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La intensidad: sobre niñeces sujetas a derechos autónomos.
Por Claudia Quinteros

 

OBSERVAR LO PROFUNDO

Ronda de cuentos durante el día de la primavera, en el pasillo del barrio popular en el Bajo Flores. La escucha atenta y sus manitos preparadas para las palmas y el canto. Sonríen. Jugamos con la voz, con las palabras. Lentamente, pasa el tiempo y el sol comienza a correrse del hueco del cablerío.

Setiembre de hace dos o tres años atrás. Ese día, mi atención estuvo en Juan, que cantó y bailó vestido de princesa. Entonces, comencé a tener una mirada más directa -y por qué no decirlo, más amorosa también- sobre él. Ese niño no jugaba. Podía presentir su desprotección, su soledad, sus ojos al hablar. Si por alguna razón la docente se alejaba de él, se movía nerviosamente. Esa tarde él también fue partícipe de un cuento y hasta jugó entre la realidad y la fantasía. Entonces, se llamó a sí mismo “Lara” y danzó y danzó, enredado en los tules lilas.

 

GRITAR EN SILENCIO

Volví a casa con muchas preguntas. Pensé en tantos “Juanes y Laras” desconocidos. Invisibles, que gritan en silencio y claman derechos, aceptación, amor. A las semanas, la mamá de Lara fue convocada a entrevista. La maestra, poco a poco, abrió la charla. La madre, sumisa, con rostro endurecido y en voz muy baja, contó:

– Juan dice que es nena. Juega a eso. Pero cuando estamos juntos. Si su papá escucha, enfurece. –La mujer hizo silencio, mientras retorcía sus gruesos dedos agrietados de trabajar la tierra.

– ¿Y qué? –Le preguntó la maestra.

– Se enoja, señorita. Pega. –Respondió sin mirarla, en una tímida mezcla de aymara y castellano.

 

EN CONSTRUCCIÓN

Guayasamín y el abrazo

Al tiempo, fui invitada al lugar para otra actividad. Esa vez llegué un poco más preparada. En el interín, me había relacionado con espacios que trabajan con ESI: colectivas feministas con perspectiva de género y personas que, desde el arte, acompañan a niñeces trans. Es un camino arduo de recorrer. Habla de deconstruir. De aceptar. De despatoligizar.

¿Qué modo de vida es aquel que niega la diversidad? ¿Quién dice qué es lo normal? Una respuesta nos la aproxima la travesti Marlene Wazer en su libro “Una teoría suficientemente buena”. 2018: “Creo que somos nuestro primer objeto de arte. Debemos crecer con esta primera claridad: nos estamos construyendo y cada día soy la mejor versión de mí misma”.

Poco se habla de las niñeces y adolescencias trans. Quizás, por temor, por desconocimiento, por prácticas de discriminación o por voluntad de patologización. No hablar es no pensar a esos niñes y adolescentes como “sujetos de derechos autónomos”. De ahí que se los vea con perspectiva adulta, además de categorizarlos como ‘débiles’. Así las cosas, los adultos serían la única parte con autoridad de esta relación.

Pero el asunto viene de lejos: binarismo y biologismo han sido caldo de médicos y psiquiatras, a quienes se considera personas autorizadas para diagnosticar cómo y cuándo adaptar o no el cuerpo a sus autopercepciones. Contra esta arbitrariedad, hay una Ley de Salud Mental que prohíbe la patologización de la diversidad sexual. Hay que sumar, también, la Ley 26743 de Identidad de Género. Y existe un instrumento legal más: la Convención por los Derechos del Niño, incluida en el artículo 75 de la Constitución. Así, estas niñeces están haciéndose escuchar.

 

PUENTES LEVADIZOS

Yo dibujo puentes para que me encuentres/ un puente de tela con mis acuarelas/ Un puente colgante con tiza brillante/ Puente de madera con lápiz de cera/ Puentes levadizos, plateados, cobrizos/ Puentes irrompibles, de piedra, invisibles/ Y tú… ¿Quién creyera? No lo ves siquiera./ Hago cien, diez, uno (…) ¡No cruza ninguno!/ Mas (…) como te quiero (…) dibujo y espero/
Bellos, bellos puentes para que me encuentres
!”
Elsa Bornemann

Gabriela Mansilla es mamá de Luana, primera niña que el Estado reconoció con identidad autopercibida. Se trata de una historia de amor, con la intensidad de la lucha por los derechos de su hija y de todos los niñes y adolescentes. Gabriela escribió dos libros: “Yo nena, yo princesa”, que comenzó a manera de diario íntimo para no perderse nada que pudiera aportar a la terapia de los sábados de Luana. Lo hacía en un cuaderno que, al poco tiempo, quedó corto. Así se sucedieron varios cuadernos, con aportes de cartas de familia y amigos, que abrochaba a las hojas. Lo hizo para que, cuando fuera más grande, Luana sintiera todo el amor y aceptación posibles. Fue ese un modo de allanar, al menos un poco, el sufrimiento hasta que el cuerpo no deje de cambiar, alrededor de los 18.

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El segundo libro “Mariposas libres”, fue editado por la Universidad Nacional de General Sarmiento. Allí cuenta cómo sigue la vida de su hija y, a través de ella, de todas las niñeces trans de Argentina. Narra qué ocurrió en la vida de Luana, luego de lograr su DNI, de cómo el cambio registral es apenas un trámite, en sus vidas de lucha cotidiana contra lo binario.

Gabriela sigue su combate desde “Asociación Civil Infancias libres”, entidad que ella misma fundó. Espacio para el encuentro y sostén de quienes lo integran: niñes y familias. “Es prioridad la educación. Se pide al Ministerio de educación modificar con urgencia la Educación Sexual Integral (ESI), que falta en la escuela, en libros, en clase de biología. Se necesita que todas las escuelas se abran a la diversidad.”, dice Gabriela.

 

REFUNDAR EL GRITO

Gritar hasta que se escuche, gritarle a la indiferencia. Gritar tan fuerte como se pueda y aún más. Gritar hasta quedar sin voz y con el cuerpo dolorido de tantas violencias. Gritar el amor que le falta a este mundo y garantizarle un futuro más digno a nuestros hijos”.
Gabriela Mansilla

Como adultos y, sobre todo, como sociedad, “pensarnos” al modo de humanidad amorosa y poder abrazar lo desconocido es un paso que allanará el transitar de a las niñeces trans, travestis y transgénero. Y, también, claro nos allanará un camino a todos, para salir de nuestras estrecheces cotidianas.

No existe cuerpo equivocado. Quienes creemos que los cuerpos son intensidades singulares y diferentes, tenemos en nuestras manos la posibilidad de acompañar el grito para lograr vidas dignas para todas las niñeces. Si hay dos mamotretos a demoler, son el “adulto-centrismo” y el “hetero-centrismo”.

Por su parte, el Estado y la Educación también están en deuda. Responsabilidad social, amor político, visibilizar las corporalidades es urgente tarea estatal. La potencia del cuidado contra la violencia. La legalidad contra el abuso. El amor como intensidad fundante, por sobre todas las cosas.

 

 

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