguramente, te comportarás así, también en una situación crítica.

Me refería al hecho de poder enfrentar la enfermedad, más allá de lo individual. Si este asunto no debería incluirse en la educación primaria y secundaria. Hay cuestiones que no se nombran. Así como no se nombra mucho la muerte, tampoco se nombra mucho la enfermedad. Como si se tratara de un accidente que les pasa a algunos y que, algún día -con mala suerte-, te puede tocar a vos.

Sí, estoy de acuerdo con vos en lo que tiene que ver con la formación sobre la enfermedad desde temprano. Es algo feo, malo, que se oculta, que mejor no se piensa. Quien fue mi maestro, Paco Maglio solía decir, como dicen los pesimistas, “la salud es un estado transitorio que no preanuncia nada bueno”.

 

DARWIN, DE MADRUGADA

“Los médicos debemos ser los abogados de los pobres”
Rudolf Virchow

“Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un ‘interior’ en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales y demás.”
Gilles Deleuze

Hoy, en muchos hospitales los médicos padecen por la falta de recursos así como por la obligación de atender a los pacientes en 15 minutos. Eso, además de la precarización económica. ¿Pueden despegarse de esta problemática, que ataca la calidad de atención?

Troche

Sí, ataca la relación médico-paciente, ya que el médico está presionado. Muchas veces, el profesional tiene que ser un médico-taxi, que va de un lado al otro. Una de las cosas que uno más envidia de lo que pasa en países como España, o Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos, es que un médico cuenta con un solo lugar donde hacer asistencia, docencia, investigación. Entrás a las 8 de la mañana, te vas a las 5 de la tarde y ya te ganaste la vida. Y no tenés que hacer ninguna otra cosa. ¿Cuál es el horario habitual de un médico que hace hospital en Argentina? Va la mañana al hospital, atiende a los pacientes, hace lo que puede y se va. Se come una empanada en la esquina, de ahí, arranca hacia el consultorio o hacia una clínica y termina muy tarde. Ahí hay un par de problemas. Primero y en general, los hospitales funcionan de mañana porque los médicos, para compensar sus magros sueldos, tienen que ir a trabajar en otro lado a la tarde. ¿A quién le conviene que el hospital trabaje de mañana? Al médico, no al paciente. O sea, nosotros nos podemos desgañitar y decirle a una señora, “Usted tiene que hacerse el Papanicolaou cada año”. Pero resulta ser que la señora no puede ir al hospital de lunes a viernes a la mañana. Ella podría ir el sábado a la tarde o el domingo. Sin embargo, el domingo está el médico de guardia, para atender metrorragias o para atender partos. No, para hacer Papanicolaou. A ningún genio de la medicina se le ocurrió preguntarse: ¿cuándo pueden venir las mujeres? A lo mejor un sábado a la tarde. Entonces, habría que poner un ginecólogo de guardia para hacer los PAP, por ejemplo, o para hacer control de HIV o de diabetes o de hipertensión. El sistema no está pensado para eso. El sistema de salud argentino es un sistema totalmente fragmentado, fraccionado, superpuesto. Pero no desfinanciado. Porque, a pesar de la presión de distintas administraciones que trataron de reducir marcadamente el presupuesto, como la gestión anterior, la inversión en salud es mucha. Pero se hace de una manera completamente ineficiente. Además, este sistema no sólo es fraccionado, sino también darwiniano: selecciona a los más aptos. ¿Qué quiero decir con esto? Vos venís al hospital y te querés atender con la Dra. X. La doctora te va a atender y te va a decir, “necesito que se haga una radiografía y estos análisis”. Vos tendrás que venir otro día para hacerte los análisis y otro día para hacerte la radiografía y otro día para ver a la doctora. Son cuatro días. Y, quizás, tenés un trabajo adonde te descuentan el premio por ausentismo. Entonces, no venís. O, tal vez, sos una mamá que no tiene con quién dejar a los chicos o estás lo suficientemente enferma como para no poder venir. Entonces, volvés al hospital, pero ya volvés en ambulancia, con una enfermedad avanzada. Además, el nuestro no es un sistema, como el de algunos otros países, adonde si te estás muriendo, nadie te va a atender. Si venís grave al hospital, te vamos a atender, te vamos a operar, te vamos a poner todos los tubos que necesites. Si hacés una infección intrahospitalaria, te vamos a tratar con antibióticos caros. Si necesitás ir a terapia intensiva, vas a ir. Así que, más allá del aspecto humano, desde el punto de vista económico, es una ecuación que no cierra para nada. Es mucho más caro proceder así que resolverte el problema de otra forma. Te pongo el ejemplo del Hospital Fernández. Si querés conseguir un turno en el Hospital Fernández, tenés que ir a las 4 de la madrugada, a ponerte en la cola, no importa si hace frío o calor o si llueve. Te hablo del año 2020 y de antes de la pandemia. A las seis y media te abren la puerta del hospital, entrás y esperás adentro. A las 7 o 7:30, empiezan a dar turnos. Entonces, llega un momento que, desde la ventanilla, aparece una voz al estilo de la empleada pública de Gasalla, que dice: “No hay más turnos para traumatología, ginecología, infectología y pediatría”. La gente se va. Y otra vez: a ningún genio de la salud pública, se le ocurrió poner una persona en la salida que pregunte: “Señor, señora, ¿usted para qué vino?” “Y, yo vine para ginecología”. Entonces, sabremos que hay que poner más ginecólogos. Hay un destrato absoluto hacia el paciente. Cuando sucede una situación como esta, una persona de clase media, que no pudo pagar su prepaga y se pasó al sistema público, arma un escándalo tremendo, va a la dirección, golpea la puerta, la patea y, finalmente, consigue que la atiendan. La persona que está acostumbrada al maltrato, a la humillación, a que no le den bolilla, se va y no vuelve. Bueno, a esto me refería con “el sistema darwiniano”, donde sobreviven los que tienen más recursos. Eso es parte de la situación. No se trata solamente de que los médicos tengamos salarios bajos, cosa totalmente cierta. Sin embargo, ese no es el problema principal.

Pensaba que estas situaciones de las que hablabas, se dan también en otras instituciones. Por ejemplo, en la escuela: los chicos entran a las ocho menos veinte de la mañana, porque eso le conviene al trabajo de los padres. Todas estas disfunciones de nuestro sistema, ¿no pueden considerarse “endemias” por goteo? Cosas que suceden hace mucho, que se justifican con burocracia, que se justifican con falta de medios, pero siguen sucediendo, con variantes, con distintas singularidades. ¿Qué pensás de estos ciclos de disfunciones?, ¿a quién le sirve esta disfunción?

Es una pregunta difícil de contestar. Yo creo que, en el fondo, no le sirve a nadie. Lo que pasa es que la gente que va a estos hospitales y a las escuelas públicas, no son sujetos que sean considerados de importancia. En CABA, por ejemplo, aproximadamente la mitad de la población no concurre ni a la escuela pública ni a los hospitales públicos. Está adherida al sector privado. Entonces, ¿a quién le importa lo que le pasa en el lugar público? Ese es un tema muy importante a tener en cuenta. La misma gente que es muy eficiente manejando el sistema privado, cuando está a cargo del sistema de salud público, hace desastres. ¿Será por conflicto de intereses?

También en la salud privada hay un montón de disfunciones que no tendrían por qué ocurrir. Quizás más finas, más episódicas, pero suceden. Y no sólo en el ámbito médico. Tiendo a pensar que esas disfunciones sirven para alguna cosa. Digamos, que el sistema falla con algún propósito.

Sí, es probable, se repiten. Pero vuelvo a insistir, yo no creo en la intencionalidad de este tipo de acciones. Sí creo en otro tipo de intencionalidades, cuando hablamos de derechos, por ejemplo. Acá es simplemente desidia, porque se trata de una población que no importa, es descartable.

 

A LA CANCHA, CON BARUJ

“La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano”
Aldous Huxley

¿Qué es para vos una persona sana?

Te podría contestar con un cliché: la salud es un estado de bienestar físico, mental y social, como dice la Organización Mundial de Salud. Y es cierto, pero no alcanza. Porque hay que definir quién de nosotros tiene un absoluto estado de bienestar físico, mental y social. Para mí, por lo menos, una persona es un sujeto de derecho. Y, a partir de ahí, podemos hacer un listado que va, desde los derechos elementales -vivienda, salud, educación-, al ocio y a la recreación. Sumale todo lo que se quiera agregar, incluidos los derechos de segunda generación, surgidos en la segunda mitad del siglo XX.

Varios de nosotros participamos en un curso sobre el filósofo Spinoza. Él dice que cuerpo y mente no son cosas escindibles, no se pueden tratar por separado. ¿Qué opinás?

Por supuesto ese es un tema central, no hay manera de abordar una cosa sin abordar la otra.

Pero, ¿se aborda, en general, de esa manera?

Es una pregunta muy general, “se aborda”. Alguna gente lo aborda y mucha gente no. Yo asistía a un cirujano, muy conocido, que salía del quirófano para hablar con los familiares. Una vez, por ejemplo, le había resecado una parte del colon a un paciente, por un cáncer. Él salía con una bandeja y le mostraba el pedazo de intestino que le había sacado al pariente. La gente se iba desmayando en la medida que veía la pieza quirúrgica. Ahí me parece que el concepto de mente y cuerpo no estaba en su mejor práctica.

Hay otra frase de Spinoza muy interesante que dice: “Nadie sabe lo que un cuerpo puede”.

Sí, es cierto, y hemos tenido la oportunidad de comprobarlo con gente que ha soportado la tortura, si llevamos la frase a un extremo.

¿Alguna vez, como médico, te ha pasado de sorprenderte con lo que un cuerpo podía?

Por supuesto que sí. Una cosa que uno aprende de muy joven, es que nunca tenés que hacer un pronóstico definitivo. No podés decir “este caso es irrecuperable” o “este paciente se va a recuperar”. La biología es mucho más compleja que eso. Cuando digo biología, no me refiero sólo al cuerpo, sino también a la mente. Un paciente que no lucha por su salud es un paciente desahuciado antes de empezar a tratarse. Entra a la cancha perdiendo 4 a 0.

 

CORRIENTE ALTERNA Y CONTINUA

“El buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad.”
William Osler

Hace un rato, hablaste de gente que busca resoluciones alternativas. Aparte de la medicina occidental, y más allá de las truchadas, existen otras medicinas, ¿vos atendés a esos saberes?

Pedro Cahn, entrevista virtual con El Anartista

No tengo formación en ese sentido, pero tengo la mente bastante abierta como para considerar cualquier opción, siempre y cuando cumpla con los criterios del método científico. No tengo ningún problema con que vengan a decir que la hoja de jengibre sirve para curar el reuma, siempre y cuando me lo puedan demostrar con el método científico, en un estudio randomizado, doble ciego, prospectivo. Si es así, yo voy a recetar hojas de jengibre. Por otro lado, hay otras cosas que tienen una comprobación más empírica. Por ejemplo, la acupuntura es un método que le sirve a mucha gente. Eso yo lo he visto. Entonces no tengo inconvenientes con que un paciente mío haga acupuntura. El tema es la mirada que vos tenés sobre las cosas y, sobre todo, el riesgo que corre el paciente con algunas medicinas alternativas. Cuando un paciente tiene cáncer y se va a buscar tratamientos con alguna sustancia mágica, pierde un tiempo precioso, gasta dinero y resuelve mal el problema. No sé si la medicina alopática se lo va resolver, pero estoy seguro que esa medicina alternativa, no. Mirá, si un paciente me dice, “yo tomo una botella de agua mineral cada mañana, porque eso me hace bien”, le digo, “perfecto, tomate el agua mineral, que mal no te va a hacer”. Pero el tema es cuando hay interacciones medicamentosas, drogas que te bajan o te suben la concentración de otra droga. Y eso puede ser tóxico o volver ineficiente un tratamiento eficiente. Respecto esto, tengo una anécdota: una vez, hace muchos años, un paciente me dijo que estaba tomando todos los remedios que yo le había recetado, pero también iba a ver al Padre Pepe. Yo le pregunté qué hacía con el Padre Pepe. El paciente me dijo que el Padre le imponía las manos y ambos rezaban “¿Vos crees que puedo seguir con eso?”, me preguntó, “Por supuesto, mientras no dejes de tomar los medicamentos no hay ningún problema”. Entonces, mi paciente agregó: “Qué suerte. Porque, cuando le pregunté al Padre Pepe, si podía seguir con la medicación, me dijo, ´por supuesto, mientras sigas viniendo a verme´.” Así que el Padre Pepe y yo teníamos una mirada simétrica sobre el tema.

Recién vos decías que, cualquier propuesta, hay que validarla con el método científico. Al método científico. Mejor, al paradigma científico, ¿le encontrás alguna falencia, alguna prepotencia, alguna pretensión de supremacía de verdad?

Pedro Cahn, fotografía Ana Blayer

Mirá, hasta ahora, no encontré ninguna estrategia alternativa para determinar si algo es cierto o no. Si alguien me ofrece un mecanismo diferente que no sea un estudio comparativo, que se pueda repetir, que sea hecho por otros investigadores con los mismos resultados, que las pruebas puedan ser controladas; con mucho gusto, lo tomaré. Pero, por ahora, no me parece que uno pueda recomendar ningún tratamiento, ninguna conducta, que no esté basada en una investigación. Si eso es suprematismo, ese suprematismo lo abono, soy parte de él.

 

POR PREPOTENCIA DE DESEO

“Vivir sus deseos, agotarlos en la vida, es el destino de toda existencia.”
Henry Miller (1891-1980)

“Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.”
Julio Cortázar

Sobre el VIH, ¿cuál es la tendencia de casos en Argentina?

Se agregan 6500 casos nuevos cada año. Eso, para una enfermedad que es prevenible y para la cual hay estrategias que en Argentina no se practican todavía, como la profilaxis pre exposición. De hecho, se ha reducido mucho el crecimiento en todo el mundo y se podría reducir más en la Argentina. Existe la posibilidad de dar a las poblaciones de alto riesgo -poblaciones, con una alta tasa de cambios de parejas y otros- un medicamento que se toma una vez por día para prevenir la infección. Eso está demostrado que sirve. De hecho, ahora acabamos de terminar un estudio, del que nosotros fuimos parte, que comparaba esa estrategia de la pastilla por día, con una inyección cada dos meses. La inyección cada dos meses fue tres veces más efectiva que la pastilla, porque no hay problema de cumplimiento. Ha caído fuertemente la mortalidad, porque tenemos tratamientos efectivos, pero no tenemos cura. Pero se podría trabajar mucho en la prevención, no tengo duda.

El tema de este número es la queja. Lo pensamos como el primer escalón para la protesta, pero como un lugar complicado para quedarse.

El tema no es la queja sino quién se queja. Por ejemplo, si se trata de un paciente que se queja por algo del sistema médico, yo estoy del lado del paciente, trato de resolver el problema. Si quien se queja es un colega -cuando era jefe de servicio, yo solía decirles: “si me vas a plantear un problema, pensá si sos parte del problema o de la solución”-, es una cosa definitoria en un equipo de trabajo. No admito que venga alguien y se queje de que algo está mal cuando lo puede resolver. Te doy un ejemplo y creeme que es cierto. En el servicio de infectología en el Fernández, un día vino un médico y me dijo: “Pedro, está tapado el inodoro”, y yo contesté, “¿Qué querés que haga, lo destapo yo? ¿Qué se te ocurre que habría que hacer?”, “Y… llamar a mantenimiento”, “Bueno, acá tenés el teléfono, llamalos”. Eso se vive permanentemente en el hospital. Otro ejemplo. Alguien viene y me dice: “Falta vancomicina”. Pero no era que faltaba en el hospital, no habían ido a buscar la farmacia del hospital, venían directamente a infectología. Entonces la queja tiene un valor distinto de acuerdo a quién se queje.

Mafalda, Quino

Y vos, ¿cómo te relacionás con tu propia queja?

Yo me quejo permanentemente de muchas cosas, pero trato de ser parte de la solución. Una de las cosas que aprendés cuando estás en un sistema tan burocrático y pesado es que es preferible pedir perdón y no pedir permiso. Si pedís permiso, puede ser que no te contesten nunca. Entonces hacés. Después te dicen, “¿Cómo hiciste eso?”. Y vos contestás: “¡Uy! Pensé que se podía”. Bueno, pero la cosa ya está hecha. Cuando empezó a crecer la demanda de pacientes con HIV, no teníamos dónde atenderlos, porque era una demanda inusual de pacientes jóvenes, que habitualmente no vienen al hospital. No teníamos consultorios propios, atendíamos en consultorios de otras especialidades. A algunos de esos consultorios los cerraban con llave, porque no querían que “esos” pacientes usaran ese lugar. Así que me traje un amigo arquitecto para recorrer el hospital y ver dónde se podía construir el Hospital de Día. El hospital Fernández es como una “M”, con dos patios. El arquitecto me dijo que lo que había que hacer era techar un patio y construir ahí. Bueno, presentamos los planos y juntamos el dinero con esfuerzo. El hospital no puso un peso. En un primer momento le dimos los planos a la municipalidad. Después de largos meses nos llamaron y nos dijeron que el diseño estaba bien, pero que no se podía hacer en el patio que habíamos elegido porque abajo, en el subsuelo, estaba el depósito de inflamables. Así que, para hacerlo en el otro patio, debíamos rehacer el plano, volverlo a enviar y esperar. Lo que yo hice fue hablar con el Director del hospital y le dije: “El proyecto está aprobado, sólo hay que hacerlo en el otro patio”. ¿Qué hicimos? Primero, una ceremonia de colocación de la piedra fundamental en el patio. Estuvieron invitados el secretario de salud y el director del hospital. Hicimos la ceremonia, con toda la fanfarria. Lo empezamos a construir y lo inauguramos. Eso sí: al Hospital de Día nunca le llegó la autorización para construirse. Pero una vez que estaba listo, solo hubieran podido venir a demolerlo. Así son las cosas en general. Por eso digo hay que tratar de ser parte de la solución y no del problema.

 

“CASATSCHOCK, RASCATCHOFF”

“En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol.”
Eduardo Galeano

“El arte es lo que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza.”
Gilles Deleuze

Nos gustaría sacarte un poco de la medicina y llevarte a un terreno un poco más amable, que es el del fútbol. Recién mencionaste esos pacientes que llegan en ambulancia y recordaba ese partido de San Lorenzo, en la cancha de River. San Lorenzo parecía estar grave en la ambulancia y, de pronto, resucitó. Vimos una foto tuya leyéndole un libro a uno de tus nietos, y parece que un virus se te escapó, porque el acolchado del nene, tenía los escudos de River.

Sí, porque el padre de mi nieto es hincha de River.

¿Qué es el fútbol para vos?

Pedro Cahn, entrevista virtual con El Anartista, fotografía Ana Blayer

Yo escuché una vez una definición que me gusta mucho: “El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes” Yo soy uno de “los viudos del fútbol”, por la pandemia. En este momento, se extraña no poder ir a la cancha, no poder ver los partidos. A veces, a la noche, pongo algún canal deportivo donde pasan un partido de un Mundial de hace 10 años, y me quedo mirándolo. Es mi manera de desenchufarme y dormir tranquilo. Así que el fútbol es mucho para mí. Y, además, comparto todas las conductas irracionales de cualquier futbolero. Cuando estás en la cancha, puteás al referí, gritás cuando pensás que cobraron mal para tu equipo, protestás por los cambios. Aparte, mi fin de semana es distinto cuando San Lorenzo gana. Y no me pidan una explicación teórica ni racional sobre ese comportamiento, porque no la tengo.

¿Tenés alguna relación con la ficción? ¿Con la lectura de ficción? ¿Qué te aporta?

Sí, sí, me gusta leer. Me aporta escenarios distintos, me introduce en mundos que quizás no conozco tanto. Leo un poco de todo. El último libro que terminé es el de Almudena Grandes, el último de la serie, un texto muy fuertemente influido por la Guerra Civil española. Ahora leo un libro “La balsa de piedra”, de Saramago, que cuenta la historia de España y Portugal, separados físicamente, porque aparece una grieta que los divide de Europa. También me gustan Paul Auster, Pérez Reverte y otros.

¿Te descansa esa otra organización del lenguaje que hay en la lectura?

Totalmente. Además, cuando leo, pongo música clásica, música de cámara. Y eso es un verdadero descanso para mí, sin duda.

¿Y escribís?

No, no escribo ficción. Lo que escribo son trabajos científicos. Me encantaría escribir ficción, pero no lo hago. El lenguaje de los trabajos científicos es técnico y desapasionado, horrible.

En una nota comentaste que, cuando estabas en 5to grado, te hicieron escribir una composición sobre la lluvia. La composición decía así: “Llueve sobre la ciudad. En las casas confortables los chicos miran llover, se divierten viendo caer el agua. En las casas pobres con techo de chapa, lo que ven son las goteras y sienten el frío que entra.

Es una anécdota tan auténtica, que llamaron a mi papá para preguntarle si había en mi familia algún pariente comunista metiéndome ideas. 

Pedro Cahn, entrevista virtual con El Anartista, fotografía Ana Blayer

 

(1) Nota del editor: leer Morir en Paz, en el Anartista

 

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