La intensidad: sobre las clases virtuales en pandemia.
Por Milena Penstop

 

CEBADÍSIMOS

Como todos, yo tuve que pasar por la “magnífica” experiencia de la pandemia mundial y, por lo tanto, por la rutina de las “hermosas” clases virtuales. En marzo, cuando anunciaron que no íbamos a tener clases por dos semanas, claramente, me emocioné. Por un lado, sentía lo que seguía, como una extensión de las vacaciones de verano. Pero, por el otro, sabía que esto podía dar para largo.

Y así fue.

La única extensión del descanso veraniego fue la primera semana de cuarentena. Ya para la segunda semana, empezó a caer sobre nuestras casillas de mails las que irían a ser las causas de nuestras pesadillas: los trabajos prácticos. Al principio solo mandaron unos pocos y ni siquiera de todas las materias. Pero, a medida que la bendita cuarentena se extendía, los profesores se dieron cuenta de que, si no empezaban a mandar tareas, íbamos a perder el año.

El problema fue que se cebaron en cantidades estratosféricas. Todos los días se basaban en despertarse con el ruidito que hacía el celular cuando llegaba una nueva notificación de los profesores por mail. Cada jornada nos levantábamos con un nuevo trabajo para hacer. Y uno pensaría que no se trataba de nada diferente a lo que pasaba en las clases presenciales: ibas a la escuela, te daban clases y te mandaban tarea de todas las materias. El tema es que este año, al menos en mi escuela, algunos profesores decidieron saltearse la parte de dar clases, por lo que los estudiantes debimos aprender completamente solos contenidos de materias complejas que, incluso, nunca antes habíamos tenido. Ahora, este “estilo” no fue el de todos los profesores pero, desgraciadamente para mí y para mi curso, la mayoría, sí.

 

LA “RELATIVIDAD” DE LA FÍSICA EN VIDEOS

Creo que muchos estarán de acuerdo conmigo al decir que las materias exactas muchas veces son bastante intrincadas de entender, más allá de si a algunos les gustan y a otros, no. Una de estas materias -y creo que una de las más “oscuras” que tuve hasta ahora- es física. Por supuesto, al arrancar el año y al ser una materia completamente nueva, los planteos y los contenidos se presentaban sencillos. Nuestro profesor, aunque haya sido uno de los que no dio clases, se grabó a si mismo explicando los problemas, mientras daba ejemplos de una manera bastante clara. Nosotros podíamos entrar al classroom -la plataforma por la que nos manejamos con casi todas las materias- y ver los videos y los apuntes cada vez que lo necesitáramos. Pero para cierto punto del año, la materia empezó a complicarse, como era de esperar. Esto, al no tener ni una sola clase por Zoom o Meet, hizo que cada vez menos compañeros entregaran los trabajos. El profesor, ante toda la situación irregular que estábamos viviendo, nos decía que estaba a nuestra disposición y que, cualquier duda, le consultásemos. Pero, sinceramente, era muy difícil explicar un problema de física por mensajito.

Algo similar nos pasó con matemática. No fue tan tremendo como con física, ya que vimos temas del año pasado con algunas dificultades nuevas pero, aunque yo tuve suerte de contar con ayuda en mi casa y me acordaba de algunos temas, para algunos de mis compañeros era como leer chino. A esto se le suma el hecho de que la profesora de esta materia tampoco dio clases. Es más, prácticamente no teníamos modo de comunicarnos con ella porque, si bien nos dio su mail para mandarle los trabajos y consultas, a muchos compañeros les ha pasado que nunca recibieron respuesta a sus dudas.

Por supuesto que mi curso y yo entendíamos perfectamente que las materias exactas son muy difíciles de explicar en pandemia. No solo por la materia en sí, sino también porque los profesores tienen vida y complicaciones propias. Pero, al mismo tiempo, se nos hacía muy frustrante, ya que cada uno de nosotros también se “pandemió” de manera muy singular. Por eso, nos hubiese encantado que se evaluara lo que se enseñó y no lo que se debía enseñar.

 

INSOCIALES

Después, están las materias como historia, geografía y antropología, entre otras. Incluso, en esta situación de incertidumbre, con mi curso pensamos que en esas materias nos iba a ir mejor, ya que nosotros pertenecemos a la orientación de ciencias sociales, elección que debimos hacer de apuro, en tercer año, empujados por una insólita ansiedad del Gobierno de la Ciudad en que nos decidiéramos. Bueno, claramente, nos equivocamos. Algunos, en la elección. Todos, en suponer que en estas asignaturas las cosas fluirían de otro modo, por el contrario, tuvimos que rompernos la cabeza con los textos y demandas de cada una de esas materias. En la primera parte del año, solo un profesor nos dio clases. De ese modo, esa materia la entendíamos con facilidad y eso nos sacaba un peso de encima a la hora de hacer los trabajos. Pero, en el resto de las materias, prácticamente nos las tuvimos que arreglar solos. De nuevo. Ah, pero no hay que olvidarse del “plus”. Como es de esperarse, al ser materias sociales, teníamos cantidades atmosféricas de textos para leer y comprender. Por supuesto que, entre la escasez de clases explicativas, las montañas de lecturas, los problemas personales y una pandemia mundial, muchos alumnos no entregaban sus trabajos.

 

JE SUIS TIRED

En el caso de los idiomas, a mí se me hizo bastante sencillo. Si bien en la primera parte del año no tuvimos clases, como me gusta aprender inglés y francés, estas materias no me generaron tanto estrés como las otras. Pero aun así, la situación llegó a un punto en el que todos estábamos frustrados y estresados en niveles extremos. Muchos se quedaban hasta la madrugada haciendo trabajos, con miedo a que no les diera el tiempo para entregarlos antes del horario límite, mientras tenían la cabeza inquietada por tareas de otras materias que también se debían completar esa misma noche. Y uno pensaría que, si los estudiantes se organizan bien, no deberían pasar por semejante situación. Pero lo que algunos no tienen en cuenta es lo difícil que resulta concentrarse, cuando sabés que, al terminar una tarea, te esperan otras doce en fila: y que, al día siguiente, probablemente, recibirás la tarea 13, la 14, la 15… Además, lo anterior implicó pasar horas y horas seguidas ante una pantalla, lo que nos terminó por dar dolor de cabeza, de ojos, cansancio y saturación.

 

MÁS ROOM QUE CLASS

Ya en la segunda parte del año, luego de las vacaciones de invierno, los profesores comenzaron a darse cuenta de que este virus tenía planeado quedarse un rato bastante largo. Por lo tanto, varios trataron de ponerse las pilas y empezaron a dar algunas clases. A parte, con mi curso decidimos escribirles una carta a los docentes, en la que expresábamos nuestras inquietudes -por decirlo de una manera sutil- en cuanto a la situación que estábamos viviendo. Muy pocos hicieron notar que la leyeron. El cambio más grande fue que -tal como solicitamos- casi todos los profesores decidieron utilizar la plataforma classroom, para poder organizarnos mejor. Pero, más allá de eso, las cosas siguieron más o menos iguales. Todos los días nos despertábamos con un trabajo nuevo, para el cual solo nos daban una semana y media de tiempo. Con suerte y de modo excepcional, contamos con dos o tres semanas, pero eso implicaba que el trabajo era bastante más largo.

 

PENSALO DOS VECES

Otra de las complicaciones que surgió durante este proceso de “aprendizaje” -si es que se lo puede llamar así- fue el tema de los trabajos en grupo. En circunstancias normales, me parece perfecto que los profesores estimulen la integración entre los compañeros de curso. Pero, en una situación como la que vivimos este año, en la que algunos recién entraban al curso y no habían tenido tiempo de conocer a nadie, a otros no les andaba bien el internet, otros directamente no se podían conectar y otros no tenían voluntad para trabajar en grupo en la virtualidad, era bastante difícil realizar esa integración tan buscada. Y alguno dirá: bueno, aquellos que no tenían voluntad para trabajar en grupo son los que deberían haber cambiado su actitud. Y yo pienso: tal vez sí, pero ¿nadie se puso a pensar el motivo por el cual faltaban las fuerzas, las ganas o el deseo? Más allá del estereotipo del adolescente que no quiere hacer nada, ¿no habrá sido súper estresante para los estudiantes tener que permanecer con los ojos fijos en la pantalla, saturándose mental y físicamente, al mismo tiempo que intentaban hacer un trabajo bien?, ¿no habrá sido incómodo, para los recién incorporados al curso, tener que conocer a sus compañeros por Zoom, sin saber cómo integrarse por medios digitales, a través de una pantallita? Y ¿no habrá sido agotador, para los estudiantes que no se podían conectar, ver que probablemente se iban a llevar otra materia por no tener recursos para unirse a la reunión de Zoom con sus compañeros?

Eduardo Kobra

 

EL TEATRO DEL ABSURDO

Otra cosa de la que no puede no hablarse es de las exigencias inútiles en las consignas de los trabajos. Consignas como “no más de dos carillas” -pero con idea propia y desarrollo- para explicar tres unidades, te hacían dudar -de manera muy intensa- de si los profesores leían las tareas que les enviábamos. Básicamente, teníamos que encontrar el modo de resumir muchísimos contenidos en dos renglones. Y, en algunos casos, las consignas ya no solo eran imposibles, sino que resultaban todas iguales entre sí. Por ejemplo, el punto uno indicaba “resumir el texto”. El dos, “explicar los contenidos más importantes del texto”. Tres: “enumerar los contenidos más destacables del texto”. Y así. Lo inútil ya pasó a ser absurdo.

 

UN GIRO URGENTE

Ahora, ya en diciembre, muchos siguen en la lucha para aprobar algunas materias que se llevaron, solo por no haber completado un punto de un único trabajo. Yo, después de romperme la cabeza durante todo el año y con bastante ayuda -que, por suerte, pude recibir-, ya aprobé. Pero, si tengo en cuenta que este año fue desastroso en cualquier sentido -tanto para los profesores como para los estudiantes-, me parece que tendríamos que pensar una manera mejor de manejar la educación en el 2021. Entiendo totalmente que se trató de una situación inesperada que descolocó a todos, pero la experiencia transcurrida puede servir para reclamar algunos cambios.

Hace unos días escuché que, en CABA, las clases pueden empezar a mediados de febrero. Barbijo y calor, ¡combinación perfecta, Larreta! Como si no hubiese sido suficiente, nos quieren hacer empezar antes para – supuestamente- “recuperar clases” cuando, en nuestro país, ni siquiera comenzó la vacunación. No sé cómo enfrentaremos esto pero, como dije antes, espero que algo pegue un giro urgentemente.

 

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