El miedo: Sobre agroecología y urbanismo.

Por Lourdes Landeira

Cuando el miedo dura mucho, se transforma. Se vuelve valentía, no: acostumbramiento. Eso. En definitiva, cuando uno tuvo mucho miedo, no es que todavía lo tiene. O enloquece, o se mata, o no lo tiene más”.

Natalia Guinzburg, en “Natalia Guinzburg, audazmente tímida. Una biografía”, Maja Pflug

MULTIFOCALES

Un año atrás escribía una nota entre los contornos del monoambiente en el que me encontró la primera fase de cuarentena. El miedo, entonces, era más perplejo. Por nuevo. La pequeñez del departamento fue cobijo de la amenaza inédita del afuera. La pantalla, único espacio donde todo transcurría. El embotellamiento de tránsito, que habitualmente sufro en el ir y venir de la ciudad, se transformó en un sinfín de mensajes, memes, chistes, saludos, recetas, estrategias, enlaces a videos, canciones, películas. Y la voracidad inicial de ver y responder comenzó a ponerse selectiva, a elegir en qué detenerse. Me atrapó el pensamiento. Personalidades de diferentes disciplinas y latitudes tenían cosas que decir. Yo quería escuchar.

En eso, puse el freno en los asuntos medioambientales, quería conocer de dónde venía este virus que muchos profetas modernos habían anunciado. Como décadas atrás el feminismo se había convertido para mí en el lente con que mirar las relaciones de dominación patriarcal, en ese momento, la agroecología se instaló como la nueva lupa, a entrecruzar con la anterior, para analizar los estragos del capitalismo. Y combatir.

Un año atrás yo no quería escribir sobre pandemia y coronavirus. El primer tema del año era la confianza. Y uno de los pilares de nuestra confianza anartista es el intercambio, son las entrevistas que solemos hacer en forma colectiva, en general, alrededor de una taza de café. Lo presencial no era posible, pero la escritura no iba a detenerse. Entonces hicimos familia pantalla mediante y cada quien, a resguardo desde sus propias paredes, combatió miedos y pesares en comunidad. En mi caso particular, hablé de lenguajes, tiempos y espacios por la igualdad de género. Las desigualdades, lejos de zanjarse, se han profundizado. Ya es sabido que cuando los indicadores de pobreza encienden todas las alarmas como pasa ahora, las mujeres y les niñes forman el sector –mayoritario- más perjudicado. En ese contexto, cómo cuidar, qué comer, lejos de ser una elección basada en lo conveniente para fortalecer el sistema inmunológico y elevar las defensas, es lo que hay, cuando hay, como se puede.

 

ENFOCADES

“Mi compañero sugirió compost en lugar de posthuman(ismo), así como humusidades en lugar de humanidades, y me zambullí en esa pila de gusanos. Lo humano como humus tiene potencial.”

“Seguir con el problema”, Donna J. Haraway

Durante los primeros meses del año pasado caminaba entre los contornos de mi departamento. Poco a poco, comencé a hacerlo alrededor de la terraza común del edificio. Algún tiempo después, extendí las caminatas a las calles del barrio. A la vuelta de uno de esos recorridos, me llamó la atención una vereda. Toda la franja lindante al cordón era una alegre sucesión de cubiertas de autos decoradas, llenas de tierra, plantadas con variadas verduras y con carteles con frases como la que da título a esta nota. “Hasta la victoria, siembren”. Estaba anocheciendo y no había nadie a quién preguntar. Volví a mi casa con la inquietud de saber de qué se trataba. Entonces me enteré:  alguien, a quien se conocía como El Reciclador Urbano, vivía en esa calle, tenía una gran huerta en su terraza e integraba el colectivo “Acción Huerta Urbana”. Así supe que esos nombres cobijaban los fundamentos de la movida.

Reciclador– La palabra impone repensar el concepto de basura. Qué tiramos, adónde y con qué consecuencias medioambientales. La principal materia prima de estas huertas urbanas son las miles de cubiertas que se desechan luego de aplanar y aplanarse en el asfalto. Las materias primas  accesorias son las bolsas de alimentos de mascotas que se usan para transportar tierra, las botellas plásticas con que se construyen cercos, los botellones donde se germina, los potes de  alimentos que albergan el crecimiento de plantines, las tapitas de esos mismos potes con que se hacen los carteles. El Reciclador no promueve el consumo de esos productos. Propone, antes de tirarlos, darles un nuevo uso –reciclarlos- y evitar generar nuevos envases innecesarios. Además, como seguramente ya lo habrán notado, son gratis.

Urbano/a– Entre los binarismos que intentan aplastar nuestra condición de seres diversos, está el  campo-ciudad. El primero se reserva la potestad de la agricultura y la segunda, la calidad de consumidora de góndolas disociadas de los procesos productivos. Sin embargo, los conglomerados urbanos cuentan con espacios  públicos –entre ellos, veredas y terrazas de casas particulares y de edificios- capaces de generar alimentos libres de agro tóxicos y plenos de comunidad.

Acción Huerta– Lejos de plantearse como un proyecto, como una declaración de consignas abstractas, el colectivo se hace acto. Un grupo heterogéneo de colaboradores recolecta, traslada, pinta, siembra, cosecha, aprende, enseña, intercambia. Y cada vez más veredas de la ciudad tienen sus huertas des-cubiertas. Solo hace falta la voluntad de la/el frentista.

“Somos un grupo de activistas. Hacemos huertas en la vía pública con pasivos ambientales. Cultivamos alimento sano, seguro y soberano en medio de la urbanidad. Nos informamos, movilizamos, tejemos redes con otres porque la salida es colectiva. Construimos futuro. Ig @colectivoreciclador”

 

Una consigna –muy concreta- sobrevuela las acciones: “La ecología sin lucha social es simplemente jardinería”. Pertenece a Chico Mendes, un ambientalista –recolector de caucho- de la Amazonia brasilera, asesinado en 1988. Por eso y entre otras cosas, el colectivo tiene en marcha una escuela de huerta y un proyecto de ley de huertas públicas, de los que espero  ocuparme en las próximas entregas de nuestra revista.

Si a esta altura del recorrido no lograron imaginar qué hace mientras tanto el des-gobierno de la ciudad, les dejo un adelanto para que continúen su propio camino: envía intimaciones a las casas en cuyos frentes hay huertas. Invita a que sean removidas bajo amenaza de multas dinerarias. ¿A qué le tendrán miedo? ¿A los alimentos sanos o a la comunidad organizada en el espacio público? ¿A ambas cosas? Les vecines, por supuesto, resisten y defienden sus espacios.

GLOBALIZADES

“Nada se parece tanto a pensar como amasar, el pasado o el futuro, el agua o la tierra, da igual, dando vueltas y haciéndose todo uno, porque cuando uno amasa debe volverse parte de la mezcla”

“La casa”, Alejandra Kamiya

Al tiempo que  expandí mis lugares de circulación en el curso del último año, muchas personas comenzaron a hablar del éxodo de la ciudad al campo. Quienes tenían medios suficientes de supervivencia económica diseñaban proyectos de auto salvataje, por la vía de abandonar las ciudades y alejarse de la gran concentración de gente. Sin ánimo de pinchar el globo –sea del color que sea- a nadie, lo cierto es que otro modo de ver el desafío es actuar sobre los espacios urbanos. De hecho, se espera que la gran transformación agroecológica provenga de los habitantes de las ciudades a través de la demanda de mejores alimentos.

La agroecología es una disciplina integrativa y relacional que se basa en la riqueza de la diversidad y trabaja en tres dimensiones en forma paralela: la ciencia, los movimientos políticos y sociales –entre los que el feminismo tiene grandes batalladoras- y las prácticas agrícolas. El desafío es alimentar a la población creciente de manera sostenible, es decir, de modo que no comprometa a las generaciones futuras en la posibilidad de satisfacer sus necesidades económicas, sociales y ambientales.

Si lo personal es político, comer también lo es. Si un régimen –el patriarcado- que oprime a la mitad de la población no puede ser democrático, tampoco es democrático un consumidor pasivo ante los alimentos de góndola, denominados OCNIS (objetos comestibles no identificados), por falta de información clara y visible en sus etiquetas. Controlar qué comemos es parte de nuestra libertad. Por eso la agroecología se plantea como una forma de vida que, inspirada en la naturaleza, integre la granja con el tenedor y todo lo que hay en el medio.

La diversidad, el entrecruzamiento y la transformación son palabras, son conceptos, son anhelos que han recorrido conmigo estas líneas y muchas veredas. Mientras hay quienes repelen a las multitudes por temor a disolverse en ellas, no creo que haya otro modo de andar que no sea entre otres. A pesar de la pandemia, hasta victorear, siempre.

La UTT sacó el año pasado un recetario sano y popular que se puede descargar en la red. Aquí, un adelanto de su introducción: “Un guiso donde vos le ponés todo tipo de verduras, va a ser una comida completa, ya que los guisos tradicionales solo tienen papa, cebolla y zapallo. Se debe enriquecer con la verdura de estación y que sea la más barata en plaza. Por eso hay que luchar contra los sectores especulativos, hay que romper el espinazo de los monopolios de alimentos, hay que pensar las políticas públicas para controlar el problema de la inflación. Por eso en crisis y emergencia las organizaciones sociales y la economía social, pasan al frente. Ellas son fundamentales para que el alimento llegue a la mesa de los sectores más vulnerables”
Myriam Gorban - Nutricionista militante por la sobernía alimentaria
Myriam Gorban – Nutricionista militante por la sobernía alimentaria
Print Friendly, PDF & Email

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here