REUNIÓN DE VOCES ALOCADAS

Reunión de voces alocadas

Pero ahora, el tiempo volvía- virulento, desesperado, mentiroso, enigmático y silencioso- todito empujado en un salón de reuniones, hasta ahogarse.Eran las cuatro de la tarde del martes cálido de un 15 de Diciembre. Ni bien Hoja Negra abrió el portón para que su compañero escopetero se asomara y acompañara la entrada del coche del gerente de producción, detrás de él, apareció una camioneta camuflada, como una repartidora de verduras frescas. La camioneta dobló de golpe y se llevó a la rastra, hacia adentro de la fábrica, al coche del gerente. En unos segundos, la lona verde del vehículo se desprendió en el aire soleado y bajaron varios tipos con pistolas largas. Le volaron la cabeza al escopetero, quien intentó dispararles sin suerte. Las balas de goma no salieron del cargador. A Hoja Negra le tiraron contra su ventana blindada y estalló en mil pedazos. Los vidrios le cortaron  la cara y  los brazos. Lo paralizaron. No pudo alcanzar el pulsador de pánico y así llamar a la policía. Tirado sobre el piso, dentro de un charco de sangre. Dos de los ladrones saltaron las rejas alrededor de la portería, volaron la cerradura de la puerta blindada con revestimiento de madera. Así y todo, no pudieron entrar. Sin embargo uno de ellos tenía la llave del escopetero e irrumpieron en la oficina de llaves y C.C.T.V.(central de monitoreo) del Vigilador. El otro ladrón hizo entrar a empujones al gerente en el edificio de enfrente de la entrada y se encerraron con todo el mundo adentro. A Hoja Negra lo arrastraron de los pelos junto a la enfermera que estaba fuera del consultorio, con un cigarrillo en la boca. Los llevaron al otro edificio, junto al resto.  Desde adentro, el ladrón pispeó por una ventanita  de la administración, hacia fuera. Al verlos llegar, les abrió la puerta doble hoja de madera. Entonces, los oficinistas, los gerentes, Hoja negra y la enfermera estaban en un gran salón de un primer piso, donde trabajaba el director general. Hoja Negra, mal herido y todo, pudo hacer click a su grabador, en su pantalón de fajina.  Las voces se sucedieron mezcladas, sordas, violentas, junto a un concierto de gritos. Afuera, los operarios de todas las áreas escapaban a la calle por el portón principal.-¡Quiero que tengan una silla! ¡Levanten las sillas! ¡Dije, con las sillas arriba de la cabeza!-uno de los ladrones con la careta de Batman pegada a su rostro, así les gritó a toda aquella gente agolpada en semicírculo, contra las paredes del salón.-¡Por favor! ¡No me lastimen! ¡Quiero llamar a mi esposo! Vive en Salta. ¡Quiero decirle que estoy viva! ¡Por favor!- suplicó la secretaria del director.-No tengo silla- murmuró un empleado pelirrojo a su compañero, con un banquito sobre su cabeza.-¡Aquí la tenés! –Le gritó el ladrón, quien lo escuchó y le tiró una silla roja de terciopelo.-¡Quiero llamar a mis hijos! ¡Están en la escuela! ¿Puedo hacerlo? ¡Tengan compasión!- Imploró una empleada rubia de grandes curvas.-¡Quiero llamar a La Plata! Mi abuela está ahí, es lo único que tengo. Quiero escucharla. Pero ya se habrá enterado, ¿no? Mira tele todo el día. ¡Díganme que puedo! ¡Se lo suplico!-dijo un cadete, con la cara llena de lágrimas, el cuerpo temblequeante y acurrucado cerca de la puerta doble hoja del salón.-¡Quiero avisar a Mar del Plata! ¡Ahí está mi familia! ¡Déjenme hacer un llamado! ¡Por favor! ¡Los quiero conmigo ahora!- Gritó el tesorero con los mocos y el sudor en su cara, por el esfuerzo al levantar un sillón que se le cayó encima.Los tres ladrones estaban encerrados con los hacinados en el salón.-Quieren, quieren, todos quieren, ¡aquí y ahora! Bien, dejen sus sillas, saquen sus celulares y avisen a sus estúpidas crías ¡Que están muertos avisen!, ¿me escucharon?, ¡están muertos!-¡Nooooo! ¡Por favor! ¡Noooo!- gritó la mayoría, al tiempo que levantaba más sus sillas en el aire.-A ver. Vos, colorado. ¡Vamos a la caja! Si no encuentro nada, te mato- Con su cara cubierta de Robin, ordenó y amenazó un joven de pelo largo al pelirrojo con la silla roja, por encima de sus hombros.

-¡No! ¡No lo maten! Yo tengo las llaves. Pero la plata está aquí. La única plata grande está aquí. En el salón de reuniones- dijo el tesorero.

-¡Miren qué interesante! ¡Está todo aquí! La plata, la vida, la muerte. ¡Manga de cagones!- se burló uno de los ladrones con la cara pintada de Guasón.

La enfermera atendía a Hoja Negra, las mujeres lloraban desconsoladas, los hombres también. Afuera un altavoz de la policía invitaba a los ladrones a deponer  armas, a entregarse. Ellos se negaron. Agarraron al director de la empresa y lo expusieron como trofeo, con medio cuerpo afuera de la ventana del salón y el caño de un revólver sobre una de sus sienes. Los ladrones pedían chalecos de fuerza y un helicóptero para escapar. La policía hizo silencio. Después, avisó que harían el pedido al gobernador de la Provincia, quien les prometió mandar lo necesario. Sólo debían esperar. Entonces, los ladrones ordenaron a los rehenes dejar sus sillas y tirar todos sus celulares en el centro del salón. En el poco espacio restante. Así lo hicieron. La enfermera tiró el suyo y después agarró el celu de Hoja Negra, prendido de su bolsillo. El celu continuó su grabación. Hoja negra estaba fuera de peligro, pero necesitaba ser atendido. La enfermera había atado con fuerza el brazo izquierdo sangrante del Vigilador portero con su propia camisa blanca de trabajo. Y la hemorragia paró. Después de varias horas de molido silencio, el crepúsculo rojo de la tarde llegó. Nadie se movía del salón, nadie gritaba más. Todos expectantes ante la inminencia: el ruido de las palas, un helicóptero que los salvaría: a muchos, de la muerte; a algunos, de poder salir de allí con una pila de dinero. El silencio, entonces,  mezclaba el deseo de huir: unos a ver a sus seres queridos  y otros, afuera del país, lejos de la policía local. Tampoco faltaban los gemidos. Entonces,  viejos mitos renacieron en las cabezas de algunos rehenes: La puerta doble hoja del salón era, a los ojos del cadete, las alas de Ícaro a punto de ser abiertas, ni bien saliera el sol; el celu grabador de Hoja Negra tornó en la oreja invisible de la espera eterna, para la enfermera; el brazo izquierdo del vigilador fue la nueva debilidad de Aquiles y su herida, la llave tramposa de la muerte para los otros. Así, cuando llegó la ambulancia que llevaría a Hoja Negra, bajó de ella- con iguales modo que los  cacos- la gente del grupo Halcón. Sin previo aviso, una vez que el medio fiambre de seguridad apareció- transportado de las piernas y brazos por los ladrones- los del comando comenzaron a tirotearlos en la escalera del primer piso. Hoja Negra fue a parar al piso en el medio de la balacera.  Pero, adentro, había quedado el Guasón con la puerta cerrada, dos granadas,  el resto de la gente  y una segunda espera en el medio de la noche. Sin embargo, Hoja Negra sobrevivió y, entre varios polis acribillados y Batman y Robin muertos, logró arrastrarse por la escalera, hasta la puerta del salón.

-¡Los voy a volar a todos! ¡Me escucharon, polis del orto! ¡Me escucharon! ¡Los voy a volar a todos adentro de la concha de su madre!- Gritó el Guasón. Entonces,  los policías retrocedieron. Una vez que se fueron, el Guasón arrastró al Vigi de los pelos y lo tiró en el salón junto con los otros.

Adentro, el grabador se apagó.  No había forma de captar más voces, más gritos: el  tiempo también se extinguía. Afuera, otra vez el altavoz, otra vez el helicóptero en camino. Y la noche, la dueña de la pétrea luna y el movimiento quieto del mar, la que rompe todo espejo en mil pedazos, el lugar donde están todos tus muertos, la de los viajes alocados. Aquella noche nunca acabaría.