El miedo: sobre ser olvidado.
Por Liliana Franchi

 

DESMEMORIA INFAME

                                                                     “Al final de este viaje en la vida quedará nuestro rastro invitando a vivir. Por lo menos es por eso que estoy aquí”
Silvio Rodríguez

El miedo se enfrenta a veces con esa desamparada necesidad de sentirnos “sujetos” vivos, ya que en la muerte nos encontraremos solos para siempre. Tal vez, para aquellos que sostenemos que nunca un “para siempre” se dibujará en nuestras vidas, hay un temor más intenso: el miedo a ser olvidados, o el recordarnos como el fantasma que quizás fuimos para los otros. Sí, se trata de esa tonta vanidad de persistir, de permanecer en las memorias de quienes nos han conocido. El hecho es cuánto hicimos, si aquello que logramos, bueno o malo quizás, encuentra un sitio en los futuros presentes.

El recuerdo es un acto vinculado al pasado, sin valor objetivo, una luz débil que aparece tan solo un instante. Su adjetivo, en cambio, nos hace potentes, contemporáneos, lo más importante –presentes-. No creo en los héroes, solo son hombres cuyas acciones dignifican. Los héroes: sobrevaluados, confundidos en sus estereotipos de gloriosos y temerarios, cuasi dioses sin serlo, sin debilidades visibles.

 

LOS ANTIHÉROES OLVIDADOS

Aníbal Añencul sólo le tiene miedo al frío, no conoce el olvido, lo practica diariamente. Tal vez no se acuerde siquiera de dónde vino. Arrumbado, con un pantalón roído y sucio, se refugia en la esquina con un techo generoso. Su pulguiento perro lo acompaña con sabia lentitud. La comida es caridad de unos pocos. Con unas monedas miserables le alcanza para un vino en cartón barato, que le permite dormirse en el afuera áspero y prejuicioso. Aníbal tiene hambre y le teme al frío. Una sonrisa obscena cortó su boca en dos en el justo momento en que se le preguntaba por el “olvido”.

-Señorita, nosotros somos el olvido ¿por qué tenerle miedo?

Una razón inapelable, firme, a pesar de lo medida. Se me clavaron los ojos del perro en el pecho, ese lanudo negro que lo precede en todo, casi orillado a su lado. Entonces, sentí la ignominia de nuestros espantos. Aníbal y otros muchos que vagan como sombras, mientras tiran de sus harapos ruidosos por las calles de una ciudad arrasada por el individualismo y la naturalización de la miseria. La manta tomó forma de cuerpo en el instante mismo en que se quedó dormido. La vida para Aníbal y para otros tantos es descuido y falta permanente. Los golpea una desmemoria cruel. No por corto, fue menos intenso nuestro encuentro.

 

VOLVER DE LA UMBRÍA

Qué soberbia la mía pensar en el olvido como espanto, me sentí cobarde, con culpa de mi miedo, acongojada. Humilde, partí con la sensación de su simple verdad. ¿Acaso los miedos son propios a cada historia? Claro que lo son, y se nutren del devenir de nuestra cotidianidad. Aquello que hacemos o dejamos de hacer marca la memoria. La importancia de este recuerdo acaso mitigue nuestros pánicos. En algún momento la tierra nos abrazará, solo seremos semilla, no reminiscencia. Mientras, somos temores, pasiones, deseos, estrategas de una vida terrenal, donde todo duele. Con el sucumbir, nos aliviamos. Quisiera reencontrarme con Aníbal, buscar su silueta entre la opacidad de la noche para decirle que no será olvidado, pedirle perdón en nombre de otros, rectificar mi temor.

Encontré a su perro deambulante, en busca de comida. Esta vez, inversamente a su fiel estilo, aventajaba a su compañero en pasos. Le regalé una manta abrigada, para aminorar su frío, para que su temor sea abrigo, mientras el mío persista en el olvido.

Pienso, entonces, me gustaría ser río para unirme con la tierra en algún vértice, o raíz para crecer, por dentro de ella, ese éxtasis de estar por siempre sin nadie que los olvide. En cambio, somos carcaza de una piel que envejece y llora. Justamente, cuando empieza nuestra desmemoria, en el destartalado devenir de un tiempo perenne. Sospecho que todos seremos parte del olvido, a pesar de nuestras soberbias.

Hoy quiero sentir frío, Aníbal, hacerlo infinitamente.

“…. No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente…” R.D.

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