La intensidad: sobre vida y música de Charlyn Marie Marshall, Cat Power.
Por Pablo Resnik

 


La escena transcurre en algún pub de Manhattan. Humo azul de cigarrillos y neón sobre voces excitadas, risas, tintineo de botellas, vasos rotos, meseros que van y vienen con sus bandejas plateadas. Huele a tabaco, fritura, encierro. Sobre la tarima que oficia de escenario, la cara oculta en su totalidad por el cabello, Chan afina su guitarra. Mueve las clavijas en un sentido. Luego, en el opuesto. Parece que empieza a tocar pero no, el resultado no la convence, se toma su tiempo. A la gente de las mesas no le importa, ni siquiera conocen a esa piba flacucha, de unos veintipocos años, perdida dentro de una camisa leñadora, muy holgada, que da pistas sobre su origen sureño. La banda espera. No resulta fácil, el sonido del pub es precario y la guitarra debe expresar lo que ella siente. Es su garganta, es su memoria. Por fin, una melodía oscura y repetitiva comienza a  expandirse por el salón. Una marea que arrima a la orilla historias de abandono, de ilusiones, de borracheras en auxilio del dolor. La cejilla se arrastra quejosa de un acorde a otro, sin desprenderse de las cuerdas. La voz grita una pregunta, envuelve un lamento o inyecta la alegría y el brío de quien emerge fortalecida de la batalla.

Cat Power es pura intensidad. Intensidad que conjura su historia y su presente, cada vez, frente al micrófono. A fuerza de alma, música y poesía. Por eso, tal vez, su sonrisa encantada, porque volvió del dolor más fuerte que nunca.


 

 

ENIGMAS DEL COSMOS

Me la encontré por azar, una tardecita en que vagabundeaba por las coordenadas espacio-temporales de YouTube, en el jardín de casa. Había leído una nota acerca de Joss Stone y la quería escuchar. No recordaba su nombre, pero sí un detalle útil para rastrearla: cantaba descalza. Tal vez eso escribí en el buscador, no estoy seguro. Pero Mr. YouTube, en lugar de la rubia británica -el Señor lo compense con Su infinita gloria-, intuyó Cat Power (sí, ella también solía cantar descalza).

Escena siguiente: termino de ver un video en vivo de “The Greatest”, por tercera o cuarta vez seguida, ya desde hace un rato junto a mi hija, los dos embobados, hipnotizados, sobre-adjetivados frente a la pantalla, a causa de esta chica de la que hasta entonces no teníamos noticia. Mientras comentamos con satisfacción que al presentador le pasa lo mismo que a nosotros -se le nota en la cara-, vamos por más. Veamos si el milagro se repite, nos decimos, con cierto temor a un posible desengaño. Los caminos de la inspiración suelen ser esquivos, plenos de misterio para los simples mortales.

Damos con otro video, año 1998, también en vivo, en un bar de Atenas. Una Chan Marshall en estado puro e inicial comienza a cantar insegura, casi en silencio. De a poco crece y azora al público con las primeras líneas de ‘Metal Heart’: “Perdiendo una estrella sin cielo/ Perdiendo las razones para ser/”. Mi hija y yo orbitamos inmóviles, posesos frente a la pantalla.

Tales nuestras primeras experiencias, por fortuna sólo las primeras, bajo el Cat Power gravitacional influjo.

 

LA GIRA INTERIOR

No la precede la difusión de sus canciones en los medios. De hecho, es muy raro que un tema suyo suene en la radio. No hay carteles en las calles ni estrategias sistemáticas de marketing que manipulen nuestro deseo. Tampoco la impulsa un gran sello discográfico. ¿Cuál es la razón, entonces, por la cual Chan Marshall, parada sola en el centro del escenario, sin otros instrumentos que su voz y su guitarra, produce tal efecto hipnótico? ¿Por qué, si sus canciones son simples, y no es una instrumentista virtuosa? Sí, la voz, su voz, sin duda. Y la cruda poesía de sus letras, su capacidad de revivir lo narrado, de estampártelo en el cuerpo con su potencia original. Quizás habría que perseguir la noción de “artista de culto” para comprender mejor. Pero eso, sospecho, tampoco sería suficiente. Tal vez algunos aspectos de su vida puedan dar más pistas al respecto. Veamos.

Chan con Bill Callahan, los comienzos

El mismo día de su nacimiento la madre arma un bolsito y la abandona en el hospital. Es el 21 de enero de 1972, en la  ciudad de Atlanta. Por suerte para Charlyn Marie Marshall, su abuela la recoge y se ocupa de criarla. El padre tampoco está muy presente. La madre se digna a volver cuando su hija tiene ya tres años de edad. A partir de entonces, Chan -se pronuncia ‘Shawn’- vive por temporadas con uno u otro de sus progenitores, o regresa a casa de su abuela. Así, de mudanza en mudanza, llega a cambiar de ciudad hasta dos veces por año, siempre dentro del sureño estado de Georgia. Su padre tiene una banda de blues. Su padrastro, una de de rock psicodélico. Por otra parte, la pequeña Chan conoce el Gospel en la iglesia, de la mano de su abuela. En esos bancos de madera, y a coro con el resto de la congregación, canta por primera vez.

Además del rock&roll familiar -el literal y el otro- se siente impresionada e influenciada por Billie Holiday, Buddy Holly, Aretha Franklin, Nina Simone, Patti Smith, Sonic Youth, el punk-rock (“algo muy serio me pasó con esa música, era tan asertiva, tan directa, tan poderosa”) y, de manera muy profunda, por Bob Dylan. (1)

 

TU VUELO AL FIN

Manhattan, años ’90. Chan llega sola, con 18 años, resuelta a poner distancia de la locura familiar y del áspero under de su ciudad natal.

“Atlanta estaba horrible, todo muy duro. Mi novio había fallecido, después mi mejor amigo murió de SIDA. Todo el mundo consumía heroína. Yo era la más chica en ese ambiente, era genial estar entre tantas bandas locales, pero no lo aguanté más y me fui a New York”. (2)

Ya instalada en la gran meca del arte y del rock, trabaja de día en una casa de fotocopias y, por las noches, hace sus primeras presentaciones en el indie neoyorquino. Durante esas  experiencias iniciales -e iniciáticas-, Chan se siente incómoda en el escenario. Con frecuencia sube borracha o drogada. La abruma su timidez, hace canciones enteras de espaldas al público e, incluso, a su banda. Se siente insegura, interrumpe la performance para volver a afinar, a acomodar el micrófono o a dar indicaciones al sonidista, y las retoma donde las había dejado. O cambia a otro tema, porque no se siente conectada con el que estaba cantando. Tropieza en el escenario con sus canciones, con el alcohol, con el efecto abrumador de lo que en todo momento siente. En ocasiones alguien del público la insulta a los gritos. Otros, por el contrario, se fascinan, descubren algo diferente en ella. Algo salvaje, crudo, tan real como un puñetazo en la boca del estómago. Algo así le ocurre a Steve Shelley, de la banda de rock alternativo ‘Sonic Youth’, quien luego de escucharla le ofrece ayuda para grabar su primer disco. Steve habrá tenido la gran fortuna de verse sacudido por la energía, frágil y poderosa a la vez, de las primeras presentaciones de Cat Power. Se habrá conmovido, imagino, al escuchar la potencia dramática de ‘Rockets’. “¿Cuándo un deseo encontrará su destino, o un cuerpo su hogar?” Chan lo grita, se lo pregunta y nos lo enrostra una y otra vez, hacia el final de la canción.

¿Hacia dónde van los sueños de los niños?
Son tan puros y se van tan rápido/
¿Dónde es la noche tan cálida y extraña
que nadie tiene miedo de sí mismo?/
¿Dónde encuentran planetas los cohetes?
¿Dónde encuentran planetas los cohetes?
¿Dónde encuentran planetas los cohetes?/
¿A dónde se están yendo los sueños de los niños?
Porque desaparecen muy rápido/
Salva todo lo que puedas
Porque son tan buenos

“Rockets”, de “Dear Sir”, 1995, Plain Records

¿Cómo se las arreglarán esos cohetes para dar con un planeta que los cobije? Escapan apenas paridos, envueltos en fuego, hacia un cielo abismal y ajeno. Hacia lo todavía inexistente, hacia lo que debe ser creado. Acertarle al planeta. Y, una vez allí, vencer el desamparo.

Termino de escribir lo que antecede y pongo a sonar “The coat is always on”. No puedo dejar atrás la etapa más cruda de Cat Power sin pasar por este tema. Quiero avanzar en la escritura, pero el resultado es inverso, “The coat…” me deja fuera de eje durante un par de horas.

Mamá no se sienta/ Mamá no se para/ Mamá no me expulses/ Hermana, vení y recostá tu cabeza sobre mí/ Veo que llevás mucho tiempo sin dormir/ Ese bebé va a estar tranquilo conmigo/ Nunca veo su sonrisa/ Nunca veo su cara/ Papá dijo que me iba a dar algo/ Me dio odio/ Madre no se sienta/ Madre no se para/ Madre no me expulses/ Mi hermano ni siquiera puede hablar/ Tiene una lengua y dos piernas para caminar y puede irse/ Mi hermano es viejo y gris/ Mi hermano es viejo y gris/ Mi hermano es viejo y gris/ Y solo tiene diecisiete años/ Papá dijo que me iba a dar algo, me dio odio/ Madre no se sienta/ Madre no se para/ Madre por favor no me expulses/ (Siempre el abrigo puesto/ porque siempre hace frío/ siempre reímos cuando ella quiere oírnos reír/ la mayor parte del tiempo sólo pasamos hambre)/ ¿Qué pasó con el hogar?/ ¿Qué pasó con hogar dulce? ¿Qué pasó con el hogar dulce hogar?

“The coat is always on”, de “What the Community think”, 1996, Matador Records.

 

YO SOY

El hechizo de la voz cálida y descarnada de Chan no proviene de ritual ni conjuro alguno. Quizás se deba a una rara cualidad: ella parece condensar en el presente, en cada presente, a todas las que fue. Aquella niña envuelta en el caos familiar reflejado en “The coat is always on” sigue viva, junto a la adulta de hoy. Tanto en las entrevistas como en sus shows, Chan titubea y ofrece sonrisas de disculpa por lo que dice, por lo que siente, o por las respuestas que no encuentra. Hace silencios y, de golpe, le salen confesiones inesperadas, aun para sí misma. Sucede que ella está ahí, de verdad, frente a la periodista. Escucha las preguntas, se detiene en ellas, reflexiona, le hacen efecto. Como en aquel reportaje en el cual, conmovida por unos segundos, dio lugar a la posibilidad de que el conocido músico Will Oldham, amigo de la familia, fuera su padre biológico. Entonces bajó la vista, voló a ese recuerdo en medio de un silencio compungido, se recuperó con una sonrisa a medias y por fin dijo “no, no creo que sea así, pienso que soy la niña de mi padre”. Para bien o para mal, sus palabras siempre dicen. Así como en el escenario sus ojos viajan, la voz recuerda, los pies descalzos siguen un pulso diferente al de la canción.

A sus 11 o 12 años escucha por primera vez a Aretha Franklin, “Estaba en casa, puse la tele y apareció Aretha. Cantaba Amazing Grace de una manera muy sentida. Lloré al verla. Ella me reveló que las historias son contadas para sobrevivir y para comunicarse con  las personas. Gracias a Aretha entendí lo poderosos que podemos ser.” (2). Y así fue: Chan cantó y canta para comunicarse, para no olvidar, para seguir con vida. Difícil sentir tanto y salir indemne. Tal vez por eso, el alcohol.

“Beber fue parte de mi educación, de mi crianza. Mis padres, mis abuelos y mis bisabuelos tenían problemas severos con la bebida. De cualquier modo, no es que yo fuera una alcohólica. El amor de mi vida me había dejado por otra mujer, entonces me fui de gira, demasiado tiempo… ¿Qué otra cosa podía hacer? De las personas que me amaron, fue la primera que yo amé. Fue muy doloroso, terminé internada, no me había dado cuenta de la depresión profunda que tenía. Esa fue la primera vez que me dejé cuidar en contra de mi voluntad. Qué concepto tan raro, ¿no? No me daba cuenta de lo que hacía, jamás se me ocurrió pensar ‘cuando me pasa algo malo me voy al bar y tomo para anestesiarme’. Por eso lo dejé. Necesito enfrentar las cosas”. (3)

 

ALMA DE DIAMANTE

“Lived in Bars”, incluida en el álbum The Greatest, habla de aquellos días de rock y locura en los bares, pero no sólo de eso.  “Es una canción acerca de todos nosotros, casi una canción religiosa. Dice acá estamos, todo está mal y todo es hermoso, sólo intentamos encontrar un sentido. Habla de seguir adelante, de sobrevivir. A eso se refieren algunas estrofas: conocemos muy bien tu casa, vamos a subir las escaleras, te vamos a despertar y todo va a ser genial”. (1)

En vivo, ya recuperada de aquellos días de borracheras e ideas suicidas, Chan niega con el dedo cuando canta “no hay nada como vivir dentro de una botella, ni nada como terminar con el mundo de una vez”.

Aquí la vemos hacer “Lived in bars” como en trance, transportada a aquellos días. Nombra cada palabra a conciencia, su cuerpo atento y sensible hasta que las últimas notas, bellas y tristes, abandonan con suavidad el estudio. Entonces, sale de su introspección y enfrenta, como puede, el aplauso del público.

Hemos vivido en los bares/ Bailamos sobre las mesas/
Hoteles, trenes y barcos que navegan/ Nadamos con tiburones
Y volamos por los aires con aeroplanos
Manden las trompetas, el desfile de sillas de ruedas/
Abran las sábanas para que se ventilen/
Espadas y cenizas, huesos y cemento/
La luz y la oscuridad de la inocencia de los hombres/
No hay nada como vivir dentro de una botella/
Ni nada como terminar con el mundo de una vez/
Conocemos tu casa muy bien/
Vamos a subir las escaleras y te vamos a despertar/
Todo va a ser genial

“Lived in bars”, de “The Greatest”, 2006

Sin embargo, esta canción también ha dado lugar a una fiesta. Les invito a sumarse a ella a través del video oficial grabado, claro, en un bar. Sólo que transmutado en espacio de festejo y reencuentro.

Aquí Chan rebalsa de amor por la gente -meros pasajeros de la vida- y de gratitud hacia sí misma, por seguir tan viva. Dos versiones de “Lived in bars”,  dos experiencias por completo diferentes, una constante en el planeta Cat Power.

 

COMO EL SOL CUANDO AMANECE

Aquella tarde iniciática en la cual YouTube me presenta a Cat Power no solo me rindo ante la magia y sensibilidad de The Greatest. También quedo atrapado por la belleza, en plan chica de barrio, de Chan, quien por esa época se muestra animada, sonriente, comunicativa. En la canción citada, que da nombre al álbum, mira hacia atrás en una suerte de racconto poético de su derrotero, con nueva profundidad y belleza melódica.

“Esta canción es sobre mantenerme viva. Soy del sur, estoy ligada al sur, eso me influye. Tal vez, de haber nacido en otro lado igual la hubiera escrito, no lo sé. Provengo de una familia sin educación, de una madre que nos llevaba detrás de ella a los bares, cuando éramos niñas, y nos sentaba en la falda de desconocidos mientras jugaba al pool hasta las dos de la madrugada. Para mis abuelos todo era trabajo, campo, caballos. En la época de la Guerra de Vietnam si tenías plata te ibas a San Francisco, o a estudiar a New York. Si eras pobre te quedabas en el sur. Para quienes venimos de lugares así es importante estar concentrados, tener la determinación de lograr un objetivo”. (1)

Vivo en Later…, with Jools Holland, 2006

Hubo un tiempo en que quería ser la mejor/ No había viento ni cascadas que pudieran detenerme/ Pero entonces se precipitó la inundación/ Las estrellas de la noche se volvieron polvo/ Y me fundí en una gran armadura negra/ sin rastro alguno de gracia, sólo en tu honor/ Hubo un tiempo en que quería ser/ dos fuertes puños de roca/ Con inteligencia para explicar/ cualquier sentimiento/ Bájenme a tierra/ no me dejen escapar/ Llévenme a mi sur culpable/ Hagan un sitio en el pueblo/ Para la escoria que vive en mi cama y en la de todos/ Estuve dormida/ Bájenme a tierra/ Preparen el lugar/ Para el desfile final

“The Greatest”, de “The Greatest”, 2006, Matador Records

 

TE DOY UNA CANCIÓN

Desde sus inicios, en álbumes como “Dear Sir”, “What Would the Community Think” y, de manera especial, el descarnado “Moon Pix”, Chan Marshall expresa una poética única, dramática, poderosa. La fuerza de su magia construye una suerte de folk-soul-rock gótico que nos saca de paseo por los más oscuros –y también por algunos luminosos- momentos de su vida. “No soy buena con las palabras, necesito la música para levantar el velo de lo que quiero transmitir. Es así, es lo que hay”, se disculpa. Esa falta de consciencia acerca de su talento la deja abierta, incompleta, genuina, y es parte de esa amalgama indefinible que la ha llevado a ocupar un lugar tan especial dentro del indie-rock. (5)

Para redondear, los invito a ver un video en el cual Cat Power presenta su último álbum, “Wanderer” (2018), en “La Hora Musa”, de la tevé española. Chan está seria, rara, muy dentro de sí misma, pero aun así canta como los dioses. Hace nuevas y hermosísimas versiones de sus propios temas en las cuales, por momentos –como es habitual en ella-, cuesta rastrear el original. Ya en la entrevista de cierre, la conductora le reclama que haya hecho sólo un tema de su flamante trabajo. Chan, aun introspectiva, responde: “Sí, sucede que mi vida es estar siempre de gira, siempre estoy tocando, y en ocasiones algo de hace quince o veinte años viene a formar parte de mí otra vez. Las canciones que hoy he cantado forman parte de mi vida ahora mismo”. “Entonces tendré que ir a verte a otro lugar para escuchar Woman, el tema que grabaste con Lana del Rey”, insiste la periodista. Chan se acerca el micrófono y responde “Así es”.

 

  1. Cat Power Interview: Part I
  2. Will Hodkinson
  3. María Ballesteros, Mondo Sonoro
  4. Chan Marshal, Cat Power: My Songwriting Process

 

 

 

 

 

 

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