La queja: entrevista a Claudia Masin.

Entrevista: Lourdes Landeira, Josefina Bravo, Nico Sada, Viviana García Arribas
Edición: Lourdes Landeira, Viviana García Arribas

 

Las historias que se cuentan de madres a hijas / en la noche, para que la hija duerma / nunca tienen final. Son las madres quienes / caen rendidas por el sueño antes de llegar a él / la hija insiste, pregunta, pero casi siempre / es inconexa la respuesta. Entonces / permanece despierta, imaginando / ese es el origen del insomnio y los poemas”

La infancia rumorea su tiempo antiguo sin argumento. Calladita, nos pisa los talones, pasea en nuestros bolsillos y, a veces, tropieza, se enreda en algún yuyo y nos pierde. Entonces, hay que esperar. Desde un rincón mal disimulado y bien afuera, late ese calor lila de cielo interior. Una de aquellas tardes, la tierra se moja con una llovizna inesperada y eleva sus grietas ardorosas en busca de las gotas que caen –leves- hacia ella. No se le antoja esperar a que lleguen y sale en su búsqueda. En el camino, claro, muta. Arrastra consigo un par de brotes que, sin permiso, la habían cosquilleado durante la noche y, a la mañana, se desperezaron sin aviso.

En eso, tras la ventana, una voz velada interrumpe la escena. “Todos adentro que está lloviendo”. Una abuela adormecida manda suspender la juntada de piedras con que, cada tarde, niñas y niños acortan las siestas de sus mayores. Exploran los tesoros de la cuadra, los escarban con palabras, machacan, exprimen, fragmentan. A veces, se rasguñan una pierna en el proceso. Juego de niñes, ¿no?

Tierra y brote no escuchan el llamado de la abuela. Se asombran a destiempo: el suelo del que vienen es muy grande visto desde arriba. Las gotas, sin embargo, no se adhieren al par viajero, por el contrario, parecen esquivarlos. Algunas, se entretienen en hojas de árboles extranjeros y aguardan volver evaporadas, a su nube madre. Otras, se apresuran a colarse en los ojos de una niña. Algunas más, bailan escondidas sin decidir dónde posarse, estiran el viaje, omiten llegar. Una de esas gotas se acerca a tierra y brote y se hace barro con ellos. El agua moldea la argamasa. Ya no es posible distinguir qué parte es tierra y qué parte, brote.

Mientras, las niñas asisten al espectáculo a la intemperie, sin responder al llamado de la abuela. No escuchan la voz que ahora aparece a través de un postigo abierto de par en par e insiste en apalabrar las horas con deberes. La arcilla decanta, se arma pedregullo.

Por su parte, la argamasa no claudica, continúa su deambular y acecha. Espera otro brote, otra tierra, otra gota, otro ojo, otra niña. La sabe en nosotres, cada vez que entrelazamos trechos. Sabe que sobrevendrá una nueva interrupción. No importa, no va a detenerse.

Como siesta obligada, la pandemia nos reunió una tarde en forma virtual con Claudia Masin. No fue poca cosa el juego. La poeta, buena exploradora, hurgó en palabras, tierras, huesos, hojas, gotas. De cuerpo presente, ante la pantalla.

SALE PAYANA

Se cuenta que hay rocas que entran en erupción de repente. / De la nada / o del corazón agreste y súbitamente tierno que nos hace temblar./ Inofensivo volcán de las cosas olvidadas de sí / hacia el mundo que espera del silencio / una señal”

En la lectura de tus textos, nos topamos frecuentemente con la piedra. No como elemento inerte, sino vital. ¿Cómo se relacionan y conviven palabras y piedras?

Michel Grab – Gravity Glue

En efecto, hay una recurrencia en la figura de la piedra, presente desde mi infancia. De chica, mi deseo era ser geóloga. Había desarrollado una obsesión con el tema de las piedras y la vida subterránea. Mirá, lo nombro como “vida” y se supone que es el terreno de lo inanimado. Sin embargo, para mí, era vital. La mirada acerca de las piedras en mi escritura tiene que ver con la metáfora de estos seres que parecen no tener vida, siempre aparentemente idénticos a sí mismos y que, aun así, sufren mutaciones constantes: erosiones, el efecto del viento, del agua, de la acción humana, de los animales. Para mí, las palabras tienen algo de eso. El lenguaje puede ser pensado como algo muerto, sólo útil a los fines de la comunicación. Y, en ese sentido, no tiene grandes posibilidades de ser transformado ni de transformar a nadie. O puede ser pensado de esta otra manera, como esa piedra afectada por todos los elementos que la rodean y que da cuenta de esa transformación. Sería una piedra mucho más porosa y flexible que lo que solemos pensar.

¿Ahí aparece el poema?

Sí, absolutamente, porque es un trato del lenguaje que lo desnaturaliza, lo despoja de esa veta -ya que hablamos de piedras- de estatismo. Por el tratamiento que le da la poesía, el lenguaje se revela como lo que es, algo vivo, en constante mutación, capaz de transformarnos y de transformar a los demás. Creo que eso hace la poesía: lo despoja del carácter de discurso cristalizado, fijo, donde hay ciertas cosas dadas. El discurso del amo, como lo llama el psicoanálisis, es ese lenguaje que nos instala mandatos, prejuicios y nos indica cómo ser o qué decir, de acuerdo a nuestros condicionantes: género, clase social y tantos otros. La poesía viene a hacer estallar todo esto. Está directamente a contramano, desnaturaliza lo dado.

¿Pensás que sería deseable y posible que este tipo de lenguaje estuviera presente en el discurso mediático o político?

Sí. El discurso que prevalece es muy dañino y no acepta transformaciones. Es lo que es, dice lo que dice. El discurso comunicacional, para decirlo fácil, tiene que ver con la instalación en cada uno de nosotros y, desde muy chicos, de ciertas ideas, prejuicios o mandatos muy difíciles de deshacer. Va a ser un trabajo de reconstrucción, hacer explotar lo que hay y reconstruir otra cosa. Sin olvidarnos de que estamos atravesados por eso y que, constantemente, va a insistir. Suelo usar el verbo ‘inoculado’ para hablar de esta clase de discurso. Y lleva toda la vida encontrar el antídoto. Algo de ese veneno está siempre ahí, en circulación.

 

SI NO SANA HOY, PROBÁ MAÑANA

Habría que quedarse en lo indistinto / fundirse en algo más grande / ser una partícula que no desea nada: ni nacer ni morir / ni moverse del lugar en que ha caído / pero hay una vibración que sacude”

En tus poemas leímos sobre esa imposibilidad de no hacer daño. Pero también tenés un libro que se llama “La cura”. ¿Cómo conversan estas dos cosas?

La filosofía hinduista, budista, dice que es imposible vivir sin dañar a algún otro ser viviente. El mismo acto de respirar implica matar pequeñas bacterias o pequeñas formas de vida. Y es un daño totalmente involuntario, se produce por el simple hecho de estar ahí, ¿no? Sería, entonces, algo constitutivo. Hay así, un punto cero del daño, aquello que no podemos evitar. Después, me parece que hay elecciones. Muchas veces creo que el daño sobre otros tiene directa relación con el que se ha ejercido sobre cada uno de nosotros. Como si continuáramos una rueda, en ese otro plano, que no puede separarse del involuntario. Si la cura existe, tiene que ver con algo de esto, con poder tomar conciencia de esta repetición, ¿no? De esto que le hacemos a otros y que, de alguna u otra manera, hemos padecido en algún momento. Y, nuevamente, aparece esta idea de que es imposible no dañar a otro de la manera que sea, por los efectos de lo que hacemos, de lo que decimos. No solo son los actos, también las palabras, el modo…

En una entrevista, te escuchamos hablar de la importancia de cuidarse y cuidar a les otres. Nos preguntamos si hay alguna manera de cuidarse que no implique el cuidado del otro y de la otra. ¿O eso debería llamarse de otro modo?

Efectivamente. Y la cuarentena lo pone de manifiesto: cuidarse a una misma tiene que ver con cuidar a los demás. Estamos tan indisolublemente ligados, que es imposible no dañar a otro, dañándonos nosotros mismos, y viceversa. A veces, de maneras sutiles, creo que cada acto tiene su reverberación y esa reverberación es sobre otros, siempre.

 

LA ESCONDIDA SE CUENTA

Un silencio perfecto, como un regalo. ¿O una advertencia?”

Imposible no hablar de pandemias y cuarentenas en estos días. En este contexto, pensamos que otra recurrencia en tus textos tiene que ver con la siesta y la espera. No como tiempo de pausa, sino como el lugar donde las cosas suceden. Podría trazarse algún paralelismo con esta época de interrupciones. ¿Qué tipo de tiempo te parece que transcurrimos?

Yo soy de las que dicen “me preparé toda la vida para esto”. Porque, de alguna manera, la siesta era ese espacio de espera, suspendido, pero no vacío. Más bien, fuera del tiempo. Esa fue una de las ideas que intenté transmitir en “La siesta”, que tiene mucho de autobiográfico. Era un tiempo donde cualquier cosa podía pasar. Era un momento de juego, pero también de lectura, a la que podemos pensar como juego: ponerse en la piel de otros, de otras, de otres, y vivir otras vidas. Definitivamente, la cuarentena es como una siesta inquietante. En verdad, la siesta siempre es un espacio inquietante para un niño o una niña. Es ese espacio donde todo puede pasar. Los adultos duermen, es el reino de los niños y también es un tiempo de inminencia y de libertad. Y la libertad es inquietante. Hermosa e inquietante.

¿Y encontrás algún tipo de libertad, en este llamado aislamiento social preventivo?

En un montón de sentidos y paradójicamente, sí. Para quienes tenemos el privilegio de trabajar en nuestra casa y no necesitamos salir al mundo para ganar el peso arriesgando la vida, se puede constituir y se ha constituido en un espacio de libertad, que nos permite replantear nuestros anteriores estilos de vida. En mi caso particular -y lo he escuchado de otras personas-, hay como un repensar la vida hasta el momento en que la cuarentena la interrumpe. Hay, en muchos casos, un deseo de no volver al punto de partida para reconstruir las viejas rutinas y lo que era “lo dado” en ese momento. Ver si este compás de espera permite construir otra cosa después. Tengo la esperanza, a pesar de los momentos de desaliento, de que sea posible modificar la realidad tal como la veníamos experimentando. Por supuesto, siento deseos de ver a mi familia, extraño las lecturas de poesía. Hay un montón de cosas que extraño y hay otro montón que no. Acá, en Córdoba, hubo una liberación de la cuarentena bastante grande y eso implicó la apertura de comercios. Para mí, fue bastante triste ver dos cuadras de cola para entrar a un shopping. La única diferencia que notaba era el uso de barbijo: los mismos rituales de siempre, la adoración a los mismos dioses.

Alienados, pero con barbijos…

Sí, la misma alienación de antes, como si no hubiera pasado nada. Esos son los momentos en los que me desaliento. Por un lado creo que, para mucha gente, va a ser un cambio de consciencia, un replanteo de sus prioridades vitales. Para mucha otra, va a representar una interrupción indeseada y un retomar en donde lo dejamos. E incluso, quizás una agudización de los males previos.

Hay distintas velocidades entre lo que sucede durante y lo que se vive después. Algunos paran y otros no.

Sí, creo que lo dijiste muy bien. El asunto es que hay quienes nunca pararon, aún en cuarentena, siguen con los mismos parámetros. Obviamente, hay quienes tuvieron que trabajar en hospitales o en supermercados o necesitaron salir a la calle a ganarse la vida. Pero, en esa parte de la población que sí pudo quedarse, hay quien siguió de largo con la misma cabeza de antes.

¿Tenemos cuidado o tenemos miedo?

Vivimos en una cultura del miedo, es imposible abstraerse o pensar que uno mismo no está atravesado por eso. ¿Dónde empieza el cuidado y dónde termina el miedo? En nuestras sociedades impera, sobre todo, el miedo a los otros, a les otres. La pandemia permite ver muchas cosas, una es esta. Ver al otro como agente de contagio, como alguien que puede dañar. Es difícil abstraerse al bombardeo constante del otro, puesto en ese lugar de agente de contagio. Como pasó con las personas que quisieron echar de sus edificios a sus vecinos por haber contraído el COVID. Estas estigmatizaciones parecen medievales y, sin embargo, son muy actuales, lejos del cuidado, tienen que ver con el miedo.

 

A LA RUEDA, RUEDA

Aún estando encerrado en lo invisible el cuerpo puede difuminarse, hacerse leve, un perfume más junto a otros en el aire de la siesta, un perfume que se deja llevar y se condensa en la pesada atmósfera hasta caer a la tierra como caen esas tormentas breves y violentas”

El paisaje también es protagonista de tu escritura. Y compone con el cuerpo que se vuelve leve, se evapora y se hace aire, en retroalimentación constante con los cuerpos de les otres.

Eso se relaciona bastante con lo que hablábamos del lenguaje. Por un lado, nos constituye, pero también es el medio a través del cual se nos dice que hay un yo, como una piedra impenetrable, sin posibilidad de verdadero intercambio con otro. Mi idea acerca del yo, o la idea que aparece en mi poesía, es muy distinta. El discurso dominante establece jerarquías, dice quién está por encima de quién, en la cadena alimenticia, digamos. Entonces, habría vidas más valiosas que otras. No sólo en relación a los humanos y las especies animales, que es la manera más fácil de pensarlo. También, entre los propios seres humanos, habría vidas que valen más, vidas que valen menos. Yo lo pienso desde otro lugar, para mí hay interdependencias, no jerarquías. Para mí todos los seres nos influimos y generamos un efecto los unos en los otros. Y acá viene, por ejemplo, una pandemia, para mostrar esto de un modo bastante explícito: cómo lo que hacemos, lo que le hacemos a la vida animal, a la vida vegetal, al aire, al agua, nos vuelve. Ese daño retorna, es imposible que no lo haga porque estamos hiperconectados. No somos compartimentos estancos. Y, mucho menos -como solemos considerarnos los humanos-, seres con el poder y la omnipotencia para manejar a nuestro juicio y criterio la vida que nos rodea. Y, sin embargo, lo hacemos, nos creemos dueños de ese poder.

Un poder que ahora se nos escapó.

En realidad, no estuvo nunca. Vos podés intentar ejercer ese poder, pero es totalmente ilusorio. Y, de repente, la naturaleza te devuelve lo que venís depositando en ella. Y te das cuenta de que nunca lo tuviste.

Actúa como ese silencio de tu poesía, ese volcán, eso que erupciona donde no parecía suceder nada.

Porque es un silencio de inminencia. No es un silencio de tranquilidad, sino el silencio que precede a la tormenta.

VERDAD Y CONSECUENCIA

Pero el cuerpo no olvida / -una vez que lo sabe- lo que siente el núcleo intacto de la piedra / cuando llega la erosión y comienza a desgastarla lentamente”

Hablamos antes de la relación piedra – palabra y también encontramos una relación especial cuerpo – palabra. ¿Hay más verdad en el cuerpo que en la palabra?

Tony Cragg – Bent of mind

Si bien el cuerpo también es una construcción, y una construcción hecha de palabras, hay algo de la experiencia corporal que es irreductible. Inconfundible, en cuanto al nivel de certeza, de certidumbre que nos trae. Cuando sentimos algo en el cuerpo de una determinada manera, eso es incontestable. Podemos intentar obviarlo, pero sucede. En cambio, la palabra tiene mucho más margen para la mentira, para el fingimiento, la impostación. También acá se produce la afectación inevitable. Eso que la palabra dice y que no se vincula con lo que le pasa al cuerpo, en algún momento, recae sobre él y, a veces, nos enferma, por ejemplo.

Pero el cuerpo no olvida, una vez que lo sabe, lo que siente el núcleo intacto de la piedra, cuando llega la erosión y empieza a desgastarla lentamente.” Unos versos más adelante, en el mismo poema, te preguntás: “¿qué desearía ser mi cuerpo?” ¿Cómo es el deseo de un cuerpo?

Es ese deseo que podemos obviar, pero no se puede dejar de sentir. Podemos no actuar en consecuencia, en relación a lo que el cuerpo quiere. Pero no podemos evitar que el cuerpo quiera. Me vino a la cabeza la frase famosa de Spinoza…

Nadie sabe lo que un cuerpo puede.

Es hermosísima la afirmación. Claro, nadie sabe lo que un cuerpo puede hasta que lo dejamos en libertad y le permitimos una emancipación en relación a lo que el cuerpo debe. Creo que ahí es cuando nos enteramos de lo que un cuerpo puede. Por eso, era difícil responder a tu pregunta en relación a qué desea un cuerpo. Creo que la mayoría de las veces no tenemos gran idea al respecto. Y, muchas veces, la respuesta se nos impone, la descubrimos porque, por alguna razón, hemos dejado de controlar y vigilar a ese cuerpo. Entonces, aparece el deseo, surge lo que un cuerpo quiere y lo que un cuerpo puede. Son dos dimensiones distintas, pero están en relación.

 

BOLILLA CON PICO

Todo lo que perdemos suma una cifra / única, la nuestra. Si perdieras algo tuyo, / algo que no estaba destinado a perderse, / tu cifra sería inexacta para siempre”

Antes de hablar de tu último libro, queremos traer un verso que nos gustó mucho: “tu cifra sería inexacta para siempre”. Y, preguntarte: ¿por qué elegiste “cifra”?, ¿qué diferencia hay entre cifra y número?, ¿cuál es la posibilidad de exactitud que tendría una cifra?

Michel Grab Gravity Glue

En muchos casos, casi siempre diría, la elección de las palabras en la poesía es bastante involuntaria. Por qué aparece una palabra en lugar de otra es bastante misterioso. En mi escritura funciona de esa manera. Nunca sucede que un poema escrito por mí no me sorprenda en algún punto. Siempre ocurre que me trae algo que yo no sabía que estaba ahí, siempre dice algo con lo que yo no tenía relación consciente en ese momento. Bueno, por supuesto, este es uno de esos casos, pienso que viene de la mano de eso misterioso. El número tiene eso más preciso. La cifra está ligada con aquello cifrado, aquello que hay que descubrir.

¿Y con lo perdido?

Justamente, en esta relación que vamos teniendo con el lenguaje que nos es impuesto, perdemos cosas. Por supuesto, ganamos un montón en cuanto a la socialización y a la capacidad de comunicarnos, de saber más o menos qué decimos cuando usamos las fórmulas de rigor en la comunicación humana. Generalmente, nos socializamos a un alto costo. Se pierde ese lenguaje infantil, ese lenguaje que, quizá, sea más cercano a la poesía que ningún otro. Porque todavía no está tan afectado por el deber ser, porque tiene una dimensión lúdica, una dimensión musical. Es imposible pensar en una etapa absolutamente preverbal. No podemos tener recuerdo de eso, salvo, en el cuerpo. Por eso, pienso que la poesía liga muy bien con esa etapa de pre lenguaje articulado o pre lenguaje predeterminado. Un lenguaje todavía no alcanzado por la regulación.

En “Geología” hay una búsqueda en ciertas profundidades, en lugares donde las palabras no son posibles.

Sí y, sobre el final, en el último poema de ese libro, se habla del fracaso de esa misión. La exploradora fracasa estrepitosamente, no está allí lo que buscaba. Y esto pasa con la escritura poética. Como mucho, ronda, se acerca a determinadas cosas, busca, trata de encontrar una vía de acercamiento, pero nunca llega. Quizá porque ese lugar al que intenta llegar es preverbal, pertenece a ese terreno. La poesía trabaja muchísimo con lo no dicho, con el silencio, con el espacio en blanco, con la elisión, con lo que se deja afuera. Pero también pienso que algo más constitutivo hace al lenguaje poético y a nosotros, como seres. Ese algo tiene que ver con aquello imposible de decir. Hay una manera de decir sesgada, velada, que mantiene cierto misterio, no intenta explicar todo. Pero esto sería en relación a lo que podemos decir, a lo que más o menos sabemos. Después, hay un amplio territorio de incertidumbre y de ignorancia. Está todo lo que no sabemos.

Los últimos dos versos de “Geología” dicen: “El único hallazgo en la exploración heroica / fue la heroicidad dudosa de la incerteza.”

Michel Grab – Gravity Glue

A eso iba, hay acá un amplio campo de incertidumbre que no se salva, que no se resuelve con seguir explorando. Y, sin embargo, como poetas, seguimos explorando, porque es también nuestro motor. Ese campo de incertidumbre, de todo lo que no sé. Lo que no sabemos, lo que no podemos, es lo que nos impulsa a otros poemas. Si hubiera una posibilidad de saberlo todo o de llegar a decirlo todo, habría un punto en el que todo pararía todo.

 

EL RATÓN Y GATO

¿Es siempre una mentira distorsionar / los hechos, inventarle a la vida una combinación, un orden / un sentido diferentes? ¿Y si lo efectivamente sucedido / se disgregara una y otra vez al ser narrado / como una piedra erosionada por el viento, / hasta terminar reagrupando sus partículas / en una nueva historia, tan cierta / como la original?”

En un poema de “Borneo”, hablás de peces ciegos que habitan lagos subterráneos y mueren cuando los ojos humanos intentan verlos. Algo pasa cuando vas a ciertos lugares de profundidad.

Sí, pasa que te encontrás con algo que se guarda su misterio. Por más exploración y esfuerzo que hagas, hay algo irreductible ahí. Me acordaba de una frase preciosa de Clarice Lispector que dice que, en la escritura, hay que acercarse a la “cosa”, como si se tratara de una animalito salvaje, de una especie de ciervo. Si nos acercamos bruscamente, huye de inmediato. La narrativa de Lispector es súper poética. Me parece hermosa esa figura, es una idea muy iluminadora acerca de la delicadeza con la cual hay que acercarse a las cosas para que no huyan. Como esos peces a los que, si los alumbras con un reflector, mueren.

En el camino hacia lo irreductible, está la poesía.

En la poesía pasa eso, si no está la delicadeza, si no rondas las cosas sin ir directamente hacia a ellas, el poema muere, porque no alcanzamos siquiera a acercarnos. No se trata de poseer ni de alcanzar una verdad. Solo rondar y llegar hasta donde se pueda.

No queremos terminar sin hablar de tu último libro. Hablamos del poema, del ritmo, del silencio, la musicalidad y no hablamos tanto de las imágenes. Este libro, “El cuerpo”, como otros dos anteriores, está basado en películas y entonces irrumpe la centralidad de la imagen. ¿Cuándo una imagen te pide un poema?

Es muy misterioso el modo en que sucede. Cuando en 2001 empecé a escribir “La vista”, mi primer libro sobre películas, armé un programa, una listita muy ordenada de mis películas preferidas. El cine es una pasión que tengo desde chica. Y, bueno, rápidamente me di cuenta de que no iba a funcionar. Hay una frase de Diana Bellesi que me gusta mucho. Ella dice que, como poeta, una puede armarse un programa para un libro, pero el poema es el accidente dentro de ese programa. Y eso yo le he comprobado mil veces. Sobre todo, con ese libro en particular. Hay películas que yo amaba y sobre las que no pude escribir una letra, no había algo que yo tuviera para decir. Sin embargo, escribí sobre otras que llegaron a mí de formas raras. Recuerdo ahora una de Bernardo Bertolucci, “La luna”, que estuvo prohibida mucho tiempo y, quién sabe cómo, yo la vi fragmentada, en una trasnoche televisiva, de los años noventa. Completa, la vi muchos años después. Y el poema que escribí está centrado en una determinada escena, en ese pequeño recorte que yo había visto aquella noche. Fijate qué paradójico. Por supuesto, “La luna” no estaba en la lista prolijita de las películas sobre las que deseaba escribir. Y es que la lista dependía de mi voluntad, era lo que yo quería. Después, eso se desarmó por completo y aparecieron otras, sobre las que sentía la posibilidad y la necesidad de escribir.

No era cuestión de voluntad…

Tony Cragg – Hollow head

Creo que el papel de la voluntad es bastante secundario en la poesía. La mayor parte de las veces, el yo que quiere termina desairado. Se termina escribiendo lo que quiere ser escrito y no sobre lo que una cree que quiere escribir. En principio, te encontrás con esa frustración. Pero enseguida comprendés que es parte de la poesía misma. Lo maravilloso es justamente esa capacidad de sorprenderte y hacerte saber cosas que ignorabas. En el poema no se pone lo que previamente se había sentido o pensado. El poema te anoticia de cosas que no sabías que estaban ahí. Es una instancia más intuitiva o más ligada a lo inconsciente la que aflora. Frente a eso, la voluntad y el “yo quiero” se empequeñece totalmente. Es un muy buen ejercicio para el ego que siempre quiere.

Y, después, hay que sacar el poema a la calle y tomar decisiones de otra índole. Cómo y dónde publicar. ¿Hay una búsqueda específica sobre los espacios por donde querés que fluya tu poesía?

En general, a los poetas nos resulta inhóspito el momento de la edición, ahí entramos un poco en pánico. ¿Y ahora qué? Suele ser muy difícil publicar, casi todas las primeras ediciones en poesía las paga el propio autor y muchas veces eso se mantiene a lo largo de su obra. En mi caso, tuve la suerte de que, a partir del segundo, mis libros fueron encontrando espacios editoriales. En mi historia personal, se trató de editoriales que se acercaron por afinidad estética, sensible. Y es muy importante para mí que esto suceda. No es igual publicar en una editorial ecléctica, que arma un catálogo donde tu poesía no tiene una resonancia particular. Cuando hay afinidad la experiencia es muy diferente, se manejan otros criterios y es muy otro el amor y el cuidado que pone el editor. Repito, tuve la suerte de elegir, no es lo que pasa siempre y se edita dónde y cómo se puede. Y eso es muy válido también.

 

TRES EN LÍNEA (MUCHO MÁS QUE DOS)

La conciencia de la soledad en la que entramos cuando no tenemos palabras para nombrar lo que nos sucede y todo lo que podemos formular es una queja informe, que debe sonar bajo para que no moleste el descanso de los que sí duermen”

El tema de este número de la revista es la queja. En “La siesta”, vos hablás de una queja informe. ¿Crees que hay alguna potencia en la queja? ¿Cuál sería la forma de una queja?

Tony Cragg – Versus

Pienso a la queja como gesto de inconformidad, de incomodidad profunda. No de mera molestia, sino de inadecuación en relación a lo que te rodea. Cuando eso no se articula en una demanda –a la que pienso colectiva- es informe. La queja personal, tan propia de nuestros tiempos, es un modo de hacer como si estuviéramos haciendo algo por alguien o por nosotros mismos. Quejarse ante las injusticias, por ejemplo, tiene que ver más con la indignación, con lo moral “qué terrible que esto pase”. Pero se queda ahí y eso es a lo que llamo informe. Es legítima. Sin embargo, para que tenga efecto sobre la realidad, se debe articular en un discurso con otros, para legitimarse como demanda e interpelar al poder. Si no, el territorio de la queja resultaría muy narcisista. Cuando esa queja se reúne con otras y dan batalla, ahí hay posibilidad de trasformación.

Muchas pensamos que el movimiento feminista ha dado esa posibilidad de convertir, de transformar a la queja en demanda y a la demanda, en transformación. ¿Estás de acuerdo?

Absolutamente, sí. Es un hermoso ejemplo de cómo la queja individual, la que remite a lo que a mí me pasa, a lo que le pasa a alguien que conozco, se transforma en una demanda que incluye a las desconocidas.

Una demanda a dar el gran paso de lo personal a lo político.

Implica mirar más allá de la propia historia sin resignarla, por el contrario, tomándola como arma y base para el pensamiento político. Reunirse con otras y gestar un movimiento que se muestra capaz de conmover los cimientos de un sistema. Lejos de eso, a la queja individual podríamos pensarla como funcional al sistema. Por eso de la ficción de estar haciendo algo por el mero hecho de enunciar un malestar. El movimiento feminista fue mucho más allá de la enunciación. Construyó un colectivo que vehiculizara esa queja, dejó de ser narcisista. Y, por supuesto, en los hechos, demostró el poder del agruparse y pensarse juntas.

Claudia Masin, entrevista virtual con El Anartista

 

  • Todos los epígrafes corresponde a citas de la obra de Claudia Masin
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