Viaje alrededor de un punto:  Viaje alrededor de mi cuarto, de De Maistre a Borges.

Por Lourdes Landeira

Laberintos IV.   Aguafuerte
Mabel Rubli, “Laberintos IV”. Aguafuerte, aguatinta y acuarela

 

He visto, como el griego, las urbes de los hombres,

los trabajos, los días de varia luz, el hambre;

no corrijo los hechos, no falseo los nombres,

pero el voyage  que narro, es … autour de ma chambre.

 

La estrofa pertenece al poema “La Tierra” y su autor es el Carlos Argentino Daneri,  en “El Aleph”, de Jorge Luis Borges.  Allí el Borges narrador la elige, a pesar de considerarla tan mala como a otras de las muchas escritas por el primo hermano de Beatriz Viterbo, la muerta a cuya memoria se había consagrado. Sobre el último verso, dice el cuento: “el cuarto, francamente bilingüe, me asegura el apoyo incondicional de todo espíritu sensible a los desenfadados envites de la facecia”.

 

El viaje alrededor de mi cuarto, (voyage autour de ma chambre) escrito en 1794, por Xavier  de Maistre, es la facecia.  Se trata de un viaje sin más objeto que el de reparar en lo cotidiano,  descubrir el mundo, no con grandes epopeyas ni expediciones, sino con una mirada nueva sobre lo más cercano. De Maistre lo concibió durante los cuarenta y dos días de arresto domiciliario que sufrió en la primavera de 1790.

 

“Mi habitación está situada a cuarenta y cinco grados de latitud, según las medidas del padre Beccaria; su dirección es de levante a poniente, formando un largo cuadrado de treinta y seis pies de lado, que roza la muralla. Mi viaje contendrá sin embargo más; pues la atravesaré a menudo a lo largo y ancho, o bien en diagonal, sin seguir ni regla ni método alguno. Incluso haré zigzags  recorreré todas las líneas posibles en geometría si la necesidad así lo exige.”

 

Difícil saber cuántas de esas líneas serían posibles y necesarias, más difícil aun, intentar enumerarlas. Si bien ya la matemática se ocupó de demostrarlo: no todo lo que parece es. Y así se supo: los números infinitos tienen unas extrañas cualidades, entre ellas, la de que el todo no es necesariamente mayor que las partes. De esa manera, pensar el infinito sigue siendo complicado. Dónde situarse, adentro o afuera, de qué borde, hacia qué finitud. Pero la frontera hoy está demarcada por el viaje y en ella se coló la matemática. Por eso, para ir alojándonos, creo apropiado acercar al  matemático alemán David Hilbert (1862 – 1943), quien  ideó la paradoja del hotel más grande del mundo. Uno con infinitas habitaciones. Y para que la administración no se le complicara, puso como condición a sus infinitos huéspedes el estar dispuestos a mudarse de cuarto cada vez que se les requiriera. Así, cuando el hotel estaba completo y llegaba un nuevo invitado, sólo debía solicitar a todos los alojados  mudarse al número de habitación siguiente al que ocupaban en ese momento. De esa forma, la número uno siempre estaría disponible para el recién llegado.

 

Entonces, Borges vio el Aleph y supo que “el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito”.  Y escribió lo que vio en el “inconcebible universo” en finitas líneas precedidas de una advertencia.

 

“En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces, ninguno me asombró tanto como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré”.

 

Ese punto que todo lo contiene, ese núcleo de todas las partes no tiene circunferencia, no hay sucesión de puntos a su alrededor que lo bordeen.  Ya de Maistre se había confrontado con la cuestión de los límites durante su encierro forzado en su cuarto. Por eso, cuando lo liberaron de esa supuesta atadura escribió:

 

“Hoy es cuando ciertas personas, de que dependo, pretenden volverme a mi libertad, ¡como si me la hubiesen quitado! como si estuviese en su poder el arrebatármela un solo instante, e impedirme recorrer a mi albedrío el vasto espacio siempre abierto delante de mí. Ellos me han privado recorrer una ciudad, un punto; pero me han dejado el universo entero: la inmensidad y la eternidad están a mis órdenes. (…) ¿Es acaso para castigarme que se me había desterrado en mi cuarto?, ¿en esta comarca deliciosa, que encierra todos los bienes y todas las riquezas del mundo? Tanto valdría desterrar un ratón en un granero.”

 

Lejos de  un juego de encontrar las diferencias o las semejanzas, se impone pasar lista a las huellas de algunas de las afamadas obsesiones de Borges en el viaje de De Maistre. Hay un espacio creado, intervalos de siglos y de instantes; páginas impresas con letras, tinta fija sobre papel. Sin embargo, esa condición estanca no impide mover las palabras y formar textos nuevos, ir y venir de unos ojos a otros, de las manos que los pensaron y de su representación. Distancia tan cercana y abismal a la vez.

 

Ya dijo Borges que “la candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió” él notó, con dolor,  el cambio en los avisos de cigarrillos de las carteleras de Constitución. “Comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad”.

También de Maistre tiene un muerto entrañable en el viaje por su cuarto; no es una mujer, sino un amigo de cuya pérdida, dice, nunca se consolará, a pesar de que todo a su alrededor continúe andando.

Los árboles se cubren de hojas y entrelacen sus ramos; los pájaros cantan debajo de su ramaje; las moscas zumban entre las flores; todo respira el gozo y la vida en la estancia de la muerte”.

 

Seguramente, no es necesario abundar en citas para reconocer que si hablamos del doble, del laberinto, del espejo y del tiempo, tenemos que hablar de Borges y Borges tiene que hablar. Y sí, como es ya evidente a esta altura, también De Maistre dijo lo suyo en su viaje.

 

La habitación, a diferencia del sótano, ocupaba un lugar central de la casa y, además, tenía ventana al exterior. Sin embargo, a De Maistre no le interesó atravesarla ni considerar ese recorte al afuera. Por el contrario, eligió recorrer los cuadros  en las paredes para disertar sobre el mundo a través de sus pinturas. Su perspectiva está signada en su butaca o en su cama, “lecho que nos ve nacer y nos ve morir”; así, el desplazamiento entre épocas y lugares confluye en su mirada.

 

“Desde la expedición de los Argonautas hasta la asamblea de los Notables; desde el más hondo de los infiernos hasta la última estrella fija más allá de la vía láctea, hasta los confines del universo, hasta las puertas del caos, he ahí el vasto campo en que me paseo por lo largo y lo ancho, y todo con comodidad; porque el tiempo  no me falta más que el espacio”

 

Mientras la Beatriz de Borges era mujer y era niña y Carlos Argento podía ser, además, un loco: “basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados”, De Maistre confesó haber recibido “lecciones de filosofía y humanidad de su criado y de su perra” y elaboró su teoría del alma y de la bestia (“se percibe a simple vista que el hombre es doble”) hasta el punto de poner a conversar a sus dos criaturas heterogéneas.

 

“La agitación de la más noble parte mí mismo se comunicaba con la otra, y esta a su vez obraba poderosamente en mi alma. Había llegado enteramente a un estado difícil de describir, cuando en fin mi alma, sea por sagacidad, sea por casualidad, encontró la manera de librarse de las gasas que le sofocaban. Ignoro si halló una abertura, o si advirtió sencillamente levantarlas, lo que parece más natural; el hecho es que encontró la salida del laberinto.

 

            Pero, claro, ya lo sabemos por Borges; ni siquiera el Aleph es único: seguro hay o hubo otro y el del sótano de Daneri podría, incluso, haber sido falso. Ese en el que interminables ojos se buscaban en Borges – como si él hubiera sido un espejo – al tiempo en que  veía todos los espejos del planeta – sin reflejarse -. De Maistre, por su parte, luego de recorrer el mundo entre sus paredes, llegó al cuadro capaz de desmerecer, según sus palabras, aun a las obras inmortales de la Escuela de Italia; en él encontró a  “la naturaleza admirablemente copiada”. Hablaba, sí, de un espejo, como de una obra maestra,  aunque, agregó:

 

 “el amor propio introduce su prisma engañador entre nosotros y nuestra imagen y nos presenta una divinidad”

 

La distancia entre el 1790 – de uno – y el 1949 – del otro – podría pensarse como insalvable. Imposibles de acortar los kilómetros entre Buenos Aires y Saboya. O no. Quizás solo haga falta mirar desde algún cierto punto, acostados sobre el piso con la vista fija en el decimonono escalón del  sótano sin que la humildosa almohada se eleve ni siquiera un centímetro. ¿Acaso no sabemos ya lo relativo de nuestra mirada? Pero, claro, si tanto costó saber que la tierra no es el centro del universo y que los planetas no giran a su /nuestro  alrededor; si tanto trabajo dio abandonar el círculo perfecto para poder pensar la elipse, mucho más trabajoso – ¿o liberador? – debe ser pensar en infinitos universos paralelos coexistiéndonos.  O en este universo que se expande sin que lo percibamos, con galaxias (la nuestra – la via láctea – entre millones de otras) cada vez más lejos unas de otras. Que alguna vez estuvieron más cerca, ¿cuánto?  Todo, en ese minuto cero en el que comienza el tiempo, en ese minuto cero en el que concluirá. Mientras tanto, seguimos reinando en absoluta minoría frente a insectos y bacterias, sin decirlo en voz muy alta, para que las puertas de los cielos no se abran para expulsarnos como a Satanás.

 

Cuando las espaciosas y triples puertas de los infiernos se abrieron de repente delante de él de par a par, y la profunda hoya de la nada y de la noche pereció a sus pies con todo su horror, recorrió con ojo intrépido el sombrío imperio del caos; y sin vacilar, extendiendo sus vastas alas, que hubieran podido cubrir un ejército entero, se precipitó en el abismo.” (Xavier De Maistre)

 

(Jorge Luis Borges) “… vi la circulación de mi sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi el Aleph en la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.”

Lab y entrepuertas XIII web (2)
Carolina Diéguez,”Laberintos y entrepuertas XIII”. Fotograbado
Nota RelacionadaJOYA (alguna vez, taxi)

 

big bang

 

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