Rituales: sobre rutas cotidianas.

Por Nora Lomberg

CAPICÚA

Mi padre se sabía los recorridos de todas las líneas de colectivos de la Ciudad. Cuando le conté que había conseguido mi primer trabajo, me estampó un:
-Te deja el 152 a tres cuadras.
Creo que esa manera de cartografiar la vida lo completaba: su geografía era en bondi. Se esforzaba por estar al tanto de los cambios de recorrido, incluso, de los distintos ramales, aunque no los manejaba tan finamente. Era todo un caballero: ofrecía el asiento a mujeres y ancianos y gustaba de saludar al chofer e intercambiar novedades, ya fuera el clima o cuestiones específicas de calles o paradas.

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BOLETOS

A decir verdad, a coleccionista de boletos no llegaba. Pero, a veces, intervenía la suerte:-Hoy me saqué capicúa- Y mostraba el boleto en la cena familiar, mientras sus hijas peleábamos por el trofeo.Tampoco se privaba de hacer humor con los nombres de las calles, y ni hablar de su dominio de las estaciones de subtes. Solía regalarnos sus guías y mapas de la ciudad actualizadas anualmente. Pero, preguntarle era más divertido.-¿Que me deja en Corrientes y Medrano?- Ahí se mostraba en su salsa. Te decía cuántas cuadras caminar y el horario de llegada. Era un Gps adelantado.

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COLECTIVO

“Viaje en colectivo” era el nombre del juego, inventado a instancias de mi hija. No sé como lograba transformar su camita en un ómnibus.
-¿En qué parada baja? ¿Tocó el timbre? ¿Qué asiento va a ocupar? ¿Quiere que le avise en la Avenida Gaona?”
Cosas así le divertían. Reía con poco.

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DESTINO

Al anochecer, lo recuerdo en el sillón del comedor. Sólo él lo usaba, porque mi madre nos tenía prohibido disfrutarlo. Cerraba los ojos, y se entregaba a las penumbras. Decía que pensaba cosas, ¿un poco de infinito? ¿O simplemente dormía? En esa plenitud del silencio, a mí me gustaba tocarle la oreja, y a él hacerme cosquillas. Era callado y su mano grande me enseñó a cruzar la avenida Córdoba.
Sus sueños en un maletín, viajaban cada mañana hasta el centro.
Recién al jubilarse aprendió a usar la computadora. Hacía planos. Dibujaba lugares, trazaba caminos.
Pero igual le era fiel a su Spica, que bajo la almohada cada noche lo acunaba como musa orillera.
En sus últimos días, ya internado, seguía con el tema:
-¿Viniste en el 103? ¿Dónde estacionaste el auto?
Yo le contaba detalles, como un nuevo guiño en el semáforo de la calle Laguna. Y él sonreía.

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METÁFORAS

Cómo resuenan esas voces que, en incesante metáfora, ayudan a ver más claros nuestros días. El pasado está vivo en el corazón. Talismanes de la memoria mutilada, esas pequeñeces cotidianas que no se jubilan deshilan recuerdos y apuran el derecho a soñar que, alguna vez, será capicúa nuestra suerte.

 

 

 

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