El miedo: entrevista a Iván Noble.

Entrevista: Isabel D´Amico, Verónica Pérez Lambrecht, Gabriela Stoppelman, Nicolás Sada, Esteban Massa, Pablo Resnik
Fotografía: Ana Blayer
Edición: Gabriela Stoppelman

 

Brotó del barro su malvón, que desangraba por el rigor que lo mordió desde la cuna.
Celedonio Flores

Soy un diario del instante. Eterno y fugaz. Soy botellita lanzada al océano de los desechos, llamado de auxilio entre los restos, pedido de rescate por la ficha que falta en el rompecabezas de cualquier infancia. Si es por conocer, apenas conozco sin saber los secretos confesos de un solo malvón crepuscular. Pero el misterio, el verdadero misterio de la corola, es puro asunto entre el esplendor de sus pétalos y su declinar. Es así y no hay nada que hacerle. La flor anda discreta con sus interlocutores. Y afirma: existe algo en lo oscuro y late más intenso que la prepotencia de la luz. Por eso, a mí, a un mero diario, el malvón me da letra. Y, a la noche, le da voz. Igual, con un poco de escritura estoy contento. Arranco a imaginar y, sin verlos, los siento cosquillearse negramente entre dos adoquines, los percibo sin contornos al costado de urgencias e imperativos, los escucho trasbordar con alegría de un gran barco a una pequeña canción. Y no es puro imaginar. Al rozar mis páginas, siempre perfuma a polen el fraseo del malvón. Y así me entero que es rojo, por madre. Por padre, tira a geranio, a nomeolvideshijo, a giralunas del día o vaya a saber a qué. Si es por genealogías, huele a una infancia de abuelos, a 90 minutos de intensidad sin tiempo. O a pregunta: ¿cómo haremos huella en el corazón de quienes amamos?, ¿cómo sostenernos en la fragilidad de una nube sin clamar, al menos, algo semejante a la palabra dios?

Es cierto, a veces dice cosas que no entiendo. Y es comprensible. Soy diario, no malvón. Y, aun así, en el abismo que parece desplegarse entre el que escribe y su soporte, tal vez haya solo una cuestión de matices. Porque ahora mismo el misterio hace de las suyas entre las formas de los charcos. Y no hay modo de impedir que el poema curve las grafías del espejo, no hay cómo detener su edad sin sombras, donde siempre es todavía el infinito de un malvón. Soy un diario del instante. Infinito y fugaz. ¿O, no, Iván Noble?

 

EXTERIOR ADENTRO, NOCHE.

“Selvas tengo en el corazón; árboles gruesos prietos de ramas; yuyos, retamas, flores de malvón, pájaros en las ramas, todo eso tengo en mi corazón.”
Alfonsina Storni

Nos gustó algo que leímos en tu libro, “Como el cangrejo”: “Me gustaría ser poeta porque es un oficio elegante y chapado a la antigua” ¿por qué elegante y chapado a la antigua?

Lo de oficio chapado a la antigua, un poco, es un chiste. En el colegio, uno se hacía una imagen romántica del poeta. Pero, en la actualidad, ¿a quién le sirve un poeta? Y, extendería la cuestión a los escritores en general, ¿cuánta gente lee libros?, ¿a cuánta gente le importa aquello que, incluso las mejores mentes de una generación, tengan para decir por escrito? A veces me toma esta mirada amarga y pienso que a nadie le importa mucho nada de lo que está escrito o haya por escribir. Cuando uno escribe o compone algo, piensa, “Bueno, hice un disco porque tenía cosas para decir”, a lo mejor, incluso sabiendo que es en vano, que uno tira botellitas a un océano que es muchísimo más grande que la Pelopincho de nuestras obsesiones y recurrencias. O, tal vez, porque uno no sabe hacer otra cosa. Con mis amigos que escriben y leen, decimos -un poco en broma, aunque cada vez menos en broma- que no hacen falta poetas, hacen más falta plomeros, gente con oficio, un tipo que te arregle el botón del inodoro cuando se te rompe.

Por otra parte, y más allá del poema, ¿qué es lo poético para vos?

El rincón de los malvones, arte Malou

Es todo lo que uno hace en el intento de gambetear lo mundano. Si bien lo mundano, claramente, forma parte de la poesía. Pero, en épocas bravas como esta, cualquier cosa que no tenga que ver con prender la televisión y mirar programas con panelistas, cualquier mínima producción creativa que no se relacione con charlar acerca de tablas de posiciones con muertos por Covid, y casi cualquier cosa que signifique un pequeñísimo gesto de socorro puede tener una intención poética. Y digo la intención porque, a veces, la poesía se da, y a veces no. Es más, yo mismo al escribir canciones, suelo estar repleto de intenciones poéticas, pero muy pocas veces logro alcanzar la poesía. Pero la intención vale, por más que de buenas intenciones esté empedrado el camino al infierno. Y, aparte de las intenciones, está lo poético en esas pequeñas epifanías cotidianas. Es el alimento o el jengibre, en mi caso, de las canciones. A veces me preguntan dónde encuentro los temas y es ahí. Es un estupor que ocurre en algo que te pasó a vos, a alguien cercano, aparece en algo que escuchaste decir. Tiene que ver con la capacidad de asombro, si es que a los cincuenta y tres años algo todavía puede asombrarme. En mis buenos días, pienso que sí. A lo mejor voy caminando a sacar la basura y paso cerca de un malvón. Apenas lo veo, porque es de noche, pero lo siento. Y ese malvón me hace acordar a la casa de mi nona, donde pasé jornadas muy felices. Eso me parece poético. El rostro de mi nona, a su vez, me trae la historia de su vida, los barcos, mi vieja, los inmigrantes… y uno puede tratar de convertir eso en canción. Puede haber poesía en la desgracia, en el dolor. Mi viejo falleció de un tumor cerebral hace un año y pico, tuvo dos años de convalecencia. En los momentos lúcidos, algunas charlas, algunas miradas y algunos de los últimos mates que compartimos tenían poesía, a pesar de estar rodeados de un dolor inmenso. Durante esos momentos, llevé un libro de notas que, a lo mejor, en algún momento, me atrevo a que se conviertan en disparador de escritura sobre mi viejo y su enfermedad. Cada vez que lo iba a visitar, recuerdo haberlo visto intubado, al mismo tiempo que un enfermero trataba de seducir a una enfermera en el pasillo, todo bajo esas luces espantosas de terapia intensiva. Uno puede tratar de arrancarle poesía casi a cualquier cosa, a sabiendas de que, entre esa intención y la realización de algo que sea realmente poético, hay un camino que muy pocos, me parece, atraviesan.

 

COSQUILLAS A LA HORA DEL CREPÚSCULO

Cantar, como la etimología de la palabra indica, comenzó por ser una práctica esotérica. Encantar significaba originalmente cantar contra alguien, hechizar. Los espectáculos de Kianda, a los cuales ella llama ceremonias, me dejan siempre en un estado de gran desasosiego creativo. En el escenario, mientras canta, Kianda irradia una especie de luz que, en lugar de aclarar, oscurece.”
“Barroco tropical”, José Eduardo Agualusa

Nombrabas la muerte, la enfermedad, la decadencia. Nosotros habíamos anotado un verso tuyo que habla de “la cosquilla negra”, de esa conciencia de finitud, que irrumpe de tanto en tanto. Y, después, se vincula a otras cosas que más tienen que ver con cómo vivir que con la muerte. Lo poético, ¿se asocia con esa “cosquilla negra”?

Roberto Aizenberg

Sí. Me gusta eso, no me acordaba de haberlo escrito. Pasa que jamás releo lo que escribo ni vuelvo a escuchar mis canciones, excepto cuando las ensayo. Pero volviendo a la “cosquilla negra”, las expresiones artísticas que más me gustan, en general, son muy vecinas a esa mirada crepuscular de la vida. Trato de alejarme lo más posible de la amargura, no me gusta la gente amarga ni me gusta serlo, pero sí me gustan las historias de amor que terminan mal, las películas más crepusculares que luminosas, me gusta que se note la llaga. Cada vez me interesan menos las cosas solamente muy bien hechas. La batería de mi auto también puede estar muy bien hecha. Ese concepto de eficacia artística, ese imperativo de que los objetos artísticos tienen que provocar aquello supuestamente contemplado en los recursos que hay que usar en una determinada época, no me dice nada. Es más, los grandes cantantes en términos de ductilidad, si no tienen un plus, no me interesan en lo más mínimo. Prefiero escuchar a Tom Waits y no a Luis Miguel. No me importa si está bien de voz, no me importa la afinación. Por supuesto que es mejor tener una buena voz y afinación. Pero si tenés todo eso y no tenés esa cosquilla negra que tenían Sinatra, Gardel o María Callas, a mí no me interesa. Me gusta la gente que escribe, canta o filma aquello que se le nota en carne viva.

En tu libro leímos: “los años trajeron en tropilla canas, mañas, cinismos, jamás sabiduría…” Algunos entienden la sabiduría como acumulación de experiencia: más tengo, mejor soy. ¿Cuál es tu idea de sabiduría?

La frase que leíste tiene que ver con una mirada amarga sobre mí mismo, me suelo pensar como un tipo casi constantemente amateur en las cosas que ya debería haber entendido un poco. Por ejemplo, no he sido un buen compañero de mis parejas, estoy tratando de ser ahora mucho mejor compañero de lo que fui. A su vez, tengo mis dudas sobre si he sido un buen hijo, creo que mejoré con los años, la enfermedad de mi viejo me terminó de acercar a él de una manera en la que me hubiera gustado estar antes. Así y todo, en esas cosas, soy amateur. Sospecho cada vez más de ese asunto de que ‘cuando seas grande y peines canas, vas a saber mucho de la vida y entonces la vida va a lastimarte menos, vas a poder subirte a un banquito y decirle a tu hijo: Mirá, las cosas son así’.

Iván Noble con El Anartista. Entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer.

Cada vez tengo menos certezas y menos opiniones muy fundadas. Soy hospitalario con mis caprichos y mis antojos, aunque a veces me parece que sigue siendo una actitud adolescente ante la vida. No lo sé. No soy más inteligente que a los veinte, definitivamente no soy más sabio, pero lo que me alegra es que todavía soy curioso y no tengo ganas de perder la capacidad de asombro y me gusta rascar en las cosas que me interesan, a pesar que el tiempo ya juega en contra. ¿En qué cosas puede uno ser mejor de lo que ha sido? No en muchas. Hoy fui a jugar al tenis, por ejemplo, y cada vez juego peor. El fútbol lo dejé por eso, cada vez volvía a mi casa amargado: si hace veinticinco años que juego al fútbol, ¿cómo puede ser que juegue peor? Bueno, la respuesta está en los huesos. Está esa frase, “qué bien que lee el fútbol tal tipo, sabe caminar la cancha”. También puede ser que, después de cincuenta años, uno lea mejor las cosas y las escriba peor.

Te escuchaba y recordaba una escena de Woody Allen, en “Hanna y sus hermanas”. El personaje conoce a la nueva pareja de su ex mujer, un tipo alto y grandote, y le dice “me gustás porque sos inseguro como yo.” El otro día, mientras preparaba la entrevista, vi el video de la que le hiciste vos a Dolina. Te veía inseguro. Claro, ¡hay que tenerlo a Dolina enfrente! Pero me pareció una inseguridad muy rica, es como una permeabilidad vulnerable que enriquece.

Es genuino lo que me pasa con eso. Varias veces, gente de la industria de la música -a la cual pertenezco- me ha preguntado, por qué siempre me tiro para abajo. A ver, si vos me preguntás si creo que las canciones que hago están entre las mejores, ¿qué te puedo decir? “Y no, no están”. No es una falsa modestia. Pertenezco a un oficio donde participan tipos enormes, ¿cómo voy a arrogarme la autoridad de pensar que mis creaciones tienen el suficiente linaje como para meterse ahí? Y no es que todas mis canciones me parezcan malas, algunas de las canciones que escribí están bien y otras están muy bien, pero de ninguna manera pienso que pertenezco a una aristocracia de la música o de la escritura. No me angustia, es más, hasta me libera un poco de responsabilidad.

Recién nombrabas a Woody Allen. Una vez le preguntaron por qué hacía una película por año, “Porque es lo único que sé hacer”, contestó. “Pero ¿eso no atenta contra la calidad?”, le repreguntaron. “Un momento -repuso- yo hago cine. Las personas geniales en el cine son tres o cuatro: Fellini, Bergman, Kurosawa… Yo no soy genial ni lo voy a ser nunca y, la verdad, no me molesta. Si me ponen en una habitación con todos ellos, ellos van a ser geniales y yo no. Pero, ¿cuál es el problema?”. Y es que ir por el mundo siendo un genio también debe ser una carga espantosa. Conozco muy pocas personas geniales en el mundo de la música, muchas menos de lo que la gente cree. A ver, Charly García es para mí un tipo genial de verdad, una de las cinco personas más importantes de la música popular contemporánea, y no sólo de Argentina. Bueno, no sé si me gustaría tener la vida que tuvo Charly. Si el precio a pagar por la genialidad es inmolarse en la obra de uno, si se trata de seguir ese concepto del artista, donde lo único que importa es la obra y todo lo demás -familia, amigos, curiosidades, mujeres- va atrás, no me interesa. Creo que es una forma de vivir demasiado intensa para mi gusto.

 

UN MALVÓN, ENTRE SPINOZA Y JOE LOUIS

“Así, pues, cuando ven que en la naturaleza sucede algo que no se conforma al concepto ideal que ellos tienen de las cosas de esa clase, creen que la naturaleza misma ha incurrido en falta o culpa, y que ha dejado imperfecta su obra. Vemos, pues, que los hombres se han habituado a llamar perfectas o imperfectas a las cosas de la naturaleza, más en virtud de un prejuicio, que por verdadero conocimiento de ellas.”
“Ética demostrada según el orden geométrico”, Parte cuarta, Prefacio, Baruj Spinoza

Recién dijiste la palabra ‘genuino’, que aparece mucho en tus entrevistas y en tus letras, contrapuesta a lo que, por ahí, llamaste “el sentimentalismo de saldo”. ¿Cómo se relaciona lo genuino con el deseo? Un filósofo que nosotros queremos mucho decía que uno es lo más perfecto que puede en función a lo que lo afecta, independientemente de cómo salgan las cosas y de las comparaciones con los otros.

Ese filósofo debe ser amigo de Joe Louis, el boxeador, quien tiene una frase que es de cabecera para mí. Ya anciano, le preguntaron sobre su vida y su carrera, y dijo: “Hice lo mejor que pude con lo que tenía”. Y creo que casi todo se resume en eso. Yo pertenezco a un oficio en el que hay mucha gente que se toma demasiado en serio, hay gente muy solemne y demasiada gente que caga más alto que el culo. A mí eso me aburrió bastante temprano, me cansé de escuchar a los que hacen canciones hablar de su obra, como si hubieran inventado la vacuna contra la polio. No me gusta la impostura, la declamación. Entonces, se trata de tener bien en claro la dimensión que puede tener lo que uno hace. Si no se me ocurre ni una canción más, bueno, no está mal. Hace muchos años yo decía que, si podía llenar un TDK de 90 minutos con las canciones que logré componer, me daba por satisfecho. Hoy está casi lleno ese TDK.

Cuando hablabas de la turbulencia en la que viven los genios, pensaba en el momento en que dejaste “Los Caballeros de la quema”, banda que generaba un impresionante movimiento. Escuchándote ahora, me pregunto si bajarte de todo ese mundo te liberó.

Lewis Millerbote

Creo que eso sí lo hice bien. Cuando dejé la banda y me hice solista, dejé un barco que era grande y me subí a una canoa. Ese cambio significó también dejar un lugar de prosperidad creciente. Sabía que muchísima de la gente que, hasta ese momento, gustaba de mí dejaría de hacerlo inmediatamente, por esa especie de traición que significaba dejar una banda en los ’90. Ahora ya no, pero en aquel tiempo, era visto como un acto de traición muy grande, sobre todo, si como solista hacías canciones no vinculadas con lo anterior. Imaginate que, encima, me casé con la hija de Palito Ortega… ¡Una especie de traición al cuadrado! Yo sabía eso y no me importó, y hoy estoy muy contento de que no me haya importado. No necesitaba más que lo que estaba pasando. Y, en cuanto a si gané libertad, sí. Absolutamente. No tenía que consensuar nada, podía hacer el disco que se me daba la gana sin tener que ver, además, si lo que estaba escribiendo le gustaba a cinco personas más, no tenía que preguntarme si el público del rock iba a estar contento con eso. Pasó hace mucho, me parece muy lejano ya, pero fue una gran decisión.

¿Y qué perdiste con esa decisión?

Perdí los shows con muchísima gente, perdí las mareas humanas que cantaban mis canciones, pasé a tocar en teatros, en lugares mucho más pequeños, pero no lo extrañaba. Era lo que debía ocurrir. Y pienso que eso excede, por mucho, la música. Yo estaba en un momento de mi vida en el que necesitaba bajar las revoluciones, disfrutar de otros asuntos que no tuvieran que ver con lo hormonal, con lo orgiástico, con la fiesta que supone casi todo el tiempo una banda de rock. Mirá, lo mejor que te puede pasar a los veinte años es tener una banda de rock, y lo mejor que te puede pasar a los treinta y pocos es dejarla.

 

QUERIDO DIARIO: ¿SENTISTE ALGUNA VEZ COSQUILLAS NEGRAS ENTRE LAS NUBES?

Somos los que se van. La numerosa / nube que se deshace en el poniente / es nuestra imagen. Incesantemente / la rosa se convierte en otra rosa. / Eres nube, eres mar, eres olvido. / Eres también aquello que has perdido.”
“Las nubes”, Jorge Luis Borges

En ese proceso de cambio, ¿aparecieron temores, incertidumbres, miedos?

Iván Noble con El Anartista. Entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer.

Uno se sube a un escenario o escribe canciones por muchos motivos. El más atávico busca que nos quieran, que nos aplaudan un rato, queremos que nos mimen. Y, en ese cambio, yo no sabía si me iban a querer de vuelta. Cada vez que subía a cantar con “Los Caballeros” tenía la seguridad de que iba a haber cinco mil, diez mil personas que, por algún motivo, me iban a querer mucho o me iban a prestar mucha atención durante una hora y media o dos. Cuando te bajás de eso y el primer show que hacés como solista es en un bar para doscientas personas, volvés a tu casa manejando y te preguntás, ¿dónde estaban los otros siete mil trescientos que te querían? Durante un tiempo, eso me pesó. Ahora ya no, por suerte. Cuando hago un racconto de lo sucedido en los últimos diez o quince años de mi vida, cuando ya no estaba la banda de rock ni “el rockero”, casi todo fue hermoso y lo agradezco.

En nuestra revista tomamos un tema en cada número, esta vez es el miedo. La escritora argentina residente en Barcelona, Ana Basualdo, en unos de sus textos, hace una distinción entre miedo y cobardía, ¿cómo los diferenciarías?

Supongo que la cobardía es ni siquiera atreverte a mirar al miedo a la cara. Los soldados y los cirujanos suelen decirlo. Hacerse el boludo con el miedo es el pasaporte al infierno personal. Del otro lado, está la impostura de tener que ser un tipo valiente todo el tiempo. Ese sí es un trabajo que yo no quisiera tener. Igual, creo que soy más miedoso que cobarde. Puedo poner arriba de la mesa mis miedos sin ningún problema, que tampoco son tantos. Si querés, seamos cobardes, pero muramos en el intento de no serlo.

Hablando del miedo, leímos que tenés miedo a volar y que, en los aviones, sos supersticioso.

Soy supersticioso ‘sólo’ en los aviones. Ahora les perdí un poco el miedo. Esa frase, a lo que ustedes refieren, la escribí cuando mi hijo era un bebé. Entonces yo me iba de gira, lo saludaba y no podía contarle adónde iba. O sea, se lo contaba, pero él me miraba con el chupete, azorado. Yo le decía, “hijo, vuelvo el lunes, te voy a traer un regalito”. Y, la verdad, cuando me abrochaba el cinturón de seguridad en el avión, sentía que la posibilidad de muerte, o el azar, se me hacían muy patentes: si el señor que manejaba, justo había tenido un mal día o si se le tapaba una arteria en medio de la nube, ¡qué lío! Ya sé, es más probable que eso pase en medio de la Panamericana, ¿no? Pero en la ruta siempre hay algo, aunque sea mínimo, que vas a poder hacer: pegar un volantazo, qué sé yo. El cielo es muy contundente al respecto. El avión es como la metáfora perfecta de que la vida es un caos y estamos a merced de la carambola del destino. Te levantás a la mañana, te lavás los dientes y decís, “sigo vivo”. Puede sonar a libro de autoayuda pero, en esta época, estar vivo es un milagro biológico y socioeconómico. Nosotros tenemos el lujo de no tener hambre, pero podés ser el presidente de Techint o un pibe tocando en el subte y el Covid-19 te puede liquidar.

Lewis Millerbote

Es democrático el virus.

Macabramente democrático.

Mata menos a los Paolo Rocca que a otros.

Es probable, no sé… Volvamos a los aviones que es más fácil. Ponele que un tornillito se soltó en la turbina. Con solo eso, fuiste.

 

MALVÓN REENCARNADO EN MODELO DE PLAYBOY

“A esto parecen conducirme sus opiniones: que cuando yo deje de existir aquí, dejaré de existir para siempre. Por el contrario, la palabra y la voluntad divinas confortan mi espíritu con su testimonio interno de que, después de esta vida, he de gozar un día, en un estado más perfecto, con la contemplación de la omniperfecta deidad. Aun cuando finalmente se comprobara que esa esperanza era falsa, me hace feliz mientras la tengo.”
Carta de Willen van Blijenbergh a Spinoza, 16 de enero de 1665

“Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia / y aquel paraíso suyo es la consabida música un revolar de velos, de plumas, y de nubes / y un aroma de lirios y un tedio de muerte, / y cada tanto una media palabra para pasar el tiempo. / Quizá Dios es dos, una réplica de esposos / librados al sopor de una mesa de hotel.”
Natalia Ginzburg

Ya pusiste en el avión lo incontrolable, el accidente, el azar, todo viaja ahí arriba. ¿Cómo te llevás con otras cosas que no podés controlar?

Antonio Berni, Juanito y Ramona

Mirá, en ese sentido, les quiero contar una anécdota. Yo tenía un profesor en la secundaria que se llamaba Silveyra, profesor de música ciego, al cual le teníamos un pánico tremendo. Año 1981, yo estaba en primer año en el Colegio Nacional de Morón, el rector era un militar. Silveyra era legendario por su crueldad a la hora de poner notas. En realidad, no era cruel, el tipo trataba de defenderse de lo que él sospechaba que era un alumnado que lo quería pasar por encima, por ser él ciego. Entonces, hacía algo muy perverso: entraba al aula, abría la libreta de asistencia que estaba en Braille y empezaba a pasar las manos por la lista. Decía “Álvarez…, Álvarez… No, Álvarez, no. A ver…” y así movía los deditos hasta que te llamaba al frente. Era un bolillero macabro, un Braille macabro. Yo pensaba “al fin y al cabo, eso es Dios.” Un tipo que está con la libreta pasando los dedos diciendo “vos sí, vos no, vos por ahí mañana”, como un Caronte en la barca. Lo ves venir desde la orilla y decís, “¿a mí?”. El tipo te dice, “esperá que cuento… ah, no.” La vida es una carambola y a los veinte años no lo sabés, no te importa porque sos inmortal, por eso van a fiestas clandestinas. Pero, a los cincuenta, las balas pican demasiado cerca, no hace falta que sea el Covid-19, pican cerca balas de todo tipo. Entonces sos como esos soldados de las películas de guerra, que desembarcan en Normandía y se miran llenos de miedo porque a alguno le va a tocar y vos sentís pin, pin, pin las balas. Todos los días que uno no cae habría que abrir un gran vino y festejarlo.

lore entre las ruinas del castillo de San Nicolás, Marsella, Francia

Cierto. Pero si te dan miedo los aviones, sos supersticioso.

Sí, ¿y sabés por qué creo que lo soy más que antes? Porque soy más religioso que antes. Al fin y al cabo, es una forma de superstición también.

¿A qué te referís con religioso?

Quiero creer, quiero creer.

¿En Dios?

Sí. En quien sea. Como se llame ese muchacho, pero necesito creer. Hay un libro muy hermoso de Julian Barnes, se llama “Nada que temer”. Ahí leí una frase: “Soy ateo, pero cada vez echo más de menos a Dios.” Si hace cinco años me preguntabas por mis creencias, mi religión o la fe en general, hubiese sido muy sarcástico. Pero ahora -y vuelvo al momento del nacimiento de mi hijo, un mojón fundamental en mi vida- tengo muchas ganas de ser cada vez más religioso. Ahora empiezo a entender mucho más a mi nona. Ella iba a misa los domingos y me enseñó a rezar el Padre Nuestro. Empiezo a entender que, conforme te volvés más grande, la necesidad de consuelo, de abrazarte a algo, se vuelve más imperiosa que cuando tenés veinte. Y si, aparte, le tenés miedo a la muerte, como es mi caso, necesitás -aunque sea- tener una idea, qué sé yo, de que, por ahí, quién te dice, reencarnás en un modelo de Playboy, no sé…

Dios está presente en tu obra, en tu poética.

Cada vez me interesa más el asunto, leo muchas cosas vinculadas al tema. Sigo teniendo desacuerdos muy grandes con ciertos matices, pero quiero tratar de conversar más seguido con la idea de Dios, por sí o por no. Es más fácil decir que uno es agnóstico e ir por la vida más liviano, sin negar a Dios ni aseverarlo. Sin embargo, no es cierto que uno ande más liviano así. Yo estoy casi al borde de decir que prefiero engañarme y que eso me dé esperanza, a decir que de ninguna manera existe nada superior. Prefiero esa idea de engañarme y aliviarme, a simplemente, pensar que ciertas moléculas se unieron en asociaciones moleculares más complejas y después se transformaron en simios y, de ahí, en gente que escribe sinfonías.

 

EL MISTERIO DEL MALVÓN ABUELO

“Y el gastado gesto de Mariano apunta al horizonte: allí donde se hunde el astro es Mpela Djambo, el ombligo del cielo. La cicatriz tan lejana de una herida tan interna: la ausente permanencia de los que murieron. Con el abuelo Mariano lo confirmo: muerto amado nunca deja de morir.”
“Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra”, Mia Couto

Bueno, es acá es cuando te empezás a llevar mal con Spinoza. Pero para salir un poco de la mística, me interesaron mucho todas las referencias que hacés a tus abuelos, sobre todo, a Asdrúbal, ese abuelo de quien no sabés nada. Y, también, las referencias al otro, el abuelo materno, el que vino de Europa y acá fue un laburante toda la vida, ¿qué importancia tienen esas dos figuras para vos?

Posta, Abraham Mignon

Te diría que el nono del que sé, o creo saber mucho, es mi infancia. Creo en esa remanida frase: la verdadera patria es la infancia. Mi infancia es, sobre todo, la casa de mi nono. Ahí empecé a tener amigos más grandes, a tener mis primeras cosquillas, mis primeras poluciones nocturnas, mis primeros partidos de fútbol con pibes que eran más grandes que yo. Hasta goles que hice en la placita del avión de Padua, todo eso es mi nono. No soy conocedor en psicología pero, en realidad, cuando hablo de él y de mi nona, por transición, hablo de mi vieja. En cuanto al abuelo ausente, a quien no conocí, de él tengo relatos bastante impiadosos. Supongo que es el eslabón que me falta conocer para entender un poco más a mi viejo, para entender algunas partes ausentes en el rompecabezas de mi vida, sobre todo, acerca de mi viejo. Algo se interrumpe ahí, algo no funciona entre vasos comunicantes. Por ejemplo, en mi casa, tengo un piano que era de mi viejo, mi abuelo se lo regaló. Tengo también una foto en que mi abuelo mira a mi papá tocar el piano. Mi papá se ve peinado a la gomina, con trece o catorce añitos, y el nono, con mirada severa. Lo cierto es que mi viejo casi no tocó el piano desde que yo tengo uso de razón. No sé siquiera si alguna vez quiso hacerlo. Pero su papá, que era muy bravo, quería que tocara. Más allá de este dato, mi abuelo paterno es una laguna eterna. Ese tipo de lagunas no las tendrán nuestros hijos. Mi hijo va a tener testimonios puntillosos de su mamá y de mí, acerca de sus abuelos y de tantas cosas. Cuando yo no esté -espero que sea dentro de mucho- mi nieto, e incluso mi bisnieto van a entrar a Google a ver quién era yo. Y ahí apareceré cantando ridículamente. (risas).

¿Ridículamente?

¿Cómo un cantante se va a tomar en serio, si el riesgo más grande que tomó en su vida fue subirse a un escenario, tal vez un poco borracho y sin saber si se iba a acordar la letra? Encima, mi abuelo fue paracaidista en la Segunda Guerra Mundial, ¿cómo me voy a tomar yo en serio?

¿Asdrúbal no opera en vos también como misterio, otra palabra que mencionás mucho?

Sí. Es un misterio.

Y tus nietos no van a tener tanto misterio, van a tener todo en Google.

Seguro. Ellos deberán buscar otros misterios. En mi caso, mi viejo, o muchos aspectos de él, fueron por mucho tiempo un misterio para mí. Con su muerte, cerré algunos de esos misterios, otros no.

 

EL INFINITO, EN UN CHARCO

“Y el amor, que no es únicamente instinto ni aliento divino ni mucho menos locura, sino una razonable preferencia.
“El diario”, de “Oldsmobile 62”, Ana Basualdo

En “Proyecto Alma” le planteabas a los entrevistados qué pregunta se harían a sí mismos. Vos, ¿cuál te harías?

No sé, últimamente no me hago muchas preguntas… Pero me pregunto si todavía puedo ser un poco mejor de lo que fui, en general. Eso. Ojalá que sí. Aunque tal vez suene un poco cursi, me pregunto cómo me recordará mi hijo cuando yo no esté. Todos los días hago esfuerzos denodados para que me recuerde como a mí me gustaría que lo haga, pero me parece que la estoy cagando. No sé si les pasa a ustedes, pero a veces pienso eso. Me despierto todavía en mitad de la noche, por cuestiones más prostáticas que existenciales, y, aunque mi hijo tiene quince años, si está durmiendo en mi casa, aún abro la puerta a ver si respira. Cuando lo constato, lo siguiente que me pregunto es, ¿qué onda este pibe?, ¿qué se va acordar de mí?, ¿cómo van a ser sus recuerdos? Como dije antes, cuando él era bebé y lo saludaba al irme -y por eso yo le tenía pánico a los aviones- lo único que yo quería era que se acordase, necesitaba ser más que una foto y, en simultáneo, me preguntaba cuál era el recuerdo más lejano que tenía de mi viejo. Me decía, ¿me acuerdo algo de mi viejo, a mis diez años? Bueno, ahora mi hijo tiene quince. Si mi viejo se hubiera muerto a mis quince años, en vez del año pasado, me acordaría bastante de él. Eso me deja más tranquilo, pero confío en tener que hacerme esta pregunta de vuelta dentro de treinta años (risas).

Iván Noble con El Anartista. Entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer.

Antes de terminar, me interesa mucho saber quiénes son para vos los otros genios de la música, además de Charly.

Bueno, Pappo, Spinetta, Charly, Javier Martínez, León Gieco, tipos con una obra y una potencia muy fuerte.

Por otro lado, alguna vez te preguntaron qué pasó con el rock. Pareciera que las grandes bandas fueron las de antes y las de ahora, no tanto…

No sé si el rock es peor que antes. Creo que, desde donde estoy parado, ya no hay chance de que una banda de rock me conmueva. Pero esto no es culpa de la banda de rock. Sucede que están todos los casilleros completos en el anclaje emocional que yo puedo tener con la música. Ya tengo la banda de sonido de mi primer amor, la de mi primera borrachera, la de mi infancia, la banda de sonido de cuando nació mi hijo, la banda de sonido de cuando me casé. Y sospecho que la banda de sonido de mi vejez va a ser de alguno de estos tipos que estamos nombrando. No puedo anclar emocionalmente con un pibe de veinte años que tiene una banda de rock ahora. Me puede parecer que la banda toca genial, y hasta envidiarlos y sentir que tienen lo que yo perdí hace rato, pero hasta ahí. Hay una cuestión generacional. Ni siquiera creo que hoy el rock tenga la importancia que tenía para nosotros, me parece que hay otras músicas que están ocupando ese espacio de identificación. Músicas que, a lo mejor, se nutren del rock. Además, de lo que estoy casi convencido es que, así como nosotros podemos cantar de memoria canciones que nos hicieron felices o nos emocionaron hace treinta años -ya sean de rock, tango o folclore-, no sé si mi hijo o los pibes de su generación, de acá a treinta años, se van a acordar de alguna de las canciones hechas por jóvenes actuales. Tengo la impresión de que no, porque en ese sentido la época tiene una velocidad y un vértigo muy cretinos y es muy difícil que haya clásicos. Me da la impresión que los pibes fagocitan casi inmediatamente lo que les gusta. Lo que les gustó la semana pasada ya no les interesa, no les importa hoy. Nosotros atesoramos discos de hace treinta años.

También es la multiplicidad. Es tan infinito lo que escuchan, pasan de una cosa a la otra, que se pierde el criterio de selección. No hay cómo elegir en el infinito, es como el caos.

Es que nuestro infinito era mucho más pequeño. Salía el disco de ‘The Police’ y vos lo encargabas dos semanas antes en la disquería de Morón. Y, durante esas dos semanas, estabas esperando que ese disco llegase. Después, ibas, le sacabas el nylon y lo escuchabas con amigos. Eso no pasa más. Tampoco quiero quedar como nostálgico, es un dato de la realidad, un signo de los tiempos. Ojalá que la cultura que están mamando hoy los pibes tenga más profundidad de la que uno sospecha. Sólo espero que nuestros hijos puedan emocionarse o conmocionarse, de la manera que quieran, con algunas cosas. Que el hecho de que tengan tanto infinito a disposición no les vulnere la capacidad de ir a lo hondo, al fondo de esa piscina infinita, sin borde, que tal vez tenga la profundidad de un charquito.

Iván Noble con El Anartista. Entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer.

 

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