El azar: sobre nacimientos en pandemia.
Por Verónica Pérez Lambrecht

 

“Todo se ha vuelto, así, luminosa y aparente exterioridad. Pero ni una palabra acerca de aquello que nos pasa, aquello que nos ocurre. / Cuanto más ajeno está todo, más parece creerse en Todo. Como si el cuerpo no estuviera allí, ni en ninguna otra parte. / la experiencia es la experiencia de sabernos provisorios en todos los tiempos, finitos en todos los espacios, dóciles de casi todo,
seguros de nada, vulnerables (…)”
Carlos Skliar, “Diez escenas educativas para narrar lo pedagógico
entre lo filosófico y lo literario

 

LAS ESCENAS DE CATALINA

A la memoria de Stella y Jorge

Escena 1. LA ANTESALA

La búsqueda fue un tanto azarosa y, aun cuando yo no estaba demasiado pendiente de las fechas, hacía ya casi un año que no nos cuidábamos. Eso me generaba dudas de si podría quedar embarazada. De modo que, en cierto sentido, irrumpió.

– Hoy tengo turno con el médico, debe haber algún problema porque, con una semana de atraso, no siento ningún síntoma extraño. ¿Y si estoy menopáusica?

– ¿Quééé? Salimos de almorzar, vamos a la farmacia, te comprás un test y, en función del resultado, hablás con tu médico. Porque, si no, te va a decir: “Mi’ja, vaya a hacerse el test y después hablamos”.

 

No es ingenuidad, ni negación, es el temor de una respuesta que hace tiempo busca -solapadamente- y no llega. Y con una batería de estudios que, a sus 40 años, le indican pocas probabilidades de quedar embarazada por primera vez. Pero noviembre de 2019 le trae una primavera diferente. Y, por qué no, el azar le juega una manito con una pandemia para el momento del parto y toda la previa.

Así Sandra, inicia el camino de la maternidad. La acompaña un prolegómeno no menor: la pérdida de su mamá y su papá, en un lapso de un año, apenas unos meses antes. Sin embargo, ella y Armando hacen su apuesta al origen, al comienzo de una nueva vida.

 

Escena 2. DE LEJOS

Cuando tenía 18 años recién cumplidos, fui a estudiar a la ciudad. Atrás quedó el pueblo, con todos esos rincones tan conocidos. El viento silbaba a través de las ventanas y, en el quinto piso, se lo veía venir ataviado con su capa de tierra serrana. Pronto estaba encima, rápido y tenaz, envolvía la ciudad entera. Hablaba todo el tiempo, pero nunca pudo liberar mi juventud de la sensación de desamparo y soledad…

En enero nos fuimos de vacaciones. Eso coincidió con el momento en que se empezó a hablar de que en China había un virus. Estábamos afuera del país, en Cancún, donde había muchos chinos, hacíamos chistes con eso. Para marzo contábamos con dos o tres ecografías. A Armando siempre le eran más emotivas, yo soy un poco más mental, y esto viene a cuento de que, instalada la cuarentena, Armando no me pudo acompañar más. Entonces, me di cuenta de que él era mi contención, y no estaba. Y, por supuesto, me parecía injusto para el papá. Nosotras sentimos al bebé durante el embarazo, pero ellos tienen acceso cuando lo ven en la eco. Lo mismo ocurrió hacia el final, con los monitoreos. En ningún lado dejaban pasar a los papás. Creo que fue cruel e innecesario. En la última ecografía, Catalina estaba de espaldas, no mostró la cara: siempre me quedará esa idea de que se enojó porque no estaba el papá. No le pudieron sacar foto, la estimulaban para que se diera vuelta, pero no hubo caso. Así, el papá tuvo que esperar a que naciera para verla, en cierto sentido fue un período de oscuridad para él.
Otro punto, fue la incertidumbre del principio, porque no se sabía qué pasaba con las embarazadas, con los bebés, si había transmisión entre mamá y bebé del Covid. Hubo situaciones que uno esperaba fueran de un modo y terminaron por ser de otro. Siempre pensé que estaríamos acompañados por la familia, y que la familia también hubiese querido estar. En mi caso, mis primos, que aún no la conocen. Cuando recién nació, pasamos por la casa de su abuela y la vio a través de la ventanilla del auto. Y hacíamos eso, cada vez que íbamos al control. Cuando la pandemia se alivió un poco, hace no mucho, la abuela paterna la pudo conocer.

El encuentro, la cercanía en la distancia. Vernos, hablarnos. No tocar. Estar solos sin ser solos. Desarticular la soledad como apuesta a la tristeza, transitar el esfuerzo de autopreservación de la existencia.

 

Escena 3. DE MIEDOS Y SOSPECHAS

¡Y sí! La potencia aborrece lo que la entristece. Los miedos y las sospechas de los miedos son el pan de cada día en tiempos pandémicos. Un cansancio supino me enrancia, ¿necesito dormir? Pero si estoy todo el día en la casa, no viajo, no me estreso. No salgo, no me contagio. Otr@ sale, ¿y si se contagia y me contagia? El contagio podría no ser lo menos abyecto, el miedo es la muerte agazapada detrás del virus, no porque podamos perderla de vista por siempre jamás, sino porque, aun así, es evitable.

En el control de los 8 meses, aproximadamente, ocurrió una situación intensa mientras me anunciaba en la administración. De repente, apareció un “malón” de médicos porque la paciente anterior tenía fiebre y era sospechosa de Covid. Obviamente, entré en pánico, en el monitoreo tenía las pulsaciones a mil. Al salir, hablé con la administrativa que nos había atendido a las dos, y le pregunté si tenía miedo, me dijo que tomaba todas las precauciones. El modo en el que me respondió, me tranquilizó. En los siguientes controles, la buscaba.
Tal vez sea achacable a la institución, no lo sé, las medidas se tomaban como en forma desorganizada -o al menos, así me resultaban a mí- y eso nos generaba mucha incertidumbre. Por ejemplo, en un momento determinaron que 15 días antes del parto nos iban a hisopar, como medida preventiva para ellos. Los médicos decían cosas diferentes a las pacientes, cada mamá del curso preparto tenía una premisa distinta. Si nos daba positivo, ¿nos separarían del bebé o del padre? No sabíamos incluso si dejarían entrar al papá a la sala de parto.
La verdad, la situación abarcó hasta detalles como el de comprar la ropita, por pedido virtual, donde no sabés qué comprás. No poder habitar el embarazo con mis amigas, la soledad hacia los últimos meses, sin poder siquiera descargar con ellas mis dudas. Incluso los conflictos que se generan en la pareja. Finalmente, el curso preparto lo hicimos en forma remota. Aun sin conocernos, con las otras madres, logramos tender una red de contención, unas con otras. Solo conocí a una, que tuvo el parto el mismo día que yo.

¿Acaso el miedo es parte del imaginario? Es probable, se construye, pero también se puede transmutar en actitud preventiva -no obsesiva-, y asumir riesgos, por la salud mental. Así, es posible asimilar ese salto de la potencia y componer con este momento, que también es transitorio.

 

Escena 4. EL MOMENTO OBSTETRA

El futuro está impregnado de imaginario. Así, la previa siempre nos promete un mundo cargado de beneficios. La casa en el paraíso, el aire puro, el bosque, la seguridad por fuera de lo citadino. El futuro, casi inexorablemente, está siempre fundado en el imaginario. Pero también se hace presente.

Durante mi parto, las personas que estaban en mi sala contaban que, allí mismo, había habido una mamá parturienta con Covid, todos se alteraban, hablaban y hablaban, parece que no la habían hisopado antes. Los miré y les dije: “a mí me hisoparon”. En medio de contracciones y dolores de parto, un parto que finalmente fue por cesárea, me hisoparon. La enfermera me pedía disculpas por lo invasivo, justo en ese momento. Me tranquilizaron -y se relajaron conmigo- porque dio negativo. Pero era todo así de intenso y errático, incluso, a mí me habían presentado previamente a quien sería mi obstetra y, a la hora del parto, llegó otro médico.
¡Viste! La elección del obstetra es un tema, en función de encontrar unas manos confiables. El hospital tiene un protocolo mediante el cual los obstetras trabajan una semana y 15 días descansan. De modo que, al momento del parto, viene el que viene. Finalmente, me operaron dos chicas, la jefa de residentes y una residente. Lo que hice yo fue personalizar a la partera, pagué mi partera, y sabía quién era. Igual, me dieron todo el tiempo para que dilatara. No fue un parto vaginal por una cuestión mecánica, porque Cata era demasiado grande. Todo el tiempo de trabajo de parto estuvimos solos -hasta muy solos, diría-, pero entendimos que fue así para que no nos sintiéramos aún más invadidos.
Otro aspecto es el posparto en casa. Por mis características, el hecho de que no venga tanta gente resultó bueno. Aunque también se siente la ausencia de contención.

“Y futuro se hizo presente y habitó entre nosotros” y la casa, en el medio del bosque, se llena de mosquitos. El afuera de la ciudad se convierte en lejanía e incomodidad. Así, lo invisible cobra una exagerada presencia y cambia el contenido, pero ¿qué hacemos?, ¿nos aferramos al imaginario anterior como a la única posibilidad de alegría? Y el parto pudo ser vaginal, pero se enroscó con cuatro vueltas. Y el puerperio podría ser mejor, pero es lo que es. Esperás que la venida de l@s hij@s sea de cuentos de hadas, puro imaginario. No hay opción, tenemos que apelar al esfuerzo, una vez más, al esfuerzo de perseverar en el modo de ser que mejor componga con cualquier situación.

 

Escena 5. OTRO CAPÍTULO

Yo no quise quedar embarazada en pandemia, quedé y tuve que vivir el proceso y desarrollar muchas herramientas para atravesarlo. Ahora, mientras le doy la teta a la nena, me pongo en blanco. Sobre todo, a la noche, para poder resumir y plasmar esto. Cuando Armando sale con Cata, yo relajo un poco. Vivimos en un departamento de un ambiente y medio, y 24 x 7, se nos hace un poco una eternidad.
Yo pienso que estos niños del coronavirus van a ser muy antisociales, porque sólo ven a papá y a mamá. A la única persona que Cata vio más veces -fuera de nosotros- es al hombre del estacionamiento del hospital. Por ejemplo, a mí y al papá ya nos sonríe, pero la pediatra no logró que sonría. Ahí se abre otro capítulo: el después de estos niños.

L@s argentin@s somos kinestésic@s. Evitar los encuentros, para empezar, los abrazos, para continuar, y los miles de besos, conjugan una especie de aberración de nuestros modos y modismos. El virus vino a quedarse un buen tiempo, aunque salgamos de a poco a la palestra. Ojalá que no nos gane el modo de ser antisocial y reconstruyamos esa mejor parte que nos representa como sociedad.

 

Escena final. PERLITAS DE TÉTRIS

Nos llenamos de escenas graciosas, a la distancia del tiempo, ¿no? En el momento eran tétricas. Te cuento algunas:

    • Con la cuarentena, llegábamos en 8 minutos al hospital, estacionábamos donde queríamos.
    • Cuando me internaron, Armando no tenía dónde comprar comida, en eso encontró una parrilla, se compró un choripán con ajo y pasamos toda la noche con ese olor junto a la beba recién nacida, “muy tierno”.
    • En las ecografías, yo bajaba con la fotito y se la daba a Armando. Él cuenta que, en todas, sin excepción, intentó entrar. Las charlaba a las recepcionistas, les hacía ojitos, pero siempre rebotaba.
    • Finalmente, cada vez que salimos al control de la beba, al volver, entro sólo yo, me saco toda la ropa y agarro a la nena. Entonces, la desvisto, entra el papá y se saca la ropa. La dejamos en un lugar dispuesto para eso en la entrada. Y, hasta que no estamos todos “desinfectados” no entramos. ¡Es gracioso y es una locura!

Conozco a Sandra desde hace 15 años, desde mi llegada a Buenos Aires. Transitamos juntas trabajo, los secretos más íntimos, las alegrías y suspiros más vitales, los dolores más dolorosos. En este caso, apenas pudimos compartir ese principio, bizarro, divertido, loco. Conozco a Cata, y me sonríe, a través de una cámara. Así, las historias de este tiempo forman islas de vivencias y anécdotas, compartidas de un extraño modo virtual, al que también nos toca adaptarnos.

 

 

 

LAS ESCENAS DE MANUEL

Julieta y Diego dejaron la ciudad y se asentaron en un lugar que consideraron más gratificante para la familia que querían formar. Con el tiempo vino Alina, que ya tiene 4 años, y hace casi dos perdieron un embarazo. Volver a intentar, dejar pasar el tiempo, animarse, transitar los temores y las ansiedades de un nuevo hijo y, para rematar, que Manuel llegue en medio de un evento con la peculiaridad de una pandemia. No es una historia simple, tal vez, una más. Cada hijo, cada espera, cada parto se circunscribe alrededor de las propias singularidades: todos se parecen, y son, absolutamente todos, únicos, distintos e irrepetibles.

 

Escena 1. LO QUE UN CUERPO PUEDE

El embarazo deseado, el buscado -el que llega porque lo elegimos, o llega y lo elegimos- guarda en sí una hospitalidad incondicional. Adentro, esa pequeña mota cobra potencia, se arma, se nutre. Todo en ella está disponible. Cuando mi hija crecía en mí, sentía que había magia. No encontré palabra más apropiada, me importaba muy poco la biología. Estaba en una nube, y hacía magia.

El segundo embarazo -anterior a Manu- lo planificamos para que fuera relativamente seguido del primero. Venía todo bien, pero raro. Me caí de la bici, me hice una eco y se le escuchaba el corazón. Yo soy medio supersticiosa y, en la consulta con la obstetra, me dijo que, hasta el tercer mes, no agendaba. Y, aunque sí agendó el mío, sentí algo extraño con eso, ¡pavadas! En el control de la semana 12, yo ya tenía unas pérdidas, el bebé tenía el tamaño de semana 8. Fui acompañada por Alina y mi papá, Diego estaba en el trabajo. Salí de la eco y nos abrazamos con papá, solapadamente. Unos días después, para el día de la madre, me dieron como contracciones, con las que expulsaba sangre. En un momento, me desmayé. Llamaron a la ambulancia. La verdad, me hablaban con tanta ligereza de que todo iba a empeorar, no lo podía creer. En el hospital me sentí desatendida, me acuerdo que alguien me tiró una frazada. Del hospital me llevaron a una clínica y me internaron un día, hasta que despedí casi todo. Esa fue la odisea del bebito que no fue.
Siento que tuve que fortalecerme por Ali, no lo pude llorar como hubiese querido. Yo me echaba la culpa, me rondaba la caída de la bici, o que me sentía estresada. No sabía qué era capaz de vivir, temer y superar. También sentía que, si no podía tener otro hijo, ya tenía la bendición de Alina. Estar con ella, que ya fuera al jardín y desapegarme -con todo lo que implica- hizo que tuviéramos una relación más linda, menos demandante y más disfrutada. Empecé a trabajar en la agencia de traducción, con temas que me encantan, más ligados a lo literario. Todo eso me despejó muchísimo del dolor de la pérdida. En lo físico, se descartaron temas patológicos de ambos y tuve que superar una fuerte anemia, luego de lo cual, tomamos la decisión de volver a intentar. Es lo que queríamos. Y quedé embarazada, enseguida. Tengo esa buena, con los tres nos pasó lo mismo.
El embarazo después de la pérdida fue horrible. No lo logré disfrutar para nada, siempre con miedo. Sufría en cada ecografía hasta escuchar su corazón, aun después del primer trimestre, cuando la obstetra me alentaba a sentirme más segura. Generalmente, las pérdidas antes del primer trimestre son fallas congénitas, que luego no son factibles. De todos modos, sentía que cada vez tenía que superar una escalera, más que un escalón. Imaginate, cuando empezó la pandemia ni siquiera me podía distraer, todo el tiempo pensaba si el bebé estaba bien, aunque sintiera las pataditas. No le pude leer, cantar. Me relajé hacia las últimas semanas, cuando decidimos el nombre y armé todo para su nacimiento. La pandemia nos aisló. Me costó publicar la panza, lo hice pensando en mis amigos, en mi familia, para que vieran un poco mi embarazo. Lo que yo quería era tenerlo en brazos, que ya la responsabilidad no fuera de mi cuerpo.

Y nace, l@ miramos, y todo aquello que ocurrió adentro, con una energía de la que escasamente disponemos control, se convierte en un ser al que abrazamos y del cual “nos hacemos cargo”. Pero la incondicionalidad desaparece y, con ella, se va la magia. Tomar conciencia de cómo incidimos antes y después, ¿podría conectarnos con ese grado de potencia que somos?

 

Escena 2. EL ABANDERADO

Conozco a Diego por haber trabajado juntos. Teníamos un equipo con un sentido de la otredad, que difícilmente encuentre otra vez. La vivencia trascendió lo laboral. Poder escucharlo con templanza y un dejo de angustia, sumado a la alegría, me conmueve.

“Yo la abandoné a Juli, ella está bien, fue todo muy rápido, fue un parto ejemplar. Llegó a la clínica con todo el trabajo hecho, entró directamente a la sala de parto. En 5 minutos nació. Dice que lo pudo disfrutar mucho más, parece que el cuerpo estaba más preparado. Yo lo viví a la distancia, justo 4 días antes tuve fiebre, 37,8° dos días seguidos. Y la obstetra la hizo aislarse y me hizo ir a hisopar. Aún espero el resultado, en casa solo. Vi las fotos, la obstetra me avisó al instante, le acercó el teléfono a Juli y me habló superbien. Ni bien nació, lo pudo tener y darle la teta. Está tranquila. Las cosas se dan así, parece mentira, 9 meses de estar sin ningún problema y caigo con fiebre antes del nacimiento. ¿La cabeza, el destino, el azar? Así fueron las cosas. Espero tener el resultado rápido y poder buscarlos, y no quedar en cuarentena 14 días. Se llama Manuel, en honor a Belgrano, en el año del bicentenario de la bandera.”

El azar le jugó malos dados. Sin embargo, apela a su cuidado por la otredad, su compañera parturienta y sus hij@s, sin gratificación de quedarse solo y a la espera, íntegro para rearmase, sostener y estar presente, aun en la ausencia.

 

Escena 3. LA ANARQUÍA DE LOS PROTOCOLOS

La justicia y la moral se paran sobre la regla. No hay lugar a discusión. Lo justo se vuelve absurdo cuando la necesidad es acuciante. En la regla no hay infinito: el infinito habita en la excepción.

Cuando Diego empezó con fiebre, armé más bártulos y llamé a mi mamá para que nos buscara desde Zárate y nos instaláramos con Ali en su casa. Estaba muy nerviosa, sin Diego, incómoda. Sabía que vendría el bebé pronto. La segunda noche empecé con contracciones. Le avisé a la madrugada a la obstetra, para que activaran el protocolo de seguridad y, a mamá, le dije a la mañana, cuando ya tenía contracciones de parto. Era complicado porque mamá tiene 63 años, y yo era sospechosa de Covid. La idea era que me aguantara lo más posible en la casa. Nos alistamos, dejamos a Alina en la casa de mi papá -a quien no veíamos hacía 4 meses-, y salimos para Campana. En una hora saltamos todas las reglas que habíamos cuidado todos los meses de aislamiento. Entré a la clínica por la zona de sospechosos de Covid, con dilatación completa. La sala de parto era una habitación totalmente improvisada, despintada, en una esquinita, entraba una camilla y una persona a mi costado, que fue la partera. Por otro lado, todo fue un lío hasta que permitieron a la obstetra ingresar, yo me aguantaba porque no tenía los frenos para pujar. Cuando llegó, estaba vestida con la escafandra. El enfermero, el neonatólogo, todos atrás de ella, afuera de la habitación, porque no entraban. En un pujo, se rompió la bolsa. Di luego dos pujos más: “miralo, no te lo pierdas” me dijo la médica, mientras daba media vuelta a la cabeza porque venía enredado en el cordón, y le vi el cuerpito, estaba azul. Me lo alcanzaron, barbijo de por medio, y no lloraba, todos lo miraban con mucha paz, pregunté si estaba bien, la partera le acarició la espalda y empezó a llorar. Entonces lo abracé y lo acerqué a la teta. Este relato tiene un plus porque, cuando nació Alina, mi primera hija, no me la apoyaron en el pecho, y me quedó siempre esa angustia. Con Manu me saqué todas las ganas, con Covid o sin Covid. Luego, se lo llevaron a otra habitación, en neo estaba aislado del resto de los bebés. No podían tocar mis cosas. Nos dejaron en una especie de limbo la primera noche. Era todo muy errático y bizarro. Todos me decían que había sido un parto hermoso, para mí fue anárquico, pero muy poco intervenido, muy natural, aun en medio del caos de este virus.

La inmanencia hace incumplible la regla. Ante situaciones extremas, hacemos lo que consideramos mejor, en el entorno que disponemos e incluso, a veces, arriesgamos demasiado en función de “cumplir”. En este detalle reside la ética de las elecciones.

 

Escena 4. MI ESCENA DE SALVACIÓN

Epecuén es una laguna de agua salada. Tanto, que no hay vida animal. Por donde pasa, asienta su salinidad y petrifica la vegetación. Su inundación, antaño, arrasó un pueblo entero. Su fuerza carcomió ladrillos, cimientos, hierros y cuanta construcción cruzó. Sin embargo, caminar sus ruinas es pisar vida. La vida se abre paso entre tanta desolación.

En su metamorfosis maternal, Juli escribe: “Traer a un bebé al mundo no es fácil, siempre hay incertidumbre, dudas, temores. Traer a un bebé arcoiris al mundo es aun más difícil, es una prueba de coraje y de fuerza, en la que hay que trabajar constantemente para dejarle la puerta abierta al miedo, a la espera de que no haga interferencia con la felicidad, y le dé lugar a un poco de disfrute. Traer a un bebé arcoiris al mundo en medio de una pandemia conlleva dificultades adicionales, como el miedo de que no dejen entrar al papá a la sala de parto, la dificultad de los permisos de circulación, la planificación de la logística familiar en cuarentena, los barbijos y el temor de ingresar a una clínica. Traer a un bebé arcoiris al mundo en medio de una pandemia, y ser el primer caso de madre sospechosa de Covid ya parece de película, de esas del fin del mundo, en las que los bebés nacen en camillas improvisadas y la madre puja con dolor hasta que una criatura perfecta se vuelve la luz.
Todo eso es Manuel, mi bebé tan esperado, tan deseado, mi bebé arcoiris, mi bebé en plena pandemia, mi bebé que todo lo puede, que sin dudas llegó para enseñarme a ser más valiente, más paciente, más humana, menos negativa y más receptiva; sobre todo, muchísimo más agradecida con la vida, con todas las personas que nos quieren y nos apoyan y se hacen palpables aún en la dura distancia de la cuarentena, que ni dudan si tienen que dar una mano. (…)
Seguro esta será una de miles de anécdotas que nos deja la pandemia, pero es la mía y la atesoro con una alegría inmensa. Sí, porque verlo salir de mí tan perfecto fue mi escena de salvación, esa luz cálida que calma y que augura un final feliz. Y hasta tiene la dicha de la escena extra: el resultado negativo del hisopado de Diego antes de que nos dieran de alta, nuestro abrazo, y el maravilloso encuentro con su hijo. Manuel nació para contar su historia, una que ya tiene un inicio increíble, y nosotros… nosotros somos felices.”

Extracto de publicación de Julieta Guidi en su Facebook

 

Escena ¿final? PERLITAS DE UN CUERPO PUÉRPERO

    • A principios de julio, unos amigos nos sorprendieron con un desayuno babyshower pandémico-cuarentenil para Manuel. Estuvo divertido y raro, nos quedamos con ganas de compartirlo.
    • Todo depende mucho de la humanidad de los profesionales que te tocan en esos momentos. Desde el médico encargado de activar el protocolo Covid, hasta quienes me atendieron, todos fueron muy atentos, cautelosos, tranquilos. Por ejemplo, permitieron que entrase mamá para que yo no estuviera sola. Otro ejemplo: en el parto la obstetra consultó al neonatólogo si “se podía hacer lo de siempre”, él contestó que sí. Entonces, nació Manu y me lo acercaron. De eso es trataba, de si permitirme tener a mi bebé y que me lo apoyaran sobre el pecho. La realidad es que todos ellos tienen que decidir y sobreponerse constantemente a la pandemia.
    • Cuando llegó el resultado negativo de Diego, lo festejamos y gritamos todos, nosotros y en la clínica, como si fuese un gol de Argentina en el mundial.
    • El después: el puerperio, las mastitis, el llanto, el sueño cortado, cólicos y vómitos, ropa por colgar y planchar, muuuucha paciencia, comer lo que “haiga” y un poco de celos… Pero también complicidad, compañía y relevos con Diego, más aprendizaje, nuevos roles y momentos únicos. Más amor cuando parece que no es posible dar más… Traer dos chicos al mundo implica que los dos nos ayudemos, si no, es casi imposible.

La maternidad se trata también de la paternidad, de compartir el evento, vivenciarlo junt@s, cuando somos dos. Los tiempos devienen en cambios de actitudes patriarcales. Las mujeres conocemos y aceptamos nuestro rol biológico, y también eso nos permite acelerar el entendimiento de la venida de una nueva vida. Ahí estamos, en pleno aprendizaje de nuevas integridades, donde la paternidad tome el valor ético que la humanidad requiere.

 

LA ESCENA DE EMMA

Emma nació hace más de 10 años. En aquel entonces, hubo epidemia de gripe A -nada comparable con este virus de la corona- y, aunque me tuve que aislar, lo viví desde un lugar de éxtasis. Establecer vínculos de plenitud con l@s hij@s es un desafío de cada momento: confiar en la crianza con la naturalidad de la formación intrauterina; soltar el ego, saber que nuestr@s hij@s son sabios; amar, con límites, incondicionalmente.

Gaia Orion

Hay una leyenda que dice que cada hij@ viene con su música. ¿Cuál es la de tu hij@? Hace un poco más de 10 años, esperé a mi hija con un mantra, Baba Nam Kevalam: el amor es la esencia de todas las cosas. Desde que supe de la leyenda, creo que esa es su música.

 

 

Portada: Gaia Orion
Fotomontajes: Juan José Stork
Fotografía: Gabriel Garrido

 

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