La intensidad: sobre las mujeres rurales.
Por Noemí Pomi

 

“Los varones, responsables de la escritura de todos los códigos, leyes y libros sagrados, elevaron como un valor universal la inferioridad de la mujer y el carácter natural y necesario de su opresión.”
                                 “El segundo sexo”, 1949, Simone de Beauvoir

  

EL ETERNO RETORNO DEL MISMO VENDAVAL

Hasta el siglo pasado, tal como sucedió en diversos ámbitos, la ruralidad también condicionó los trabajos femeninos, relegándolos a un papel secundario, ocultándolos o bajándoles el precio. El hogar y la familia eran los espacios de las mujeres rurales argentinas. Su trabajo fue siempre “colaborar” con el hombre. Pero, allí, en medio de esas fronteras, se esfumaban los bordes, lo productivo y lo reproductivo.

El discurso neoliberal subyace desde su propio nacimiento, aún cuando no gobierna. No obstante, en los períodos históricos de su aplicación, es vendaval, y da comienzo a un proceso de deterioro tal que, para algunos sectores, llega a ser terminal. Ese fue el contexto social, político y económico imperante entre los años 1989 a 1999. Por aquel entonces, el mercado se impuso al Estado: se eliminaron aranceles y retenciones a las exportaciones, y se disolvieron todos los organismos reguladores y fiscalizadores que habían sostenido una estructura agraria, en la que el 75% de las explotaciones era menor a 200 hectáreas. También, se excluyeron las trabas a la inversión extranjera. Así, el festival de extranjerización se desarrolló sin limitación alguna. Entonces, asomaron los grandes capitales de las cadenas de alimentos y de fibras y se acentúo la presencia de los “megaproductores”. A su vez, se expandieron los emprendimientos de grupos de inversores -pools de siembra-. Y, con el fin de encarar producciones a gran escala, se arrendaban tierras de terceros, llevándose la cabeza del león, mientras, a los propietarios, les dejaban la cola del ratón.

Kate R31, Depression

En el ámbito rural, los propietarios de pequeñas fracciones de tierras estaban ocupados solo en producir. Por aquel entonces, el gobierno impulsó la tecnificación del agro. Les habían asegurado que quienes invirtieran en tecnología contarían con el apoyo del Estado y con precios competitivos, cuestiones que no se cumplieron. En esa época, las tasas de interés y el tipo de cambio emprendieron vuelos más altos que las águilas. Los chacareros, ¿habrán intentado compartir con los suyos la situación financiera que los aquejaba?, ¿o estaban convencidos de que, una vez más, serían capaces de salir airosos del endeudamiento? Es evidente, no tuvieron en cuenta que nada parecía satisfacer las fauces de los acreedores, exacerbadas por la política económica impuesta. Así, muchos campesinos vieron ejecutadas sus posesiones y otros quedaron en serio riesgo de perder sus campos. Cuando los arrancaron de su geografía, se fueron, ligeros de sueños y faltos de equipaje, los devoró el camino o atravesaron geografías impensables.

 

ELLAS DAN EL PRESENTE

“No se nace mujer, se llega a serlo”
                     Simone de Beauvoir (1)

En ese marco social, político y económico, sucedió algo inédito en la historia de nuestro país. Ellas, saltaron a la palestra y se atrevieron a decir lo suyo. Las mujeres pampeanas no estaban dispuestas a perder hombres y bienes. Corría el año 1995 y, un 3 de junio, nacía “El movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha”, en la localidad de Winifreda, La Pampa. Bien sabían las señoras: si las derribaban, quedaban a campo raso. En realidad, eran la última frontera. Así, ante la desesperación de ver desintegrarse la familia y perder sus propiedades, unas 300 mujeres productoras se autoconvocaron por la radio. Necesitaban parar las ejecuciones de sus campos. Lucy de Cornelis había dado el primer grito de auxilio desde la radio local. “Pan, tierra, trabajo. Remates al Carajo”. Ese sonido se transformó en alarido y cambió sus vidas para siempre. A partir de esa convocatoria, el movimiento ganó fuerza: mujeres de chacareros o dueñas de pequeñas propiedades agrícolas se hacían presentes en las subastas judiciales y entonaban el himno nacional. De esta forma, impedían que esas pujas se llevaran a cabo.

“Con la sencillez de quien sólo sabe de trabajo, con palabras simples, y en algunos casos hasta con lágrimas en los ojos, las mujeres agropecuarias autoconvocadas en asamblea, ayer, en Winifreda, expusieron sin tapujos la difícil realidad del campo pampeano” (2).

Camino de la Maquina, Louveciennes, 1873, Alfred Sisley

Durante el transcurso del año 1995, el “Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha” crecía de forma, tal vez, inesperada. Las reuniones se sucedían con representantes de diferentes provincias. Entre las pioneras, estaban Joaquina Moreno, Ana María Riveiro, Marcela de Acha, Rosita de Garat y tantas otras. Se fueron conociendo, evaluaron los recursos con los que contaban y generaron una sociabilidad, que fue muy importante hasta la llegada de la Asamblea, el 3 de junio de 1995. Esa Asamblea dio origen al Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha.

 “Quinientas personas y ningún funcionario”, tituló la prensa el artículo acerca de la asamblea.

La voz de Lucy resonó “(…) No somos mujeres ricas, con autos importados ni mansiones lujosas, sino que venimos de familias que andaban en sulky o a caballo por los campos, abriendo surcos, cosechando a mano y hasta pariendo en el monte…” (3).

Yo y la aldea, 1911, Marc Chagall

En su andar, “El Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha” se conformó como un nuevo sujeto social, con el objetivo primario de frenar la liquidación de los campos por parte de la justicia. Se trataba de tierras, muchas veces, heredadas de sus padres y abuelos. Además, las deudas que habían llevado a esa situación eran consideradas por estas mujeres como ilegítimas por ser exorbitantes. Vale destacar la horizontalidad del MML, ya que se priorizaba el debate y la toma de decisiones de forma democrática. Las bases comenzaron a operar como aquello que auxilió cuando ya no había Estado.

Pero, ¿qué hacían concretamente? El movimiento surgido en Winifreda, La Pampa, enviaba comisiones para impedir ejecuciones fiscales a otras provincias, como Buenos Aires, Santa Fe, Santiago del Estero. Finalmente, a partir del 2003, los gobiernos tomaron cartas en el asunto para evitar el remate de los campos de estos pequeños productores. Hasta entonces, el movimiento se expandió.

 

A FALTA DE ESTADO, MUJERES

También la expansión territorial contribuyó a fortalecer el movimiento, ya que incluyó actividades grupales, incorporación de conocimientos, encuentros, construcción identitaria, a través de redes de solidaridad, formación de vínculos con otras organizaciones de colonos, campesinos y pequeños productores endeudados del país o del exterior.

Con tractores manejados por ellas, el 8 de marzo de 1996, llegaron a Buenos Aires. Aquel Día Internacional de la Mujer, ocuparon la Plaza de Mayo. Allí consiguieron el apoyo de los movimientos feministas y las adhesiones de todas las entidades agropecuarias que agrupan a las pequeñas y medianas explotaciones. Para entonces, el MML ya había radicalizado su posición: había logrado suspender con prácticas combativas varias ejecuciones. Según un martillero “los gritos hacen imposibles los remates” y el diálogo con las autoridades se convierte en “un diálogo de sordos”.

De este modo, las mujeres agropecuarias argentinas lograron una redefinición de las relaciones de género, un reposicionamiento de la mitad del mundo oprimida ante una cultura machista, y convirtieron la diferencia en poder. En opinión de Lucy, “los dirigentes rurales nos odian, nos odian los hombres, nos desprecian”. Esos conceptos surgieron luego de una reunión a la que había sido invitada en 1999 a Coninagro, Federación Agraria, y entonces la gente empezó a gritar: “‘que hable Lucy, que hable Lucy’, ‘y ¿a dónde pararon el remate ustedes?, ¡caraduras! Les quiero decir, señores, que nosotras no salimos a robar el espacio, nosotras se lo ganamos en la lucha, y nunca a ustedes los vi parando un remate’. Entonces el tipo, no tuvo más remedio que hablar de lo que había hecho yo: ‘cómo Lucy, que tuvo salir un día a defender, una mujer que debería estar hoy en su casa’.”

Estos testimonios, infieren, a la vez, un reconocimiento parcial de lo actuado por el MML y un menosprecio de la ruralidad masculina nucleada en la FAA.

Intensas y atrevidas en la defensa de sus familias y propiedades, las mujeres del MML se animaron a cuestionar el poder y la capacidad de la Federación y de los hombres, como conductores de esa institución. Con su accionar estas mujeres demostraron a la comunidad ruralista masculina que no siempre estas pioneras tienen como “lugar natural” la casa.

 

A HACER RUIDO, SE HA DICHO

Por aquel entonces, el diario local “La Arena de La Pampa” daba cuenta del accionar de las pioneras del MML en apoyo a diferentes reclamos. Sí, entre otros, dieron el presente en el “rotondazo” de Pigüé, Provincia de Buenos Aires, fueron el “salvataje de las economías regionales”. A su vez no faltaron en protestas específicas del agro manifestadas en distintos “tractorazos” ni dejaron de dar su solidaridad con los maestros de la Carpa Blanca. Allí estuvieron, también, en respaldo a los “piqueteros” de la localidad santafesina de Correa y en la protesta simbólica a los sectores agrarios y empleados bancarios contra la privatización del Banco Nación. Y siguen las firmas.

 

SABOR A NADA

Llegamos a enero de 2020 y, no obstante, el tiempo transcurrido, otra vez un grupo de mujeres decidió romper el cerco. Necesitaban, también ellas, dejar de sentirse solas en la ruralidad. De ese modo “Mujeres Rurales Argentinas” es un espacio nuevo, creado en rechazo a la falta de integración de las mujeres en las centrales agrarias tradicionales que, si bien les reservan algún espacio social a las damas, el poder y las decisiones siempre quedan en manos de los varones. En más o en menos, según la entidad de la que se tratara, lo cierto es que, pare este grupo de mujeres, las convocatorias femeninas en esas centrales patriarcales tenían sabor a nada.

Por eso, este nuevo movimiento de mujeres se ocupó de alimentar el intercambio de opiniones, las conversaciones entre una productora de acá y otra de más allá. Y, en esa caja de resonancias, aparecieron historias. Entre idas y venidas, el encuentro con las fundadoras del “Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha” fue inevitable, allí el pasado se convirtió en presente. Y un grito ahogado por años aunó sus voces.

Pandemia mediante, el nuevo grupo gestó el encuentro virtual y cursó la invitación a las pioneras. Lucy Abraham de Cornelis apareció tras la pantalla y, desde el otro lado, cientos de mujeres emocionadas escucharon su relato. Al ser consultada sobre la falta de representatividad femenina en las centrales agrarias, Lucy remarcó el machismo fuerte dentro del gremio. “Ahora les toca a ustedes. Se tienen que meter a dar la pelea”, arremetió ante el centenar de jóvenes que la escuchaban desde la virtualidad. Además, recordó que las sociedades rurales siempre creaban las comisiones de mujeres para que hicieran los dulces o bordar. “No fue fácil, nosotras teníamos, además, la pelea adentro de nuestras casas. Mi marido al principio no quería (…) Me cerraba la puerta. Después entendió”. Y, para terminar, desafió: “ustedes ahora pueden”.

Según Ana María Riveiro, una de las históricas del MML, “La lucha es volver al campo. Hay que hacer colonias productivas. Llámenlo reforma agraria o como quieran, pero hay que hacerlo”.

 

AHORA LES TOCA A USTEDES

El nuevo espacio MRA cuenta con alrededor de cien mujeres de todo el país. Se trata de un grupo de ruralistas de diversas localidades y actividades, que están en la búsqueda de construir, no solo un espacio, sino también sus propias definiciones. Sostienen que romper prejuicios y tabúes instalados no es fácil. Vaya si lo sabrán las integrantes del MML.

A modo de ejemplo, en esa primera mateada virtual de “Mujeres Rurales” dijo Andrea Langoff, “El desafío es reconocerse en la diversidad y encontrar los objetivos comunes a la ruralidad”. Andrea es veterinaria y fue la promotora de esa reunión distendida para empezar a andar un camino de encuentros.

Por su parte, Silvia Chiappetta es extensionista del INTA, en Misiones. A sus 58 años, se reconoce como mujer rural por su historia familiar, personal y laboral. Y agrega, “Somos una red de vinculación”.

En tanto, para Virgina Appathie, productora ganadera, técnica forestal y paisajista en Pigüé, “el MRA es mucho más que una red de vinculación, es un espacio de sororidad, de lucha por la convicción en la igualdad de oportunidades para todas, de empoderamiento y arraigo. Lo vamos a lograr, porque amamos el campo, nuestra vida y nuestras raíces”.

En ese sentido insistieron todas las voces y, hasta tuvieron tiempo para hallar una feliz coincidencia histórica. Señalaron que el 3 de junio, en todas las ciudades, resuena el grito de “Ni Una Menos”. Y, en la misma fecha de 1995, sopló el viento sur desde Winifreda, La Pampa. Ese viento que dio origen al “Movimiento de Mujeres en Lucha”. Las pioneras y quienes reciben la posta coincidieron en un cerrado aplauso.

De este modo, en su andar, nuestras ruralistas de una y otra época, representan las luchas de los movimientos sociales y encaran intensos combates culturales por la producción de sentidos. Una de esas tareas, sino la fundamental, es construir amplios marcos de referencias, pasibles de ser captados por diversos actores y/o por otros colectivos sociales.

“El llamamiento de Lucy” es el nombre del fragmento del documental “La dignidad de los nadies”, de Pino Solanas, de 2005, donde retrata la historia de estas mujeres.

 

 

(1) Simone de Beauvoir, (1908-1986) escritora, profesora y filósofa francesa. Fue una luchadora por la igualdad de derechos de la mujer.

(2) Diario La Arena, 4/6/95.

(3) Diario La Arena, 22/9/95

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