El Desaliento: Entrevista a Ernesto Snajer.

Entrevista y edición: Mariano Botto

Foto Álvaro Alonso

 

El hombre se acostó a dormir. Mezclada con el viento, oyó una coplera vibrar sobre las cuerdas de su guitarra. La luz estaba encendida y quiso apagarla. No pudo. El reloj se borroneaba. O, tal vez, sus ojos dormidos no alcanzaban las agujas que parecían marcarle el ritmo a la coplera. Se asomó a la ventana y, desde la cima, vio las luces de La Paternal. El paisaje no terminaba de conmoverlo, todo él iba detrás de un sonido escrito en el aire, sobre un pentagrama de diez líneas. El chirimbolerío de cables, consolas y pedales de efectos parecía afinar en busca de su propia voz. La voz de la vigilia. Detrás del viento, unos acordes abrían otra ventana sobre un muro que jamás había visto. Sus ojos brillaron con otras voces copleras, con torres de discos y con guitarras infinitas. La órbita de un planeta sugirió el tono y, en un espacio negro, improvisó unas melodías. Tuvo vértigo, no miedo. Ni aun cuando supo que no era un músico: él era la música.

 

QUEHACERES MUSICALES

 

Foto: Álvaro Alonso

Es frecuente preguntarle al músico qué tipo de música hace. Si eso le sucediera a Ernesto Snajer, creo yo, daría media vuelta y se iría. Él es un músico de fusión. ¿Fusión de jazz con música de raíz argentina?, se preguntaría. No, fusión de todo. Y, si se le pregunta el género, tal vez responda “masculino”. Ernesto Snajer tiene tantas aristas que sería difícil encasillarlo. Es generoso en todos los aspectos de la música. El día que lo visité en su casa de La Paternal me dio discos suyos, discos en los que había participado o que había producido y también discos de sus amigos. Su modo de leer es muy particular. En el disco “Lecturas Argentinas” abordó, con un concepto de improvisaciones, lo más variado del repertorio argentino. Desde Remo Pignoni a Charly García. Invito al lector a navegar el inacabable universo encordado de este músico.

 

“Uno trata desesperadamente de dominar
el material y el azar trata con igual
desesperación de mantener su dominio,
a través de miles de agujeros
que no pueden obstruirse.”

Pierre Boulez

 

PRELUDIO COMO UN ESCRITOR

 

Su disco “Preludio” compila grabaciones desde el 1989 hasta 1986. Comienza con “La vereda” interpretado en guitarra española, lenta y sentida, en sonido del agua. El segundo tema, “Saranda”, en frontal contraste, explota una banda con guitarra eléctrica distorsionada. Pareciera que, en dos temas, como un en arte poética, el artista nos marcara su amplitud. La gama es genuina, si se lo analiza a lo largo de su obra. Extensión que nos da la pauta de su modo de ver el mundo y de decir.

En “Preludio” se dieron dos situaciones: una, que yo era muy joven y no le daba tanta importancia al eje temático en cada disco. Ahora me parece un poco desprolijo. Tenía -y sigo teniendo- mucho interés en cuanto a estilos, sonoridades, inclusive  con la gente con quien me juntaba a tocar. Con un repertorio listo, por más que fuera muy diverso, intentaba publicarlo. Mi punto de vista cambió. Ahora trato de trabajar cada disco como lo haría un escritor. Es decir, que cada uno hable de un asunto. Puede ser temático, en cuanto al estilo, en cuanto a la formación o la sonoridad. “Preludio” es una recopilación de muchas cosas sueltas que rondaban por esa época. Diversos registros, incluso algunos caseros. En este momento, es muy importante que mi obra sea lo más prolija posible. Me tomo el trabajo de ordenarlo de forma concreta. De hecho, estoy planificando sacar, dentro de dos años, una edición especial donde organizo mejor toda mi producción.

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OBRAS DEL ENTUSIASMO

 

Ernesto Snajer maneja muchas facetas paralelas. Un delta de posibilidades que confluyen en un océano perceptible en la charla: el entusiasmo.

Me entusiasman muchas y cada vez más cosas. Es un problema. Trato de luchar contra eso para no volverme loco y marear a la gente. Quiero ser lo más claro posible para comunicar lo que hago. De todas maneras, mis intereses siguen siendo diversos, sigo siendo curioso, pero trato de organizarlo mejor. Es algo fundamental dejar una buena obra. No me siento Paul McCartney como para hacer una “Antology”. Quienes me siguen son pocos y, al mismo tiempo, son muy fieles y me conocen. El fin de semana estuve en Santiago del Estero y toqué en un lugar donde habría cuarenta personas. Uno me pidió un tema que ni yo me acordaba. Le doy mucho valor a  cómo se edita la obra, a cómo se la presenta. Particularmente, con el mensaje actual de que los discos no tienen valor. La obra excede el problema de la edición física. Es lo que vos dejas grabado. Me gustan mucho las ediciones físicas. Pienso que el disco debe existir. Cuando me junto con un músico a quien no conozco y me entrega un CD en la mano, ya me habla de esa persona. Aunque escuche el mismo sonido por internet, el CD físico es diferente. No es lo mismo que te dejen un link que un disco. Yo escucho absolutamente todo lo que me dan, aunque a veces me cuelgue o se me mezcle, al final, lo voy a escuchar.

 

EL DISCURSO DEL SONIDO

 

 “La música evita que el mundo se transforme por completo en lenguaje, que sea tan sólo un objeto y que el hombre se convierta en un simple sujeto”

Victor Zuckerkandl

 

f61611_63eda0d93fc54302a1231facbd856858Piazzolla, en cuanto a estilo y a lenguaje, nos proporciona un claro ejemplo: una música que remite de manera categórica a Buenos Aires y a un modo personal de decirlo.

 A mí interesa mucho eso. Puede sonar pretencioso, pero la realidad es que lo hago: busco un lenguaje.  Si lo encuentro o no, es otro tema. Lo mejor que me pueden decir es que mi música tiene una personalidad. No tengo nada en contra de un músico que no lo busque. Si veo a alguien de Buenos Aires que toca blues y no busca nada especial, lo admiro y no tengo problemas. Pero a mí me gusta indagar. Me gusta encontrarme con músicos que están en una búsqueda similar, en cualquier estilo. Son los artistas que más admiro. Yo busco a través de la música argentina, otros lo hacen en el tango o en el jazz. Y eso me representa un valor agregado.  

 

VIDA, VIDA SIEMPRE

Alguna vez hubo un Big-Bang. Alguna vez hubo un primer sonido, una fascinación, una primera secuencia. Y esa primera vez habrá traído, en su mochila, un “todo junto”. A Ernesto Snajer lo escuché, en un bar de La Paternal, contar su emotivo recuerdo acerca del sonido “Uno” que lo conmovió.

Foto: S. Pappalardo

Lo que busco y extraño de mi juventud era cómo quedaba loco frente a algo. No solamente frente una música o a una obra, sino también ante un sonido. Cuando es nuevo, te pega muy profundo. No quiere decir que ahora no me pase, pero -lógicamente- mucho menos. Todo el tiempo estoy expectante de que suceda. Nunca lo descarto. No pienso “ya escuché todo” o “estoy curado”. Esa conmoción, artísticamente, es lo que me mantiene vivo. Ni siquiera lo digo en mi propia música. Ahí me cuesta más escuchar algo y que me emocione como un tema de los Beatles. Está claro: no soy ellos, pero tal vez haya gente que se trasporte al escucharse a sí misma. Ese deseo yo lo siento fuerte hacia la música de otras personas. No pierdo la esperanza. Y, cada tanto, me llevo algunas sorpresas.

   

MUNDOS PARALELOS

 

“En el espejo de los sonidos, el corazón humano aprende a conocerse a sí mismo”

Wilhelm Heinrich Wackenroder

 

El universo Snajer gira entorno a seis planetas. De la prima a la bordona y, entre ellas, el infinito de posibilidades: guitarra clásica, eléctrica, de diez cuerdas y también sonidos MIDI (*).  Así, Ernesto Snajer pulsa las cuerdas de rotación y traslación de sus mundos hacia lo inesperado. El movimiento va en eje y confluencia musical con Latinoamérica-Argentina-Ciudad de Buenos Aires- La Paternal. ¿Sintetiza el universo esa amplia gama de sonidos?

 No sé si se sintetiza. En todo caso, se expande. Así como reconozco que muchas músicas me interesan, también me interesan muchas sonoridades. Me conmueve y no me da igual que un concierto o un instrumento suene más o menos. Tampoco, que una música esté bien o mal grabada. Cuando escucho algo que me conmueve, es por una sumatoria de cosas. Y el sonido es una de ellas. Esto no quiere decir que soy un enfermo del HiFi. Si voy a la cima de una montaña y escucho una coplera mezclada con el viento, me emociona igual. Hay algo que excede cualquier romanticismo técnico. Admiro gente que puede tocar la guitarra española de seis cuerdas con el mejor sonido posible. Por ejemplo, Carlos Moscardini, un guitarrista casi clásico pero que toca música folclórica. Yo voy por otro lado, me gusta el chirimbolerío, todo tipo de guitarras: con cuerdas de nylon, de acero, los efectos, los equipos, me gusta la computadora. Me gusta todo. Desde que empecé a investigar sonoridades, nunca me detuve. Varios alumnos y colegas me preguntan e intentan hacer algunas aproximaciones al mundo de la guitarra MIDI y a los sonidos, aunque finalmente tiran la toalla. Es un mundo paralelo. El desafío es tener paciencia. Si buscás algo, es un camino largo y las satisfacciones son lentas y complicadas.

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El oído es una mente inmensa, un cerebro que piensa en concordancia con el universo. ¿El sonido es utopía o la barca que lleva? Se multiplican las combinaciones, la luna de fa se eclipsa por el sol y otros tonos aparecen. Suman mundos necesarios, armónicos y melódicos.

Mi preocupación número uno es la música. No sé si hacer un ranking, donde primero iría la armonía, después la melodía y tercero, el sonido. Sueño con armonías. Hay quienes sueñan que vuelan. Yo, con armonías desconocidas. Mi interés primero es la combinación de la melodía con la armonía. Siempre se vuelve al ejemplo absurdo de la isla desierta: yo elegiría tener una guitarra desafinada con las seis cuerdas, para poder tocar armonía y melodía. Es decir: todo lo referente a la confección del sonido, por el camino que fuera, pero siempre en segundo plano a mi interés fundamental: la composición musical. Las cosas con las que hago música son medios.

La barca que lleva…

En la medida en que tenga las posibilidades de investigar y utilizar cosas, lo hago.

 

SONAMOS

Guitarras de seis cuerdas a las que desarmaba con una pico de loro y cambiaba cosas”, contó Ernesto Snajer, en una nota para revista “El Intruso”.

Ese tipo de cosas las hago cada vez menos. Inclusive, me preguntaban si seguía experimentando con modificar guitarras. No lo hago por mi falta de tiempo y dinero. Cualquier experimento sencillo, como probar un encordado diferente, implica un dinero. No te vas a fundir, pero hay que tenerlo. Ese espíritu explorador lo tengo dominado por ese tipo de cuestiones.

Foto: S. Pappalardo

  

LAS PALABRAS Y LAS COSAS

 

“Si hay un objeto con el que la filosofía se ha dado persistentemente de bruces, en una humillante demostración de impotencia, ése es la música.”

Gerard Vilard

 

PortadaLa música de Ernesto Snajer es una presencia hecha de disolución. Pero, en el sentido de un aire contenido en la atmósfera, del rocío que riega los pastos, del equilibrio que sostiene la órbita de los planetas alrededor del sol. Esa asombrosa construcción del universo que nos constituye de una misma materia. Su presencia en la escena porteña, donde abunda la concurrencia a propuestas masticadas, ofrece un manjar a saborear.

Doña Rosa preguntaría: ¿qué música hace este Esnajer? 

Música Argentina. Contemporánea, quizás. Esa es la respuesta más sencilla y, a la vez, bastante inexacta. Podemos discutir horas: si el que toca rock de garaje no toca también música argentina. Me refiero a que mi música tiene una raíz en los ritmos argentinos. Eso es lo que diferencia un lenguaje musical de otro. Las armonías no son muy distintas en el jazz, en el tango o en algunos compositores de folclore latinoamericano  sofisticado. Sí hay distintos estilos  o gente que fue muy particular: Hermeto Pascoal, armónicamente, es de otro mundo y, a la vez, bastante característico. Lo mismo sucede con Gismonti. Si comparo a algún genio de la música argentina, como Piazzolla o Guastavino, con algún genio de la música brasilera, el asunto es el ritmo. Esa es la clave: la identidad del lenguaje musical.

 

TERRITORIOS DE LA MADRIGUERA

 

Foto M. Katz

Snajer improvisa vuelos con un pródigo vocabulario que expande los sentidos. Detrás de la improvisación, habita la chispa del arte y ofrece sorpresas, incluso, a los propios improvisadores. La melodía principal no se agota en las incontables variaciones. Vértigo y expectativa son la sed del improvisador. El terreno se alisa y los caminos se forman a cada paso.

El vértigo es uno de los componentes que me llevan a improvisar. Con la experiencia, transito algunos caminos conocidos. Es decir, hay bastante probabilidad de éxito. Muchas veces se improvisa sobre un territorio como sobre un agujero negro, donde uno no sabe cómo va a salir. A veces sale mal, como le sucede a mucha gente. Mi estado de ánimo, con respecto al resultado, es diverso. No me da lo mismo que salga bien o mal, pero tampoco me da miedo. Me arriesgo. Siento una felicidad inmensa al improvisar e intento que me conmueva de alguna manera. No es tocar cualquier cosa, es armar algo mientras lo hago. Me costaría mucho seguir una partitura al pie de la letra. Lo hice un montón de veces, aunque me costaría ser eso y nada más. Me motiva ir por sectores paralelos.  Por supuesto, uno tiene sus propios lugares donde sabe que funciona. Mi estándar personal de gente que improvisa en un gran nivel es Keith Jarret. Yo me siento a seis millones de años luz de ida y vuelta del nivel de un tipo como Jarret.

Pregunta Doña Rosa: “Qué cazzo e’ la improvisación?”

Reconozco dos tipos de improvisación, aunque deben existir más. Hay una improvisación en la cual pongo la mente en blanco. Sencillamente, toco lo que sea sin nada preestablecido. Esto incluye melodía, armonía, ritmo y secciones. Eso lo puedo llevar a cabo solo o con un grupo. Después hay una improvisación con más reglas, lo que comúnmente se llama “hacer un solo”, como lo hace un grupo de jazz, donde se expone una melodía y una armonía y, sobre eso, el improvisador trata de tocar melodías que respeten los parámetros de esa sección; que suenen bien de acuerdo a lo que sus compañeros están tocando. En resumen: un solo improvisado es tocar melodías con notas que concuerden con la armonía del tema.

Anaxágoras fue quien propuso, sobre la creación del universo, que una inteligencia ordenadora libraba de caos al universo. ¿O hablaba de improvisación?

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YO ES MÚSICA

 

En el libro “Free play”, de Stephen Nachmanovitch, dice: “La música me enseñó a escuchar no sólo para captar el sonido, sino para averiguar quién soy”. 

En todo caso, concuerdo con la frase, pero está incompleta: me sirve para saber quién soy, pero todavía no lo sé exactamente. No siento que el desarrollo de mi música esté terminado. Es una contradicción, sé quién soy y, a la vez, estoy en desarrollo. Puedo decir que soy alguien para quien la música es un estado fundamental del alma. La sensación es muy firme ahora. Podría dejar de hacer un montón de cosas pero, si dejara la música, me transformaría en alguien no tan entusiasmado. La música es una motivación diaria.

El espejo de su motivación se refleja en una docena de discos solistas, en su trabajo como productor y como parte de grabaciones de los más diversos músicos.

 A veces me sorprendo. Por supuesto, direcciono mi interés a ciertos lugares. No todo lo que hago me interesa de la misma manera. Tampoco estoy libre de no hacer cosas que no me interesan. No soy un tipo de guita y, cuando tengo que laburar, lo hago. Me encantaría hacer sólo lo que se me da la gana. No se me acabaría la cuerda nunca. Cosas referidas a escribir, a tocar, a experimentar y a producir. Esa es una motivación que me persigue. Cuando te gusta lo que hacés, es muy fácil tener ideas y, cuando no, se complica. Si es con la música, enseguida me motivo. Ante cualquier pregunta que me hagan, seguramente la respuesta será: ¡Sí! Desde armar un disco de homenaje a fulano con tal músico, o a escribir una obra para violín y cuarteto de brass…”¡Sí, ya! ¿Cuándo hay que empezar?”, diría.

  

EL ANTI-DESALIENTO

Foto: Álvaro Alonso

Es muy fácil desalentarse en esta época. Hay que tenerlo claro. De alguna manera, soy optimista por naturaleza, pero no soy un boludo. Hay un optimismo así y no me gusta. Trato de pensar bastante en lo que hago, en el medio que me rodea, en mis compañeros y en el arte en general. En la situación que se vive con respecto a la comunicación y la supuesta democracia de internet. Soy crítico, aunque no despotrico por todos lados, no quiero quedar como un llorón. Quien conozca y respete mi modo de hacer arte, que lo haga por la música. Si le sirve de algo lo que pienso, bienvenido sea. O no. Las cosas las discuto con los cercanos o cuando hay una nota que me interesa. Hay gente a la que le cuadra bien ese papel de opinador. Lo mío es la música. Vuelvo a la pregunta: es una época fácil para desalentarse por muchos motivos. Por lo político y por lo cultural en el mundo entero. No sólo en la Argentina. Por la falta de apoyo, por recortes de presupuesto, por la globalización de la boludez. Todo el tiempo trato de ser lo más optimista posible y de buscar siempre los caminos. Creo que una lucha contra el desaliento es la propia obra, el arte, el producir pese a todo. Hay una futbolización del arte: cualquiera aprende tres acordes mal y graba un disco. Y, por otro lado, no lo veo mal. Que cada uno haga lo que quiera. Pero también veo que no hay paciencia para disfrutar las cosas. En facebook o youtube, se ve claro: soportan diez segundos de escuchar algo y pasan a otra cosa. Se busca al nene más chiquito que toca la obra más difícil. Todo el mundo trata de encontrar fenómenos o freaks. Y el arte no funciona así. Entonces, cuando veo compañeros presos del desaliento, les digo que bajen un poco, que apaguen la computadora y se dejen de dar manija con las redes. Que le pongan una ficha a su propia obra. A mí es algo que me da mucho aliento. Y, cuando hablo de mi propia obra, no me encierro en un cuarto y me aíslo. Al contrario, me genera la necesidad de compartirla con otros músicos, de armar proyectos, de discutir acerca de eso. Ahora estoy dando talleres de música en todo el país. La música es el tema. Pero, en realidad, por donde quiero llamar un poco la atención es alrededor de este tipo de cosas. Mi primer objetivo como docente de música es generar aliento. No desde el punto de vista de un coach o de quien le dice al alumno “lo tuyo es bárbaro”. Sino de señalar el valor que tienen las cosas. Es un desafío. Veo un montón de gente que consume cosas todo el tiempo, pero no veo la rigurosidad del estudio.

“Culo en la silla”, se diría como llave y clave de la producción del arte. Qué distinto es eso a la propaganda del genio, el batacazo o a la espera de ser descubierto.

Tampoco me quiero poner en el lugar de tipo con cara de culo, diciéndole a todos lo mal que hacen las cosas. No se trata de eso. Cuando era estudiante de música, no me gustaba que me hicieran eso. Hay de todo pero, en líneas generales, sucede. Bastante seguido me toca dar clases de música para treinta o cuarenta personas. El tema del desaliento hay que manejarlo. Se trata de dar aliento con peso específico y recursos para generarse auto aliento. No de tener una sonrisa de dentífrico y decir que todo está bien. Hay cosas que están bien y cosas que están mal. El aliento, en todo caso, es para mejorar lo que uno está produciendo.

¿Un despertar pasión?

Totalmente. No concibo el arte o el tocar música sin pasión. El que no la tiene se equivoca de asunto. Imagino otras profesiones que no generan tanta pasión. Cada uno hace lo que puede. Para quien tenga la chance real de ir por el camino de la música, la pasión es innegociable. Sin eso, no tenés nada.

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“La música es el único arte que deja que las pasiones se disfruten a sí mismas”

Friedrich Nietzsche

 

 

EL CEREBRO DEL TÍMPANO

 

¿Hay música para músicos o hay que educar oyentes?

Las dos cosas. Principalmente, siento que hay que educar oyentes. Y, como hablábamos antes, el umbral de la paciencia, muchas veces, es mínimo. Veo gente a la que le cuesta muchísimo desenchufarse. Lo veo como público, cuando voy a un concierto: hasta el tercer o cuarto tema, están todos con el teléfono. Llegan de la calle y contestan mensajes. Yo, en concierto, quiero entrar en otro planeta, como si fuera al cine o al teatro. Transportarme a otro lugar.  Por otro lado, yo no hablaría de “música para músicos”, creo que hay músicos a quienes les cuesta comunicarse con la gente. Demasiado cerebrales para mi gusto. Cuando la música cuenta con pasión en su discurso y tiene esa cuestión indefinible que a mí me emociona, creo que es capaz de emocionar a cualquiera. Al que está habituado y al que no. Por supuesto, tener una costumbre ayuda. Es como leer poesía: quien no está acostumbrado, no pasa de la primera página. Con la música es lo mismo: si no escuchaste determinados estilos o no tenés determinada formación, te puede costar más.

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FOLCLOREISHON

 

En los dos discos con Verónica Condomí y Facundo Guevara,  encara un repertorio de raíz folclórica. Allí, Ernesto Snajer expande el estilo con sonidos y modos de tocar diferentes a lo tradicional. Aporta su visión siglo XXI a canciones que refieren a otros tiempos y a otro lugar. Como la temporalidad del universo, el ayer se mezcla en el hoy y sugiere mañanas.

Lo encaro directamente desde la música. En general, mis reflexiones son a partir de allí. Por supuesto, soy sensible a ciertas letras y me interesa qué dicen como para no irme del tono. No sucede en el caso de los trabajos con Verónica. Pero, al tocar solo en la recreación de una canción como un tango, sí le doy mucha atención a la letra. No en particular lo que dice, si no a cómo maneja la melodía. Volviendo a lo de Verónica Condomí, soy bastante inconsciente al abordar los temas. Por eso, muchas veces me putean los militantes del estilo. Hay tipos que son peleadores, pero en esas discusiones ni entro. Atrasan cuarenta años. Además, yo soy fan de lo tradicional. A veces lo cuento y no me creen. Escucho a “Los Chalchaleros”, a “Los Fronterizos”, a “Los Manseros santiagueños”. Me encanta esa música. Si a la noche tocaran “Los Chalchaleros” en la esquina y me invitaran a tocar un tema, voy corriendo. No va a suceder pero, cuando me dan cabida para tocar con tipos tradicionales del tango o del folclore, me prendo de cabeza. Lo que no me sale es tocar esos estilos de manera tradicional. No lo siento. Y si hago un arreglo, no me impongo límites. Sería ridículo escuchar un arreglo mío que me produzca satisfacción y negarlo yo mismo porque no respeta ciertas cuestiones. Alguna compañía de baile también se ha enojado por una chacarera que hice sin una parte. Pero no la compuse para  bailar. Si la bailan, me fascina. O, en todo caso, aceptaría encantado algún encargo de hacer música con forma tradicional para que puedan bailar.   

                                      

Tercer milenio. Redes. Ciudad de Buenos Aires. Indefectiblemente, la resultante de esta cuenta es la mezcla de estilos, al menos en lo relativo al desarrollo de los folclores. Las músicas se alimentan de sus entornos, de su atmósfera, de su velocidad y también de músicas de otros lugares que decantan de manera natural. ¿Será tiempo de inventar nombres a los estilos que se desarrollan? La palabra “folclore” no alcanza para representar la diversidad de propuestas. La misma palabra folclore, sabemos dónde nos orienta la decirla y, a la vez, nos engaña. A ningún músico le interesa esta discusión. A su vez, los “motes”- ladinos y caprichosos que no modifican en nada a la creatividad- ayudaron a canalizar audiencia. Problemática de todo músico caminador de las cornisas del sentido folclore, como acción y como palabra.

No sería mala idea. Me encantaría, pero no me preocupa en lo más mínimo. Si eso contribuyera a que el público concurriera en mayor cantidad a los conciertos, sí. Estoy a favor de cualquier movimiento que signifique crear público, interés, audiencia. En la vida de un músico. reconozco dos situaciones: una es la de crear o interpretar música y la otra es cómo difundir tu trabajo, cómo vivir de tu oficio. Me pueden llamar  “compositor, artista, creador, arreglador”. Yo lo que tengo es un oficio. No me siento superior a un ebanista o a un mecánico. Mi abuelo era carpintero y yo soy músico. Entonces, es importante conocer los gajes del oficio y, si uno fuera a inventar un nombre para que te vaya lo mejor posible, lo haría. No sé cuál sería el nombre ni estoy seguro de que eso vaya a incrementar el público. Reconozco que hubo gente muy piola e inventó algo que se llama “Bossa nova”. Es una etiqueta. Refiere a un momento o a un estilo determinado. Es un estilo muy joven, por más que tenga cincuenta o sesenta años. No es como el tango, que nació a fines del 1800. Así como digo esto, no me desvela el asunto y, aunque surgieran buenos nombres, siempre van a ser cuestiones incompletas. En una época le daba más importancia, por la dificultad y la necesidad de comercializar lo que uno hace. A veces cometo el error de ponerme del lado del oyente. Y, como oyente, no busco que me definan qué voy a escuchar, no quiero saber demasiado. Quizás si me lo definís mucho, me quita el entusiasmo. Cuando me dan un disco o cuando voy a un concierto, prefiero que no me expliquen nada. Sino ¿Para qué voy?

En los agujeros negros del no saber, de lo incierto, reluce el brillo de la sorpresa. ¿Quién no desea sorprenderse? Snajer ofrece una pauta conocedora del oficio: como el agujero negro al improvisar o la mente en blanco, así se dispone a escuchar música: abierto a lo impredecible.

Me parece extraña la gente que sólo mira música por youtube o conciertos en DVD. Está buenísimo, yo lo hago. Ahora, no es lo mismo. Lo halaba con los alumnos de mi último taller y como parte de la clase: estudien, practiquen, pero vean música en vivo. Es otra cosa. Si no, te perdés una parte del asunto. No es lo mismo ver un partido de básquet por televisión, por más que sea ultra X-HD, a ir a la cancha y escuchar el ruido de las zapatillas.

 

SUBTEXTOS

 

Texto y música. Los títulos de las canciones ¿son motivadores, son una excusa, aportan imágenes o no importan?

Depende de la situación. Es muy común hacer una composición completa y, hasta meses después de haberla terminado, no saber el título. Cómo titular las canciones en la música instrumental es un asunto. Una vez le pedí a mi amigo y escritor, Pablo Ramos, que me hiciera una lista de títulos. Él es excelente en muchas cosas y, sin dudas, una de sus mejores virtudes son los títulos. En cualquier situación, le pido un título para algo determinado y me tira diez. En general, de todo lo que compuse, hice primero la música y después agregué el título. También se dio la situación de componer a partir de un título. Por ejemplo, hay un cuento de Pablo Ramos llamado “El estaño de los peces”. Eso me condicionó para bien, porque conocía de qué hablaba: la situación, el barrio, todo. Es como hacer música para cine. No cerrás los ojos y componés algo, mirás la película. Trabajé de las dos maneras. Salvando las distancias, es como cuando le preguntan a los compositores de canciones qué hacen primero, si la música o la melodía. Creo que los buenos de verdad trabajan de las dos formas, aunque tengan una que es más frecuente. Algunas veces salen juntas.

No encuentro mejor modo de cerrar esta nota, que no sea con música de Ernesto Snajer. Los invito a tomarse sólo tres minutos y ser Snajer: introducirse en la oscuridad de los ojos cerrados, poner la mente en blanco y montarse en las melodías, las texturas, sonoridades, ritmos o lo que más les atraiga de la música. Ella es parte constitutiva de nuestra propia alma.

 

(*) MIDI: Abreviatura en inglés de “Interface digital de instrumentos musicales”. Se podría decir que, en este caso, desde una guitarra se pueden ejecutar sonidos propios de un teclado.

Página WEB: www.snajer.com

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