LECTURISTA
El miedo: sobre “El lugar que habita, vida y militancia de Héctor el Negro Demarchi”, de Natalia Demarchi y Gabriela Pascual, 2021, Ed. Nuestra América.
Por Pablo Resnik

 

OCÉANOS DE LA VIDA Y LA MEMORIA

El Negro Héctor Demarchi fue secuestrado pocos meses después del golpe cívico militar de 1976. Sucedió en la esquina de Alsina y Diagonal Julio A. Roca, a la salida del diario “El Cronista Comercial”, donde trabajaba. Fue visto por última vez en el no muy mentado centro clandestino de detención “Cuatrerismo-Brigada Güemes”, partido de La Matanza. Hoy, en abril de 2021, continúa desaparecido. Sin embargo, como tantos otros militantes, dirigentes políticos o simpatizantes de las causas populares, víctimas del genocidio y desaparición forzada de los años 70/80, no deja de regresar. Lo hace, lo hacen, en testimonios que ensanchan e inflaman el pecho, en fotos de pancartas alrededor de la Plaza, o en libros como el que han dado a luz Natalia Demarchi, profesora de letras de la Universidad de Morón -y además sobrina de Héctor- y Gabriela Pascual, profesora de historia del Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González.

Esta obra, trabajo biográfico y crónica de una época, apoyada en testimonios y en una valiosa investigación de archivos poco conocidos u olvidados, enriquece y agita un potente océano de memoria, de vidas que no mueren, de luchas e ideales que no cesan. Quienes aún hoy bregamos por la equidad y por una vida digna para todos -menuda ocurrencia la nuestra- recibimos, con franca alegría, cada nueva joya viva -y no reliquia- de ese acervo social.

Parque de la Memoria, Buenos Aires, Argentina.

Es así, Héctor Demarchi, al igual que miles de jóvenes cuyos nombres rescatan y eternizan monumentos como el Parque de la Memoria, persiste. No se pierde, no se nubla, no se olvida. No deja de escribir sus crónicas ni de enfrentar, cada día, al poder. No desaparece, pese a los esfuerzos de los inmorales que bregan, sin descanso ni criterio de realidad, por desaparecerlos una vez más, junto a sus ideales. Nada menos probable, no habrá desmemoria. Así lo demuestra el arribo, a cuarenta y cinco años del golpe militar, de una crónica más. El lugar que habita ha llegado a nuestras manos y a nuestras emocionadas, cada vez más poderosas, bibliotecas.

 

UN DÍA COMO TANTOS EN LOS ACIAGOS ‘70

Vayamos al hecho crudo y brutal, al secuestro del Negro Demarchi, en la voz de las autoras. Un relato escueto, directo, sin adornos o dramatizaciones que diluyan el asombro o el dolor del hecho en sí. El Negro era de Morón, un pibe muy querido por todos. Tenía 27 años.

“5 de agosto de 1976. Héctor Demarchi vuelve a El Cronista, aunque no debe. Sube. Habla por teléfono. Se encuentra con Ella. Charlan, se abrazan, se despiden. Sale.  Una camioneta se detiene en Alsina 547. Alguien grita: “Che, lo levantan al Negro…”. Lo suben a la fuerza… lo secuestran… lo desaparecen. Son las tres de la tarde. A las tres de la tarde, Hugo se asoma por la ventana de la redacción. Ve la escena. Quiere tirar una máquina de escribir desde el tercer piso. Alba tiene una cita con el Negro en el Tortoni. Él no llega. Ella levanta el departamento de Parque Patricios en el que vive con Manuel y sus hijos. Héctor Demarchi lo había alquilado a su nombre para que la familia lo ocupara. Horas más tarde, el departamento será destrozado. Horacio recibe un llamado telefónico. Es Edgardo. Le avisa que secuestraron al Negro. A las tres de la tarde, su madre lava los platos. Su padre trabaja en la naviera… A las tres de la tarde. ¡Ay, qué terribles tres de la tarde! Eran las tres en todos los relojes. Eran las tres en sombra de la tarde.” (extracto del cap.1, En sombra).

Así eran los días durante la dictadura cívico-militar. Días en los cuales, quienes éramos ya adultos jóvenes, veíamos pasar delante de nuestros ojos los Falcon Verde, habitados por sombras siniestras, de cuyas ventanillas emergían, desnudos e impúdicos, los cañones de sus armas largas. De dónde venían o a dónde iban hace tiempo lo sabemos con precisión. Iban, de día o de noche, a patear puertas, a arrancar jóvenes y niños de sus hogares. Llegaban hasta allí para secuestrarlos, torturarlos y luego desaparecerlos. Sí, desaparecerlos, esfumarlos en un tris. Tanto que, al día siguiente, sus familiares y amigos ya no encontraban datos ni respuestas que pudieran certificar su paradero. Nosotros los veíamos pasar, sí, mientras esperábamos el colectivo o regresábamos a casa a pie, por alguna avenida solitaria. Fuimos testigos directos del accionar de esos entes endemoniados, que hoy encontramos en los libros. Vale subrayarlo, por obvio que parezca: andaban por las calles con sus autos y sus armas. Y más de una vez, como quien se detiene en la ruta a tomar un café, el Falcon arrimaba al cordón y nos gruñía la orden de levantar los brazos y ponernos de cara a la pared. Y ahí se bajaban y nos apuntaban su artillería. Todos de civil, por supuesto, como su vehículo sin insignia alguna. Te revisaban, interrogaban tu presencia en ese lugar a esa hora, te miraban de costado, amenazantes. Si tenías suerte o no eras el menú del día, volvían a montar su tanque urbano y te dejaban donde te encontraron, pero temblando como una hoja. Este libro habla de nosotros, de lo que ocurría en tu barrio o el mío. Por ahí menudeaban estos sujetos, que tenían la monstruosidad y el mal asumidos como la cosa más natural y -con seguridad- estimulante del mundo. De qué otro modo, si no, podían cometer lo que cometieron. Arrojaron al Río de la Plata a hombres y mujeres vivos, drogados con tranquilizantes. Sí, los dopaban para que subieran, por sus propios medios aunque semi-dormidos, a esos aviones del infierno. De haber decidido matarlos antes, la tarea hubiera sido más ardua. Habrán buscado y encontrado la dosis justa, esa que les permitiera caminar sin despertarse demasiado. Y esa dosis la aplicaba un médico. Sí. Un médico formado en nuestras universidades libres y gratuitas. Pero el Negro Demarchi y muchos compañeros, tal vez por la necesidad y convicción de continuar la lucha, tal vez por incredulidad -tales extremos de delincuencia y exterminio por causas político-ideológico-económicas estaban aun fuera de los parámetros considerados más probables-, no consiguieron escapar a tiempo.

 

CRÓNICAS DEL PERIODISMO MILITANTE

Héctor tuvo una carrera dinámica. En el poco tiempo que dispuso pasó de realizar tareas administrativas a la labor periodística, siempre en el diario “El Cronista”. Al mismo tiempo militaba en el Peronismo de Base y escribía en “Con Todo”, el renacido periódico de esa agrupación. Poco tiempo después ya era delegado gremial en la ‘Asociación de Periodistas de Buenos Aires’. En la última etapa de su carrera y de su vida fue invitado a sumarse a “El Nuevo Hombre”, publicación del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Esta publicación salió a la luz en Noviembre de 1975, en medio del acoso represivo, con el objetivo de difundir las ideas del partido, que funcionaba, como es obvio, desde la clandestinidad.

Las crónicas del Negro, hechas de movimiento y urgencia, parecen escritas cámara en mano. El Negro ponía el ojo y su alma disparaba el obturador de la escritura en el lugar y el momento justos. Describía la movilización popular, el dolor, la represión, la resistencia.

Periodistas desaparecidos durante la dictadura
Algunos de los más de 200 periodistas desaparecidos/asesinados durante la dictadura cívico-militar argentina

El 4 de noviembre de 1975 murió en la clandestinidad -refugiado bajo amenaza de muerte de las fuerzas paraestatales de la Triple A- el dirigente sindical y protagonista del Cordobazo, Agustín Tosco. Tres días después, ya en las cercanías del cementerio de San Jerónimo, en las afueras de la ciudad de Córdoba, la columna de veinte mil personas que acompañaba su féretro fue atacada por decenas de francotiradores apostados en los techos lindantes.

El Negro Demarchi, que había viajado hasta allí para cubrir el evento, así lo contaba a sus lectores, desde las páginas de “Nuevo Hombre”:

“(…) y con esa emoción por el recuerdo del negro López y por la muerte de Agustín Tosco comenzó la marcha en medio de un centenar de banderas argentinas y rojas. La lluvia amagaba con desatarse nuevamente y una enorme nube gris, cual si apareciera como la concreción de una metáfora, cubrió todo el ancho del cielo cordobés. Nadie se desalentó por ello y los estribillos coparon la calle y ganaron el espacio abierto para que el ‘comandante Agustín Tosco’ sintiera que su muerte no había sido en vano y que miles de trabajadores recogían sus banderas.” “(…) la policía, ubicada en lugares estratégicos cercando la zona de concentración, observaba la llegada de la columna. Hasta ese momento todo había sido corrección y respeto. Luego, arremetería contra la multitud a balazos y culatazos sin que nada lo justificara, sin que mediara agresión por parte del pueblo. A la llegada de la caravana policial una sola voz cobró cuerpo en todos los presentes: ‘Agustín Tosco, hasta la victoria siempre’.” “(…) quienes se encontraban en el interior del cementerio debieron escudarse tras los panteones porque el sonido de los disparos ingresaba junto a los cientos de personas que huían de la zona conflictiva. Algunas versiones eran realmente tétricas: ‘la policía avanza disparando contra la multitud y hay centenares de muertos y heridos’, dijo alguien incrementando el terror. Luego de los primeros minutos, recuperada algo de la tranquilidad perdida, los que se encontraban en el interior de San Jerónimo decidieron escapar por las puertas traseras de la necrópolis y dispersarse por las calles adyacentes.” (Nuevo Hombre, territorio de combate, citado en El lugar que habita, págs. 156/7).

 

MILONGAS DE RESISTENCIA

En una ocasión, días después del golpe -recuerda Horacio Rodríguez-, el Negro se ofreció muy serio a transmitirnos a cinco o seis (no recuerdo quiénes eran los otros) un curso de contra-seguimiento urbano, para evitar ser seguidos por los servicios de inteligencia. No sé dónde lo había tomado él; pero empezó muy didáctico a explicárnoslo en mi casa. ‘Consta de cinco etapas -decía- normalidad, chequeo, ruptura, contra-chequeo y normalidad’. Cuando iba por ruptura fue el baño y al volver traía mi guitarra, que había visto a la pasada. Dijo: ‘Miren, che, hay una guitarra’; se sentó y la emprendió con la Milonga del fusilado, que le gustaba mucho, pero obviamente no era lo más recomendable para cantar a los gritos. Ahí se terminó el curso, y cuando uno le dijo que terminara de explicar, contestó: ‘pero déjense de joder, a nosotros quién carajo nos va a seguir’, y siguió cantando…

Cuatro meses después de esta reunión de amigos-militantes-delegados sindicales, a las tres de la tarde, del día 5 de agosto de 1976, Héctor el Negro Demarchi pasaba a engrosar la lista de más de 200 periodistas desaparecidos o asesinados por la dictadura. Hoy, gracias a los que quedamos, está de regreso.

 

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