EDITORIAL II

Eso. Una lenta y tensa cola de “Pago Fácil” en pleno barrio de Flores. Un local profundo, donde una serpiente de postes y elásticos marcan el sitio de la espera. Y, desde ahí, los “pagantes” otean el horizonte de las cajas. Cuentan los minutos, la cantidad de cajeras, la boletas en las manos de quienes los preceden. Inútilmente, van del cartel luminoso de los turnos, al titilar de sus celulares. Los pocos que han venido con su reloj pulsera, le conversan como quien recurre a un viejo aliado. Lo incitan con la mirada a acelerar el tiempo, a acortar la espera. Pero, dentro del local de “Pago fácil”, el tiempo transcurre impertérrito. Avanza al ritmo del empleado y del sistema operativo, al compás de la deuda y de la falta.

 

Dalí, "Retrato de Picasso".
Dalí, “Retrato de Picasso”.

Cuentan los “pagantes”, pero no narran.

A mí me habían encargado un cuento. Para ese mismo día. Y no me quedaba otra que escribirlo en la cola de “Pago Fácil”. Tiempo tenía. Pero me faltaba la lengua. En medio de aquel quieto murmullo de quejas, todas de las que habitualmente dispongo andaban aturdidas por la cadencia del fastidio y las obligaciones impagas.

“Cuando el relato comenzó, ninguna narraba. Por eso las llamaban las “desdichas”.

                Lengua blanca se jactaba de la pureza de sus palabras. Ni las trampas de la gramática ni la calle podrían contra ella. Por ese modo de imprudencia pálida, en el centro y en los suburbios, ella era parte del paisaje: una frase tan mansa que casi no podía leerse.

(En eso entró el uniformado. “Cuando yo entro, se apaga el sistema”, ostentó su voz, mientras su pulgares sacaban pecho al chaleco antibalas. “Usted tiene que respetar nuestro tiempo. Está apurado, nosotros también”. “Ya pasaron las épocas en que ustedes daban miedo”. “Paren con la violencia”, grito una señora, desde su spray de peluquería, “bastante ya tenemos con eso”. “¿Eso?, ¿eso, qué?”, le espetó otra. “Cuando yo entro, se corta el sistema y se acabó”. “Corte la cola y espere a que paguemos los que ya estamos adentro” “Cuando yo entro, se corta.” “¡La lengua te vamos a cortar a vos, vigilante!”)

“En cambio, Lengua enroscada reinaba en los confines. Allí desplegaba, en cortes ordinarios y combinaciones duras, color y moda. Peinaba al insulto con bucles de alabanza y, aun así, la cabellera caía pesada, entre la coma y el punto.

                (“Dibújela como quiera, cuando yo entro se corta el sistema”, ¿Qué sos vos, un virus? “Señores, retírense, continuamos cobrando en quince minutos”. “Buchona, empelada buchona, un día vas a estar de este lado, encima apoyás al milico” “Se cortó el sistema, porque yo entré” “Salí, entonces, boludo” “¿Qué dijo?” “Boludo, que salgas”. “Ah, eso”. “Se me quedó atascada la tarjeta SUBE” “¿Dónde la metió, señora?, ¡No hay dónde atascar la SUBE!”, “Se me atascó en el tránsito” “¿Eh?, ¿Usted maneja con la SUBE?”)

Ernesto Bertani, "Alto riesgo"
Ernesto Bertani, “Alto riesgo”

Pero la especialista en atascarse en las pausas era Lengua tibia. El énfasis no compensaba lo inconsistente de su cuerpo. Llenaba la voz de signos, de negritas y de subrayados y ni siquiera de ese modo lograba terminar de decir. Hacía tiempo vivía en una zona de la ciudad, a la que ella llamaba “un barrio más”. Y salía lo indispensable, para no pasarse de temperatura. “

(“Yo de acá no me voy sin pagar mi factura” “Señor, son normas, acate la ley, por favor” “¿Dónde está escrita la ley?, ¿dónde dice que el pelotudo que hace la cola en este local puede ser interceptado por un hombre virus que, en cualquier momento, entra y corta el sistema?” ¿Qué hace ahora, señor?,¡no se sulfure…!” “Se dice, sulfate, señor, como las pilas!” “Te tiro los postes y los elásticos…uno…dos” “La violencia no conduce a nada” ”…Tres…cuatro” “Yo lo ayudo, señor” “Cinco…seis…” “¡Una mujer con esa actitud, por qué no se va a limpiar su casa, señora!” Eso.)

A una casa, habitaba Lengua parca. Se la veía tan envejecida a la pobrecita. La caída había comenzado prematuramente, de tanto justificar su ahorro con el argumento de la síntesis. En plena decadencia desde tan temprano, solía confundir el puño concentrado en la audacia del Poema con la mezquindad de la Lengua rabia.

     Por el contrario, Lengua Madre tenía todo bien claro. Por eso se había replegado en un silencio muy pequeño, hasta quedar hecha mito. Circulaba, de boca en boca, del centro a la periferia y de la periferia al centro. Siempre, sin decir una palabra. La leyenda la amplió hasta el horizonte. Y así una vez era el eco de una chance y otra, fatalidad.

Víctor Herta Batista, "La lengua"
Víctor Herta Batista, “La lengua”

(Un tipo le pidió los datos al hombre virus, le dijo que llamaría a Defensa al consumidor. A toda velocidad, lo pecheó el virus y el hombre volteó otro poste la señora del discurso pacifista gritaba desatadísima en una lengua tan hostil que el peinado se le vino abajo contra todos los esfuerzos del spray la empleada desapareció detrás de la ventanilla la usencia que dejó el rostro de la empelada seguía dale blablabear sin embargo las cifras de las facturas se mezclaban con los insultos un reloj le reclamó a su dueño que no le prestaba atención y una mujer sorteaba postes y gente mientras se quejaba porque con tanto griterío no la dejaban terminar su cuento por una fatalidad el hombre virus fue llamado desde el camión de caudales con urgencia y al sistema no le quedó otra que volver de golpe y la empleada devolvió su rostro al hueco detrás de la caja y una señora dijo que tenía una tristeza tan grande que no le cabía en las palabras por eso muy rápidamente se llevó afuera a la velocidad de la calle )

Y justamente fue Fatalidad, quien las encontró a todas en un descuido de una tarde. Como atraídas por una Lengua Diosa, se mezclaron en encrucijada.

Justo ahí, entredicho, el relato comenzó a contar.

(Eso, dijo un hombre, mientras señalaba al hombre virus. Inexplicable, inaceptable, ni nombrarlo puedo)

           Eso: lento y urgente. Pasmoso y necesario. ¿Eso qué? Eso, lo innombrable, replicó desde una esquina el fantasma de Duchamp.

 

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